Our town (nuestro pueblo)

Enamorado del microcosmos de Grover's Corners. Así es como salí del teatro cuando vi esta magnífica obra.

Our town es un texto de Thornton Wilder por el que ganó el Premio Pulitzer en 1938. En este soberbio montaje de Gabriel Olivares caracterizado por la desnudez escenográfica (vislumbrada principalmente a través de los sonidos y los gestos de los personajes), una desnudez que nos remite directamente al Lars Von Trier de Dogville (2003) y Manderlay (2005), el espectador accede a la intimidad de las gentes de un pueblo ficticio estadounidense de principios del siglo XX y conoce la tierna historia de amor de Jorge y Emilia. Sin embargo, por encima del romance, la vida y el tiempo son los temas centrales y los verdaderos protagonistas de este relato.

«¿Qué es la vida?» es el gran interrogante que se plantea y, como se nos dice en un momento de la obra, nadie es consciente de que vive, tan solo algunos santos y poetas afortunados. Es aquí donde entra en juego la literatura, capaz de detener el tiempo, de viajar entre los años, avanzando y retrocediendo, pues las palabras (verdadero soporte de los recuerdos) poseen esa extraña capacidad de traspasar las fronteras del presente y del pasado. Preciosas interpretaciones que suscitan reflexiones.

Gabriel Olivares firma este espectáculo que sin levantar una gran polvareda, se convirtió en una de las sorpresas del año pasado.

Grover's Corner representa una metáfora sobre el paso del tiempo, la fragilidad de los recuerdos y la herencia. Tres actos, tres géneros y tres formas de crear teatro. Un elenco de ensueño con gente joven trabajando al lado de profesionales de toda la vida.

Puesta en escena brillante y convincente, un texto grande aunque quizá tenga un bajón hacia el final del segundo acto y un reparto de ensueño, con Mónica VIc, Chupi LLorente o Efraín Rodríguez. Uno de esos trabajos que demuestran que la mejor forma de enfrentarse a un trabajo es con sinceridad y honestidad, sabiendo leer un texto, digerirlo y entenderlo y luego trabajarlo desde el rigor y el amor.

Si no lo viste el año pasado, no te lo pierdas. Y si ya lo viste... ¿a que te apetece repetir?

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Cada pequeño pueblo, cada vida individual recoge los misterios y verdades universales, miedos y anhelos de la humanidad. Por eso, Our town sigue siendo la obra más representada en EEUU. Más de 80 años después de ser escrita, sigue resonando que lo cotidiano, representado aquí en dos décadas de la vida de los habitantes de Grover’s Corner, de una forma simple, poética y natural, es el camino que recorremos buscando ser felices. De ahí, ese título, ese “nuestro pueblo”, porque es de todos. Es universal que la vida son pequeños momentos, muchas, la mayoría, de veces sin ser conscientes de su importancia, de la excepcional de lo cotidiano. Que nacer, crecer, jugar, trabajar, hijos, morir... no son meros apuntes. Lo son todo.

Una obra coral, dirigida por Gabriel Olivares, donde los entregados intérpretes dan vida a una veintena de personajes en un escenario minimalista (un acierto: para qué llenar de attrezzo y escenografía un montaje que va de las cosas sencillas que todo lo llenan).Con su trabajo de movimientos y sus descripciones, nos  situamos perfectamente en sus  pequeñas calles, establos, dormitorios, comedores.,

Y pese a todo lo anterior, no me llegó como esperaba y , por momentos, dejó de interesarme qué les pasaba a los personajes. No sé si fue cuestión de ritmo, de determinados momentos de teatro más gestual que de texto, alguna sobreinterpetación gestual, momentos “divertidos” que no me lo parecieron….  Seguramente, culpa mía de ir con expectativas demasiado altas, la fama del texto,  y condicionado por el otro referte que tengo del autor, La larga cena de Navidad, texto también sobre la vida y el tiempo, y al que vuelvo cada año en la cartelera barcelonesa en una propuesta que es pura orfebrería.

Lo mejor: la escena del cementerio, no por sensible (que no sensiblera), que también si no por cómo se logra la emoción, mérito de la dirección. La muerte con un mensaje que es el que más llega, el de ser conscientes de la vida.

 

Es una de las funciones más representada en EE.UU. desde su estreno a principios del s.XX. Y eso ya dice mucho, muchísimo, de una obra que es una metáfora perfecta de nuestra vida. De principio a fin.

Our Town centra su historia en Grover's Corner, un pequeño pueblo del este de Estados Unidos donde la vida pasa aparentemente sin que ocurra nada especial. Pero, en realidad, está pasando todo: desde un simple desayuno en familia, una mañana en la escuela o el reparto del pan o la leche hasta la inocencia del primer amor, una boda o la desazón por una pérdida familiar. La felicidad más grande y la tristeza más profunda. En definitiva, una vez más: la vida. 

Sobre el escenario, carente de decorado, destaca la maestría de cada uno de los actores y actrices que dan vida a quienes pueblan Grover's Corner. Con el simple uso de la mímica y sus voces, el elenco hace que, desde el minuto uno, el espectador aterrice entre sus calles, se meta en sus casas, vaya con ellos a la escuela, al baile, a una boda... y viva junto a todos ellos el día a día del transcurrir de sus vidas.

Our Town se divide en tres actos. Y cada uno de ellos bien podría ser una masterclass de teatro.

Cuando finaliza el tercero, y con él la representación, comprendes a la perfección por qué se han esmerado tanto en contarte de la forma en que lo hacen las dos primeras partes. Y al final, como en la vida, por tu mente sobrevuela la reflexión constante sobre lo que hicimos hasta ese momento, cómo lo hicimos, sobre aquello que pensamos durante años y cómo decidimos vivir nuestra vida, porque, sin darse cuenta, cada espectador termina siendo uno más en Grover's Corner y se eleva como una hoja movida por el viento entre las casas, las calles y los vecinos de un pueblo que es la metáfora perfecta de nuestra propia vida.

El hecho de que Thornton Wilder sea un absoluto desconocido en España resulta para mí un completo misterio. Sólo conozco dos producciones del autor más representado en EE.UU. : "La Larga Cena de Navidad" que el Teatro de la Guindalera ha hecho toda la vida y este "Nuestro Pueblo". Las dos son muy muy similares. Las dos hablan del paso del tiempo desde una perspectiva muy humana y cotidiana. La dramaturgia y la historia de estas dos obras son obras maestras en su simplicidad. Los directores y los teatros se deberían pegar por programar a este maestro de lo humano, lo simple y lo cotidiano.

En la producción que se ha podido ver en el Fernán Gómez estas Navidades, vemos un pueblo coral. El trabajo de grupo de los actores es muy cuidado, se les ve que son un grupo consolidado y homogéneo. El nivel de los actores es muy igual en todos ellos y nadie sobresale por encima del resto, que es lo que tiene que pasar en este tipo de obras.
La dirección es en general simple, en el buen sentido, aquí se demuestra que menos es más. No hacen falta grandes escenografías ni vestuarios de época. Esto actores sólo con su cuerpo y con la magistral dirección de Gabriel Olivares crean un pueblo con su ayuntamiento, sus casas, su montaña y su cementerio. Absolutamente honesta y bien resuelta la escena en el cementerio. Ahí, gracias a la puesta en escena y a la dirección de actores sale una escena que emociona con nada, una escena simple, honesta y alejada de sentimentalismos (lo que es la esencia de Wilder). La escena de la boda también es para verla una y otra vez, vivan las propuestas basadas en el trabajo actoral. Pero, sin embargo, después de una puesta en escena tan sencilla me sacan una escena al final (precisamente la que menos naturalista debería ser), con un vestuario y una escenografía movible de época, lo cual me chirría completamente y me saca del pueblo y me hace preguntarme ¿POR QUÉ? con lo bien que iba.

Y, bueno, no le veo sentido a tanta interrupción por parte del narrador, realmente interrumpe y saca de contexto. No es necesaria tanta descripción tanto ir a los antecedentes, tanto naturalismo. Esta obra funcionaría mejor con una puesta en escena y una actuación menos naturalistas y apegadas a la realidad. La propuesta está bien, por el trabajo coral de los actores, por como usan el cuerpo para crear espacios, por como interpretan un montón de personajes tan variados, pero todavía se puede más.