De Nueva York a La Habana. De la tenebrosidad a los colores andaluces. Del teatro al nirvana. De la muerte a la vida.
La Sala Roja se desnuda ante nuestros ojos y adquiere la forma de los edificios neoyorquinos presididos por sus aristas, gracias a una iluminación que se torna más y más compleja con la elevación de las palabras de Federico García Lorca durante el transcurso de la obra de mano de Valentín Álvarez.
Will Keen en inglés, traducido por él mismo desde el castellano, toma como propios con su cuerpo y su boca cada uno de los sonidos, las metáforas y la simbología de Lorca, imprimiendo un ciclo rítmico que se mueve alternativamente entre la narración y la declamación de algunos de los poemas de ‘Poeta en Nueva York’, con un telón de fondo inquietante enmarcado por el espacio sonoro de Nacho Bilbao.
A pesar de que Keen deja que la palabra vuele sola y sobrevuele nuestras cabezas entre la inmensidad de la sala y una bruma que nos envuelve, la dirección y dramaturgia de María Fernández Ache aporta el respeto a la obra del poeta andaluz de modo que, aún en Nueva York, nos encontramos en el seno de la idiosincrasia española y su confrontación con un nuevo mundo que Lorca ¿quién no? rechaza y teme.
Resulta estremecedor la manera en la que los versos lorquianos tejen a través de un simbolismo contemporáneo y abstracto la devastación, el esclavismo y la inevitabilidad del punto y final del capitalismo. Aún hoy sus palabras nos resultan conocidas, nos resultan esperanzadoras a pesar de estar impregnadas de una cierta ingenuidad de la que nos nutrimos para no acabar en manos de la desesperanza.
Para acabar en algún lugar que no nos exponga a esa crudeza.