Una magia indiscutible es la que pone la Compañía Voadora, tan clara en esa intención «irreverente y cuidada en su puesta en escena», en un compendio casi perfecto que combina la creatividad divina de la directora Marta Pazos, la investigación en la creación contemporánea y un equipo artístico que juega con distintas disciplinas concretando un éxtasis sobre el escenario tan gustoso, exquisito, brillante que consigue perfilar la casi perfección de la dramaturgia, el teatro, la creación escénica. El equipo, compuesto por Joaquín Abella, Ángel Burgos, Ana Esmith, Chumo Mata, Mari Paz Sayago y Hugo Torres consigue con sobresaliente capturar la escena, ensimismar al espectador, activar toda esa serie de locuras teatrales, tan difíciles de imaginar como de concretar sobre las tablas. Lo consiguen. Juegan con el verde chillón, con el desnudo, con el tamaño, la recitación del texto, con la adaptación nada menos que de uno de los grandes clásicos de Shakespeare, Othello, y siempre en el bienvenido Teatro Abadía que vuelve a dar la campanada con una muestra de todo lo infinito que el teatro, -el clásico, el vanguardista, el contemporáneo- puede llegar a conseguir. Bravo, bravo, bravo.
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