«Justo hoy hace 10 años que me vine a Madrid», contaba con emoción la pasada temporada Alberto Velasco, actor, bailarín, dramaturgo y director, ante el estreno de su obra Sweet dreams. Regresa en dos únicas funciones -22 y 23 de junio- al Teatro Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa con este monólogo escrito e interpretado por él mismo, en el que reflexiona sobre la identidad, los sueños y las ganas de vivir.
Le preguntábamos en aquel momento qué había cambiado de aquel Alberto Velasco creador que llegó a Madrid hace una década: «Ya no tengo miedo. Con mis primeros proyectos lo tenía, pero ahora no. Siguen estando los nervios, eso sí». No obstante, esa persona que vino a la capital con la pasión del teatro ardiendo en el pecho sigue a día de hoy motivado por la misma llama: «Continúa estando presente en mí la rebeldía y la denuncia. El querer darle voz a los ‘márgenes’. Siento que estamos siendo fieles a un sistema que encumbra a personas y cuerpos muy limitados e inexistentes que son fruto de una invención. Por eso la humanidad vive frustrada, con miedos, con ansiedad, con poca salud mental… Eso es injusto y hay que decirlo. No por decirlo se puede cambiar algo de un día para otro, pero sí se crea una conciencia».
Entrevista a Alberto Velasco
Estás a punto de estrenar Sweet dreams en Nave 73. ¿Cómo surgió el proyecto?
La obra se creó en primer lugar cuando Laila Ripoll me invitó a ‘Danza en la Villa’. Tenía que presentar una pieza de 20 minutos de lo que yo quisiera hablar. En una primera instancia, quería hablar del amor. Pero no me salió, no me salió nada de nada, ¡no podía hablar del amor! Tenía tantas cosas encima que me inhabilitaban…, y entonces me di cuenta de que tenemos muy pocos recursos para la gestión de la vida adulta. Somos esa generación que pensábamos que, después de estudiar y prepararnos, lo íbamos a tener todo. Y llegamos a los 30-40 y nos damos cuenta de que seguimos compartiendo piso, con trabajos precarios… ¿Dónde está el amor?
Llegué, no sé por qué, a la canción Sweet dreams y me puse a traducirla. Pensé que la canción estaba hablando de mi momento vital; y, además, descubrí que se había estrenado en el 83, que es el año de mi nacimiento ¡Me explotó la cabeza!
Un año después, surge el Sweet dreams que veremos en Nave 73. El año pasado fue un work in progress, un acercamiento, y ahora es una cosa más profunda. Me he metido en mis charcos, en mis miserias, sueños y anhelos. Es un poco mi estado actual: cómo Alberto persona / artista está en este mundo ahora mismo.
El montaje es un monólogo sobre esa sensación de estar perdidos, de no sentirse a gusto con la persona en la que nos hemos convertido pero, a pesar de todo, sobre las ganas de vivir. ¿Después de este proyecto, has descubierto si es posible dejar de ser quienes somos?
Me encanta la pregunta. Creo que en el camino de la deconstrucción, para saber realmente quiénes somos, tenemos que fijarnos en todo aquello de lo que estamos impregnados: de lo que quiere la sociedad que seamos, lo que quiere nuestra familia, lo que nosotros queremos proyectar en el mundo… Al final, tenemos un berenjenal y no sabemos realmente quiénes somos.
También creo que somos muchas personas, dependiendo del momento de nuestra vida, de la gente con la que estamos, del círculo en el que nos movemos… Somos muchas distintas, un mix de muchas personas e igual de válidas todas, aunque se lleven la contraria entre ellas.
Más que quién somos, es quién estamos siendo. Somos un presente continuo. No se llega a ser, se llega a ir encontrando aquellas ‘personas’ que nos van representando en cada momento.
La inspiración está en la vida, en la calle. Es algo cotidiano que se extrapola a lo poético
A la hora de escribir, ¿la inspiración te pilla trabajando o es ella la que te sorprende y te da el empujón?
Aparece por todas partes. Hay veces que trabajando; por ejemplo hoy en el ensayo han salido cosas que jamás pensé que se me iban a ocurrir, pero de repente con los objetos o con el texto aparecen cosas distintas. Y veces que no lo esperas, por ejemplo el otro día iba paseando por la calle San Bernardo y vi que me adelantaba corriendo un señor de 80 años. Corría hacia el autobús, y este se fue. Y pensé: «Es la vida de los pobres: correr detrás de autobuses que se marchan continuamente. Y la sociedad está hecha para eso». La inspiración está en la vida, en la calle. Es algo cotidiano que se extrapola a lo poético.
¿Cuándo sabes que un texto está terminado? ¿O nunca llega a estarlo?
¡Nunca termina! Cuando creo espectáculos tengo la sensación de que son como hijos. Nacen con su personalidad propia y tienes que aprender a escucharlos: si son más vehementes o más melancólicos, más tranquilos… Este espectáculo, a pesar de hacerlo desde los 40 años, tiene una personalidad muy adolescente. Quiere cambiar el mundo, reencontrarse a sí mismo y tiene una energía chispeante.
Creo que el texto no va a estar acabado nunca. Además, al ser quien lo escribe y quien lo interpreta, lo voy cambiando cada día. Cambio palabras que para mí son importantes. En cada ensayo descubro cosas que perfilo y me gusta que sea así, que esté vivo, que tenga la posibilidad de cambio permanente y de que vaya conmigo.
El lenguaje es lo más cercano que hemos encontrado para comunicar lo que sentimos, pero es impreciso
Al final, las palabras describen una emoción y en cada momento se pueden encontrar distintas formas de expresarla, ¿no?
Las emociones son tan difíciles de expresar con palabras… Justo en el monólogo lo digo, hay cosas que no se pueden expresar porque no hay palabras para decirlas y, aunque las hubiera, tampoco se ajustaría del todo. El lenguaje es lo más cercano que hemos encontrado para comunicar lo que sentimos pero es impreciso. Y está bien que así sea.
¿Qué consejo le darías a todos aquellos actores, escritores, bailarines que están comenzando?
El Alberto de hoy les diría que escuchen mucho a la ciudad: el entorno, los artistas. Que se escuchen a ellos mismos y sean honestos con lo que sienten. A veces, este oficio nos empuja a estar en lugares incómodos que no van con nosotros. Nos maltratamos, nos somos infieles y nos hacemos daño. Por eso es muy importante escuchar y escucharse.
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