Borja Ortiz de Gondra: «Hago teatro porque tengo necesidad de comunicarme con el público y de establecer un diálogo»

Irene Herrero
El dramaturgo Borja Ortiz de Gondra acaba de estrenar la última entrega de su trilogía.

El dramaturgo Borja Ortiz de Gondra acaba de estrenar la última entrega de su trilogía.

El dramaturgo Borja Ortiz de Gondra ha estrenado Los últimos Gondra (memorias vascas), la tercera parte de una saga dedicada a la familia Gondra. Un relato dramático de autoficción que cuenta la epopeya de su familia y que constituye un relato universal sobre la violencia, el dolor, el perdón, la memoria y sus repercusiones. Con motivo del estreno de la tercera entrega, el Centro Dramático Nacional recupera las otras dos obras, Los Gondra (una historia vasca) y Los otros Gondra (relato vasco), que podrán verse en la Sala Francisco Nieva, exhibiéndose así la trilogía completa dirigida por Josep María Mestres en el Teatro Valle-Inclán hasta el 21 de noviembre.

Desde Teatro Madrid nos hemos reunido con el autor bilbaíno para hablar sobre la última obra, la trilogía y la experiencia que ha supuesto crear esta saga familiar en su carrera profesional como dramaturgo.

Entrevista a Borja Ortiz de Gondra

Primero fue Los Gondra (una historia vasca), obra ganadora del Premio Max a Mejor autoría teatral en 2018, y después Los otros Gondra (relato vasco), Premio Lope de Vega 2017. Ahora se cierra el círculo con Los últimos Gondra (memorias vascas), lo que supone abordar, en tus propias palabras, «una saga vasca de más de cien años buscando el modo de superar las luchas fratricidas». ¿Cómo has vivido este viaje tanto a nivel personal como profesional?

Borja Ortiz de Gondra. Ha sido, sobre todo, un descubrimiento, porque yo nunca tuve una idea de escribir una trilogía, ni se me pasaba por la cabeza. Yo quise escribir una obra que hablara de los secretos de mi familia; de esta memoria de una familia vasca que yo sabía que toda esta violencia que nos había atravesado venía de tiempos muy antiguos. Se me ocurrió la idea de que tuviera tres actos, que además van avanzado hacia atrás, en los cuales se reflejaban tres momentos históricos e importantes en el País Vasco: los años 80, los años 30, justo cuando termina la Guerra Civil, y 1898, que era cuando los vascos que habían emigrado a Cuba tienen que volver cuando se pierde la colonia. El éxito que fue nos sorprendió a todos. La gente enseguida entendía que no era ni yo ni mi familia, sino que era un reflejo de muchas familias no solo vascas, sino también españolas que habían tenido estos pasados violentos que tenemos todos en nuestras familias. Hice esta obra y me quedé tan contento, pero siempre sentía al hacer la última escena, que termina con una pregunta que me hace mi prima: «¿podremos olvidar ahora?», que me falta un cuarto acto; me falta contar qué haríamos a día de hoy. Y así de una manera muy natural surgió la segunda.

Imagen de Los otros Gondra (relato vasco).

¿Te sucedió lo mismo con la tercera y última parte? ¿Cómo y cuándo nace la idea de escribir una tercera entrega?

B.O.G. De nuevo, durante el tiempo de la pandemia pensaba mucho en qué pasará después. Ya he contado cómo hemos llegado hasta aquí, pero ¿qué pasará dentro de unos años cuando ninguno de los que ha vivido esto tenga que hacerse cargo de la memoria? Y entonces pensé: cómo hacer para no repetirnos. Y hablé con Josep María Mestres, el director, y le dije que la única manera de hacer algo nuevo es arriesgarme y hacer lo que no sé hacer. Y se me ocurrió esta idea muy loca de pensar: bueno qué pasa si yo estoy muerto y descubro que tengo dos hijos. En las dos primeras obras me repetían continuamente que «no serás un verdadero Gondra hasta que no tengas un hijo», y de repente descubro que tengo dos hijos de los que no sabía mucho. Y esos dos hijos encarnan dos posturas completamente enfrentadas entre sí respecto a la memoria de su padre, de los Gondra y de la familia vasca, pero que también están en las antípodas de lo que yo he tratado de hacer. Y así han ido surgiendo las obras de una manera muy orgánica.

TM: En términos de dramaturgia, ¿cuál ha sido la idea de fuerza de partida de esta tercera parte, Los últimos Gondra?

B.O.G. Por un lado, en cuanto al fondo, el tema era: qué harán mis hijos cuando yo no esté. Y en cuanto a la forma, pensé en qué es lo que no he hecho nunca y cómo me puedo arriesgar escribiendo con libertad. Hay dos cosas que siempre he querido hacer, y que en principio son muy contradictorias. Por un lado, está la tragedia griega; para mí el teatro empieza y termina en las veintitrés tragedias griegas que existen. Este mundo que yo tengo de la fuerza de la sangre, del mandato del padre, de cómo las familias al mismo tiempo son devoradoras, pero también son acogedoras. Entonces empecé a pensar en esta idea de coro que son mis antepasados que se rebelan contra lo que yo hago, que es dar el testigo a los que piensan lo contrario que nosotros. Por otro lado, ese mundo se mezcla con algo que he hecho poco que es la comedia. Yo soy un enamorado de Jardiel Poncela, ese humor surrealista me fascina. Y hay unas escenas muy absurdas y arriesgadas de humor muy negro porque se ríen de lo que no nos deberíamos reír nunca: de esa idea de la patria y de los ancestros y de la memoria, y se ríen de ello con un humor muy iconoclasta. Es la manera que he encontrado de que las tres obras, siendo realmente ahora una trilogía y teniendo mucho en común, sean muy distintas en la forma. Me horrorizaba repetir la fórmula.

Imagen de Los últimos Gondra (memorias vascas).

Eres el autor de las tres obras, pero también actor de las mismas. Con motivo del estreno de la tercera parte se han recuperado las otras dos entregas, lo que supone que ahora estás viviendo la saga completa. Desde esta perspectiva, ¿cómo recibes a día de hoy la obra completa teniendo la oportunidad de representar las tres partes de forma simultánea?

B.O.G. Nosotros realmente venimos ensayando las tres a la vez. Nos lo hemos planteado como un viaje nuevo. La mitad del reparto es nuevo, y cuando trabajas con un actor nuevo, distinto, por más que el dibujo de la escena es el mismo, el texto es el mismo, pero algo se genera muy distinto. Y no ha sido ensayar una reposición y hacer una fotocopia. En la primera parte, en Los Gondra, hay una cosa que es enteramente nueva. Cuando escribí la novela Nunca serás un verdadero Gondra, encontré algo sobre un antepasado del siglo XIX y pensé que tenía que meterlo en la obra de teatro porque es importante. Y ahora en la primera hay algo que no había cuando se estrenó en 2017. Todo esto es una buena demostración de que el teatro o está vivo o no es teatro. Esto tiene su propia vida, y ahora cuando hagamos las tres las haremos con una vida distinta a la que tuvieron cuando las estrenamos.

¿Qué te ha aportado a nivel interpretativo el ser al mismo tiempo el autor de las obras? Y al revés, ¿qué enriquecimiento has experimentando como dramaturgo de tu vivencia como intérprete?

B.O.G. Sé que la manera de escribir ha cambiado una vez que he tenido que hacerme cargo de mis propias palabras en escena, porque he entendido que hay una diferencia radical entre el texto escrito para ser leído, que es literatura, y la puesta en escena donde el texto tiene que servir al espectáculo. Y por otro lado, ser dramaturgo para actuar es una desventaja clarísima que he experimentado en mis propias carnes, porque entendí muy pronto que el trabajo del dramaturgo está en la cabeza y en las palabras, pero el actor tiene un trabajo que está en el cuerpo, y esas palabras tienen que estar encarnadas. Y eso me ha ayudado mucho a apartarme del texto dicho para tratar de actuar a mi nivel en el cuerpo.

Imagen de Los Gondra (una historia vasca) de Borja Ortiz de Gondra en el Teatro Valle-Inclán

Imagen de Los Gondra (una historia vasca) de Borja Ortiz de Gondra en el Teatro Valle-Inclán

Toda la obra completa es un relato dramático de autoficción. ¿Siempre tuviste claro que querías adoptar esta forma de relato?

B.O.G. No, todo lo contrario. Fue un descubrimiento la autoficción, y la descubrí gracias a que el director me propuso hacerlo. En esta franja extraña entre la verdad y la mentira, descubrí que era un lugar en el que estaba muy cómodo, porque me permitía hablar de mí mismo y contar una cosa muy privada y dar testimonio, pero al mismo tiempo me permitía no hacer mi biografía ni diario íntimo, sino que la ficción atravesara mi biografía real. Y esa libertad fue la que me empujó a, en esta última parte, hacer la cosa más extraña del mundo, que es que salgo a escena y digo que estoy muerto. Esto es muy contradictorio, porque el espectador en cuanto me ve se da cuenta de que no estoy muerto, pero mi personaje en la función está muerto; toda la obra gira en torno a lo que hacen con mis cenizas, mi recuerdo, mi novela, y yo continuamente intervengo tratando de encauzar a esos hijos tan complicados que tengo. Esto crea una ambigüedad muy extraña que permite esa cosa tan compleja de que algo es verdad siendo mentira.

La memoria, el dolor y la violencia son tres palabras, tres sustantivos, que son eje dramatúrgico de toda la trilogía. ¿Qué papel han jugado en tu vida no solo personal sino especialmente como autor dramático?

B.O.G. Pues mira, yo vengo de donde vengo y soy hijo no solo de mi tierra, sino también de mi época, y sé que el haber crecido como adolescente en un sitio donde mataban a gente cada tres días me ha dado una mirada sobre el mundo que tiene que ver con la culpa de no haber hecho nada en su día; tiene que ver con el dolor por lo que sufrieron otros y yo no, y tiene que ver con una responsabilidad como creador de “esto es sobre lo que tengo que hablar”. Los temas te eligen, y el mío es contar cómo gestionamos la violencia: por qué unos miran hacia el otro lado, otros se enfrentan a ella, otros la ejercen. En ese sentido, el motor que siempre está en estas obras es esa necesidad de hablar ahora porque en su día me callé como todos los demás.

A día de hoy, con la trilogía completa en las tablas del Teatro Valle-Inclán, ¿cómo te sientes como autor e intérprete al haber llegado al final de un viaje personal y también trascendental en tu carrera?

B.O.G. Siento que he cumplido con una obligación de hablar de algo que estaba cubierto por el silencio. Cuando ya he hecho esta trilogía y la novela, siento que de alguna manera he contribuido a un debate que está en la calle, que tiene que ver con qué memoria perdurará, si se puede perdonar, cómo pasamos la página, qué segunda oportunidad hay que dar a quien se arrepiente y sobre todo algo que es una frase de la función dónde está el núcleo de la función y de la trilogía en realidad: lo difícil es hacer algo para que nuestros hijos no sigan odiándose. Y tanto con la novela como con las obras de teatro se me ha acercado gente para decirme por qué leer la novela o ver las obras les ha ayudado a no sentirse solos y a ver una luz al final del túnel, porque al final su sufrimiento estaba compartido ahí. Y cuando te pasa eso te das cuenta de que el teatro tiene más sentido que hacer teatro, tiene algo que lo trasciende. Hago teatro porque tengo necesidad de comunicarme con el público y de establecer un diálogo. Cuando ese diálogo se establece, sientes que en algo has contribuido a que el mundo sea un lugar mejor en algún momento del futuro.

Beatriz López / @HoneyDarkAngel

Escrito por
Irene Herrero

Soy periodista, aunque me dedico también al marketing y la comunicación cultural. En los últimos me he atrevido a dar el paso hacia la dramaturgia y la dirección escénica y creo que ha sido amor a primera vista.

Creo en el poder transformador de las historias y nunca salgo de casa sin mi cuaderno.

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