Todo lo que rodea a esta nueva producción de ¡Ay, Carmela! que se estrena en los Teatros del Canal contiene alguna anécdota que hace “necesaria” su puesta en escena; por ejemplo, que su paso por Madrid coincida, cosas del destino, con el trigésimo aniversario de su estreno. El propio Sanchis Sinisterra nos contaba en la presentación que él escribió la función en el año 85 con la intención de que fuera estrenada al año siguiente para que coincidiera con el 50 aniversario del alzamiento que dio comienzo a la Guerra Civil, pero por circunstancias de la producción finalmente no pudo estrenarse hasta noviembre del año 87.
Otro dato que la convierte en “necesaria” es que Cristina Medina, de quien ha partido la idea de poner en pie esta versión, ha querido que su regreso al teatro de texto, algo que no hacía desde el 97 –Otro aniversario redondo- fuera metiéndose en la piel de Carmela como homenaje y agradecimiento a esta obra. Según nos cuenta la actriz, cuando estaba estudiando en la Escuela de Arte Dramático estaba a punto de que la suspendieran y realizar como ejercicio final el segundo acto de esta obra le valió el aprobado ¡y eso que no se leyó la función completa! “Gracias a eso, hoy estoy aquí” nos confiesa.
También, y esta vez poniéndonos serios, la dirección de Fernando Soto es “necesaria” porque ha querido que sea un homenaje en forma de grito por la memoria de aquellos antepasados mal enterrados que muchas familias tienen en este país, como la suya propia.
Para Santiago Molero, encargado de dar vida a Paulino “Lo bonito es tener detrás un texto que te permite bucear por todas las tesituras: comedia, tragedia, drama… Poner en pie un texto que habla sobre nosotros, los actores y los artistas, y de cómo el teatro se enfrenta a la muerte a su manera”. Un claro ejemplo de lo que es el, tan mencionado, metateatro.
El caso es que siempre hay una buena excusa para que Paulino y Carmela regresen una y otra vez a contarnos su historia; no ya para hablar de la Guerra Civil, no ya para hablar de política, si no para hablar de “los muertos que no quieren borrarse y el deber que tenemos los vivos en ayudarles en su empeño” como indica el propio Sanchis Sinisterra. Algo que provoca que se traspasen los localismos nacionales y hagan de su historia un sentir universal. Tanto es así que ¡Ay, Carmela!, por ejemplo, se ha podido ver representada en Sarajevo por una compañía creada tras los bombardeos serbios o en Argentina, donde las Madres de Plaza de Mayo pidieron que se representara en la Escuela de Mecánica de la Armada, lugar que fue centro de las torturas de la dictadura y que hoy se ha transformado en Centro de la Memoria.
Un nuevo intento de romper una lanza en favor de la dramaturgia nacional y no sentir pudor a la hora de recuperar para la escena nuestros clásicos más recientes rescatando, en este caso, la ternura de unos personajes que nos hablan de la necesidad de permanecer.
Texto José Antonio Alba