Eduardo Aldán: «Nos gusta quejarnos. Es más cómodo que hacer»

José Antonio Alba

El Teatro Arlequín se transforma en el despacho de El jefe, un tipo responsable de una empresa dedicada al mundo del chocolate, con una vida que es de todo menos dulce. Es Nochevieja, el momento de dejar lo que no queremos atrás y comenzar una vida nueva. Tiempo de cambios. Algo que Eduardo Aldán, creador de este nuevo espectáculo, se aplica tanto encima del escenario como en su vida. Acaba de dejar atrás doce años declarando a golpe de nostalgia que Espinete no existe para ahora, con El Jefe, instarnos a rebelarnos contra lo establecido, abandonar nuestra zona de confort y comenzar a ser quienes realmente queremos ser. Y siempre con la comedia por bandera.

Teatro Madrid.- Eduardo, es inevitable comenzar por la despedida de Espinete no existe para poder hablar de la llegada de El Jefe, ¿cómo está siendo este cierre de etapa?

Eduardo Aldán.- No sé si reír o llorar, en cierto modo ya estaba cansado de hacer durante 12 años lo mismo, pero por otro lado es una pena porque es un espectáculo al que le tengo un cariño inmenso. Ha sido parte de mi vida 12 años ¡Es una barbaridad! Me da igual lo que haga a partir de ahora, siempre estará ahí presente, será el proyecto más importante de toda mi vida. Creo que Espinete no existe estaba perfecto ahora, me ha costado 12 años tenerlo bien y ahora que ya está bien, voy y lo dejo -Dice mientras se ríe- Pero tenía ganas de hacer algo diferente, aparcar la nostalgia y apostar por algo nuevo, diferente, que contara más de cómo soy yo ahora.

TM.- Supongo que es lógico que después de 12 años aparezcan otro tipo de inquietudes que quieras plasmar en escena, ¿qué es lo que te pide el cuerpo ahora?

EA.- Ya no estoy tan pegado a mi infancia como cuando arranqué, estoy más pegado a otro tipo de mundo y a otro tipo de experiencias, quiero contar otras cosas que no podía contar en Espinete. No es un capricho, es una necesidad como artista, de contar algo distinto. La experiencia de lo que contaba Espinete ya está contado, ya ha dejado su poso, pero ahora hay que contar cosas nuevas.

TM.- ¿Y cuáles son esas cosas nuevas que cuenta El Jefe?

EA.- La gente que venga a ver El Jefe, vendrá a ver una comedia para pasarlo bien, para reírse, pero hay algo más. Si rascas detrás de la historia hay algo más. Quiero que tú, como espectador, descubras que lo que te están contando en el escenario tiene más que ver contigo de lo que tú te crees. Quiero que la gente salga del teatro cambiada, que tenga otro punto de vista. Darte las herramientas para decir “Espera, esto que me han contado no es solo un chiste, tiene algo más detrás”.

TM.- Al leer la sinopsis de El Jefe; un tipo amargado, con un carácter y cierto poder adquisitivo que le anulan el resto de aspectos de su vida, la época del año en que transcurre; me ha recordado, en cierta manera, a Cuento de Navidad de Dickens.

EA.- Es un poco Mr. Scrooge, ¿verdad? De hecho al principio quería ambientarlo en Navidad, pero después me di cuenta que quedaba mejor en la noche de fin de año porque es un cambio. Cuando acaba el año y comienza el nuevo su vida cambia radicalmente. Va de eso, de los cambios en la vida, de cuando estás atrapado en una vida que no te gusta y haces todo lo posible por salir, por romper con la esclavitud de tu rutina y empezar de cero. Lo que hace ver a este hombre ese otro lado de la vida es su empleado al que acaba de despedir. Él es un poco su fantasma de las navidades futuras, quien le hace ver cómo va a ser su vida si no cambia.

TM.- ¿No crees que ahora hay una especie de corriente que pretende romper con lo que se supone que tenemos que ser para llegar a ser lo que queremos ser realmente?

EA.- Todos queremos hacer cambios en nuestras vidas, pero ¿estamos dispuestos a hacer algo por cambiar? Esa es la pregunta, ¿qué eres capaz de hacer para cambiar a mejor? Eso es un ejercicio terrible y doloroso, el romper cadenas, pero hay que hacerlo porque si no, no sales de esa zona de confort. Aunque te quejes de que estás incómodo no deja de ser tu zona de confort. Nos gusta quejarnos ¡No te quejes! Haz algo ¡Cámbialo! Pero insisto en que quejarse es más cómodo que hacer.

TM.- Y bueno, este es el motivo por el que has pasado de Espinete a El Jefe, ¿no?

EA.- Creo que este espectáculo para mi es una reinvención como artista. Es un reto a muchos niveles y tiene mucho que ver con eso que cuento de cambiar y reinventarse.

TM.- Todos son cambios. Antes hablabas de la nostalgia y ahora de evolucionar; antes era un monólogo y ahora compartes escenario…

EA.- Para mí es un desahogo porque ya no llevo toda la presión del espectáculo sobre mis hombros. Antes acababa destrozado, hacia una función y era incapaz de hacer una segunda, no tenía energía. Ahora vamos a hacer doblete los viernes y los sábados. Al tener a Israel Criado al lado todo es mucho más ligero de llevar. Es más divertido y más enriquecedor porque al final uno se cansa de escucharse a sí mismo. Si tengo una réplica el espectáculo puede crecer, puede cambiar.

TM.- Uno tiende a pensar que trabajar solo da esa libertad de hacer y deshacer a placer, ¿es mejor hacerlo en compañía?

EA.- Tiene sus pros y sus contras porque no puedo salirme de la réplica, si no Israel estaría perdido. Por otro lado me motiva porque tengo que ajustarme a una trama que ya está escrita y estipulada, pero ¿cómo hago para que, sin perjudicar a mi compañero, este personaje crezca?

TM.- ¿Cómo ha sido el proceso de creación del espectáculo?

EA.- Ha sido un poco pesadilla porque he tenido que trabajar con una fecha límite. Tener un ‘Dead line’ me angustiaba un poco, pero es verdad que es una presión que si no me la autoimpongo no lo hago. De hecho, gran parte del espectáculo lo escribí estando enfermo con fiebre. Me vino como una especie de epifanía, como si alguien me lo hubiera dictado en sueños; solo tuve que transcribir, no tuve que pensar ¡El subconsciente me lo soltó todo de golpe! Avancé esa noche de la fiebre más que ninguna otra. Y pensé “Pues será esto, tendrá que ser que esté enfermo para ser creativo”.

TM.- Casi podríamos decir que El Jefe es fruto de un delirio, ¿no?

EA.- Sí, sí, estaba realmente mal. A base de Gelocatil y Frenadol… y de repente… me levanté todo sudado de la cama pensando “Esto lo tengo que escribir porque si no se me va a olvidar” me levanté, lo escribí todo y me acosté. Al día siguiente lo leí ¡y tenía sentido! De hecho se ha quedado tal cual en el espectáculo. Ya sé que la fórmula para mi es estar enfermo. Cuando estoy sano no funciona, tengo que estar un poco perjudicado. (Risas)

TM.- Bueno, al final es una forma de liberar la mente y dejar que vuele sola para sacar lo que llevas dentro.

EA.- Algunos grandes músicos se emborrachan para crear, ¿no? ¡A mí no me hace falta! ¡A mí dame un Frenadol y te saco un espectáculo! (Risas)

TM.- ¿Crees que a través del humor se provoca mejor la reflexión?

EA.- Mira, el símil perfecto es Mary Poppins que decía que “Con un poco de azúcar esa píldora que os dan pasará mejor” El humor es un bálsamo y un vehículo para cualquier cosa. El humor desarma a la gente. Si te hago reír, te relajas, te dejas llevar, disfrutas y en ese estado te lanzo un mensaje que quiero que te quede, estás tan receptivo a todo que el mensaje queda grabado a fuego. En este caso, en vez de azúcar, utilizamos el chocolate para que eso que te contamos, que es amargo, pase mejor.

TM.- ¿El mensaje que ofrece El Jefe es amargo?

EA.- Es una reflexión que puede parecer dura, pero es para mejor. No es nada malo, al contrario, es un espectáculo muy optimista. Es más, cuando acabe la función le daremos a todos un vasito de chocolate calentito para que se vayan a casa con esa sensación.

TM.- Hablamos de que el humor es un vehículo para la reflexión, pero mucha gente piensa en el humor como algo ligero y, a veces, no se valora como se merece.

EA.- Quien piense así es que no tiene ni idea. El humor es muy difícil de hacer. La buena comedia es complejísima, si la dominas bien puedes ser una gran figura, pero eso puede llevar una vida entera. Los grandes cómicos no lo son desde el principio, lo son años después, al final de sus carreras. Yo admiro mucho a los cómicos de antaño.

Para preparar esta función estamos viendo, tanto Israel como yo, documentales de cómicos españoles clásicos, de los que la gente habla con cierto aire denostado, Paco Martínez Soria, Lina Morgan, Sazatornil, López Vázquez... Estos Cómicos, con mayúsculas, podrán ser más afines a ti o no, por la época, por lo que contaban, el tipo de humor que hacían, pero hay que quedarse con la profesión, cómo hacían humor, cómo hacían reír, hay que aprender de los genios y los genios son ellos.

TM.- De hecho son las figuras que después todo el mundo recuerda con más cariño, ¿no?

EA.- ¡Y sorprendería lo sabios que son! Si la gente supiera lo que hay detrás de todo esto. Con Rafaela Aparicio, cuando la veías trabajar en vivo, alucinabas. Una compañera mía me contaba que le pidió consejo porque, en un momento de la función que hacía, la gente ya no reía y Rafaela le dijo que esa noche la vería para ver qué sucedía, la vio y le dijo “Ya sé porque no aplauden y antes sí” y le contó que era porque daba un paso de más ¡Alucina! ¡Con verla una sola vez supo que era ese paso el que rompía el ritmo del chiste! Eso no se puede estudiar. Eso lo tienes porque lo has aprendido durante años. Era una gran cómica y de esa gente es de la que hay que aprender.

TM.- ¡Me gusta que hayas recurrido a nuestros cómicos como referente! Normalmente tendemos a fijarnos en los artistas de fuera.

EA.- Es que tenemos un patrimonio impresionante y no lo valoramos. Admiro a cómicos como Buster Keaton, los Marx, Chaplin, están fenomenal y hay que aprender mucho de ellos, pero no nos olvidemos de lo que tenemos aquí, que tiene mucho más que ver con nuestra idiosincrasia, somos nosotros, ¿por qué no aprender de los que tenemos al lado? Son tan grandes o más que aquellos, solo que no han tenido esa proyección internacional. Pero créeme que son genios absolutos, estoy enamorado de estos cómicos de antaño. De hecho este espectáculo es un homenaje a todos esos cómicos de siempre, tiene muchos tics de todos ellos. Tiene todos esos puntos que debe tener una comedia clásica, pero con ese toque mío.

TM.- ¿Cuál es la clave para que un espectáculo funcione?

EA.- Un espectáculo te tiene que gustar a ti para que a la gente le guste. Espinete iba a estar un mes y medio, pero algo mágico sucedió que transmití, que contagié esa emoción al público y, como yo estaba tan feliz, pues eso se transmitió y la gente quería ir al teatro a pasarlo bien y salir felices porque yo también estaba emocionado, no deja de ser algo personal.

Texto José Antonio Alba

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