La llegada del #SeAcabó, como la del #MeToo, ha supuesto un antes y un después en la concepción que la sociedad tiene sobre cómo se nos trata a las mujeres. Los acosos y abusos sexuales que salen a la luz dan cuenta de la valentía de quienes los sufren y de que, a pesar ciertas reticencias en parte de la sociedad, cada vez hay más conciencia y menos tolerancia hacia esos casos. Y eso es síntoma de una sociedad cada vez más sana.
Esta conciencia social llega al teatro ahora con Run baby run, que estará en el Teatro Español del 22 de febrero al 24 de marzo, y que no habla solo del acoso hacia las mujeres, sino del acoso institucional hacia las mujeres intersexuales en el mundo del deporte. Un ámbito desconocido para mucha gente, en el que la directora Jana Pacheco se sumerge con respeto y con valentía.
¿Cómo estás?
Jana Pacheco: ¡Muy bien!
Cuéntanos cómo surge Run baby run.
Pues mira, la obra la escribió Fátima Delgado en 2017 con las ayudas de la Comunidad de Madrid. Luego ella hizo conmigo un curso de dramaturgia visual, que impartí en El fronterizo. Y me propuso dirigirlo. Yo pensé: «¿Pero cómo voy a dirigir esto? ¡No soy gallega, no soy intersexual, no soy deportista!». Así que afrontamos el texto con mucho respeto. Y hemos tenido la oportunidad de dialogar con muchas activistas intersex, como Camino Ventura, a quien pudimos preguntar muchas cosas.
La obra se ha estrenado ya en el Centro Dramático Galego, ¿verdad?
Sí. Los primeros apoyos que llegaron fueron de allí, porque Fátima es gallega, y le propusieron entrar en una coproducción. Lo presentamos al Teatro Español y a Natalia Menéndez le gustó mucho el texto. Y yo creo que es una suerte que un tema así se trate en un teatro público. Eso es lo que más ilusión me hace, porque normalmente se trabajan estos temas en el margen, y que un teatro público apoye esto, con la que está cayendo, además… Así que gracias a esto, y al entusiasmo incansable de Fátima, el proyecto salió adelante.
La propuesta, entonces, nace en 2017, ¿y cuándo empezáis a montar la obra?
Los ensayos empezaron el año pasado en las Naves de Duende, en una residencia artística de una semana. Ese sitio es increíble para trabajar, un «espacio cuna». Y después tuvimos cuarenta y cinco días de ensayos repartidos en dos tandas: quince días en el Español y treinta en el Matadero. Pedí que no fueran seguidos para poder asentar la investigación, y me lo respetaron. Estrenamos en el Centro Dramático Galego y hemos tenido algunos bolos, gracias a la distribución de Proversus.
Así que llegáis al Español con la obra rodada. ¿El texto original se ha respetado, o lo habéis ido cambiando en este proceso de investigación?
No, Fátima ha sido muy generosa. Las propuestas que hemos hecho, tanto las actrices como yo, las abraza. La historia es la misma, pero hay cosas que hemos modificado, en cuanto al lenguaje textual o a la dramaturgia visual. Por ejemplo, yo introduje un nuevo personaje que no aparecía: el de la abuela. O hay una nana que propuse y Fátima aceptó, tradujo al gallego y después fue tratada por Fernando Epelde, que hace el espacio sonoro. Es una nana colectiva. Trabajar con tanta libertad y tanto cariño ha sido muy bueno. Y el texto está leído por expertas en temas y lenguaje intersex, como Camino Varo, de la asociación GrApSIA. Ella también ha hecho que incluyéramos cosas que no estaban y que nos parecieron importantes cuando hablamos. Lo que ella (y ellas) aportan es muy valioso, porque nos permite visibilizar su reivindicación, y respetarla también.
El montaje, entonces, estáis terminándolo cuando surge el movimiento #SeAcabó. Ese que comienzan las futbolistas de la Selección Española tras el beso y el comportamiento de Rubiales. ¿Cómo os afecta eso?
Pues esto fue curioso. Porque durante nuestros ensayos, en una de las improvisaciones surgió que el único actor de la obra, que tiene, digamos, «locuras testosterónicas», le diera un beso en la boca a la protagonista. Y justo después pasó lo de Rubiales. ¡No dábamos crédito! Dudamos mucho de si mantenerlo o no, porque podía parecer que estaba puesto a posta y a posteriori. Lo hablamos mucho con el equipo y decidimos mantenerlo. Lo mantuvimos porque el personaje ya era así, y porque en Run baby run también aparece el papel de la prensa. De esa prensa que llega a acosar a deportistas o a periodistas mujeres. Porque eso también es una realidad: las compañeras periodistas se han sentido abusadas, igual que nos sentimos acosadas en cualquier trabajo, la verdad. Todas sabemos lo que es sufrir eso. Pero en la obra, más que la violencia, el abuso sexual o personal, tratamos el abuso institucional.
¿Cómo aparece este tema de la prensa en la obra?
Pues aparece mezclado con la idea del carnaval gallego.
¿Cómo se mezcla el carnaval gallego con el atletismo?
Con la figura del peliqueiro, del carnaval de Laza. Este personaje persigue a la gente que no va disfrazada, y puede golpear con su palo a quien quiera. Y siempre va corriendo. En la obra, los peliqueiros persiguen a la protagonista, que es atleta. Y son una metáfora de la prensa.
¿Y por qué te interesaba hablar del carnaval gallego?
Bueno, esto estaba ya en el texto, porque Fátima quería llevar a su tierra esta historia; y a mí, visualmente, me interesaba mucho. También musicalmente: Epelde ha tratado de encontrar la manera de que el entroido gallego suene contemporáneo.
Todo lo que tiene que ver con el carnaval me parece muy interesante: el desenfreno, la subversión de la tradición, lo sexual, la carne… Por ejemplo, existe una práctica dentro del carnaval que consiste en tirarle hormigas a los cuerpos de la gente para que se desnuden. Nosotras hemos trabajado con esa imagen. Y nos hubiera gustado usar más elementos, como la harina, que también se puede lanzar en el carnaval. El carnaval tiene una parte muy sucia que hemos evitado por los teatros y por la integridad de los actores, porque correr en un suelo lleno de harina podría ser peligroso. Pero sí mantenemos esa idea de subversión y de desenfreno que tiene el carnaval.
También con respecto al tratamiento de las máscaras o de los vestuarios. Y en este sentido el vestuarista, Pier Paolo Álvaro, ha trabajado con símbolos místicos, como el sol o la luna. Bueno, él y un colectivo de mujeres tejedoras de Vicálvaro, que han tejido los pompones de los trajes de los peliqueiros. Esta mezcla entre el carnaval gallego y el arte colectivo de barrio madrileño me encanta.
Además del carnaval, habéis metido simbología de la mitología griega, ¿no?
Sí, por la diosa griega Niké, la diosa de la victoria, de la que surge la marca deportiva. En la obra, la protagonista consulta a un oráculo para decidir si debe o no medicarse.
Vamos a entrar de lleno en este tema de la medicación en el deporte. Porque la protagonista es una mujer intersexual. Cuéntanos un poco más sobre este tema de la intersexualidad.
Lo primero que quiero decir es que esta no es una obra que tome la biografía de nadie. Mucha gente nos pregunta si nos hemos basado en el caso de la atleta Caster Semenya.
La atleta sudafricana intersexual que se negó a someterse a un tratamiento hormonal para que su tasa de testosterona bajara. Porque esa tasa era demasiado alta para los estándares de la competición femenina y eso hizo que la retiraran de algunas carreras, ¿no?
Eso es. Lo que le han hecho a esta mujer es terrible; pero no hablamos de ella en la obra. Porque es que son muchas deportistas las que han sufrido esto. Muchas. Y ya sabemos lo que pasa con la teoría de la unicidad, ¿no? Con decir que «bueno, esto no es tan importante porque es un caso aislado». No, no lo es. Y las instituciones deportivas están discriminando a muchas mujeres intersexuales.
¿En qué sentido?
Raúl Sánchez, en su libro Las cuatro heridas del deporte moderno, cuenta la historia de una deportista china que, en el 92, gana un campeonato mixto de tiro al plato. Gana una mujer en un campeonato mixto. Al año siguiente, esa categoría queda dividida por sexos. Y la división tiene que ver con la cantidad de testosterona que tenemos los hombres y las mujeres.
A las deportistas se les mide su tasa de testosterona y se les obliga a someterse a tratamientos hormonales si es demasiado elevada. Es decir: para desarrollar su carrera deportiva tienen que medicarse. Esto solo pasa con las mujeres: si los hombres tienen demasiada testosterona no pasa nada. Hay muchas mujeres que tienen un índice de testosterona mayor que el normativo, y no es una cuestión genética: es hormonal. Por parámetros hormonales que incluso van cambiando. Una de las mujeres con las que hemos hablado hace poco me decía: «Es que yo soy intersexual desde hace diez años. Porque ha cambiado mi índice de testosterona. Yo no sé si me siento intersexual, pero lo soy». Mer Gómez, en su libro La rebelión de las hienas, habla de varios casos, porque no hay una sola intersexualidad, hay muchas, y tienen que ver con la genitalidad, con la testosterona, con los cromosomas XX y XY… El libro de Mer nos ha ayudado mucho a entender sus realidades.
Es decir, que la intersexualidad se mide por parámetros médicos, clínicos.
Sí. Bueno, ahora sí. Hasta los años 60 se les hacía un test sexual donde se les miraba qué tenían entre las piernas. En el 68 se consiguió que ese test pasara a ser una prueba de cromosomas y se dejara de mirar entre las piernas. Sin embargo, a Semenya en 2009 le volvieron a hacer ese test sexual. Y cuando sale a la luz este caso se consigue que en las categorías de 400 m, 800 m y 1500 m se estipule la cantidad de testosterona permitida para que una mujer pueda competir. Si alguien sobrepasa ese índice, se tiene que medicar. Ana Pastor lo explica muy bien en su libro Chandaleras: si una mujer se sale del canon femenino estipulado, queda fuera de la competición. Es una forma de discriminación institucional, porque solo ocurre con las mujeres. Con las mujeres intersexuales. Yo sabía muy poco de lo que era la intersexualidad antes de empezar con este proyecto, y creo que el texto tiene una parte divulgativa o pedagógica, que nace de la voluntad de Fátima por explicar muy bien lo que es esto.
¿Te gustaría que el público saliera de la función conociendo un poco más esta realidad?
Creo que el teatro es espejo de la sociedad. Y si el teatro es capaz de representar una sociedad más plural, donde la diversidad de los cuerpos está presente, quienes están sentados en la butaca pueden adquirir conocimientos de una realidad que no es la suya. Y eso genera tolerancia. En este caso concreto, creo que conocer esta realidad mejora el contexto social en el que están estas mujeres, sobre todo para que ellas no tengan que estar justificándose, defendiéndose o explicándose todo el rato.
Dime una frase de la obra de la que te quedes.
«Correr, respirar». Hay un momento en que la entrenadora pregunta a la protagonista: «¿Tú por qué corres?», y ella contesta: «¿Tú por qué respiras?». Y eso me emociona.
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