EN EL TEATRO DE LA ABADÍA

José Sacristán: «La colección no es solamente sumar objetos, la colección somos nosotros mismos»

El actor protagoniza, junto a Ana Marzoa, Zaira Montes e Ignacio Jiménez, ‘La colección’, la nueva obra de Juan Mayorga sobre el amor y la herencia

Bea López

José Sacristán protagoniza ‘La colección’, la nueva obra de Juan Mayorga sobre el amor, el paso del tiempo, la herencia y la muerte.

Colección: del latín colecctio, –ōnis. Conjunto ordenado de cosas, por lo común de una misma clase y reunidas por su especial interés o valor.

Héctor y Berna son un matrimonio sin hijos, que posee una colección para la que quieren buscar un heredero y lograr así su supervivencia. De esta premisa parte La colección, una obra que trata sobre la herencia, el paso del tiempo, la nostalgia, el amor a las cosas y la relación del ser humano con la muerte. Juan Mayorga escribe y dirige un texto inquietante impregnado de misterio y con un gran sentido crítico, que presenta también ecos del teatro del absurdo y de Jardiel Poncela. El espectáculo, protagonizado por José Sacristán, Ana Marzoa, Zaira Montes e Ignacio Jiménez, podrá verse en la Sala San Juan de la Cruz del Teatro de La Abadía desde el 14 de marzo hasta al 21 de abril.

Desde Teatro Madrid hemos conversado con José Sacristán y Juan Mayorga sobre el montaje, el coleccionismo y el poder convocante del teatro.

¿Qué significado tiene para vosotros en la vida la herencia?

José Sacristán: Lo que he heredado es una forma de vida, de entender lo que es ser cabal y consecuente, observar unos principios, y eso no es poco. Y el concepto que tengo de lo que pueda yo o no depositar, no vivo pendiente de ello. Considero que lo que alcanzo a tener nunca tiene un significado para mí que pueda cambiar la vida de nadie. En mi caso, lo que he recibido es una especie de salvoconducto para andar por la vida, y te aseguro que cada día me ayuda permanentemente.

Juan Mayorga: No he recibido ninguna herencia material, pero como Pepe sí he recibido otro tipo de legados. Mis padres, mis maestros, personas a las que respeto y admiro, sí me han dado aquello que llamamos un buen ejemplo, y esa es la herencia más importante. Y la cuestión de la herencia cada vez es, creo, más significativa para mí porque creo que en cada momento estamos legando algo. Simplemente con el comportamiento de cada día estamos entregando una herencia que, por supuesto, otros pueden aceptar o rechazar porque una herencia puede tanto aceptarse como rechazarse. Estoy de acuerdo con Pepe, lo más importante es un buen ejemplo, un saber estar, un saber decir, un saber callar.

José Sacristán: «Lo que he heredado es una forma de vida, de entender lo que es ser cabal y consecuente»

Juan, ¿en qué momento te diste cuenta de que para ti Héctor tenía que ser José Sacristán?

No puedo decir que haya escrito el personaje de Héctor para José Sacristán, pero sí puedo decir que hoy no concibo otro rostro para él, otro cuerpo que el de Pepe para este personaje. Empecé a imaginar La colección cuando leí una entrevista a un matrimonio de personas mayores, y uno de los cuales decía una frase que aparece en la obra, y que dice precisamente Pepe: «Teniendo la edad que tenemos, y no teniendo hijos, es lógico que la gente se pregunte por el destino de nuestra colección». Pensé que ahí había una obra de teatro, y, de este modo, me decidí a escribir un texto sobre el deseo, porque el mundo de los coleccionistas es un mundo de fuertes deseos, pero también sobre el paso del tiempo, sobre nuestra relación con las cosas. Y finalmente sobre los dos grandes temas que son, a mi juicio, el amor y la muerte.

Había escrito la obra, y una noche estando en el Teatro de La Abadía, en la sala San Juan de la Cruz, me dije: «Tendría que hacer aquí La colección», pero sabía que tenía que encontrar a actores que fuesen capaces de encarnar esos personajes, en particular los de Héctor y Berna. Envié el texto a José Sacristán, como quien manda una carta a los Reyes Magos, y él me contestó al día siguiente que quería que nos reuniésemos, y además me hizo un precioso regalo. Me hizo un legado de unos programas de cine bellísimos, y su entusiasmo me entusiasmó.

José, ¿recuerdas qué fue lo que más te atrapó del texto la primera vez que lo leíste?

Me atrapó sobre todo la fortuna, la suerte, el privilegio de, saliendo del universo de Miguel Delibes, encontrarme con el universo de Juan Mayorga. Lo horizontal o lo vertical frente a una cierta oblicuidad; me pareció formidable. Lo que más me atrajo es poder salir ahí a decir unas cosas que tienen que ver con la humanidad en su conjunto, encarnado en un tipo con nombre y apellidos, con un pellejo, unos ojitos y una nariz y unos dedos maltrechos. Poder dar vida a un personaje, al margen de hablar de una serie de cosas de una cierta trascendencia, que tenga, para mí, lo que doy en llamar la lucidez del perdedor: el que sabe que la guerra está perdida, pero hay que librar la batalla cada día, porque la vida sigue mientras siga.

La colección es la gran protagonista de la obra, aunque esté ausente. La colección nunca se puede completar porque, como señala Walter Benjamin, «el coleccionista se colecciona a sí mismo en cada pieza». ¿Qué os parece esta afirmación? ¿La compartís?

J.S.: Totalmente.

J.M.: Benjamin, a quien mencionas y a quien dediqué mi trabajo doctoral y después un libro, es un personaje interesante porque es marxista y coleccionista; es alguien que, por un lado, pone la propiedad como sospecha, pero, por otro lado, su pasión, o una de ellas, es el coleccionismo. Y en el coleccionismo es fundamental la posesión, la propiedad. A veces digo que lo propio del coleccionista no es tanto la vista como el tacto, el poder tocar. Porque esto es mío, no solo lo veo, sino que lo toco porque es mío.

José Sacristán y Ana Marzoa son Héctor y Berna, un matrimonio sin hijos que busca un heredero para su colección.

Una de las cosas que dice Héctor tiene que ver con una convicción de Benjamin: cada nueva pieza es un empezar de nuevo, porque cada una de ellas transforma la colección y al mismo tiempo la pieza se transforma en la colección. Y, sí, acaso, podemos decir que el propio coleccionista acaba siendo una pieza de su propia colección. Se produce de algún modo una situación de abismo.

La idea de la que parte la obra es de la posibilidad de vivir pensando en dejar un legado. ¿Esto deja entrever, realmente, el gran conflicto universal del ser humano con la muerte, tal y como expresa en un determinado momento el personaje de Héctor?

J.M.: Tengo la impresión de que ellos se han convencido de que creen que realmente la colección no es un asunto personal, sino que los excede; que es más importante que la relación y que cada uno de ellos.  Y volviendo a tu primera pregunta y vinculándola a esto que dices, yo, sí, conforme pasan los días por mí, cada vez me hago más cargo de la idea de que somos un soplo y de que, sin embargo, tenemos una responsabilidad para con los que vienen; que es bueno entregarles algo y que, quizá, alguno pueda continuar algo que uno ha dicho o hecho. Creo que desde ahí piensan ellos que la colección los sobrevivirá, que ha de sobrevivirlos.

J.S.: Insistir en que mi idea de este Héctor está impregnada de una sensibilidad muy particular, porque simplemente no son solo los objetos, que él se resiste a llamarles piezas, son cosas. Y esas cosas son sonidos, son olores, somos nosotros. En definitiva, la universalidad, toda la dimensión cósmica de este Héctor reducirla a uno de Chinchón: que esto lo cuenta uno de Chinchón al que le pasan estas cosas. Y tiene esta sensibilidad de poder hablar de todo esto. Porque la colección no es solamente sumar objetos, la colección somos nosotros mismos. La suma de lo que vamos teniendo, conociendo, sintiendo, amando, odiando, enfermando, levantando, cayendo, todo eso. Luego sí, materializarlo en tener unos objetos, pero estos exceden desde lo puramente físico y material; hay algo que es la propia vida, la idea de la muerte incluso.

En un momento de la obra conversando con Berna, Héctor dice: «Es perverso, el amor a las cosas es diabólico». Aunque en la obra esta frase adquiere distintos matices, ¿creéis que este apego a lo material, en la gran era del consumismo, es cada vez más fuerte?

J.S.: Desde mi punto de vista, hablo como abogado defensor de Héctor, cuando él hace esta confidencia estrictamente personal está un poco mostrando un lado que ni él mismo se acaba de creer. Tiene dos frentes emocionales: por un lado, la belleza de los objetos y, por otro, su amor por esta mujer, Berna. Cuando este hombre hace esta confesión muestra un grado de debilidad en el que se siente confortado; es una artimaña, algo que argumenta en un momento determinado para dar salida a esa dualidad que todos tenemos dentro: qué hubiera pasado si, pero lo que ha pasado es lo que ha pasado y uno es consecuente con ello. Es como si el borracho maldice al fabricante de wiski.

J. M.: Yo creo, igual que Pepe, que cuando él está diciendo eso está presentando una posición muy frágil de la que probablemente no está convencido e inmediatamente Berna lo saca de esa idea. Porque es cierto que la relación con las cosas puede ser diabólica, demoniaca, y que cuando dejamos que las cosas dominen nuestra vida, en este mundo materialista, de espejos y de velocidad, pues probablemente eso sucede con frecuencia. Pero él está en otro orden de cosas. Para él lo importante no es la posesión de las cosas, sino, como dirá en cierto momento, la posesión del mundo. De algún modo, ellos ven en la colección la historia universal. Y en este sentido, hay un salto de lo material a lo espiritual.

Ana Marzoa, José Sacristán, Ignacio Jiménez y Zaira Montes abrirán las puertas de ‘La colección’ desde el 14 de marzo hasta el 21 de abril en el Teatro de La Abadía.

J.S.: Hay un ejemplo que a mí me gusta utilizar que es el «Rosebud» de Ciudadano Kane. Este gran coleccionador de vidas, pueblos, países. Lo tiene todo. Y lo último que dice es el nombre del trineo en el que se deslizaba. El «Rosebud» de este Héctor, en definitiva, es un álbum de fotos de boxeadores noqueados o maltratados.

Un amante del teatro, ¿qué es lo que más anhela coleccionar?

J.M.: Creo que momentos memorables. Yo coleccioné programas de teatro, y todavía me emociona ver un programa de una obra que vi a los 16 o 17 años. Pero creo que lo que coleccionamos los espectadores de este arte fugaz, pero que, sin embargo, persiste, son momentos. El teatro es un arte efímero, pero hay un lugar donde descansa, donde se custodia que es nuestra memoria y también nuestra imaginación.

J.S.: Pues yo coleccionaría espectadores (sonriendo), que no está mal.

J.M.: ¿Te los llevarías a casa?

J.S.: Coleccionar espectadores. No, rescatar lo que tiene ese momento del hecho teatral. Yo no hago distingos entre el cine, el teatro y la televisión, ni por géneros ni por medios. No hay categorías. Hacerlo bien es igual de difícil en cualquiera de los medios. Cuando me dicen que el teatro no se repite, el teatro no se repite porque no se puede, no porque no se deba. Porque en muchas ocasiones podríamos decir: «¿Por qué lo estamos haciendo tan mal?» O al preguntarle a alguien: «¿Qué día viste la función? El miércoles». Pues has visto la toma que no vale. Y luego, sobre todo, hay un señor que está en la fila 32 y no sabe si lloras, si ríes, qué cara tienes, mientras que una cámara puesta delante de ti a mí me infunde mucho respeto. Lo que sí tiene el teatro es la continuidad de la acción, y todo lo que ahí ocurre cuando hay complicidad con los compañeros y la propuesta es de intenciones, más allá de calidades o de talentos, porque esto no siempre se da.

¿Qué experiencia va a vivir el público que entre a La colección?

J.M.: Creo que este espectáculo va a ser, desde luego, memorable por el enorme trabajo de José Sacristán y Ana Marzoa, junto a los excelentes Nacho García y Zaida Montes, quienes, creo que, estarán de acuerdo conmigo en que ha sido un viaje extraordinario compartir con ellos la sala de ensayos. Sacristán y Marzoa tienen tal sabiduría, tal inteligencia y compromiso con su oficio que toda frase en boca de ellos parece buena, todo gesto resulta interesante. Y esto es fundamental porque considero que el teatro es el arte del actor y que los demás estamos acompañando. Lo que ellos hacen en escena va a ser muy importante para muchos espectadores y quedará en su memoria.

Juan Mayorga: «La colección es un espectáculo que pide la complicidad muy activa del espectador para que él imagine con nosotros»

Además, quiero pensar que este es un espectáculo que concita las cuatro fuerzas que intento convocar en mi teatro, que no sé si alcanzo, pero son las del teatro que amo. Hay acción porque hay deseos en marcha; hay emociones muy fuertes; hay pensamiento, y hay poesía porque la poesía es ese no acercarse a las cosas directamente, sino rodearlas. Es un espectáculo que pide la complicidad muy activa del espectador para que él imagine con nosotros.

J.S.: Sí, estoy totalmente de acuerdo con Juan. Hacer depositario de todo esto al espectador a través de un ser humano perfectamente reconocible en una primera instancia, del que luego puedan desprenderse lecturas o interpretaciones, hablándole al público de temas que tienen que ver con la condición humana. No tengo nada en contra de otras expresiones o formas del teatro, pero, en este caso, considerando la poesía, la acción, la emoción y el pensamiento, lo que busco es lograr que se eleve el mensaje por encima de la estatura del ser humano. Si no consigo esto es que me he equivocado.

Compra ya tus entradas:

Escrito por
Bea López TWITTER

Periodista y filóloga hispánica que ha hecho de su pasión por la cultura y las artes escénicas su forma de vida. Creadora de contenidos editoriales de TeatroMadrid y redactora de la Revista TM.

Artículos relacionados
Comentarios
Sé el primero en dejar tu comentario
¡Enlace copiado!