«En conversaciones con la gente que me rodea, encuentro un cierto consenso con algo que no funciona, un sentimiento de que hay algo que cambiar», reflexiona Luis Sorolla en la entrevista que le realizamos por su nuevo montaje Una puesta en escena de ‘La Revolución’. «Pero, a la vez, hay una frustración o incluso dificultad muy fuerte para sentir que pueden», añade. Entonces, es cuando al actor, director y dramaturgo le asaltan las siguientes preguntas: «¿Cómo conciliar ese deseo con lo posible? ¿Cómo hacerlo en el mundo en el que vivimos?».
¿La pieza conseguirá responder estas cuestiones? ¿Cómo lo harán? ¿Puede que las respuestas que nos damos sean, en realidad, preguntas encubiertas? Del 9 al 18 de febrero se podrá disfrutar en el Umbral de Primavera de este montaje cómico y absurdo que reflexiona sobre el concepto de ‘revolución’, sobre el uso de la repetición y sobre muchas más cosas que, seguro, el espectador irá descubriendo durante y después de la función.
¿Cómo surge en ti la creación de esta pieza?
Hace dos años y medio escribí parte de un ejercicio que daba vueltas a la idea de ‘revolución’. Me gustó mucho, me divirtió mucho hacerlo, incluso hicimos una pequeña prueba con algún colega. Luego, la idea se quedó por ahí, abandonada. Siempre estuve pensando en que era algo a lo que quería volver en algún momento. En realidad, durante mucho tiempo le he dado vueltas a esta pieza, aunque no me haya puesto hasta hace poco con ella.
El texto puede parecer sencillo en apariencia, pero una vez te sumerges en él te das cuenta de su profundidad. ¿Cómo ha sido el proceso de escritura?
Sigue moviéndose en los ensayos. Al escenificarlo, además, hemos descubierto cosas que funcionaban más y otras que funcionaban menos. El texto ha cambiado mucho pero, en esencia y estructura, se está manteniendo. Salió de manera bastante intuitiva, he tenido una sensación muy de juego y de vaciado lúdico. Por momentos, la premisa ha sido sonora, rítmica, de abandonar el sentido de la acción y estar solo en lo sonoro o en el juego con el concepto. Muchas veces nos hemos hecho la pregunta: «¿qué es lo que más me divertiría que pasara ahora?» y hemos confiado en que, ese, es un termómetro válido.
La conversación entre los personajes es muy picada, el ritmo y la escucha son muy importantes. ¿Cómo está siendo ese mano a mano con Juan Paños en la puesta en escena?
Aquí es donde debería aparecer Juan y hablarte de cuánto me odia como dramaturgo, —cosa que el Luis actor comparte también— (ríe). Es muy cansado, aunque un cansancio guay, gustoso y lúdico, pero es verdad que llega un momento en el que hay una sensación de tener el cerebro derretido. Eso te coloca en el estado que te pide el propio texto.
Está siendo un flechazo trabajar con Juan. Nos conocíamos, pero tampoco habíamos dedicado tanto tiempo ni tanto espacio en estar haciendo algo juntos. Estamos funcionando muy bien, nos estamos entendiendo genial. Se está generando una amistad, algo que para mí tiene mucho que ver con la propia obra y con los personajes. Intentamos hacerlo lo mejor que podemos, con la mayor de las ilusiones y estrellándonos en compañía e intentando sostenernos en ese estrellarse.
En el montaje, el recurso de la repetición es una constante.
Sí, hay algo de lo cíclico o repetitivo con respecto a situaciones políticas o sociales que se traducen a un juego con la repetición. También esta acción me interesa mucho por cuestiones estéticas y poéticas. Además, el propio teatro es una repetición: cada función es repetir, y a la vez, siempre es distinto.
En la repetición, por lo menos en el teatro, está la esencia de la profundización. Hay un autor americano que se llama Will Eno que en una de sus obras tiene una frase que me fascina. Se pregunta si la repetición es el camino hacia la profundización, para llegar a algo, o si es el fracaso de la audacia. Esta pregunta me interesa muchísimo, porque creo que es ambas cosas perfectamente.
¿Puede ser ambas cosas?
Creo que sí, depende del momento o la situación, puede ser una u otra. En términos vitales, también nos relacionamos mucho con la repetición. Volvemos a pensamientos, discursos, cosas y eso tiene que ver con estar profundizando en algo y, otras, con quedarse en un sitio y no avanzar.
La pieza me recuerda mucho al teatro del absurdo y, en especial, a la obra Esperando a Godot. ¿A qué o a quién esperan los personajes de Una puesta en escena de ‘La Revolución’?
Nos lo estamos preguntando todavía a día de hoy en los ensayos. De las cosas que más estoy disfrutando del proceso y de la obra que se ha creado es que, en realidad, no se habla de eso de una forma específica, sino que se refleja más en el concepto, se crea un espacio donde nos podemos relacionar con ello de muchas maneras.
¿Qué están esperando? Pues están deseando poder iniciar una revolución y comenzar algo nuevo, pero eso puede significar muchas cosas. Y hay ratos en los que siento que significa una y, otros, en los que siento que significa otra. Creo que la ausencia de concreción está dentro de la esencia de la propia pieza y de los personajes. Saben que desean algo y lo están intentando de una manera genuina y esperanzadora, con todas sus fuerzas. Pero tienen que descubrir cómo se hace. Me siento así con muchas cosas. (Ríe).
Creo que es un pensamiento que, en algún momento, todas las personas hemos tenido: la necesidad de encontrar la tecla correcta a ese cambio que ansiamos.
Miguel Valentín, en un momento del proceso, trajo esta cita:
«La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar». Eduardo Galeano.
Hay algo hermoso y reivindicativo en la búsqueda, en el intento. En no demonizar el fracaso.
¿Has encontrado respuestas a las preguntas que te hicieron iniciar este camino? ¿O te has topado con más preguntas? ¿Cuál es el porcentaje?
Pues está claramente descompensado hacia más preguntas (ríe). Pero, aunque creo que no hemos encontrado respuestas, sí hemos profundizado en las preguntas.
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