Micomicón es una compañía referente en el mundo teatral. No solo porque llevan más de veinte años proponiendo espectáculos, sino porque han conseguido un sello inconfundible. Laila Ripoll y Mariano Llorente, sus fundadores, han puesto en escena más de veinte montajes, muchos de ellos clásicos, de una calidad artística indiscutible.
Y si por algo son conocidos es por su implicación política. Los espectáculos de Micomicón abordan, sin paliativos, las consecuencias que las violencias políticas dejan en los ciudadanos. Han hablado de nuestra guerra civil y han dado nombres y apellidos reales para casos que se intentan camuflar. Han hablado de niños perdidos y desaparecidos. Nos han llevado a campos de concentración. Han convertido escenarios en campos de batalla. Nos han mostrado las vergüenzas de nuestra historia. Han cantado a la vida y a la libertad. Cantan, en presente, a la vida y a la libertad, y lo hacen sin miedos y sin medias tintas.
Su último espectáculo es Nuestros muertos, una obra que mezcla las dos violencias más terribles que han atravesado (que atraviesan) a nuestro país: la del régimen franquista y la etarra. El montaje estará en la Cuarta Pared del 18 de enero al 3 de febrero. Y hemos podido charlar con Mariano Llorente, su dramaturgo y director, que nos habla de libertad, de vida, de miedos y de censura.
¿Cómo estás?
Pues muy bien. Con ganas de estrenar la obra el 18 de enero en la Cuarta Pared. Estoy contento, estoy muy contento. Hacía mucho que yo no dirigía ni tenía un texto mío para Micomicón. Laila Ripoll y yo hemos hecho muchas codirecciones y hemos coescrito mucho. Pero ahora ha tocado esto y estoy muy contento. Me gusta mucho lo que estoy haciendo.
Dices que «ha tocado esto». Cuéntanos: ¿cómo surge el proyecto?
Escribí este texto en 2017. Pero estábamos con otras producciones. Y, por las circunstancias, Rif (de piojos y gas mostaza) se acaba antes de lo que hubiéramos querido: no nos salen más funciones. Era un espectáculo caro, de formato grande y tal. Y dije: «Yo tengo el impulso de hacer esto. Es el momento. Vamos a hacerlo». Ha habido varios noes antes de llegar aquí. Y uno ha sido fundamental, que no me importa decirlo: la comunidad de Madrid no nos ha dado ninguna subvención. No nos ha dado subvención porque dicen que no tenemos los puntos suficientes.
Ya, ya. «Los puntos suficientes». Seguro que el contenido de la obra algo ha tenido que ver… Pero luego hablaremos de esto.
Ya. Bueno, lo que estoy contando es objetivo. Ese es el dato objetivo. Y al final llegamos a la Cuarta Pared, que es como volver a casa. Siempre se lo digo a ellos. Llamamos a la puerta, nos abrieron y aquí estamos. Y la Cuarta me parece un espacio magnífico.
¿Y por qué empezaste a escribir este texto?
Micomicón, en los últimos casi veinte años, ha trabajado mucho sobre violencias de todo tipo. Y sobre todo las violencias políticas. La de la guerra civil, la de los campos de concentración, la de los rifeños… Todas están relacionadas, porque siempre hay unos personajes protagonistas que son los franquistas. Sin embargo, tenemos una violencia muy cercana, muy próxima: en el año 2011 ETA dejó las armas definitivamente. Yo ya había escrito sobre ETA, en el año 2004, un texto que creo que nunca verá las tablas. Y en algún momento, después de eso, pude constatar que hubo personas que sufrieron por la represión franquista y también por la violencia etarra. El propio Tomás y Valiente, al que la banda terrorista asesinó en su despacho de la universidad, es un ejemplo. En Nuestros muertos la protagonista es una mujer cuyo padre fue asesinado, cuando era niña, por Franco; y cuyo hijo ha sido asesinado por ETA. Esta mujer se enfrenta al etarra arrepentido que ha asesinado a su hijo. Y, naturalmente, en la conversación se va a hablar de lo que le pasó a su padre.
¿Por qué mezclas estas dos violencias?
Porque me parecen, al menos a mí, las dos violencias más espantosas que hemos sufrido en este país. La de Franco fue terrible por dimensiones, por número de muertos, por la dictadura. Y la de ETA ha hecho muchísimo en los últimos sesenta años. Y a mí, de todo esto, me interesa la víctima. Las víctimas de ETA son consideradas víctimas. Al principio fueron ninguneadas y humilladas, eso es verdad, y es terrible. Pero más adelante, afortunadamente, han sido rehabilitadas, al menos de algún modo. Tienen condición de víctimas. Sin embargo, las víctimas de la represión franquista son simplemente muertos de la guerra. Esa distinción, ese distinto tratamiento de la víctima, en función de una violencia o de la otra, me preocupaba. Por eso he querido juntarlas. Y que se miren a la cara las dos violencias.
En la obra hay un etarra arrepentido, pero en lo que le pasó al padre de tu protagonista, ¿habría alguien arrepentido?
No lo sabemos, porque esos ojos nunca estarán enfrente. No lo podemos saber. Pero sí sabemos que hubo y hay etarras arrepentidos. Lo sabemos porque existieron unos encuentros entre víctimas y miembros de ETA: la Vía Nanclares, se llamó, porque se celebró en Nanclares de Oca entre 2009 y 2011. Y hay que tener valor también para enfrentarse a las personas a las que hiciste tanto daño. En el caso de la represión franquista a veces parece que ni se sabe quiénes fueron los asesinos. Digo «parece», porque en realidad sí se podría rastrear e investigar a fondo. Hay gente, por ejemplo, que se quedó con las tierras de las familias a las que habían matado: se las robaron; porque no todos los asesinados eran unos muertos de hambre. Pero para rastrear todo eso haría falta mucha voluntad política.
Es verdad. Yo pensaba que el texto estaba escrito ahora, porque últimamente se vuelve a hablar de ETA en el panorama político.
Es que el Partido Popular, y lo nombro claramente porque me parece que hay que nombrar las cosas por su nombre, está haciendo un tratamiento de ETA casi siempre inadecuado. Y a mí este tema me parece tan doloroso, tan terrible… Y yo no tengo nada que ganar con esto. Yo no soy nadie. Hay incluso quien me reprocha que me meta en estos charcos si no soy ni vasco. ¿Y qué pasa, que el País Vasco está en otra galaxia? El hecho de que sea madrileño no me desmarca para que esta violencia me duela. Yo soy teatrero, y la vida que me rodea me afecta, me importa. Este tema me importa. Por eso me quiero enfrentar a él.
¿Y por qué decides hablar de esto en teatro?
Pues porque no sé hacer teatro de otra manera. Porque es el teatro que me sale, que nos sale a Micomicón, del corazón y del intelecto. Y además, es que, encima, no tenemos una fórmula para ganar dinero con el teatro: si la tuviéramos tal vez seguiríamos esa fórmula y punto. Pero como no la hay, hacemos esto. Ya que no nos da de comer, hacemos lo que nos sale del corazón, de la conciencia.
Pero, ¿por qué? ¿Por qué meterte, meteros, en estos charcos?
Porque es que hay que hacerlo. Hay que hacerlo. No sé. Por ejemplo, cuando Andrés Lima hizo sus espectáculos Shock 1 (El Cóndor y el Puma) y Shock 2 (La Tormenta y la Guerra) nos estaba avisando del ultraliberalismo atroz que podría producirse. Y fíjate lo que está pasando ahora. Yo agradezco muchísimo a Andrés que escribiera aquello; que avisara. Es que el teatro tiene que tener también responsabilidad. Belleza y humor también, sí. Pero el teatro sale de la vida, y los artistas estamos ahí, en la vida.
¿No te preocupa centrarte solo en un tema, en una única manera de hacer teatro o de contar historias?
Es que no puedo abarcar todos los puntos de vista. Ni todos los temas. Hay temas que me preocupan muchísimo, como el cambio climático o la violencia de género, pero no me sale escribir sobre ellos. No sé hacerlo. Y bueno, sé que es un camino complejo. Este proyecto, antes de ver la luz, ha tenido muchos noes de algunos teatros, como te decía. Y casi tiro la toalla. Es verdad, y eso sí es importante y quiero mencionarlo, que Ángel Jiménez, de Éride Ediciones, me dio un gran impulso. Él contactó con Micomicón porque quería editar teatro; sin más. Yo le mandé el texto y le gustó mucho. Y lo publicó. Eso me dio alas. Ahora va a hacer una segunda edición, un poco corregida después de los ensayos y la puesta en escena, para tener los libros en la Cuarta Pared, en el estreno, para quien quiera. Sin él y sin el sí de la Cuarta, sin esos dos pasos, el texto seguiría en el cajón.
¿Crees que los noes de otros teatros tienen que ver con la censura que estamos viviendo?
De esos teatros no lo sé, porque hay muchos motivos para programar o no una obra, no solo ideológicos. El «no» de la subvención de la comunidad de Madrid sí creo que tiene que ver con eso, claramente. Y en general, pues sí, efectivamente, va a haber muchos lugares ahora mismo que no nos querrán programar. Hablando claro: la presencia de Vox en los ayuntamientos ha sido un salto muy grande hacia… hacia el abismo. Con el PP a veces hemos tenido problemas de censuras, hace años, pero con Vox es que ya… Bueno, es que ya no es una cuestión de Vox: es que nos podemos llegar a autocensurar. Si más de la mitad de lugares en España tienen presencia política de ese partido, en esos lugares sabemos que no nos van a programar. Así que muchos creadores podemos empezar a plantearnos no hablar de equis temas. Han conseguido lo que querían, que es condicionar nuestra vida política, social y personal.
Además de la artística.
Sí, y lo vamos a tener difícil, pero bueno, eso no es una cosa que nos dé miedo. Porque ya partíamos con esa certeza cuando pusimos en pie Nuestros muertos. No es ninguna sorpresa.
Hablemos del montaje. ¿Cómo es?
Pues estéticamente es muy sencillo y muy áspero. Hay dos personas (María Álvarez y Carlos Jiménez-Alfaro) sentadas una frente a la otra que hablan de perfil. Una tarima, una mesa y poco más. Hay música, de Mariano Marín, que, es como que sale de atrás, está por debajo y genera atmósferas pero no sobresale nunca. El montaje es sencillo porque no hay ningún lucimiento. Eso es lo especial, yo creo. Es teatro de texto. Y el texto es muy largo. Mucho. De hecho, el texto que se puede leer en libro tiene un formato concreto: el diálogo de la madre y el etarra se mezcla con acotaciones extensísimas en las que se recuerda la historia de ellos. Son acotaciones narradas, casi en forma de novela.
¿Y cómo se ha llevado esa narración a escena?
Podíamos haber optado, por ejemplo, por meter vídeo. Pero, en este caso, todo ese recuerdo está vivido en escena por otros dos actores: Clara Cabrera y Javi Díaz. Ella es el recuerdo de la mujer y él, del etarra. En el texto no aparecen como personajes, pero los he convertido en eso porque me parece que esas dos presencias aportan sencillez y profundidad al espectáculo.
Con un texto tan áspero, imagino que los ensayos habrán sido duros, ¿no?
Bueno, yo lo que procuraba siempre es que ellos estuviesen en todo momento muy a gusto, que nunca se forzaran las emociones. Ni el dolor, ni los llantos. Si todo eso llegaba, llegaba. Ellos tenían que estar pensando solo en el texto. Y están magníficos. Y no tienen casi descansos. Bueno, Carlos no sale de escena. Cuando entra el público, él ya está ahí, y se queda ahí cuando se va la anciana. Él no se mueve de la silla, se cambia un poco, se gira, pero nada más durante hora y media.
Qué complicado, sí.
Sí, porque aunque no hemos forzado ninguna emoción, lo cierto es que el texto tiene implicación emocional. De ella, al evocar la muerte del padre y del hijo. Y de él, al enfrentarse a eso y al recordar su propia vida y, entre otras cosas, a su madre.
¿Por qué la protagonista, la anciana, es una mujer?
Pues porque yo conocí a Ascensión Mendieta. Cuando empecé a escribir, hace años, el personaje era un señor mayor, un abuelo. Pero después conocí a Ascensión y el personaje se convirtió en una mujer. El personaje no es ella: yo no he hecho teatro documento. Pero sí he querido que fuera tan luminosa como ella. Me acuerdo mucho de ella esperando a que sacaran el cuerpo de su padre de aquellas fosas comunes.
Ascensión Mendieta, para quien no lo sepa, fue una mujer que luchó para recuperar el cuerpo de su padre, Timoteo Mendieta, de la fosa común del cementerio de Guadalajara.
Esta mujer aguantó hasta los 88 años y, gracias a la querella argentina, consiguió que se abrieran las fosas. Ahí dentro habrá como setecientas personas fusiladas y tiradas. Y digo «tiradas» porque fueron arrojadas una tras otra. Son hoyos muy profundos para que cupieran muchas personas en cada agujero. Habrá como quince o veinte fosas, y solo se han exhumado dos, porque el padre de Ascención estaba en la segunda que se abrió. Esta mujer murió un año después de encontrar a su padre.
Y el personaje que has construido en la obra está inspirado en ella. La hija de un asesinado por el régimen franquista, a la que incorporas la condición de madre de un asesinado por la banda terrorista ETA.
Sí. Sentía que ese dolor lo podía contar mucho mejor desde una mujer. Una mujer que es hija y madre. Las madres tienen mucha presencia en esta obra.
¿Cómo te gustaría que saliera el público tras ver la obra?
Con conocimiento. Con conocimiento. Yo creo que se va a emocionar. El público se va a emocionar si se engancha a la historia. Pero me gustaría que, tras la emoción, hubiera conocimiento. Como te he dicho ya, en la obra me meto en muchos charcos: no evito el tema de las torturas, ni tampoco los GAL. Y tampoco caigo en la simpleza de decir que es que las guerras son muy malas. Lo son. Pero hay quien las provoca. Una oligarquía provocó todo eso, y la otra parte se defendió. Y lo hizo con violencia, claro, porque las guerras son violentas. Pero una violencia estuvo claramente orquestada. Y no evito hablar de eso. Todo eso está, porque si no, al plato le faltarían condimentos. De todo se habla con claridad. Y no estoy de acuerdo con todo lo que dicen, pero es que yo soy más pequeño que lo que dicen los personajes. Así que, en resumen, querría que el publico saliera con conocimiento. Y ojalá la obra genere debate.
¿Con qué frase de la obra te quedas?
«Los restos de mi padre y de mi hijo descansan juntos».
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