Pablo Martínez Bravo: «Nunca dejaré de ser el niño de ‘La Portera’, lo que sé me lo dio el estar allí»

José Antonio Alba

Son pocos los aficionados al teatro que no reconozcan a Pablo Martínez Bravo, quien más o quien menos, hemos intercambiado alguna una sonrisa con él cuando hemos visitado las míticas La Casa de la Portera y La Pensión de las Pulgas, donde nos daba la bienvenida desde su taquilla. También hemos leído su nombre en los programas de mano de un buen ramillete de espectáculos firmados por creadores como Luis Luque, Alberto Conejero, Juan Mairena, Alberto Velasco, Carlos Be o Iñigo Guardamino, con quienes se ha ido curtiendo a base de colaboraciones y ayudantías de dirección.

Pero Pablo Martínez Bravo tiene su propia identidad como artista, títulos como Insolventes, El año que mi corazón se rompió, La noche que amé a Pasolini – Su primera incursión en la dramaturgia – y la recién estrenada Hasta Palomares, que ahora podemos ver en la Sala Nueve Norte, lo atestiguan. Un director emergente perteneciente a una nueva generación de artistas que comienza a poblar nuestras salas, que además cuenta con el privilegio de haber vivido desde dentro una de las épocas más efervescentes de nuestro panorama teatral reciente; con él hemos querido conversar y conocer más sobre su teatro.

Teatro Madrid.- Pablo, ya han sido varios los títulos que has dirigido, pero no habías tocado la comedia hasta ahora que has estrenado Hasta Palomares.

Pablo Martínez Bravo.- Me apetecía hacer una comedia por la reacción del publico, porque recibes otro feedback diferente al drama. Con el drama es más fácil conectar, puedes salir más tocado o menos, pero te afecta, en cambio, el humor de cada uno es muy particular. Por ejemplo, Iñigo Guardamino, él tiene un humor que a mí me encanta, pero hay gente a la que no le hace gracia porque juega con unos temas muy peliagudos y que escuecen, pero a mí me parece muy guay porque desde la comedia se pueden contar muchas cosas y reflexionar. A mí me interesa mucho la gente que cuenta cosas desde la comedia, con un trasfondo.

TM.- ¿Qué nos puedes contar sobre Hasta Palomares?

PMB.- Es una comedia de Adrián Perea, que tiene 21 años, ¡pero que escribe que te mueres! Sobre todo comedia, porque él tiene claro que lo que quiere es hacer comedia, que los dramas no le interesan. La obra bebe mucho del cine de Almodovar, de esas historias de madre e hijas que se reencuentran después de años. Me interesa porque hace un homenaje al cine español y habla de cómo muchas veces no somos capaces ni de decirnos “Te quiero”. En esta sociedad nos cuesta mucho hablar y expresar las cosas por miedo al rechazo. Es más fácil guardárselo, aunque después explotes por otro lado. Sobre todo a los hombres, que nos han enseñado a no llorar ni hablar de los sentimientos. Hay mucha tendencia en esta sociedad a mostrar la cara bonita y lo bien que estamos y no somos así para nada. Hay días que estamos bien y otros hechos mierda y eso también es bonito, porque de estar hecho mierda pueden salir muchas cosas interesantes y necesarias.

TM.- Hablas de que estás harto de que los hombres no puedan tener sentimientos, ¿por eso en Hasta Palomares los géneros no existen?

PMB.- (Se ríe) Este era el proyecto de 2º o 3º de la RESAD de Adri y me lo contó “Esto va de una señora que tiene superpoderes porque han caído bombas con Plutonio y además habla con frases de Almodovar”, en cuanto me lo contó le dije “Vale, yo te la dirijo. ¡Esto suena a mí por todos lados!” y comencé a darle vueltas al reparto y le dije “Sería muy divertido que el personaje de la madre lo hiciera un hombre” Ya que tiene poderes y es rara, que sea un hombre, y que todo sea por culpa de las mutaciones. Me hacía gracia que Pepe (José Emilio Vera) lo hiciera con la barba. Quería que se viera a una señora, pero que se le vean los pelos en los brazos, la barba… y luego que me parece muy divertido jugar con los géneros, creo que es muy ridículo todo lo que marca lo femenino y lo masculino, ¿por qué unas cosas son masculinas y otras femeninas? ¡Porque alguien lo dijo! Pues no. Estas son mis pequeñas luchas dentro del teatro, romper con los géneros. Ya que nos dicen lo que una persona tiene que hacer, lo que no, cómo tiene que ser, por lo menos hay que cuestionárselo. A Adri le hizo mucha gracia y lo ha incluido en las acotaciones del texto por si alguien más lo monta.

TM.- Además de dirigir Hasta Palomares, estás haciendo la ayudantía de Metálica para Iñigo Guardamino en el CDN, montando coreografías para otros espectáculos y terminando el último curso de Dirección en la RESAD ¿Cómo logras estar en tantos frentes y tan dispares?

PMB.- ¡Me está costando que me salgan muchas canas! (Se ríe) Ha sido un año muy duro, pero estoy muy feliz porque he estado en proyectos en los que he disfrutado mucho, pero ha sido muy agotador. Sé que todos necesitamos vacaciones, a mí normalmente no me gustan mucho las vacaciones porque me aburro sin hacer nada, pero este año las necesito porque estoy mentalmente agotado. Pero es verdad que es que, este año, las cosas que me han ofrecido han sido muy interesantes.

TM.- Tiene que ser complicado estar al 100% en todo, ¿no?

PMB.- Yo intento estarlo y creo que lo he conseguido, he estado bastante implicado en todo. Lo que sí me ha pasado es, cuando estás con la gente, el no saber con quién hablas qué ni a quién cuentas qué.

TM.- Entre ayudantías y direcciones, el espectro teatral que estás tocando es amplísimo. Te da la oportunidad de combinar propuestas del Off y grandes producciones. ¿Qué sacas de cada uno?

PMB.- Quizá donde más he aprendido de teatro ha sido en La Casa de la Portera, por la cantidad de personas que han pasado por ahí y que he conocido. He aprendido de muchos tipos de teatro distinto, pero sobre todo de cómo hacerlos desde la nada y cuando llegas a sitios como el CDN, donde hay otras facilidades, lo aprecias mucho. Disfruto haciendo ambos tipos de teatro. Por ejemplo, en el Off tienes la cercanía, el que todo el mundo esté a favor, aprendes a solventar con ingenio, aprendes cuando tienes a todos los actores desmontando, al técnico, al autor, todos dando el callo; cuando vives eso, valoras mucho más la labor de todo el mundo, el ser un equipo, porque sin esa gente, desde el director, al primer actor como quien limpia, no sale la función. En la escuela yo veo que a algunos les falta mucho Off.

TM.- ¿Queda mucho aún del niño de La Portera?

PMB.- Queda y quedará. La Portera fue mi casa y allí es donde más aprendí, porque allí no había nada, solo la casa. Veías Cenizas de Chevi Muraday y era una cosa diferente a cuando veías Cerda o Peceras y lo hacían sin nada. Todos los autores que ahora han despuntado, Conejero, Bezerra, Padilla, Rojano, todos han pasado por allí y siento que La Portera cambió muchas cosas del teatro en Madrid, dio muchas oportunidades a los que ahora están llegando a otros sitios, porque allí pudieron hacer eso que en otros lugares no hubieran podido. Poder haber sido parte de esa revolución, para mí es muy importante. Nunca dejaré de ser el niño de La Portera ni quiero dejar de serlo porque todo lo que aprendí ahí, la gente que conocí, todas las oportunidades, me lo dio el estar allí.

No sé si fue cosa del destino, pero yo me presenté tres veces a la RESAD y el primer año, cuando no me cogieron, pensé «¿y ahora que hago?» Para mí fue el horror y llamé a Jose (Martret) y le dije “Sé que vais a abrir La Pensión de las Pulgas, ¿necesitáis a alguien?” Y me dijo que allí no, pero que en La Portera sí y creo que gracias a eso, no sé si soy mejor o peor director, pero creo que mucho lo he aprendido ahí y ese “no” de la RESAD que, en ese momento, me pareció malísimo, seguramente sea lo mejor que me ha pasado en mi vida. Gracias a eso he conocido a la gente que he conocido y he trabajado donde he trabajado. Guardamino, Carlos Be, Conejero, Alberto Velasco… yo en taquilla me leía los textos que llevaban a Jose.

TM.- ¡Has sido un privilegiado! Primero han pasado por tus manos todos esos proyectos que luego se convirtieron en grandes títulos.

PMB.- Ahí leí Cliff. Recuerdo que cuando estaban haciendo El huerto de guindos, estaba leyendo Cliff y me venía Consuelo Trujillo a pedir cosas y yo le decía “Espera Consuelo” me terminaba las frases y después la atendía (Risas) Luego mira ¡Consuelo y Conejero trabajando juntos! Cuando vi a Alberto Velasco al día siguiente de leérmelo le dije que yo quería estar con ellos en ese montaje y meses después me llamaron para que les hiciera de ayudante de dirección y para mí, personalmente, es uno de los mejores montajes que he hecho. Gracias a estar en La Portera pude hacerlo.

TM.- ¿Cuál es el mejor consejo que te han dado y que a día de hoy sigues aplicando?

PMB.- En ese momento de rechazo de la RESAD, vi un curso en el que estaba Luis Luque como profesor, me puse en contacto con él por si podía hacerlo y Luis que es, además de un gran director, una grandísima persona, me llamó, hablamos y me dio un consejo, ¡ahora me odia porque siempre se lo recuerdo!, me dijo “Proyecto que veas que te interesa, ofrécete. El «No» ya lo tienes”, me lo tomé al pie de la letra, lo he hecho en varias ocasiones, muchas no me han salido, pero en otras he estado en proyectos por haber preguntado si necesitaban un ayudante de dirección. ¡Luis Luque es mi «Señor Miyagi»!

TM.- Aprovechando que hablamos de las ayudantías, ¿cómo definirías tú la labor de un ayudante de dirección?

PMB.- Un ayudante de dirección es la mano derecha del director, pero sobre todo es el «solucionador de problemas» ¿A qué se dedica? A que no haya crisis en el equipo, siendo el nexo de todos los departamentos. Cuando hay “pequeños dramas sobre arena azul” como diría Abril Zamora, es el ayudante es a quien se recurre. No hay unas tareas concretas, es quien está resolviendo o procurando que los problemas no vayan a más. Sobre todo es quitarle preocupaciones al director para que pueda centrarse al máximo en la dirección.

TM.- ¿Cuáles son tus referentes como director?

PMB.- Para mí hay cuatro directores referentes: Luis Luque, Pablo Messiez, Miguel del Arco y Claudio Tolcachir, no tiene mucho que ver su teatro entre sí, pero tienen dos cosas en común que son que siempre trabajan con el mismo equipo y que cuando hacen montajes vas a verlos porque los dirigen ellos, más allá de quién esté en el reparto. Luego hay gente a la que admiro mucho por cómo trabaja y con la que he trabajado como Alberto Velasco o Iñigo Guardamino; también estoy muy flipado con el trabajo de Sergio Blanco o Simon Stone. Me interesa mucho que cuidan a su equipo porque eso luego se transmite sobre el escenario, por ejemplo, eso también lo noto con Alfredo Sanzol, hace que yo también quiera estar ahí, pasándomelo tan bien como se lo pasan ellos.

TM.- Tú perteneces a una generación que está comenzando a darle nuevos aires al panorama escénico, recomiéndanos nombres a los que no debemos perder de vista.

PMB.- ¡A Adrián Perea no hay que perdérselo! Es muy heavy lo que hace, cómo trata temas espinosos desde la comedia y desde la verdad. A mí me emociona mucho. Siempre que voy a ver algo suyo, salgo emocionado. También Julio Rojas, me encanta como actor, pero es que además escribe muy bien y Aaron Lobato me gusta mucho como dirige, tiene un sello muy personal.

José Antonio Alba / @joseaalba

Fotos cortesía de Pablo Martínez Bravo

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