Javier Manzanera y Celia Nadal son Perigallo Teatro y regresan al Teatro del Barrio con su exitosa propuesta Cabezas de cartel, una comedia sobre la necesidad de sentirnos importantes, dirigida por Luis Felpeto. Hablamos con ellos por videollamada -unos días antes de su estreno en el Teatro Lara la pasada temporada- para saber un poco más sobre esta pieza.
Celia y Javier son espontáneos, divertidos y generosos, no se guardan nada para ellos y tiñen cada palabra de una pasión genuina por su trabajo. La complicidad y la confianza construida tras años de mucho esfuerzo y escucha entre ellos está presente también en nuestra charla. Son un equipo que se termina las frases y se hace reír, es inevitable no dejarse contagiar por su buen rollo.
Bueno, ¿cómo estáis?
Javier Manzanera: Muy contentos, muy ilusionados con el Lara y con otros proyectos que tenemos en el aire que nos están renovando.
Qué alegría da escuchar esto en un momento tan complicado…
Celia Nadal: La verdad es que sí, en este momento y con esta edad. Es muy buen momento para que pasen cosas nuevas.
¿Qué tiene que ver la edad con esto?
C.N. El otro día escribió Javi en algún sitio algo así como que «a partir de los cincuenta no dar las cosas por hechas es lo que te renueva la ilusión».
J.M. Hay que ir renovando la ilusión con el paso de los años, sobre todo, por cambiar de objeto de deseo. A veces se queda uno como en stand by, como en un naufragio de no-ilusión y ¡qué va! Es simplemente un puente hacia nuevas ilusiones.
¿Cuál es vuestro objeto de deseo?
J.M. Seguir haciendo lo que hacemos y que sean proyectos que nos muevan, que nos toquen la fibra.
C.N. Sí, que nos sorprendan. De repente que veamos una senda nueva, una diferente. Es importante.
J.M. Cuando nosotros empezamos a escribir, a inventarnos historias, no sabíamos que podíamos hacerlo. Habíamos estudiado Arte Dramático, pero verdaderamente no teníamos esa concepción de nosotros. Pero te pones y te sorprendes, descubres que escribes y que te gusta, y llega un momento que surgen otros formatos, otras cosas que no sabes hacer pero que puedes tener la insolencia de atreverte. Te puedes comer el producto con papas, que eso ya nos ha pasado, pero por suerte, en esto, el fracaso no te mata.
Habláis de los comienzos, lleváis más de diez años trabajando juntos.
C.N. Sí, es lo que tiene, que pasa el tiempo.
J.M. Nos conocimos en 2008 y así empezamos a soñar juntos.
C.N. Cuando llevas ya un tiempito reflexionar sobre estas cosas de las que hablamos es importante porque si no empiezas a deberte a las expectativas que tienes de ti. A lo que se supone que sabes hacer, a lo que se te da bien, a «si esta está bien, pero aquella otra era más vuestra» y dices, dios mío, que empiece a sorprenderme porque si no voy a ir a cubrir expediente, a no defraudarme y a que la gente tenga lo que espera de nosotros y al final eso te mata.
J.M. Viene dándose que cuando se cierra la escritura de la obra vemos que hay una frase impulsora. Y la frase impulsora de nuestra primera obra, con la que nos pegamos un batacazo.
C.N. Un batacazo extraordinario (ríe).
J.M. Sí. La frase, de David Mamet dice: «Actúa antes de tener una buena opinión de ti». Y fíjate que, años después, sigue resonando el cabrón… (ríen)
¿Cuál es el secreto para que una compañía sobreviva tantos años?
C.N. Para nosotros es «menos mal que trabajamos el uno con el otro». Además, somos tan diferentes que hacemos un buen complemento. En ese sentido somos muy afortunados. Aunque suene a cuento de hadas, tengo la sensación de «menos mal». Yo sola no sería capaz de hacer esto. El contacto de forma permanente, te exige ser más cuidadoso, pasamos mucho tiempo juntos, pero sin Javi no estaría haciendo esto.
J.M. Hicimos la apuesta de soñar juntos y aquí seguimos.
C.N. No, pero ¡dilo! Él tampoco estaría haciendo esto sin mí. Yo es que a veces digo estas cosas para que me devuelvan el cumplido (los dos se ríen).
Bueno, vamos a centrarnos, para poner en contexto a quien no conozca el espectáculo, ¿de qué habla Cabezas de cartel?
C.N. Yo creo que Cabezas de cartel habla de nosotros como gente de teatro y de nosotros como seres humanos y habla de nuestra necesidad de ser reconocidos, de ser queridos y aceptados, de ser aplaudidos y nuestra necesidad también de tener cierta tranquilidad y asegurarnos la vida.
J.M. También habla de hacer lo correcto, de lo que te deja bien más allá de moralidades. Y de ese pulso entre hacer lo correcto o no hacernos más preguntas y seguir sin preguntarnos.
¿De dónde parte esta historia? ¿Cómo nace?
J.M. El pulso lo hemos mantenido desde el principio, desde que empezamos en el oficio. Tienes que tomar decisiones sobre qué quieres hablar, qué temas eliges. Valorar muchas cosas que si se hacen desde el filtro de lo que te deja bien, pues es un buen camino, pero no siempre está claro. A veces hay intereses, hay cosas que nos confunden. Somos fácilmente corruptibles, podemos llegar a convencernos de cosas que no son correctas. Esto conecta el oficio con decisiones de vida.
C.N.La idea de esta función arrancó en una feria, en un contexto teatral, laboral y en este tipo de espacios tú observas lo iguales que somos todos, cómo estamos cortados por la misma necesidad, por el mismo patrón. Luego, esa batalla interior que tenga cada uno es absolutamente privada, pero de puertas para afuera somos muy parecidos. Recuerdo una vez que hicimos una función en una feria que fue un superexitazo y al acabar, claro, había programadores por un tubo, y al acabar la función yo estaba deseando darme un baño de multitudes porque sabía que allí donde me parase me iban a decir enhorabuena, qué bien lo habéis hecho, menuda obra habéis escrito y ¡qué guapa eres! (ríen). Y Javi me dijo: ¿Sí?, ¿te vas a hacer eso?» Y dije: «Mierda, ¡me ha pillado!» Y esa época creo que fue un buen germen para esta función. Empezábamos a tener presencia en los teatros… Y no es que te lo creas, es que es tan poco frecuente que te adoren, dices «hombre, esta no me la pierdo yo» (ríe). Entonces, o te paras y miras tu necesidad de ser adorado o puedes hacer un ridículo extraordinario.
J.M. Luego ya, a toro pasado, que la obra se estrenó hace año y medio, lo que tomo conciencia es que hemos escrito un recordatorio para nosotros mismos. Ahora que estamos abordando el siguiente proyecto nos llega la duda: «Cómo hemos hecho las otras». Y cuando hacemos un bolo de Cabezas de cartel, decimos: «Coño, si ya lo decimos aquí».
En la obra también hay un poco de autocrítica, ¿no?
C.N. Pues toda de la que hemos sido capaces, la verdad, porque hemos intentado darnos bastante la vuelta. Seguro que se puede hacer más profundamente y mejor. Seguro que se puede uno sacar la tiras de pellejo, pero… Bueno, hay mucho donde rascar.
J.M. Luego llegamos al proceso de ensayos con la obra escrita a un 60% y ya nos juntamos con Luis, el director, y nos metimos en un laboratorio que tenemos en el pueblo y fue maravilloso. Terminamos de crear la obra desde el juego.
J.M. Luis es extraordinario para dirigirnos. Nos conoce perfectamente y nos aguanta con mucha dignidad y mucho amor. Con él hemos tenido momentos extraordinarios y muy divertidos.
C.N. Había momentos donde paraba y decía: «¿qué sois?». Había momentos que nos teníamos que salir del escenario para saber que estábamos fuera del personaje.
¿Qué tenéis vosotros de los personajes de la función y qué tienen ellos de vosotros?
J.M. Son la deformación de nosotros mismos. Nos hemos estirado a nosotros mismos y nos hemos llevado un punto más allá. Se llaman casi igual que nosotros. Ella se llama Vidal en vez de Nadal. Vidal sale de una crítica que nos hicieron una vez. Decía «Celia Vidal…».
C.N. Una crítica en un medio importantísimo, la primera crítica que me hacían en ese medio y van y me cambian el apellido.
J.M. De pronto eso te jode el titular y dijimos desde aquí, tenemos que tirar. A mí me han llegado a llamar Manzanero, Manzanares… ¡Una vez me llamaron Miguel Hernández! Entonces, ¿qué hemos hecho ahí? Hemos partido de esa fragilidad, ese «pellizquico» que nos da en el ego cuando se equivocan con nuestros apellidos y nuestras ganas de reconocimiento y nos hemos llevado un punto más allá.
C.N. Sí, nos hemos estirado hasta deformarnos una chispa. Además, en la obra está muy presente Valle-Inclán y el esperpento, y entonces dijimos, es perfecto para estirarnos y deformarnos y atravesar el cliché. Por ejemplo, yo que soy una tía bastante necesitada del amor de los demás, pues aquí soy una barbaridad. Si yo tengo una hija así, le voy dando capones de aquí a Madrid. Javi es muy reflexivo, a veces tirando a obsesivo por hacer las cosas de una determinada manera y aquí lo hemos estirado y es insoportable. En la obra incluso hablamos de no juzgarnos por esas cosas. Son unos insoportables con causa, son muy bonicos, yo les he cogido mucho cariño – menos mal- (ríe).
¿Cómo se afronta este nivel de exposición, el trabajo con un material tan personal?
J.M. Sí, es delicado y es necesario. Si fuera sobre otras cosas que no nos tocaran de lleno, yo no sería capaz de escribir nada. Para atravesar ese juego, te tiene que importar mucho, tiene que ver contigo. Si no tiene que ver contigo, para qué te vas a meter en ese follón. Que no es todo un camino de rosas, que es elegido y maravilloso, pero que es una angustia. Afrontar ciertas cosas de ti es complicado. Yo lo hago con la esperanza de darme la vuelta yo. Si luego alguien del público lo contempla en la misma frecuencia y le toca en algún lugar, cojonudo. Pero yo creo que la creación a quien cambia es al que crea.
C.N. Que nos vaya la vida en ello, si no, para qué.