EN EL TEATRO DE LA ABADÍA

Raúl Cortés: «El humor es nuestra tabla de salvación»

'Solo queda caer' es una comedia canalla y bufonesca que reflexiona sobre cómo el poder mira hacia el arte y sus artistas

Andrea Garriga

Una pieza creada desde la periferia con los ingredientes de las disputas ibéricas.

Del 29 de febrero al 10 de marzo se mostrará en el Teatro de la Abadía esta comedia canalla y bufonesca llamada Solo queda caer. Según Raúl Cortés, el director y dramaturgo del montaje, la pieza es «un retrato de los mecanismos del poder y de cómo opera a todos los niveles».

Con su compañía ubicada en Morón de la Frontera, La Periférica, compañía de cómicos, el autor reivindica «la impertinencia como valor teatral frente a un sistema de cosas que provocan mucha rabia». En TeatroMadrid conversamos con él sobre el espectáculo, reflexionamos sobre el ansia de poder y observamos la posibilidad de crear y descubrirse como artistas fuera de los núcleos urbanos.

¿Por qué nace Solo queda caer?

Solo queda caer y toda nuestra escritura comienza en un abismo. Como compañía independiente —y diría que se puede extender a cualquier orden de la vida—, tenemos la sensación de que siempre estamos a punto de caer. Nos sentíamos al borde del precipicio y, en ese momento, decidimos reírnos de todo. Podemos caer y probablemente vamos a caer pero hay algo que no nos va a quitar nadie: el sentido del humor. En esa caída rabiosa, en ese precipitarnos al abismo, nos reímos de todo empezando por nosotros mismos.

¿Qué papel tiene el humor a la hora de comprender las situaciones difíciles de la vida?

Creo que es nuestra tabla de salvación. La señal de inteligencia que nos queda para no tirarnos por el puente de Triana. Pero no es un reírse por reír, es una risa con contenido, una risa que te hace reflexionar el porqué de esa carcajada y que descubre el ridículo, el patetismo que guardamos en nuestro interior. Creo que si no somos capaces de reírnos de nosotros mismos es que algo de esa rabia se ha quedado todavía ahí, no ha sanado, no ha cicatrizado.

Imagen de 'Solo queda caer' de Raúl Cortés

Cristina Mateos, Pablo Rodríguez y Sara Velasco interpretan a los personajes de esta pieza.

¿Y de qué os reís en esta obra?

Solo queda caer es un retrato de los mecanismos del poder y cómo opera a todos los niveles. Da igual si nos referimos a estratos altos o bajos, el poder tiene la misma virtud en todos lados: saca de nosotros lo peor, hace aflorar nuestra parte más miserable.

Los tres personajes de Solo queda caer son despojos, insignificantes socialmente, pero como están cerca de una cosa que ellos identifican como el poder, se creen algo y comienzan una lucha entre ellos, una lucha por las migajas. Ahí aflora todo lo doloroso, todo lo patético de nuestra condición y de nuestras ambiciones. Hiere ver cómo nos desollamos vivos por subir un poquito más que el otro, por ascender unos centímetros más por esta escalera hacia la nada. Desgraciadamente, esto pasa en todos los estratos de la vida y sigue pasando también en el ámbito artístico.

¿Por qué esa necesidad del ser humano de ponerse por encima del otro?

Baruch Spinoza decía que siempre había algo traumático en el encuentro con el otro. Si el encuentro es favorable, el ser humano tiende a reunirse, a juntarse más y es más feliz. Si el encuentro es negativo, el individualismo crece, nos dispersamos más y la sociedad se convierte en un ente un poco más pesimista. Creo que este último es un proyecto político de nuestra época. El ponernos a competir y meternos en una dinámica frenética en la que no podemos parar nos somete a una violencia que luego es la que ofrecemos a los demás en nuestras relaciones.

Por eso en La Periférica defendemos nuestro derecho a parar. A parar para cuestionar todo este sistema y los parámetros sobre los que se asienta. Parar para cuidar nuestros procesos de búsqueda y para cuidarnos a nosotros mismos y nosotras mismas. Descubrir cuáles son nuestras propias necesidades y no las del mercado. Para reivindicar la impertinencia como valor teatral frente a un sistema de cosas que nos provoca mucha rabia.

¿Cómo y cuándo nace la compañía de cómicos La Periférica?

Acabamos de cumplir 22 años, la compañía nació en febrero de 2002, en Morón de La Frontera, el pueblo de donde somos y donde vivimos actualmente. Somos de pueblo, nos sentimos de pueblo y defendemos la opción de hacer arte desde el pueblo. No tenemos nada en contra de la gente que quiere irse a los grandes centros de producción, pero sí nos rebelamos un poco contra la imposición. A veces parece que todo tiene que pasar por ir a las grandes capitales y a nosotros no se nos acomodaba esa idea. La Periférica se llama así porque es una declaración de principios. El pueblo tiene más sigilo, menos prisa y esos factores para nosotros son fundamentales a la hora de introducirnos en el proceso de creación.

«Parece que las grandes ciudades tienen como una especie de canto de sirena al que no nos podemos resistir»

¿Qué os proporciona como artistas el hecho de vivir alejados de los grandes núcleos?

Algo bueno y bastantes cosas malas. No solo somos del sur por estar en Andalucía, al habitar un pueblo es como si fuéramos el sur del sur. Percibimos una barrera por estar totalmente alejados del mundillo teatral. La dificultad para romper esa frontera invisible es grande, pero para nosotros esto no es solo una cuestión geográfica, también es un concepto político y poético. Entendemos la periferia como una grieta dentro de esos grandes muros que son los centros de producción. Es el contrapeso a todas estas corrientes estéticas y hegemónicas que nos llegan de las grandes capitales occidentales: Madrid, Barcelona, París, Berlín, Nueva York…

Reivindicamos la periferia como un espacio de creación tan digno como las grandes capitales. Necesitamos tiempo para desarrollar nuestro propio lenguaje teatral, uno que obedezca a nuestras propias necesidades y no a las del mercado. Replegarse en el pueblo permite transitar este camino con más lucidez, pero es cierto que luego tenemos que enfrentarnos a esos márgenes y dar un salto mortal para poder acceder a ciertos circuitos o teatros.

¿Puede verse más reflejada la esencia del país en un pueblo que en una ciudad?

No lo sé porque últimamente los pueblos se están desalojando y abandonando tanto que parece que las grandes ciudades tienen como una especie de canto de sirena al que no nos podemos resistir.

Desde nuestro trabajo intentamos romper la uniformización de las expresiones culturales. Cuando hablamos del teatro popular o de recuperar a través del teatro el habla popular, es una empresa ardua. Yo vengo de una familia bastante humilde, mi padre no sabe ni leer ni escribir y mi madre aprendió ya de mayor pero si les escucho hablar, veo que tienen un registro popular mucho más elevado que el mío. Mis abuelos tenían un registro incluso más amplio que el de mis padres. El habla popular tiene una connotación polisémica y poética interesantísima. Cuando hablamos de recuperar el habla parece que se va a bajar el nivel, ¡en absoluto! Pero tanto la academia como esta cultura urbanita nos lleva a todos a expresarnos de la misma manera, a utilizar los mismos términos, los mismos conceptos. Romper esa uniformidad, de alguna forma, puede significar incluir nuevos acentos, nuevos destellos y acabar con ese tedio que provoca el que todo se produzca igual, casi en cadena.

«Tengo la sensación de que este país trata a sus artistas como auténticos bastardos»

Se habla de este montaje como una «disputa ibérica». ¿Qué tiene de diferente nuestra disputa a las de otros países?

Creo que esa visceralidad del Duelo a garrotazos de Goya (ríe). Visceralidad sazonada de envidias y puñaladas por la espalda. Tenemos todo un Siglo de Oro que nos habla de la honra y del honor pero justamente eso es lo que brilla por su ausencia. Queremos en todo momento aparentar algo que realmente no es y finalmente terminamos sustituyendo la apariencia por el ser. Había un poeta de mi pueblo, Julio Vélez, que decía: «no puedes ser y parecer al mismo tiempo, te tienes que decidir». Sin embargo, parece que no nos decidimos y, cuando lo hacemos, nos decantamos más por la apariencia.

Tengo la sensación de que este país trata a sus artistas como auténticos bastardos, no los reconoce, los escora, los aparta. Solo queda caer es una radiografía del arte sin contemplaciones y sin condescendencia. Una reflexión de cómo el poder mira hacia el arte y sus artistas.

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Escrito por

Graduada en Arte Dramático. Creadora de contenidos editoriales y redactora de la Revista de TeatroMadrid.

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