«Hay cosas a las que no se le pueden poner palabras», escribe María San Miguel en Viaje al fin de la noche, la última pieza de esta trilogía que llega a La Mirador el 6 de mayo. Hay cosas a las que no se le pueden poner palabras, pero se le ponen. Se le ponen porque hay necesidad de contar, de sacar a la luz, de llenar de grises este mundo en el que todo-es-o-blanco-o-negro, de revisarnos para contarnos, de hablar de lo que pasó hace no tanto en España.
Hace once años que ETA anunció el cese definitivo de la actividad armada en nuestro país. Once años. Los mismos que cumple Proyecto 43-2, la compañía de la vallisoletana María San Miguel. Aunque su interés por el conflicto vasco nació mucho antes: desde su casa, en la que, cuenta, siempre se ha hablado de política y, más tarde, en 2006, cuando conoció a Edu Madina en la Universidad III. «Hacía cuatro años que Edu había sufrido su atentado, ETA estaba en activo y él apostaba por sentarse a negociar con los de las pistolas para acabar con la violencia. Su relato y su mirada me rompió la cabeza y en ese momento pensé que quería contar lo que ocurría en nuestro país desde puntos de vista como el suyo, que apenas ocupaban espacio en el relato mediático» relata la creadora.
«En ese momento pensé que quería contar lo que ocurría en nuestro país»
Ese es el germen de Proyecto 43-2, de la que firma la dramaturgia junto a Julio Provencio, y que da nombre a su compañía. Una pieza que huele a marmitako (no es una metáfora) y en la que cinco personas (encarnadas por Aurora Herrero, Patricia Estremera, Alfonso Mendiguchía, Pablo Rodríguez y la propia María San Miguel, que también dirige, junto a Xiqui Rodríguez) se juntan para hablar de su padre, del asesinato de su padre, y de cómo viven con esa violencia. O de cómo viven en medio de la violencia.
«Déjame a mí con mis putas ideas, aunque a ti no te gusten», dice uno de los personajes de Proyecto 43-2. Personaje que, como todos los de la trilogía, está basado en una persona real a la que el equipo ha entrevistado: «Tenemos la suerte de conocer y mantener una relación estrecha con las personas cuyos testimonios documentamos en escena, así que tenemos referentes muy concretos. A eso le añadimos siempre una propuesta muy física y propia dentro de cada pieza. También hay una conciencia muy profunda de la palabra, no solo en la manera de traerla a escena sino también desde lo que significa decir eso en un escenario aquí y ahora. No es lo mismo trabajar con el contexto social y político en, por ejemplo, febrero de 2012, que en mayo de 2022. Igual que la reverberación que tienen estas palabras en el público del Teatro Principal de Donostia o en el del Centro de Estudios Jurídicos del Ministerio de Justicia, en el del centro penitenciario de Quatre Camins o en el que venga a la Mirador», dice la creadora.
Esta mirada siempre fuera, siempre atenta al contexto, siempre dispuesta a mirar de frente a lo que ocurre es la esencia de la trilogía y se materializa de modo muy evidente en la segunda pieza, La mirada del otro, dirigida por Chani Martín, y en la que una hija (encarnada por María San Miguel) mira a los ojos al etarra (al que da vida Pablo Rodríguez) asesino de su padre, gracias a un programa de mediación entre víctimas y victimarios (Patricia Estremera será la mediadora). «Voy a sentarme a hablar con el tipo que mató al aita», repite varias veces el personaje de ella. Una obra en la que la valentía y la crudeza se dan la mano para saltar juntas al abismo y encontrarse en… una mirada. Una mirada. Unos ojos a los que mirar y preguntar, y a los que acercarse. Porque San Miguel lo tiene muy claro: «Siempre digo que la única pregunta, de todas las que nos hemos hecho, para la que tengo una respuesta es: ¿son más cosas las que nos unen o las que nos separan de los otros? Rotundamente, son más cosas las que nos unen. Y eso lo he aprendido a lo largo de todos estos años de investigación y creación». La mirada para unir, para reconocerse y para poderse explicar, para poderse entender. Porque esa es la llama que alimenta estas tres obras: «Creo que, si en nuestro día a día tuviéramos más presente la empatía y esa mirada al otro, nuestra vida sería otra. Sería mejor. Viviríamos en una sociedad más justa, más democrática y más igualitaria. Lo que pasa que ponerse en el lugar del otro es bien jodido, porque nos saca de nuestra zona de confort».
En un mundo que no deja de estar atravesado por la violencia, por la incomprensión, por el autoritarismo, por el odio, Proyecto 43-2 apuesta por hablarnos desde las tripas, mirarnos a los ojos y llenar nuestros cuerpos de poesía. «Todos los momentos poéticos que atraviesan las tres piezas de la trilogía han nacido de metáforas que formaban parte de los testimonios, y también de observar la realidad y el paisaje», explica la vallisoletana. Y esa mirada poética se materializa especialmente en la tercera obra, Viaje al fin de la noche, protagonizada por María San Miguel y Alfonso Mendiguchía, y dirigida por Pablo Rodríguez.
Este equipo de creadores que se acompañan y se sostienen desde la dramaturgia, la actuación y la dirección se sustenta en dos grandes pilares: el compromiso y el riesgo. La fundadora de la compañía explica: «Nunca nos hemos acomodado en lo que intuíamos que funcionaba. Y seguimos sin hacerlo. Cuando volvemos a la sala de ensayo cada vez que tenemos un bolo continuamos con esa experimentación. Con el empeño en profundizar en el presente puro, pero también con encarnar todo lo que esta experiencia nos está aportando como artistas y como ciudadanas que tienen el privilegio de, por una parte, ser testigos de un proceso de paz a lo largo de más de diez años y, por otra, de mantener unos espectáculos en gira durante años». En este tiempo han cambiado muchas cosas, pero sigue habiendo conflictos. El mundo sigue en guerra, y San Miguel cree firmemente que el teatro puede servir para hacernos mejores. «Quiero decir, toda la trilogía da voz a las personas disidentes de cada grupo, las voces que ocupan poco espacio mediático o que directamente ni aparecen. Esta es una elección consciente por mi parte y radicalmente política. Presentar estas voces nos ayuda a imaginar una sociedad en paz. Son un ejemplo».
«El día que ETA anunció el cese definitivo de la violencia lloré mucho»
Las tres obras que inundarán de memoria esta sala de Lavapiés en este mes de mayo no son fáciles. Son duras. Son violentas. Son comprometidas. Son rigurosas con nuestra historia. Son honestas. Son combativas. Pero también son conciliadoras. Son sanadoras. Porque propuestas así permiten que nos purguemos. Y que lloremos, porque hay que llorar también para dejar que la herida sane. Y eso María San Miguel lo sabe bien: «El día que ETA anunció el cese definitivo de la violencia lloré mucho. Lloré de alegría, pero también por todo el dolor que había causado a tantas personas queridas. Por todo ese dolor inabarcable. Recuerdo perfectamente esa tarde, la cena que pedí para celebrarlo, la conversación con mi padre y con mi madre, llorando también. Los mensajes con tanta gente querida del País Vasco…».
«También he llorado escribiendo las dramaturgias» confiesa la creadora y explica «después de alguna de las entrevistas, por todo el contenido emocional y el dolor del relato. He llorado pensando en la suerte que he tenido eligiendo este camino que me ha hecho conocer a personas que me cambiaron la vida para siempre. Después de la primera función de La mirada del otro en Medellín, cuando una señora muy mayor se nos acercó llorando para darnos las gracias y para decirnos que después de vernos, había decidido votar sí a la paz en el plebiscito que celebraría Colombia unas semanas después. El día que nos nominaron a los Premios Max con Viaje al fin de la noche. En el primer bolo durante la pandemia, que era el primero en el que no vivía mi padre. He llorado mucho. Dedicar un tercio de mi vida a este trabajo lo ha convertido en algo de lo que jamás me podré desvincular y que formará parte de mí para siempre».
«El teatro se ha llenado de propuestas políticamente correctas»
La trilogía Rescoldos de paz y violencia estará en la sala Mirador del 6 al 29 de mayo (viernes, sábados y domingos, cada uno de esos días con la primera, segunda y tercera parte de la trilogía, respectivamente). En la Mirador, como lleva proponiéndole Botto a María San Miguel desde hace años. Ella acepta ahora, porque, afirma: «El teatro se ha llenado de propuestas políticamente correctas. El panorama actual, por lo general, tiene un discurso muy conservador. Y me frustra mucho eso. Así que esta es una apuesta política. Me jode tener que hacerlo desde la precariedad. Pero también es cierto que Proyecto 43-2 siempre ha sido muy bien tratado por las salas alternativas: son nuestra casa. Así que aquí estamos. Con muchas ganas de esta primavera en la sala Mirador y con el puño en alto».