Tras el éxito del estreno a principios de este año, Carmen, nada de nadie regresa al Teatro Español. La obra, escrita por Francisco M. Justo Tallón y Miguel Pérez García, ha sido galardonada con el prestigioso Llàntia a la mejor autoría en los VIII Premios de Teatro José Estruch, consolidando su relevancia en la escena teatral actual.
Este retrato de Carmen Díez de Rivera, dirigida por Fernando Soto y protagonizada por Beatriz Argüello, es una exploración biográfica y emocional de una mujer que rompió barreras en la política española durante la Transición. A través de un montaje minimalista, consigue captar la atención con el juego de luces que articula Juanjo Llorens y una escenografía austera propia de la época combinada con fotografías históricas que nos enmarca en un diseño escénico contenido y apropiado dispuesto por Beatriz SanJuan.
Díez de Rivera fue Jefa de Gabinete de la Presidencia del Gobierno con Adolfo Suárez, la única mujer que ha ocupado este puesto en la historia de nuestro país, lo cual da qué pensar.
Argüello se mimetiza en este torrente de mujer y nos regala su carisma, su verdad, su debilidad. Desgrana con su mirada la determinación pero también su pesar, recoge un personaje con un recorrido emocional muy completo y complejo a partes iguales.
La obra ayuda a relativizar el mito de un Suárez que ha pasado a la historia como uno de los héroes de la Transición. Como espectadora, se agradecen los claroscuros que presenta Oriol Tarrasón como Suárez. Sorprende y reconforta observar a unos personajes tremendamente vulnerables en la escena política, sin esos parapetos de gladiadores a los que se suelen exponer en los terrenos mediáticos.
Víctor Massán interpreta a varios personajes pero clava a nuestro Emérito, en porte y tono. Es difícil la imitación sin llegar a la parodia y él lo consigue, demostrando una buena dosis de sensibilidad. Ese temple nos envuelve para que disfrutemos desde la butaca de sus maneras y este ‘sí es no es’ que caracteriza a la monarquía en su desenvoltura política.
Mención aparte merece también Ana Fernández que encarna a una magnífica aristócrata con una elegancia sublime. Con tiempos medidos, una expresión corporal serena y una mirada que lo explica todo sin palabras.
Un indispensable de la cartelera que no puede pasar desapercibido porque es un fiel reflejo de esta España nuestra demostrando una interpretación, tanto actoral como de los hechos, que cautiva y remueve.