Me atrevería a decir que, cualquier persona que esté leyendo este artículo, tiene un trauma que le acompaña. Puede estar muy presente en la memoria o permanecer a nuestro lado discretamente, sin hacer mucho ruido. El mío es, sin duda, la muerte prematura de mi madre. Yo tenía diecinueve años y, mi hermano, diez. Los primeros meses sentía una gran necesidad de contarle a cualquier persona que conocía lo que me había pasado. Necesitaba que supieran que había vivido una tragedia. A medida que me fui recuperando, empecé a reflexionar sobre el por qué de esa necesidad. ¿Qué buscaba con ello? ¿La compasión de los demás? ¿El reconocimiento? Creo que empecé a sanar cuando dejé de permitir que ese acontecimiento me definiera. Cuando dejé de verme como a una víctima.
¿En qué medida contar nos salva y en qué medida nos condena? ¿Existe algún tipo de placer al autodefinirse como víctima? ¿Cuánto de real tiene lo que recordamos? Estas son algunas de las reflexiones que plantea Vulcano, pieza creada por la dramaturga Victoria Szpunberg y la directora de escena Andrea Jiménez junto a un proceso de creación colectiva con el equipo artístico. La obra, que juega con el género criminal, pondrá a prueba al espectador del 7 de marzo al 13 de abril en el Teatro Valle-Inclán del Centro Dramático Nacional.
Una reportera se interesa por un incendio que sucedió en un edificio y en el que murió una persona. La familia que sufrió especialmente este acontecimiento, le relata a la periodista lo sucedido, el trauma que vivieron conjuntamente. Parece que no todos los miembros de la familia lo recuerdan de la misma manera… Hablamos con la dramaturga de esta historia, Victoria Szpunberg.

Imagen de Vulcano de Victoria Szpunberg y Andrea Jiménez
En una entrevista a María Folguera, ella me comentaba que consideraba que la mayoría de autores, en cierto modo, hacían autoficción. Reflexionábamos que en la ficción siempre hay algo de nuestras propias vivencias. Me parece muy interesante porque vosotras, con Vulcano, os estáis planteando la otra cara: cuánto de ficción tiene la realidad que contamos.
Exactamente, es muy interesante esto que dices, con Andrea lo hablamos mucho. Yo, personalmente, siempre que escribo algo parto de mi experiencia o algo que me ha sucedido, pero no uso la autoficción en el sentido literal, siempre construyo una ficción en base a eso.
En este caso, tratamos un tema que es muy actual: cómo nos relatamos. Parece que el relato de la experiencia a veces tiene más valor que lo vivido. Si nadie nos escucha o no podemos explicar lo que nos ha pasado es como si la historia no existiera. Hay una necesidad de narrarse, de estar conectados con la experiencia somática, con el presente. Y ya no hablo de las redes sociales, que la gente a veces va al restaurante para poder explicar que ha ido al restaurante. Nos interesaba mucho este tema del relato de las experiencias.
En este caso, es el relato de un trauma, pero cada miembro de la familia lo recuerda diferente. A esto le sumamos el plus de que se lo narran a una periodista que va a hacer un reportaje, están siendo filmados. Se sienten observados, pierden la intimidad: por una parte son los protagonistas pero al mismo tiempo están profundamente incómodos. Entre ellos nunca habían hablado del incendio de esta forma. A todo esto, se añade que yo he querido jugar con el género criminal, que me gusta mucho. Por lo que he trabajado con el suspense para que el espectador haga sus propias hipótesis, de la misma forma que lo hace la periodista con el cámara, que empiezan a ver que hay alguna cosa rara en esta familia.
Tengo que confesarte que yo, siendo crítica conmigo misma, descubro que cuando he contado mi trauma a los demás, he sentido como cierto placer al hacerlo. Ser una víctima…
Te da autoridad, ¿verdad?
Sí, y la compasión de los demás. Reconocimiento, incluso un trato de favor por la pena que sienten por ti. ¿Es esto sobre lo que reflexionáis en la obra?
Sí, muchísimo. Tu intuición es muy buena, porque nosotras hemos hablado mucho sobre este tema y creemos que es de mucha actualidad. Autodefinirse como víctima es lo que has dicho tú, tal cual. Una manera de tener, de repente, cierto protagonismo, recibir el cariño de los otros, ser escuchado, tener cierta autoridad, superioridad moral… Y me gusta mucho lo que has dicho, porque es algo que logras reconocer en ti misma, no estás señalando a los demás, diciendo que es algo que la gente hace. Creo que es algo que nos pasa a todos.
Y, por otro lado, también ponéis sobre la mesa el cómo cada miembro de la familia percibe, de forma distinta, un mismo acontecimiento.
Sí, y en esta familia además se suma la culpa. No quiero hacer spoiler. Durante la obra está presente esa línea delicada entre sentirse víctima y sentirse culpable.

‘Vulcano’ supone una indagación acerca de nuestra relación con el dolor y su relato
¿Habéis encontrado respuestas a las preguntas que os planteabais Andrea y tú?
Creo que nunca se encuentran respuestas unidireccionales o categóricas, en realidad se abren más preguntas. Me gusta sentirlo y pensarlo así. Uno no hace teatro para encontrar respuestas clarividentes pero sí que hemos debatido con todo el equipo cuestiones que nos atraviesan, que nos importan, que nos comprometen. Algunas respuestas han aparecido y otras no. Y está bien que la obra deje interrogantes.
Te voy a hacer una pregunta muy difícil. ¿Es real la vida que recordamos?
Uf, muy interesante. En un punto sí, pero, para empezar, ¿qué es lo real? Algo que dice mucho Sanchis Sinisterra. Los recuerdos, la memoria, son reales porque de alguna manera modifican el presente y modifican nuestra vida. Pero, al mismo tiempo… Bueno, ¡esta pregunta es muy complicada!
¡Daría para una obra de teatro!
Sí, yo he trabajado mucho sobre el tema de la memoria y sobre la memoria histórica. Es algo que me interesa mucho porque soy hija de argentinos que vivieron la dictadura y he estado muy conectada con este tema. Creo que la memoria es muy frágil, no es una verdad categórica y, además, va variando y nos va acompañando en nuestra vida. Los recuerdos no son algo rígido. Cuando además están relacionados con un trauma, con algo que realmente te ha atravesado como un impacto, es muy complejo. Hay algo oscuro ahí y el ejercicio mismo de recordar es como atravesar un túnel: quieres, de alguna manera, encontrar la luz, encontrar certezas y tu propia mente te traiciona. Por eso hay tantas técnicas terapéuticas para conectar con la memoria y con el momento del trauma. Se han buscado muchas formas para ello, lo que verifica que es algo muy complejo.
¿De dónde surge la esencia del texto? ¿La idea inicial?
Andrea y yo compartimos temáticas, inquietudes, puntos de partida. Las dos somos personas a las que nos gusta mucho conversar y, además, compartimos nuestro punto de vista estético y político sobre el teatro. Nos apetecía hablar del mal y de la culpa, empezamos con estos dos temas que son muy grandes y generales. Luego sucedió, como pasa siempre que quieres tratar un tema, que aparecieron lo que yo llamo “señales dramatúrgicas en la realidad”, cosas que ves o que suceden que tienen que ver con el punto de partida y que son mucho más concretas y, por lo tanto, mucho más inspiradoras que el tema general.
Sucedió un incendio en el edificio donde yo vivía. Todos los vecinos salieron a la entrada a esperar a los bomberos. A mi hija, que es adolescente, le impactó mucho y, entonces, en ese momento, me llamó por teléfono y me lo explicó. Entonces observé estas cosas que pasan con la memoria, que es, a veces, como muy frágil o traicionera; llegué a pensar en algún momento que yo lo había vivido en primera persona, que había estado allí cuando sucedió. Te metes en el relato. A partir de esa reflexión pensé en trabajar desde el punto de partida del incendio, me parecía un acontecimiento interesante para indagar sobre los temas que habíamos pensado.
Y en la obra, ¿sabremos al final qué ha pasado de verdad?
Sí, hay un momento en el que se hace una reconstrucción de lo que pasó jugando con el teatro dentro del teatro. Uno de los personajes decide reconstruir qué sucedió en el incendio y se acaba descubriendo todo.
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