La Caja. Donde la realidad pierde sus límites

¿QUIÉN ES EL VERDADERO LOCO?

William Shakespeare nos enseñó a través de su obra que conviene escuchar a los “locos” porque pueden decir grandes verdades. Durante siglos se ha estigmatizado a las personas que tienen problemas mentales y se les ha relegado de la sociedad por habitar la “locura”, cuando tienen una percepción de la realidad diferente y llegan a sufrir por ello. LA CAJA. DONDE LA REALIDAD PIERDE SUS LÍMITES, de Teatro de la Catrina, nos cuenta testimonios concretos con los que se ha encontrado Desirée Belmonte en el periodo de 3 años de elaboración de ésta pieza documental.

Ella es la única que está en el escenario, donde su voz nos guía en el viaje que llevó a cabo. Contándonos en primera persona la experiencia que le lleva a interesarse por este tema. Nos relata cómo iba a trabajar con una amiga diagnosticada que se fue del proyecto, teniendo que empezar de cero, y luego tuvo que buscar a otras personas con las que poder conversar y documentarse. En este caso llega a hablar con Mabel, que padece una bipolaridad de tipo 2 y tiene crisis mentales; conoce a Víctor, un hombre que dice oír voces del cosmos; y se topa con la historia del fallecido Vicente Rubio, un productor audiovisual con esquizofrenia que documentó su viaje por el mundo a buscar a su alma gemela.

A lo largo de la experiencia, la creadora nos cuenta como llega hasta ellos, acercándose y establecer un diálogo. De ahí se nos muestra en pantalla grande las grabaciones en vídeo que ella realizó, permitiendo que sean las palabras de los protagonistas se oigan de primera mano. Lo cual es un gesto de generosidad y humildad por su parte. En el caso de Vicente fue a través de familiares y amigos, y haciendo uso autorizado del archivo audiovisual suyo. La actriz nos cuenta lo que le sucede cuando habla con ellos, cuestionándose sus propias creencias y su propia “cordura”.

Durante las proyecciones, ella va preparando una especie de instalación que está preparando en el espacio en una esquina. En los cuatro extremos del escenario hay una serie de objetos colocados inspirándose en el Art Brut, el cual ha corrido cargo de Sebastián López. Tres esquinas están dedicadas a Mabel, Víctor y Vicente, y la última al propio proceso de la directora. La iluminación, por Carlos Molina, construye la atmósfera de cada apartado. Junto con las visuales generadas por Sebastián, nos acerca a la visión de cada uno de los entrevistados, sumergiéndonos a los espectadores en los universos personales. Ambos, junto con Julián Parreño estructurando el material recopilado a través de la edición de vídeo. El vestuario de la intérprete, diseñado por Pascual Peris, con faldas y encajes negros al estilo victoriano, recuerda a la chica gótica que encontramos en varias ficciones de institutos y se junta con los más inadaptados de la pequeña sociedad en la que vive.

El trabajo audiovisual recuerda al mismo método que realizó Agnès Varda para su documental LOS ESPIGADORES Y LA ESPIGADORA. Llevando Desirée una cámara en un formato más casero, que le permite tener una cercanía con los entrevistados. Se ha tratado de buscar el equilibrio entre el trabajo escénico y cinematográfico, lo cual resulta todo un reto. Introducir un elemento que capta mucho la atención y que tenga un sentido dentro de la propuesta, resulta bastante complicado. Sobre todo cuando se introducen fragmentos de vídeo más largos. No sabría decir qué material tendría más sentido mostrarlo o traducirlo al escenario. Todo ello es decisión de la compañía.

Ahora se les presenta un problema: durante el encuentro con el público, nos confesó la dramaturga que Víctor ha pedido no seguir apareciendo en la obra y que las funciones del 1 y 2 de Julio en Cuarta Pared, serán las últimas que se le podrá ver. Por lo que tendrá que hacer un trabajo de reflexión sobre cómo continuar el proyecto.

Al final de la función, se nos invita al público a entrar en el escenario a ver las instalaciones. En el rincón de Víctor tenemos una escultura con hierros del que cuelgan unos cristales dicroicos, de los caleidoscopios, que recuerdan a la visión que tiene él de las estrellas. En la esquina de Vicente tenemos una caja de madera grande, la que da el título del espectáculo, abierta con espejos que reflejan su interior: un vinilo, una foto con sus amigos en Kioto y la primera cámara que se compró. En la de Mabel tenemos una serie de espejos que reflejan la luz, uno más grande cuyo reflejo lleva al Sol que ella se imaginaba atrapar en sus manos. Uno no puede evitar mirarse en ellos y preguntarse por su propia salud mental. Y por último una mesa donde la creadora ha dispuesto notas, objetos y escritos recopilados en el proceso.

Este acto de habitar por parte de los espectadores esos espacios de la “locura”, lleva que nos planteemos si las cosas que hacemos en sociedad tienen el mismo grado de demencia o mayor que lo que hemos presenciado durante una hora. Con esto me quedo pensando que el título puede que sea demasiado parcial para una experiencia reveladora ante el tema tabú que son las enfermedades mentales. Puede que tenga que ver con que los testimonios no quepan en una caja metafórica que tiene la sociedad para meternos a cada uno de nosotros. Aunque no creo que muchos de los que nos creemos cuerdos llegaremos a entrar dentro de ella. Pensando en lo que María Zambrano dice del concepto de “delirio”, tenemos esta cuestión: si la sociedad delira, ¿cómo no vamos a delirar?