Juan Echanove dirige La reina de la belleza, un texto de Martin Mcdonagh, que nos habla de la soledad y las relaciones familiares en las zonas más desfavorecidas y despobladas de nuestro mundo. La obra, protagonizada por María Galiana y Lucía Quintana, nos presenta la historia de Maureen, una mujer de cuarenta años que se ha dedicado toda su vida a cuidar de su madre, Madge, una mujer amargada y castradora que convierte la vida de su hija en un infierno.
Ambas actrices están dirigidas con absoluta maestría por Juan Echanove. El director sabe sacar partido de las dos intérpretes que tiene delante y las lleva al extremo para sacar de ellas todos los matices posibles. Es admirable ver a María Galiana moverse por el escenario con total fluidez y sin saltarse una coma de sus extensos parlamentos. La ganadora de un Goya ofrece un personaje oscuro, taimado, una mujer que no tiene reparos en amargarle la vida a su hija con tal de no quedarse sola y que en alguna ocasión deja entrever un atisbo de cariño y bondad. Y es que la obra pone sobre la mesa temas como la soledad o el cuidado de nuestros mayores en un mundo cada vez más individualista e insensible. Lucía Quintana, por su parte, nos muestra un personaje superado por las circunstancias, cansada de la situación que le ha tocado vivir. Un personaje que está al borde del precipicio en todo momento y que busca cualquier atisbo de libertad para salir huyendo de esa casa y es que como ella misma afirma en un momento de la obra: «ya se sabe lo que dicen: pueblo pequeño, infierno grande». El infierno que vive el personaje de Maureen es comparable al de tantas mujeres, tanto en ficción como en la realidad, que se ven desprovistas de su libertad por una situación que les ha tocado vivir y que no han elegido. Unas mujeres que gritan libertad por todos los poros de su cuerpo en búsqueda de una vida mejor.