Cada pequeño pueblo, cada vida individual recoge los misterios y verdades universales, miedos y anhelos de la humanidad. Por eso, Our town sigue siendo la obra más representada en EEUU. Más de 80 años después de ser escrita, sigue resonando que lo cotidiano, representado aquí en dos décadas de la vida de los habitantes de Grover’s Corner, de una forma simple, poética y natural, es el camino que recorremos buscando ser felices. De ahí, ese título, ese “nuestro pueblo”, porque es de todos. Es universal que la vida son pequeños momentos, muchas, la mayoría, de veces sin ser conscientes de su importancia, de la excepcional de lo cotidiano. Que nacer, crecer, jugar, trabajar, hijos, morir… no son meros apuntes. Lo son todo.
Una obra coral, dirigida por Gabriel Olivares, donde los entregados intérpretes dan vida a una veintena de personajes en un escenario minimalista (un acierto: para qué llenar de attrezzo y escenografía un montaje que va de las cosas sencillas que todo lo llenan).Con su trabajo de movimientos y sus descripciones, nos situamos perfectamente en sus pequeñas calles, establos, dormitorios, comedores.,
Y pese a todo lo anterior, no me llegó como esperaba y , por momentos, dejó de interesarme qué les pasaba a los personajes. No sé si fue cuestión de ritmo, de determinados momentos de teatro más gestual que de texto, alguna sobreinterpetación gestual, momentos “divertidos” que no me lo parecieron…. Seguramente, culpa mía de ir con expectativas demasiado altas, la fama del texto, y condicionado por el otro referte que tengo del autor, La larga cena de Navidad, texto también sobre la vida y el tiempo, y al que vuelvo cada año en la cartelera barcelonesa en una propuesta que es pura orfebrería.
Lo mejor: la escena del cementerio, no por sensible (que no sensiblera), que también si no por cómo se logra la emoción, mérito de la dirección. La muerte con un mensaje que es el que más llega, el de ser conscientes de la vida.