Hablar con Carmen Losa significa pausar el tiempo y estar en el aquí y ahora. Es una mujer que mira a los ojos (qué poca gente hace eso); que habla pausadamente para hacerse entender bien (porque es pedagoga, y la directora del Laboratorio William Layton); que gesticula constantemente para comunicar su mensaje (porque es actriz); que se apasiona con lo que dice (porque es autora) y que defiende su discurso (porque es directora). Es una mujer sabia, inteligente y que atrapa con su presencia, que te hace querer escucharla, querer aprender de ella.
Después de haber trabajado en innumerables espectáculos, se atreve por primera vez a dirigir una obra para público familiar (aunque prefiere huir de esa etiqueta, como dirá ella misma): Pepito (Una historia de vida para niños y abuelos). Un espectáculo escrito por Itziar Pascual e interpretado por Leyre Abadía. Un montaje que se puede disfrutar en el Teatro Infanta Isabel del 12 de octubre al 3 de noviembre. Una obra sobre nuestra historia y sobre la alegría. La misma alegría con la que nos encontramos con ella en un café de Chueca para charlar un rato.
¿Cómo surge este proyecto?
Itziar Pascual me propone el proyecto en 2019. En principio era para tres intérpretes. Yo le propuse trabajar con Leyre, porque ya habíamos estado juntas en La esfera que nos contiene. Me gusta trabajar con ella y supongo que a ella también, conmigo, ya que repetimos. Las tres juntas empezamos con la producción del espectáculo Y la búsqueda del reparto. Y un día Itziar vino con la propuesta de hacerlo con una sola actriz. Así que decidimos que solo Leyre estuviera en el escenario.
¿Y eso hizo que se cambiara el texto original?
Iztiar se planteó hacer una versión, pero le propuse que probáramos en ensayos. Y probamos, y vi que no hacía falta cambiar el texto original. Mucha gente no sabe en qué consiste exactamente la dirección de escena. Los directores tenemos que trabajar con palabras escritas por otra persona, y debemos respetar eso que está escrito y convertirlo en material escénico. Leemos el texto y nos imaginamos cómo montarlo. Por hacer un poco de pedagogía: si alguien quiere saber en qué consiste la dirección, que lea un texto antes de ir a ver la función y se imagine cómo podría montarse; cuando vea la función descubrirá ese paso del texto a la escena que se propone desde la dirección. Lo cuento porque creo que no es una labor que esté muy reconocida.
Y, en este caso, no hizo falta cambiar las palabras originales porque tú propusiste un trabajo con objetos y máscaras, ¿verdad?
Sí. Cuando Itziar propone que solo esté una actriz, ya estaba pensando en un trabajo con objetos. Yo propuse la presencia corpórea de otros personajes además de los objetos. Creo que empecé a plantearme la propuesta a partir de mi visión del personaje de laPena. Y es que la Pena no me parecía un personaje para una actriz. Tampoco es que sea exactamente para un actor, pero ya sabemos que las actrices normalmente hacemos personajes femeninos, y los actores hacen personajes. Quiero decir que cuando nosotras hacemos un personaje, es una mujer. Cuando un actor hace un personaje, es un ser humano.
Cuando nosotras hacemos un personaje, es una mujer. Cuando un actor hace un personaje, es un ser humano.
Ya. En fin.
En este caso, la Pena, como digo, no me parecía un personaje para una actriz. Yo veía ese personaje como un pajarraco con un pico largo, mitad cuervo, mitad avestruz. Descubrí que lo que me imaginaba era un muñeco. Y en el desarrollo de los demás personajes imaginé máscaras en manos de la actriz. En montajes anteriores nunca había recurrido a trabajos con títeres,
pero en realidad no me era del todo ajeno, porque como actriz yo había trabajado con máscaras, muñecos y objetos en La Abadía. Es decir, que lo he trabajado lo suficiente como para poder investigar sobre ello y generar un espectáculo con este tipo de lenguaje.
Así que en Pepito vamos a ver un trabajo teatral en el que no solo hay una actriz.
Eso es. Está Leyre y está el guiñol del personaje de la Pena y las máscaras para Pepito (de niño, de joven, de maduro y de anciano); y luego objetos que sugieren personajes. La madre se crea cuando Leyre se pone un delantal, la prima aparece con un lazo, la novia con un collar… Hemos trabajado mucho la gestualidad. En este caso ella juega con un collar imaginario. Leyre manipula y maneja los objetos; ella articula el movimiento y la expresión. También hace de narradora. Y, además, va modificando los espacios, que se sugieren. Leyre hace un hermoso recorrido gestual y emocional a través del trabajo con objetos y el espacio escénico.
Me gusta, porque todo está como reconstruido, ¿no? Personajes, espacio… y la propia historia. Pepito cuenta la vida de una persona que nació a principios del siglo pasado. Se reconstruye esa vida, o la memoria de esa vida. No es la primera vez que tú trabajas con memoria histórica en teatro.
Tengo cierta querencia por esa época, en general por todo el siglo pasado. Pero sobre todo al primer tercio del siglo XX. Mis padres nunca me hablaban de la guerra o de la posguerra. Yo no sé si los padres suelen contar su historia.
O si los hijos quieren escucharla…
Efectivamente, para los hijos supongo que son batallitas. Pero cuando vas cumpliendo años te das cuenta de que te interesa más de lo que te interesaba y que no has preguntado cosas… y tus padres ya no están. Solo te contaron algunos recuerdos de momentos. En mi caso hablo mucho con mi hermana (mi hermana es la depositaria de la memoria de mi familia). Cuando escribo suelo documentarme para poder contar lo que pasó, para reconstruirlo. A mí me interesa reconstruir el pasado de la manera más limpia posible, menos desvirtuada, evitando el resentimiento hacia el pasado. A veces la manera en que miramos el pasado no es lo suficientemente limpia como para comprender a las personas con las que no estamos de acuerdo. De esto empecé a ser más consciente en el proceso de escritura de La esfera que nos contiene.
Un espectáculo que homenajeaba a los maestros de la República.
Sí. Durante la guerra y posguerra, el bando faccioso llevó a cabo una persecución a los maestros y maestras y se extendió un odio visceral hacia ellos. Yo quería entender por qué. Y es que quiero mirar y comprender el pasado, de la manera más abierta posible. En este sentido digo que Pepito cuenta nuestra historia de una manera muy limpia, comprometida con la historia, pero dejando que el público procese, sin imponer un único pensamiento.
En la sinopsis del espectáculo decís que Pepito quiere «darle una oportunidad a la alegría». ¿Hay alegría en la obra?
Sí. Esto es una seña de identidad de Itziar. Podemos contarlo todo, incluso las cosas más dolorosas, aportando la alegría como una herramienta, como un arma cargada de futuro, como decía Celaya de la poesía, entonces lo que se cuenta es mucho más valioso. Que no nos venza el desánimo, ni la pasividad, ni la pena. Que seamos capaces de aceptar la vida como es. Y la vida de Pepito es muy dura. Nacer en los años 20 del siglo pasado en España debió ser complejo: la dictadura de Primo de Rivera, la eclosión
de la cultura, la generación del 27, la transformación de la escuela en un lugar de descubrimiento, un lugar feliz para Pepito. Luego la guerra, el hambre, la dictadura de nuevo, la pérdida, el dolor… Y siempre, dentro de lo que está viviendo, Pepito extrae lo mejor de las situaciones para ponerle buena cara a la vida. No es como Calimero, aquel dibujo animado que siempre decía «Nadie me quiere, es muy injusto».
Que no nos venza el desánimo, ni la pasividad, ni la pena.
Hay que defender la alegría como una trinchera, decía Benedetti. Esta obra se llama Pepito. (Una historia de vida para niños y abuelos), y me gusta esa idea de alegría en los abuelos. Que veamos a nuestros abuelos como personas alegres.
Incluso que veamos a nuestros abuelos como personas. No solo abuelos (o madres o padres), sino personas que tienen su propia historia. Que pensemos que nuestros abuelos también fueron niños.
¿Crees que hace falta más diálogo intergeneracional?
Sí. Hace falta un diálogo sobre nuestra historia, sobre lo que pasó y cómo lo vivimos y lo vivieron. Cómo lo sintieron. También sobre las pequeñas cosas, nuestra casa, los detalles diarios. Lo que mi madre me contaba era siempre desde ese lugar subjetivo, desde cómo sintió aquello que ella vivió y, en su entorno, cómo ella suponía que lo vivieron los demás.
Así que Pepito puede incentivar ese diálogo y que la familia quiera saber más sobre los abuelos o bisabuelos.
Sí. Se supone que es teatro infantil o teatro familiar. Pero yo creo que la función la disfrutan mucho los adultos, porque cuenta la historia de nuestro país. A los niños les gusta la historia de Pepito, y el juego con los objetos y las máscaras, pero los adultos también se reconocen, o a sus padres o abuelos, en lo que se cuenta. Cuando hablamos de «memoria histórica» parece que ponemos una etiqueta. Pero es que es la memoria de nuestra historia. Y está bien conocerla. Reconocerla por parte de nuestros mayores, conocerla por parte de nuestros coetáneos, descubrirla por parte de los más pequeños y poder abrir un ámbito de diálogo. Yo creo que es lo que más ha inspirado a Itziar, y lo que a mí más me interesa del texto.
Cuando hablamos de «memoria histórica» parece que ponemos una etiqueta. Pero es que es la memoria de nuestra historia.
Dime una frase de la obra que te guste.
No es la más significativa, ni la más hermosa, pero me viene a la cabeza esa manera de hablar de Pepito. «El dinero es redondo para rodar y de papel para volar». Aun en las mayores dificultades, Pepito genera un pensamiento positivo.
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