ENTREVISTA A LA DIRECTORA Y DRAMATURGA

Carolina África: «‘Equus’ es un viaje emocional hacia la desnudez del alma»

Roberto Álvarez y Álex Villazán protagonizan este texto de Peter Shaffer en el Teatro Infanta Isabel 50 años después de su estreno en Londres

Antonio Rincón Cano
Carolina África dirige Equus en el Teatro Infanta Isabel

Carolina África dirige ‘Equus’ de Peter Shaffer. // Imagen cedida por el Teatro Infanta Isabel

La cartelera de los teatros de Madrid viene cargada de novedades esta temporada, entre ellas, una producción del mítico título Equus de Peter Shaffer. A partir del próximo 28 de septiembre y hasta el 26 de noviembre, el telón del Teatro Infanta Isabel se levantará para exhibir una propuesta «fiel y contemporánea», en palabras de la directora del montaje, Carolina África. Roberto Álvarez y Álex Villazán encabezan el reparto. Manuela Paso, Jorge Mayor y Claudia Galán completan un elenco «comprometido, interpretando a varios personajes y con la tensión puesta al límite cuando la escena lo requiere», comenta la propia África.

Un texto mitificado por la respuesta social de una época

En 1973, el texto de Peter Shaffer causa gran impacto. Estrenada en el Royal National Theater de Londres, la pieza gana el Premio Tony a la Mejor obra en 1975 y a la Mejor dirección para John Dexter, y es llevada al cine poco tiempo después. A España llega en 1975 –con una censura más laxa ante ciertos temas–, no exenta de polémica entre crítica y público. La puesta en escena y el argumento eran muy rompedores para la época. El país no estaba acostumbrado aún a poner la religión en el punto de mira. La historia del protagonista Alan Strang, basada en un hecho real, fue sobrecogedora para los espectadores de los 70. El psiquiatra Martin Dysart deberá averiguar qué llevó al joven muchacho a dejar ciegos a seis caballos, clavándoles un punzón en los ojos.

La función tenía todos los ingredientes para interpelar a una sociedad adormecida aunque deseosa de libertad: el razonamiento psiquiátrico, las costumbres religiosas opresoras, la crítica a la televisión alienante, las bajas pasiones sometidas… Y el sexo como elemento fagocitador de toda la trama. En palabras de Natalio Grueso, autor de la versión española que el público verá en escena, «Equus nos enfrenta a nuestros propios miedos, que nos conducen a una vida cegada por la rutina y las convenciones sociales, en las que no queda espacio para la pasión».

Desde entonces, Equus está considerada como una de las obras imprescindibles del teatro contemporáneo universal. ¿Pero el texto ha llegado con solvencia a nuestros días? ¿Hay más mito o realidad ante la calidad de la pieza? ¿Los espectadores se siguen sintiendo representados por el atormentado Alan Strang? Carolina África responde a las preguntas de Teatro Madrid e intenta arrojar luz sobre algunas de estas cuestiones.

PREGUNTA. La primera pregunta es sencilla. Para quien no lo sepa, ¿de qué trata Equus?

RESPUESTA. Es la historia de un muchacho que ha cometido un acontecimiento atroz, como es cegar a seis caballos con un punzón de hierro. Pero estamos ante un viaje emocional hacia la desnudez del alma, para entender que en la esencia de quienes somos nos constituyen también las pasiones, los dolores, los demonios y los abismos. Y yo, encantada de que el público, conozca el texto o no, se atreva con nosotros a trotar y galopar este Equus.

P. ¿Habéis podido probar ya con público y tener las primeras impresiones?

R. Hemos tenido en La Cabrera una previa, con toda la técnica sumada al espectáculo, porque necesitábamos probar los audiovisuales y el espacio sonoro, testar la imagen global de esta producción, que es muy importante en nuestra propuesta. La respuesta fue potente, con el público en pie. Pudimos hacer un coloquio posterior con unos espectadores que tenían muchas ganas de compartir y contarnos qué les pasaba por dentro tras verla. Incluso, había en el patio de butacas algunos que pudieron ver la primera versión de los 70 y comparar. La verdad es que fue muy enriquecedor. A todos nos sirvió para ver qué había que ajustar y confirmar por dónde íbamos bien.

P. Se te ve muy contenta.

R. Sí, no me puedo quejar de cómo está fluyendo todo. Pero tengo que reconocer que la presión la he tenido. Es un texto con mucha leyenda alrededor y las expectativas que ponen otros en un espectáculo como este son altas. Con todo ese ruido, es difícil meterse a coger las riendas de un proyecto así. He tenido que aislarme de todo eso y confiar en la intimidad de la sala de ensayos y mi equipo.

Una va con miedo, pensando que los productores te van a preguntar cuántos seguidores de Instagram tiene el actor que propones

P. ¿Cómo te llega la propuesta?

R. Fue justo después de El cuaderno de Pitágoras. El equipo de la productora había venido a ver la función. Lo cierto es que yo estaba agotada. Fue un año de mucho trabajo, había sido madre, me rompí una pierna en Filomena… Muy intenso todo. Necesitaba parar. Y, de repente, me dicen que quieren que dirija un Equus, una producción privada. Yo nunca había trabajado por encargo, ni había hecho un proyecto en el sector privado de las grandes producciones. Conocía el texto, que, junto con Incendios de Wajdi Mouawad, es una de esas funciones que te marcan y te desgarran por dentro. Así que con el mismo grado de miedo y de ganas, me monté en este potro salvaje, cerré los ojos y dije: «¡A ver qué pasa!». Y aquí estamos, a punto de estrenar.

P. ¿Y cómo valoras la experiencia de tu primer encargo de la producción privada?

R. Me he sentido muy afortunada. Me han dado total libertad. He elegido al elenco, sin cortafuegos, y a mi equipo creativo. Una va con miedo, pensando que en este mundo los productores te van a preguntar cuántos seguidores de Instagram tiene el actor que propones o si una actriz es suficientemente famosa para que la conozcan en cualquier rincón del país. Y no, han confiado en la propuesta, se ha priorizado el talento. He tenido la suerte de que todos los que forman parte de esta aventura se han entregado por completo.

P. En alguna entrevista has declarado que solo escribes de lo que conoces. ¿A qué terreno conocido de Carolina África has llevado esta historia que propone Peter Shaffer?

R. Es que no me he tenido que ir muy lejos. Lo conocía bien. He estudiado en un colegio de monjas, solo chicas. Mi madre es profundamente religiosa. Y vemos cómo nos sentimos alienados, ya no solo por la televisión, como en la función, sino por internet, las aplicaciones, las tablets… He hablado del alma y las contradicciones, de quiénes somos. Ahí me lo he llevado. De cómo las creencias, la educación, las costumbres impiden que liberemos nuestras pasiones.

P. Por tanto, ¿la Iglesia como fuerza opresora sigue estando de actualidad? ¿Habéis intervenido mucho en la función o se ha respetado el texto original?

R. La obra tiene la suficiente potencia como para interpelarnos con los mismos pilares con los que la sociedad se sustenta hoy. Al final, la religión es un canal que usa el autor para hablarnos de un mal mayor. Hablamos de cómo no nos permitimos ser. Me llegué a plantear cambiar la religión por otro poder, como el de internet o las redes sociales, pero creo que las creencias o las falsas creencias son algo que entendemos todos. Sí hemos hecho cambios más formales, actualizando la propuesta: la televisión se cambia por la red, el cine X por locales de sexo deshumanizados, el coro de caballos propuesto en el libreto por imágenes que nos recuerdan al mundo del sado… Pero la esencia de la función está, es una propuesta fiel y contemporánea del texto.

P. ¿El público va a sentirse tan identificado como en los años 70?

R. ¡Más! Mucho más. Ahora hay otros fanatismos más peligrosos que nos marcan cómo debemos comportarnos. Las redes te dicen cómo, dónde y con quién debes estar para ser aceptado. Vas al pueblo en plena naturaleza y los más jóvenes tienen la cara pegada al móvil. No disfrutan de esa libertad del campo. No nos tocamos. Se tiene sexo por una videollamada y no te atreves a desenfrenarte con alguien en directo. Esta pandemia no nos ha permitido galopar. El anhelo de lo que pueda significar la galopada salvaje está más presente que nunca. Necesitamos aullar en mitad de la niebla, como dice Alan, el protagonista.

Alex Villazán protagoniza Equus en el Teatro Infanta Isabel de Madrid

El actor Álex Villazán interpreta al atormentado Alan en ‘Equus’. // Imagen cedida por el Teatro Infanta Isabel

De actriz a Premio Calderón de la Barca

P. Eres actriz, dramaturga, directora, con compañía propia, guionista… ¿Cuándo decides que la mejor salida profesional es ser multidisciplinar?

R. Pues mira, como todo en la vida, es algo que nace de la necesidad. Mis dos pasiones desde pequeña eran subirme al escenario y escribir. Mal asesorada, estudié Periodismo y, malo el destino, salí de la Resad con unas calificaciones excelentes, pero sin trabajo. Eso me hizo escribir mi propio proyecto. Me di un papel a mí misma como actriz, porque era lo que me gusta, interpretar. Pero cuando le pedí a Lautaro Perotti dirigir Verano en Diciembre, me dijo que lo hiciera yo, que en el texto estaba ya la puesta en escena. Me lancé. Uní mis dos pasiones, escribir e interpretar. Y me dirigí porque nadie quiso hacerlo en ese momento.

P. ¿Es mejor director quien ha sido actor?

R. Creo que tengo ese ojo necesario para sacar de los actores lo mejor que pueden dar; no sé si es por ser actriz. Aunque claro que ayuda serlo o haber estudiado interpretación. Ya tienes la experiencia propia y sabes que una resistencia de un actor no es una lucha con un director, es un miedo. Hay que superarlo con determinación, pero con cuidados, porque el actor es muy vulnerable. Haber pasado por eso como intérprete, te ayuda a pensar cómo pedir las cosas a tu elenco. Te ayuda a saber que lo que le sirve a uno, no le sirve al otro.

P. El Premio Calderón de la Barca te pone en la órbita de la dramaturgia, pero ¿fue un trampolín o una losa?

R. Fue un trampolín, sin duda. Con ese premio hice mi propio cuento de la lechera, pero bien cumplido. Usé el dinero del Calderón para comprarme un ordenador y pagar una sala de ensayos. Además recibí una beca posterior por haberlo conseguido. Fue entonces cuando escribí Viento de levante. Ese nuevo texto me llevó a otro sitio. O sea, cada uno de lo galardones me ha servido para seguir invirtiendo en mí misma y así ir consiguiendo, peldaño a peldaño, lo que me he ido proponiendo. No te voy a negar que el síndrome de la impostora existe y hay que luchar con él. A veces no puedes evitar pensar: «Soy una actriz que escribe, ha sido un golpe de suerte, no me lo merezco». Esas cosas. Además, la autoexigencia crece con cada paso; a veces, causándote malas pasadas. Pero creo que he sabido hacer uso de las oportunidades que se me han ido brindando.

El margen de error que tiene un director de escena no es el mismo que se le permite a una directora

P. Es interesante cómo aun con la carrera que tienes, existe esa vocecita que todos tenemos que nos autoboicotea sin parar.

R. Absolutamente. Somos muy frágiles. Nos exponemos todo el tiempo en esta profesión.

P. ¿Crees que las instituciones dan visibilidad y ayudan, pero es la producción privada la que valida la carrera de un director?

R. Sí, claro. A ver, te llega tu primer encargo y da miedo. Es una prueba de fuego, sin duda, porque la venta de entradas va a medir si ha merecido la pena que hayan apostado por ti. Pero esta pregunta viene con trampa, porque privada también es mi propia compañía, con los recursos justos para sacar un proyecto adelante. Y me he ido validando proyecto a proyecto. Si no, no estaría aquí con un Shaffer a punto de estrenar. ¿No? No sé. Por suerte, en ambos casos, con Okapi, que es la productora de Equus, y con mi compañía, La Belloch, he podido trabajar desde la libertad. Y se agradece, porque es una producción privada con voluntad pública, que apuesta por un texto que no es amable y por un elenco donde prima el talento al nombre.

P. Cada vez sois más directoras las que podéis disfrutar de espacios más allá de lo institucional o el Off, pero aún quedan muchas compañeras que no encuentran la oportunidad de mostrar su trabajo con esas audiencias. ¿Qué más tenéis que demostrar las directoras para que los productores confíen en vuestros proyectos?

R. Es un debate importante, pero la mejor herramienta que tengo para responder es mi propio trabajo. Hacer para que vean y comprueben que merece la pena. Yo alabo muchas iniciativas que dan visibilidad a compañeras, pero en otras veo la trampa. No me sirve de nada que contrates a ocho dramaturgas el 8 de marzo para hacer algo pequeño, si, después, nos tienes olvidadas el resto del año. Por suerte, cada vez hay más directoras y autoras programadas en las salas grandes. Pero se percibe que el margen de error que tiene un director de escena no es el mismo que se le permite a una directora. No te puedes enfocar en eso. Tienes que centrarte en tu trabajo y en ser leal con la idea que tú tienes de hacer teatro. Y en contar la historia que quieres contar. Yo quiero que vayan a verme por lo que cuento, no porque sea hombre o mujer.

P. ¿Qué es lo próximo que veremos de Carolina África?

R. Creo que me merezco unas vacaciones. Antes estrenaré una versión de Mañanas de abril y mayo, que dirigirá Laila Ripoll. Sigo escribiendo, no lo puedo evitar. Próximo está el largometraje de Verano en diciembre, que también hago la adaptación y, entre todo esto, me voy a México a impartir un taller, aprovechando que se estrena un medio montaje de El cuaderno de Pitágoras allí. ¡A ver si salgo viva de todo esto!

P. Y para terminar, Anne Bogart decía que si el teatro fuese un verbo, sería recordar. ¿Para Carolina África qué verbo sería el teatro?

P. Amar y conocerse. Sería dos verbos.

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