Stephen King comenzó a escribir Carrie a los ocho años, inspirado por dos casos reales de acoso que había presenciado en el colegio y en su vecindario. Una de las chicas terminó con su vida de forma trágica. Años más tarde, la esposa del escritor le instó a terminar la novela —él había tirado el manuscrito a la papelera—. Carrie no solo fue el texto que dio a conocer al autor, sino que a día de hoy sigue siendo uno de los grandes clásicos del género de terror.
Carolina Yuste dirige junto a Sara Sierra la obra No juegues con Carrie, montaje escrito e interpretado por Enrique Cervantes en el Teatro Quique San Francisco. La actriz nos cuenta en esta entrevista que, ante los casos que han leído para documentarse sobre acoso escolar: «el dolor que sentíamos era muy extremo. El cerebro es incapaz de colocarlo en un lugar en el que puedas entenderlo». Quizá fue esa necesidad de entender lo incomprensible lo que llevó al pequeño Stephen a escribir Carrie, de la misma manera que Enrique tuvo el impulso de crear No juegues con Carrie porque, como apunta Carolina: «el arte tiene la capacidad de poner espejos donde no queremos mirar».
¿Cómo surge No juegues con Carrie?
Enrique Cervantes, Sara Sierra y yo empezamos a estudiar interpretación juntos aquí en Madrid y acabamos siendo una familia. Llevábamos un tiempo queriendo contar nuestras propias historias, nuestras propias heridas. Enrique, que es un ser humano increíble y, aparte, escribe que te cagas, llevaba un tiempo trabajando en un texto sobre el acoso escolar y nos preguntó a Sara y a mí si lo queríamos dirigir.
¿Qué fue lo que más te llamó la atención del texto una vez lo leíste?
La inteligencia con la que Enrique abre las dos vías de recorrido de la función, la del chaval de 17 años y la del que ya tiene 33 años y va a encontrarse con la persona que le hacía bullying en el cole. El texto además me tocaba porque tanto Sara como yo hemos sufrido acoso en el colegio y me llamó la atención cómo él transforma toda esa herida y todo ese dolor en arte. Esa manera de contar para iluminar.
Hablemos sobre el concepto de Carrie. ¿Qué es?
Para empezar, es la primera novela de Stephen King y el personaje de Carrie es una chavala que sufre bullying en el colegio. Ella descubre que tiene el poder de la telequinesis, su enfado genera tanta carga energética que puede quemar o mover cosas. En un momento de colapso total termina por destruirlo todo.
Enrique y yo decimos que tenemos a nuestra propia Carrie interna y, cuando se siente herida o atacada, lucha por salir (ríe). Entonces tenemos que respirar, meditar e intentar transformar todo eso en otra cosa.
¿Todos tenemos a una Carrie dentro?
Por supuesto que sí. Cada persona tiene una, aunque sale de forma diferente.
«El arte tiene la capacidad de poner espejos donde no queremos mirar»
¿Somos inevitablemente un producto de nuestras experiencias o podemos cambiar a pesar de estas? ¿Cómo calmar a esa Carrie?
Yo creo en las dos cosas. Creo que la persona que soy hoy tiene que ver con las experiencias pero también creo que tenemos la capacidad de no quedarnos ahí, de que eso no nos defina para siempre. Quiero decir que creo que puedes coger todo eso y transformarlo en otra cosa.
Yo, como persona que ha sufrido agresión en el colegio, evidentemente eso me configura, pero si me estanco en este lugar me inmovilizo. Esto es solo algo que yo pienso, que decido para mí, porque me parece la forma más luminosa: cojo mi rabia, mi frustración, la injusticia e intento transformarlo, por ejemplo, en esta función de teatro. Considero que el arte, en general, tiene la capacidad de generar y modificar un montón de cosas y poner espejos donde a veces no queremos mirar.
Es un texto entonces que os tocaba especialmente, ¿habéis descubierto cosas que os han ayudado a sanar?
Seguramente, sí. Yo, más que en mi ser o en mi persona, lo que he descubierto que me parece peligroso es la frecuencia con la que el bullying sigue ocurriendo a día de hoy. Hubo un momento en el que tuvimos que parar porque nos pusimos a leer casos de niños que se suicidaron por acoso y el dolor que sentíamos era muy extremo. El cerebro es incapaz de colocarlo en un lugar en el que puedas entenderlo.
Esa herida, ese dolor enorme, sale en forma de violencia. Si nadie te enseña a gestionarlo, si nadie te muestra las herramientas, si nadie entiende que la llave inglesa hay que ponerla en un sistema educativo que muchas veces empuja algo así, todo eso sale por algún lado: con violencia hacia los demás o contra ti mismo. Y eso es peligroso. Yo no creo que un niño de diez años sea un monstruo. Creo que no se nace así, pero sí que hay cosas en la vida que te empujan a ciertas cosas y hay que actuar muchísimo antes de que al chaval se le ocurra generar un acto violento.
¿Por qué crees que a la gente le cuesta tanto actuar o señalar cuando observa un acto de agresión?
Porque no tenemos herramientas, nos da mucho miedo. Si tú te pones a pensar por qué unas personas de esas edades han llegado a esos extremos, te das cuenta de que el problema no es de esa persona, el problema es estructural y tiene que ver con un sistema que genera competencia, que genera individuos solos. Modificar eso cuesta muchísimo. Entonces muchas veces lo que se hace es individualizar el asunto y castigar. El castigo no soluciona nada, desde mi punto de vista. Alguien que es castigado no llega a la comprensión profunda de qué han implicado sus actos.
También creo que la sociedad adulta considera que los niños y los jóvenes no tienen un criterio, por eso muchas veces nos da miedo hablar de manera clara y honesta con ellos. Necesitamos que los que se hagan cargo de esto sean los adultos.
«Existen un montón de violencias que nos atraviesan de alguna manera. Pero si estallas a eso, el violento eres tú»
Decís en varias publicaciones que es un texto sobre el amor y sobre la falta de amor. La violencia genera más violencia, es un pez que se muerde la cola. ¿Puede el amor generar el cambio?
Creo que es la única opción. Muchas veces hablamos de violencia solo cuando vemos una acción explosiva respecto a algo. Pero también es violencia que a mí me estén manipulando, obligando a ciertas cosas o asfixiando con siete años hasta el punto que la mochila que llevo al colegio es más grande que yo. Así como, por ejemplo, la violencia institucional, el Madrid de los alquileres… Existen un montón de violencias que nos atraviesan de alguna manera. Pero si estallas a eso, el violento eres tú. Habría que repensar el concepto de violencia.
¿Que la violencia genera más violencia? Sin duda, ¿que la única opción revolucionaria para pararla es el amor? Sin duda también.
¿Qué crees que puede aportar el arte a esa necesidad de afrontar esta problemática?
Hay un impulso muy claro en las personas que nos dedicamos a esto en contar historias que nos pertenecen, que nos duelen o que tenemos cerca. El mundo es enorme y cambiarlo es dificilísimo pero si podemos conseguir, en el caso de No juegues con Carrie por ejemplo, que a un nene o a una madre les genere un cambio y suceda algo, sería hermosísimo. El día que decidí que me quería dedicar a esto tenía que ver con eso. El teatro es un ritual común, un pacto entre una sociedad que decide estar en esta movida. Y si conseguimos la catarsis, como los griegos, ¡pues divino!
«Todo va a estar bien: encontrarás tu tribu, tu gente»
¿A la Carolina del pasado, cuando sufría acoso en el cole, le hubiera gustado ver esta función?
Depende de la edad, pero sí, claro. Porque hubiera sentido que no estaba sola. En la función queremos dar el mensaje de que todo va a estar bien: encontrarás tu tribu, tu gente. Hay un espacio para ti, eres digna de amor.
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