Estás en casa. Suena el telefonillo. ¿Será el repartidor? ¿Será la vecina de enfrente a la que no conoces? ¿Y si es el barrio el que te llama? ¿La mercería donde compraba tu madre que ahora es un piso turístico? ¿El bar que ha perdido su cartel de los años sesenta? Bajas a la calle, vas al parque y ves que a tu alrededor las cosas ya no son como las recordabas. No reconoces el barrio que te rodea y del que tanto participaste. Lo echas de menos, pero hay algo de esta nostalgia que no te encaja.
Inés Collado e Irene Doher estrenan Ya no queda nada de todo esto, una creación del Colectivo Drift que se nutre de entrevistas a vecinas y vecinos del barrio de Tetuán y que persigue recuperar la plaza pública, reivindicar la diversidad y reflexionar sobre la nostalgia. Inés Collado, Ángel Perabá, Ana Rodríguez y Paula Varela protagonizan esta propuesta que se podrá disfrutar del 7 al 9 de febrero en la Sala José Luis Alonso del Teatro de La Abadía.
Conversamos con las dos creadoras de la pieza sobre todo lo que ha supuesto para ellas embarcarse en este proyecto social europeo.
Me gustaría comenzar preguntándoos, ¿qué es «todo esto» de lo que «ya no queda nada»?
Inés Collado: El título es una referencia ultra directa a una exposición que hubo el año pasado en CentroCentro que organizó el colectivo Paco Graco, que se titulaba «No va a quedar nada de todo esto». Para esta exposición rescataron rótulos antiguos de comercios de la calle para mostrar alrededor de ellos todo este imaginario del Madrid del pasado. Nosotras al estar pensando sobre el barrio y los cambios que suceden en los mismos sentimos que había una relación muy directa entra la exposición y lo que queríamos mostrar. Entonces escribimos a Alberto del colectivo Paco Graco y le dijimos: «Queremos hacer como una especie de versión de vuestro título de la exposición para reflexionar un poco sobre ello». Esta pieza pone la mirada en la reflexión sobre todo esto que son los barrios, nuestros entornos, la vida en las ciudades. Y nos pareció mejor irnos a los extremos porque también reflexionamos sobre ellos.
Irene Doher: Sí, además, desde el colectivo Paco Graco nos van a dejar cosas para la función; en este sentido, vamos a ser un poco una sucursal, una exposición en una obra de teatro, una especie de spin off. Al mismo tiempo, a partir de las conversaciones que tuvimos con Alberto, nos surgió una gran reflexión sobre el concepto de nostalgia que está muy presente en la pieza. De cómo las cosas van cambiando, cómo nos resistimos al cambio, cómo nos da pena que se pierdan determinadas cosas por cómo las sentimos y por esa idea de que los cambios son a peor. Nosotras hemos llegado a la conclusión de que no tiene por qué ser así siempre.
¿Y cómo surgió para vosotras la oportunidad de formar parte de la rama española del proyecto europeo Interphono que incluye a tres barrios: Saint-Gilles, en Bruselas, Gennevillers, en París y Tetuán, en Madrid?
I.C.: Fue gracias a La Abadía. Una de las actrices que ahora mismo está en el elenco, Ana Rodríguez, también forma parte de la rama de Bélgica del proyecto. Entonces ella conocía a Juan Mayorga desde hacía unos años y cuando le llegó este proyecto a ella en Bélgica, pensó en hablar con Juan.
Asimismo, en ese momento como Colectivo Drift estábamos haciendo en La Abadía otra pieza que se llamaba Santa Eugenia, que también está construida a través de testimonios del barrio de Santa Eugenia de Villa de Vallecas, y que, además, tenía una relación muy directa con lo sonoro porque es un paseo que se va escuchando con auriculares. Cuando de repente a ellos les llegó este proyecto Juan pensó que nosotras éramos una buena apuesta para llevarlo a cabo.
¿Por qué se eligió concretamente el barrio de Tetuán?
I.C.: Surgió en conversaciones con La Abadía al pensar sobre qué barrio se podía reflexionar. Al final, en Madrid hay muchos barrios y muchas situaciones, pero creo que en concreto Tetuán es un distrito del que no se había generado todavía tanta reflexión sobre el propio distrito desde fuera del distrito.
I.D.: Y también que, particularmente, es muy interesante porque dentro del mismo distrito está la parte derecha del distrito, que es Azca, y en la otra parte están las torres, que es donde vive el 1% de la población más rica de Madrid. Pero en el otro lado, tienes un barrio popular. Simplemente esa división también nos permitía mucha narrativa.
Empezasteis en mayo a hacer una serie de talleres con los vecinos y las vecinas de Tetuán y luego, unos meses después, os embarcasteis en la creación de una exposición de retratos sonoros. De todo este viaje, ¿qué ha sido lo más revelador? ¿Qué experiencia os lleváis?
I.D.: El contacto con el tejido asociativo, que para nosotras ha sido fundamental. Y también como una luz, una esperanza en el futuro, porque claro, nosotras éramos, o sea, vivimos en Madrid, pero yo llevo diez años viviendo en Carabanchel, Tetuán casi me queda a una hora de donde yo vivo. Entonces, éramos un poco foráneas en el barrio y para hacer el acercamiento pues entramos a través de asociaciones. Y ahí conocimos gente que está peleando por su barrio, está reflexionando sobre él y, de este modo, lo colectivo nos dio como esperanza en el futuro.
I.C.: Por otro lado, al haber llegado al barrio a través de asociaciones, eso ha hecho un corte en las personas con las que hemos podido hablar. Uno de los talleres que nosotras íbamos a hacer era en colaboración con una ONG que se llama Refood Tetuán, que es una organización que lucha contra el desperdicio alimentario y trabaja con un montón de familias que no tienen un acceso fácil a los alimentos. Este taller no salió porque no se apuntó nadie. De repente, nos dimos cuenta de que esto es una muestra de Tetuán, pero que no abarca de forma completa toda la diversidad del barrio. Todos los talleres eran gratuitos para los asistentes. Era una tarde libre. Pero lo que no es gratuito es tener esa tarde libre. Hay una realidad y una distancia.
También ha sido revelador el conocer individualmente a una serie de personas que literalmente nos han abierto la puerta de su casa y de su vida; nos hemos encontrado con una generosidad y una gente tan interesante y tan divertida que esa ha sido la verdadera revelación.
¿Y cómo estáis trasladando todo este grandísimo material a la realidad escénica?
I.C.: Con mucho encaje de bolillos y con mucho amor. De las diez entrevistas que hicimos para los retratos sonoros, unas seis han quedado para la pieza.
A estas personas se les representa literalmente, pero sus vivencias están atravesadas, mezcladas, mestizadas con las de los propios actores.
I.D.: Hemos estado reflexionando sobre una serie de conceptos para la pieza que son pertenencia, soledad, nostalgia y utopía. Y con los actores hemos hecho acciones escénicas sobre estos cuatro conceptos, su propio material personal más el contenido de las entrevistas; todo lo hemos mezclado, fusionado. Por eso, hacemos como el disclaimer al principio de la pieza avisando de que esto no es una obra de teatro documento porque tenemos esta hibridación que hace que se salga de que sea una pieza al uso de teatro documento. Nosotras queríamos contar y compartir nuestras propias reflexiones sobre el barrio, nuestro propio proceso y lo que nos ha pasado al enfrentarnos a esto.
Este proyecto incide en cómo la identidad y el territorio son determinantes en la formación de la personalidad de cada persona y de la proyección posible que puede tener en un futuro. ¿Cómo han influido estos conceptos en vuestras vidas?
I.C.: Ha sido determinante a nivel máximo. Yo soy de Madrid centro y a mí eso me ha condicionado tremendamente. E Irene, que es de un pueblo de La Rioja, también se ha visto condicionada; es innegable.
I.D.: También reflexionamos sobre la pertenencia desde el planteamiento de cómo vas a cuidar tu barrio si no tienes una casa. Hemos hecho un trabajo concéntrico, de lo más pequeño a lo más grande, porque todos soñamos con que lo grande, lo social, nos acoja a todos.
I.C.: Considero también que dependiendo muchísimo de dónde naces, te permites habitar los espacios de una manera u otra y eso es una reflexión que evidentemente tenemos en la obra; son reflexiones que vas adquiriendo cuando vas creciendo y te das cuenta de cómo eso te influye.
Como creadoras, ¿qué es para vosotras lo más bello, pero también lo más duro de apostar por el teatro social?
I.C.: Para mí lo más bello es el aprendizaje personal, porque si ya todo proceso artístico conlleva un aprendizaje personal, creo que cuando haces un teatro que parte de testimonios fuera de ti, de personas y de vivencias reales, el aprendizaje es por ocho. Y, para mí, la parte más dura es pensar que es un teatro aislado de todo lo demás; un teatro marginalizado con un nombre que ya hace que tenga una serie de etiquetas y que la gente lo perciba como algo distinto y que, por lo tanto, no tenga a lo mejor el público que se merece.
I.D.: Sí, para mí es tener la oportunidad de escuchar a gente con la que en otras circunstancias probablemente no te habrías parado a conversar. Y también porque con la excusa del teatro y de poder hacer estas entrevistas, hemos podido llegar a establecer conversaciones muy bonitas y profundas con estas personas. Realmente muy pocas veces nos damos este espacio y permiso para hablar con la gente y poder reflexionar así.
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