El próximo 6 de noviembre, se estrena en Madrid A.K.A. (also known as), el relato de un adolescente repleto de preguntas sobre su identidad y con tantos temas por tratar sobre un escenario como espectadores escuchen los diferentes aspectos de su vida. El Teatro de La Abadía acoge, hasta el 17 de noviembre, esta obra escrita por Daniel J. Meyer, dirigida por Montse Rodríguez Clusella e interpretada por Albert Salazar, en un monólogo que reflexiona sobre los problemas de un chico de 15 años que mira directamente a los ojos y al corazón con su historia.
Carlos es un buen alumno, se aburre, está enfadado, está bien, sale con sus colegas al parque, baila hip-hop. Es una persona feliz y conoce a Claudia. Y durante este camino, se hace preguntas sobre su identidad, sobre lo que los demás piensan de él y sobre quién cree él que es, traspasándoselas al espectador de manera íntima y haciéndole parte de sus miedos y de su lugar como hijo y ciudadano adoptado. Entran en escena temas como la xenofobia, las relaciones de amistad y del primer amor, las redes sociales y los prejuicios que practicamos a diario. Además, el público es testigo y juez del rechazo que sufre, de la injusticia que le ha apartado de su vida normal y, en general, de una sociedad que mantiene un discurso de rechazo constante hacia lo que es y lo que hace.
Desde su estreno el 9 de febrero del 2018 en L´Atlantida de Vic, un estreno oficial el 16 de marzo en la Sala Flyhard y un reestreno en el Teatre Lliure, A.K.A. (also known as) ha recorrido ya muchas salas catalanas y participado en el Festival Internacional Outono de Teatro (FIOT). Además, algunos de los premios conseguidos hasta ahora dan prueba del potencial de este montaje; 2 Premios Max, 3 Premios Teatre Barcelona y 4 Premios Butaca, entre otros.
Teatro Madrid ha entrevistado a Daniel J. Meyer, quien confiesa haber escrito esta obra durante una noche, sin saber su dirección exacta y haciéndolo de una manera muy visceral, como tiene por costumbre enfrentarse a un proceso de escritura. Precisamente, esta sinceridad es la que ha plasmado en la obra, en la que un joven protagonista nos da la mano para conocer parte de su vida, con una energía vital que deja sentir todo lo que le pasa, tanto bueno como malo.
TM.- ¿Qué ventajas o desventajas tiene afrontar este montaje con un monólogo?
D J.M.- Carlos cuenta una historia y parte del encanto de esa acción, y de la dramaturgia, es que lo hace mirando al público a los ojos. Y es muy difícil no empatizar con esta puesta en escena. Además, el juego creado por la directora Montse provoca que los espectadores se «ficcionalicen». Entonces, de alguna manera, el actor no está solo en escena.
TM.- Las situaciones de Carlos son muy cotidianas. ¿De qué manera entra el teatro en ellas para ponerlas en escena?
D J.M.- Hemos abierto una caja de Pandora por la visibilización de muchos asuntos actuales y por, simplemente, poner en el teatro temas como el racismo o la adopción para hablar de ellos. Abrimos preguntas como la de cómo es la búsqueda de la identidad de alguien que tiene 15 años. Por ello, nos ha pasado que han ido adolescentes a ver la obra y, después, han traído a sus padres, para vivir algo juntos y quizás dar respuestas. Para mí, el mayor éxito de esta obra ha sido ver la cantidad de gente joven que viene, su inquietud por ir al teatro y que se sienten cómodos porque creo que no les damos ninguna lección ni les hablamos con condescendencia.
TM.- Hay muchas cosas de esta historia que el público tiene que completar y responder, ¿fue tu objetivo desde el principio?
D J.M.- No me gusta dar lecciones ni explicarlo todo. Puedo plantear cosas pero siento que no tengo nada que enseñar. Es importante que el público se dé cuenta de que son ellos, como sociedad, los que están juzgando a Carlos.
TM.- ¿Cómo se busca la identidad?
D J.M.- Muchas veces ocurre que imponemos a las personas adoptadas que tengan que buscar sus orígenes como algo crucial en sus vidas porque allí estará su identidad. Y creo que eso es mentira porque puede que no. Las identidades son poliédricas. Yo soy de Argentina, pero ahora que vivo en España, me siento de aquí. Uno pone los límites de hasta dónde quiere llegar. La identidad para mí siempre es social y es una elección. Por ejemplo, yo soy de familia judía pero no soy judío por elección, sino por una cuestión que viene de la educación y que tiene que ver con la epigenética.
TM.- Empezasteis en una sala muy pequeña en 2018 y ahora llegáis a Madrid, ¿ha cambiado en algo la obra durante todo este camino?
D J.M.- Respecto al montaje, no ha cambiado nada. Estamos seguros y, a la vez, nerviosos por salir de Cataluña porque venir a Madrid es encontrarte con otro público. La obra original es bilingüe; está escrita en catalán y castellano. Esto explica ya unas cosas, un modo de relacionarse y unos prejuicios. Y en cada sociedad, eso es distinto. Al traducirla, hicimos un par de cambios al castellano por una cuestión de referencias. Empezó siendo un montaje muy pequeño que se fue haciendo grande, pero sigue siendo una pieza que no es tan grande como para no mirar a los ojos de todo el público.
TM.- En el siglo XXI, ¿impacta más que nunca lo que los otros piensen de uno mismo?, ¿nos hemos convertido en jueces de todo lo que vemos?
D J.M.- Hemos desarrollado la ansiedad compulsiva del juicio social ligado a las redes sociales. Estas son maravillosas, pero no sabemos hacer un buen uso de ellas todavía. Estamos esperando a los likes y los retuits, el juicio ajeno. Este es un siglo en el que nos gusta mucho gustar. Y todo ello puede afectar mucho a alguien cuya identidad se está formando aún, como es el caso de los adolescentes.
TM.- ¿Con qué reflexión te quedas de esta obra?
D J.M.- Hay que defender a capa y espada quienes creemos que somos.
Amanda H C / @ama_i_anda
Fotos Ona Vilar del Pino y Roser Blanch