El grito de Mouawad

José Antonio Alba

A pesar de los años y las tablas, conserva todavía ese aspecto frágil, como de niño tímido, ingenuo, marcado por un terrible secreto que solo él conoce y del que no se atreve a hablar. Quizás un día fuera ese niño, quizás ese secreto no fuera más que el dolor. Un dolor que no puede ser gritado. Quizás no haya renunciado nunca al niño que fue. Quizás no haya renunciado del todo. «Hay un hilo que nos une con el niño que fuimos» nos decía a los que fuimos sus alumnos «y tenemos que seguir ese hilo para ver qué nos conmueve, qué es lo que nos hace vibrar».

Wajdi Mouawad conoce bien el dolor, la desesperación de los que abandonan su país natal para buscar asilo en Occidente, no importa dónde, cualquier sitio lejos del horror, las bombas, el drama de la guerra y la crueldad de los hombres. En 1977, cuando solo tenía nueve años, huyó del Líbano, devastado entonces por la guerra civil, para instalarse junto con su familia en Paris, donde permaneció hasta 1983, año en que se vieron obligados a trasladarse a Canadá, al no ser renovados sus permisos de residencia.

Al poco de llegar a Quebec perdió a su madre y se vio más solo que nunca. Fue el director de su colegio quien, por aquel entonces, le incitó a escribir sus primeros textos. «Con el teatro encontré un sentido a mi vida» decía «una motivación para levantarme cada mañana, asomarme a la ventana y descubrir que el centro del universo era una pequeña sala de teatro». En 1991 se graduó en la Escuela Nacional de Teatro de Canadá y, a partir de ahí, comenzó su carrera como actor, escritor, director y productor. Había descubierto la manera de gritar su dolor. «Igual que los murciélagos que, para poder ver, gritan» nos decía «pero, si la vida es un perpetuo grito de dolor, ¿cómo podemos escuchar su eco y ecografiar el rostro de quien nos hace sufrir?».

De 2000 a 2004, Wajdi Mouawad fue director artístico del Théâtre de Quat ‘Sous de Montreal, un teatro alternativo que anteriormente había sido una sinagoga. En 2002 fue nombrado Caballero de la Orden Nacional de las Artes y las Letras en Francia, y en 2004 fue galardonado con el Premio de la Francofonía. En 2005, rechazó el prestigioso Premio Molière en protesta por la indiferencia de los directores de teatro franceses ante los dramaturgos contemporáneos. Y ese mismo año, fundó dos nuevas compañías de teatro: Abé carré cé carré en Montreal y Au carré de l’hypotenuse en París. En 2007, fue director artístico del National Arts Centre French Theatre en Ottawa. Actualmente, dirige el Théâtre national de la Colline de París.

Los recuerdos de su infancia, marcados por la tragedia de la guerra están presentes en gran parte de su obra, especialmente en la reunida en torno a La sangre de las promesas, una tetralogía formada, en este orden, por Litoral, Incendios, Bosques y Cielos. «La infancia es un cuchillo clavado en la garganta» nos dice en Incendios, su obra más conocida, llevada al cine en 2010 por el director canadiense Denise Villeneuve (Blade Runner 2049, La llegada), y con la que obtuvo una candidatura al Oscar a la mejor película de habla no inglesa.

El dolor, la muerte y la inocencia vuelven a aparecer en Notre Innocence su último espectáculo con el Teatro Nacional de La Colline de París, que podremos ver en el CDN del 21 al 23 de septiembre. Pero esta vez el grito pertenece a los jóvenes, concretamente a los del Jeune Théatre National de París, quienes ponen voz a las poderosas palabras de Wajdi Mouawad. «Y si mis palabras no son lo suficientemente fuertes, como para hacerte escuchar el caos que hay en su interior» dice Mouawad «este caos te tiro a la cara, este caos te voy a gritar».

Telón lento… y final.

Texto Juan Mairena

Escrito por
José Antonio Alba
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