Elda García: «‘La extraña pareja’ es una obra sobre el amor en su sentido más amplio»

José Antonio Alba

En el 2018 la compañía Calibán Teatro estrenaba en la sala Nueve Norte Teatro la versión femenina de La extraña pareja, título que todo el mundo recordará por la versión cinematográfica protagonizada por Walter Matthau y Jack Lemon, y que el propio Neil Simon cambió de género en una revisión escrita a mediados de los 80. Poco podían ellos imaginarse que sería tal el éxito que obtendrían con esta versión dirigida por Andrés Rus, que realizarían una extensa gira nacional y regresarían hasta en cuatro ocasiones a Madrid, ahora en el Teatro Amaya, colgando el cartel de «Localidades agotadas».

Elda García, coprotagonista del montaje junto a Susana Hernáiz, nos cuenta cómo es para ella poder poner en escena la versión de esta comedia que, al cambiar de género, se descubre como todo un alegato femenino.

Teatro Madrid.- Lo primero que puede extrañarle al espectador de esta pareja es que sean dos mujeres, sobre todo cuando tiene el referente fílmico de Walter Matthau y Jack Lemon ¿Cómo surgió la idea de escoger esta versión en la que el texto de Neil Simon cambia de género?

Elda García.- Encontré por casualidad el texto de esta versión (escrita por el propio Simon en 1985) en una librería de viejo en Nueva York. Allí, en Estados Unidos, se representa mucho, sobre todo por escuelas y compañías de teatro aficionado, por la sencilla razón de que en esos círculos predominan las mujeres y esta es una de las pocas obras que tiene un amplio elenco mayoritariamente femenino: no están solo las dos protagonistas, sino también su grupo de cuatro amigas, que nosotros hemos reducido a tres por simplificar un poco una producción de por sí ya costosa. Aquí, en cambio, esta versión no era tan conocida. Yo siempre había sido muy fan de la película, y en particular me encantaba el personaje de Félix Unger, interpretado por Jack Lemmon. Al ver la posibilidad de encarnar a su contrapartida femenina, Flora Unger, Ugarte en nuestra versión, no dudé en proponérselo a Andrés Rus, director del montaje. Además, solo de la lectura del texto me llevé la sensación de que podía ser igual o incluso más desternillante que la versión masculina: y parece que no me equivocaba.

TM.- ¿Cambia el sentido de lo que cuenta la historia o no importa el género cuando, de lo que se trata, es de reflejar los problemas en la convivencia?

EG.- No cambia en absoluto, y ese es uno de los méritos de la obra. Uno de nuestros miedos era que no funcionase igual de bien, que la comicidad del texto original se basase en lo grotesco que resultaba desde una óptica aún sexista, ver a dos hombres asumiendo los roles de un matrimonio. Sin embargo, no es así: los roces que provoca la convivencia entre dos personas cualesquiera, sean pareja, amigos/as o hermanos/as – De hecho Simon se inspiró en la relación que tenía con su propio hermano – son los que provocan las carcajadas en un público al que no le cuesta sentirse identificado. Todas las parejas, más allá de su sexo y de que tengan o no una relación sentimental, son la extraña pareja.

TM.- De alguna manera, poner en escena esta versión femenina, ¿es una reivindicación del papel de la mujer en las artes escénicas? ¿Cómo vivís vosotras esta situación?

EG.- Por supuesto. Pocas obras ofrecen la posibilidad de reunir a tantas actrices. Últimamente se ha hablado mucho de los criterios que tiene que cumplir una película u obra de teatro para ser igualitaria, desde el Test de Bechdel – Que la obra en cuestión tenga dos personajes femeninos con nombre, que estos dos personajes hablen entre sí y que su conversación no trate siempre sobre los hombres – a otros que requieren que la mitad de los personajes secundarios sean mujeres, como forma de mostrar que las mujeres representamos más de la mitad de la sociedad y también somos mayoría en las artes escénicas. La versión femenina de La extraña pareja los cumple todos con creces; podría decirse, de hecho, que es un modelo de obra igualitaria. Somos todas, además, mujeres ya de una cierta edad, en la cuarentena, es decir: personas con experiencia que viven una plenitud física y emocional, por mucho que el mundo del espectáculo se empeñe en llevar al extremo el culto a la juventud que impera en nuestra sociedad y relegarnos a un segundo plano o directamente excluirnos.

TM.- ¿En qué te pareces y en que te diferencias de tu personaje?

EG.- Ya he dicho que me encantaba el personaje de Félix/Flora, porque me identificaba mucho con él. Con su carácter en general maniático, con su hipocondría, su perfeccionismo, su modo de ser excesivamente racional y «apolíneo», en contraste con la personalidad más espontánea y «dionisiaca» de Óscar/Olga. No tanto, en cambio, con su obsesión por el orden y la limpieza; en ese sentido, me parezco más a esta última, soy bastante desastre…

TM.- Ya son varios los teatros madrileños por los que ha pasado este montaje, de Nueve Norte, al Lara, al Infanta Isabel y ahora al Amaya ¿cuál es la clave de su éxito?

EG.- La clave está en el texto, en la reflexión lúcida e irónica sobre temas que nos son muy cercanos a todos; no solo las miserias de la convivencia, sino también la amistad, la necesidad de sentirse querido, las diferencias culturales… Los diálogos son muy rápidos y vivaces, y hay infinidad de gags que hacen a la gente llorar de la risa, sin ser los chascarrillos burdos y chabacanos que, por desgracia, abundan en muchas comedias. Por otro lado, creo que la decisión de trasladar la acción al Madrid actual ha sido un acierto y contribuye a la identificación del público con los personajes.

TM.- ¿El humor es el mejor camino para provocar la reflexión en el espectador?

EG.- Sin duda, sobre todo en cuestiones que nos tocan tan de cerca. Como decía Winston Churchill: «Mientras la imaginación nos consuela de lo que no podemos ser, el humor nos consuela de lo que somos».

TM.- ¿Qué mensaje o reflexión os gustaría que se llevara el público tras ver vuestro montaje?

EG.- Que «siempre se puede sobrevivir mientras se sepa amar». La canción de Gloria Gaynor es un añadido nuestro, que creo que resume muy bien el espíritu de la obra. Porque, al final, La extraña pareja es una obra sobre el amor en su sentido más amplio, sobre la amistad que prevalece por encima de cualquier conflicto. En particular en esta versión, la amistad entre mujeres, que tiene el valor añadido de superar el tópico machista de la rivalidad femenina. Se dice que hay un lugar especial en el infierno para las mujeres que no ayudan a otras mujeres. Ninguna de las chicas de La extraña pareja irá al infierno por esa razón.

José Antonio Alba / @joseaalba

Fotos y vídeo cortesía de Calibán Teatro

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