El ciclista utópico se encuentra estos días recorriendo su camino en el Teatro Galileo. Fran Perea y Fernando Soto son los intérpretes de esta obra escrita por Alberto de Casso y dirigida por Yayo Cáceres; en un proyecto de FeelGood Teatro.
Teatro Madrid-: Fran, viniste del sur con la brisita del mar, ahora estás de gira con “Canciones para salvarme” y actuando en “El ciclista utópico”… ¿Te alegras de haberte atrevido a soñar?
Fran Perea-.: Sí, claro, muchísimo. Es verdad que muchas veces te lo piensas, te planteas cosas sobre una profesión con tanta incertidumbre, pero luego dices: «¿quién no la tiene?». Yo al menos tengo la suerte de que, aunque la vivo con incertidumbre, como todos los que nos dedicamos a esto, cuando puedo trabajar de lo mío, que soy muy afortunado porque trabajo bastante, lo disfruto mucho. Me alegro de haber dado el paso. De haberlo hecho.
T.M.- ¿Qué fue lo que más te atrajo del texto la primera vez que leíste “El ciclista utópico”, obra de Alberto de Casso, sabiendo que además, era ganador del Premio de Literatura Dramática Fundación Teatro Calderón de Valladolid, en 2014?
F.P.- En primer lugar que fuera una obra de dos personajes, también que fuese comedia y que tuviese algo más que contar. Es verdad que a alguien quizá le puede parecer poco trascendente hablar sobre las relaciones humanas, sobre la amistad o sobre los límites de esta, pero a mí me parece muy interesante y, de hecho, es uno de los grandes temas de mi vida: las relaciones personales. Esta obra habla de eso, habla de saber dar la mano sin que te cojan el brazo. Habla de la intimidad, de cosas que a mí me preocupan especialmente. Todo eso me llamó muchísimo la atención. El texto está muy bien escrito por Alberto de Casso y me conquistó.
T.M.- El atropello en el que se ve envuelto tu personaje… ¿Dirías que es un accidente casual o más bien un accidente del destino?
F.P.- ¡Un desacierto del destino! Sí, un fallo del destino, un error del destino… Parece casualidad, parece que es un encuentro casual… Pero muchas veces nos preguntamos si realmente es así, cuando veáis la función entenderéis por qué, si realmente mi personaje atropella al otro porque se cruza de pronto en su camino o esa persona estaba esperando para cruzarse en el camino de mi personaje. Es un error de la vida porque hay personas que no se deben de relacionar nunca. Eso nos pasa, ¿no? Hay veces que te encuentras a alguien y dices: «yo no creo que pueda tener una buena relación con esta persona» y, de pronto, por «X», te ves envuelto en una relación con ella y dices: «¡Dios! Si yo sabía que no, si me daba que no…». Cuando eso ocurre, es por algo. En este caso, el atropello intenta justificar esa relación y eso es un error.
T.M.- El ser humano puede conocer a alguien que no le inspire confianza, que no le agrade, que piense distinto a él… Pero aun así permite que esa persona que no aguanta, ponga patas arriba su vida. ¿Por qué crees que pasa eso?
F.P.- No lo sé… Por buenísimo mal entendido, por quedar bien, por agradar… Porque, al final, nos gusta agradar. Sentir que gustamos, decir: «soy buena persona, yo no tengo prejuicios, yo me relaciono con todo tipo de gente, hasta con gente que tenga ideas contrarias a las mías en extremo. ¡Sí! Yo soy muy tolerante…» Pues mira, pues no hace falta relacionarse con todo el mundo y con gente con la que no tienes nada que ver. Y hay que saber decirlo y no pasa nada, ¡no pasa nada! No es un problema: tú eliges a tus amigos. Esa es una de las grandes frases de esta función. Las amistades se eligen.
T.M.- ¿Dirías que es para ti una utopía hecha realidad trabajar con Fernando Soto, con Yayo Cáceres y con el resto del equipo?
F.P.- Sí, por supuesto que sí. Con ellos dos ya había trabajado. También con Tatiana de Sarabia, la figurinista. Con Fernando Soto hicimos La estupidez, que la dirigió él, hemos trabajado juntos en la serie también y con Yayo hicimos El Don Juan en Alcalá… En fin, es un equipo de confianza y me gusta mucho poder trabajar con gente así. Ojalá todos los proyectos sean con gente con la que estás tan a gusto.
T.M.- La comedia genera risas en el espectador, pero una comedia negra logra que el espectador se ría con sentimientos encontrados… ¿Esta obra consigue que nos vayamos a casa dándole vueltas a aquello sobre lo que nos hemos reído?
F.P.- Sí, esa es la idea. Como te decía antes, a lo mejor no es una función que pretende ser trascendental pero sí, como todo el teatro que hacemos nosotros desde Feelgood, nos gusta que tenga cierto poso. Que durante la función te sientas identificado con el protagonista, pero también con el antagónico. Si solo te ocurre eso, si a parte de reírte te pasa eso, yo ya me doy por satisfecho. Si luego, además, durante la conversación con la persona que has venido al teatro, o el vino posterior, o la cena o la huida a casa por el toque de queda, comentas: «me acuerdo de una persona que era así» y te hace reflexionar… Eso ya es broche de oro.
T.M.- Después de esta obra, de haberte metido de lleno en el conflicto de tu personaje y haber analizado el del antagónico… ¿Qué aprendizaje como persona te llevas?
F.P.- Pues que hay que decir que no. Que también hay que decir que no y hay que decir: «hasta aquí». Eso por un lado y, por otro, que tu sentimiento de soledad te lo trabajes tú por tu cuenta antes de volcar la frustración que tienes en relaciones con otras personas. Uno piensa que generando una nueva dependencia va a saber estar consigo mismo… Y yo creo que no: hay que aprender a estar con uno mismo y, luego, construir sobre eso.
T.M.- ¿Es el propio accidente el que nos cambia o lo usamos como pretexto para cambiar?
F.P.- Interesante… Lo ideal sería para mí lo primero. Que un accidente, que algo casual, haga que te des cuenta de cosas que están ocurriendo en tu vida y que eso te anime a poner ciertos límites o a disfrutar de la vida de otra manera.
Espero que la gente venga a vernos y lo disfrute.