Javier Giner y Eva Llorach: “Lo más pornográfico de la sociedad actual es la violencia contra las mujeres”

José Antonio Alba

Javier Giner lleva al teatro Taxi Girl, un texto de María Velasco que obtuvo en 2017 el Premio Max Aub. La obra cuenta las relaciones amorosas y sexuales de los escritores Henry Miller y Anaís Nin, con June Mansfield, una taxi girl, que era como se denominaban a las acompañantes de baile de pago -bajaban la bandera cada vez que alguien las sacaba a bailar- a comienzos del siglo XX, en Nueva York.

El triángulo amoroso está interpretado por Carlos Troya, Celia Freijeiro y Eva Llorach, premio Goya a la mejor actriz revelación en 2019. La obra estará hasta el 15 de marzo en la Sala de la Princesa del Teatro María Guerrero, y hasta allí nos hemos desplazado para charlar con su director, Javier Giner y una de sus actrices, Eva Llorach.

Teatro Madrid (A Javier).- Aunque ya habías trabajado en teatro anteriormente ¿se puede considerar este tu primer gran estreno?

Javier Giner.- Como montaje de estas dimensiones, sí. Había trabajado con Celia en varios monólogos de Cervantes, en la Sociedad Cervantina; también en el Teatro María Guerrero dirigí una lectura dramatizada, que prácticamente era un montaje, de la anterior obra de María. Pero sí, de una manera oficial, se puede decir que esta es mi primera puesta en escena.

T.M.- ¿Y qué tal la experiencia? ¿Cómo ha sido la transición del medio audiovisual al mundo del teatro?

J.G.- Pues es curioso, porque ha sido muy natural. Al final, el audiovisual y el teatro, aunque son lenguajes diferentes, tienen muchos puntos en común. Cuando hago audiovisual ensayo mucho, casi te diría que, de una forma teatral, y para mí ha sido un lujo estar ensayando prácticamente dos meses junto a los actores. Realmente no he tenido la presión de sentir que estoy haciendo algo diferente, simplemente me he dejado llevar.

T.M.- También son medios que beben el uno del otro.

J.G.- Totalmente, hay miles de casos de grandes cineastas que empezaron en el teatro, Elia Kazan, Fassbinder, o que simultanean el cine con el teatro, como Sam Mendes y muchos otros. Cada disciplina tiene su propio universo, pero, a veces es inevitable que beban unas de las otras, y eso es lo mejor que puede pasar. En Taxi Girl, por ejemplo, hay referencias cinematográficas, pero también musicales, y otras procedentes de la pintura y la fotografía. A mí, la idea de un lenguaje puramente teatral o cinematográfico, sin ningún tipo de filtraciones, es algo que no me interesa. Creo que debemos crecer en la diversidad.

Eva Llorach.- ¿Puedo hacer un inciso sobre esto? Es que el otro día vino un amigo y me dijo que, en esta sala, al ser pequeñita, y por el tipo de luz y el tipo de escenografía, hubo un momento en que pensó que estaba viendo una película. Y fue super bonito, me gustó mucho que lo dijera.

J.G.- En Taxi girl, podemos encontrar referencias, y esta es la primera vez que lo cuento, ni siquiera los actores lo sabían, en la escenografía de Elisa Sanz, que está cubierta con una alfombra de terciopelo rojo, y que es directamente un homenaje a Las amargas lágrimas de Petra von Kant, una película de Fassbinder que es ultra teatral y, además, disecciona un romance femenino. Creo que, en ese sentido, vamos hacia un mundo sin etiquetas. Y disfrutemos de ello, ¿por qué no?

T.M. (A Eva).- Si no me equivoco, ésta es también la primera función que haces después de ganar el Goya y otros premios por la película de Carlos Vermut, Quién te cantará. ¿Esto supone una mayor presión o te da más seguridad a la hora de enfrentarte a un nuevo trabajo?

E.L.- A ver, cualquier tipo de reconocimiento te da más seguridad. Y no me ha supuesto una mayor presión porque la presión es siempre la misma, es decir, muchísima. Siempre quiero hacer el mejor trabajo y no por haber ganado todos esos premios siento que tengo que hacerlo mejor que antes. Quiero decir que, siempre que empiezo algo voy a muerte, voy a darlo todo, porque si no, creo que no merece la pena.

T.M .- ¿Y cómo ha sido tu vuelta al teatro después de tanto tiempo?

E.L.- Pues es que me gusta mucho hacer teatro, y encima en esta sala tan pequeñita, algo que me sorprendió cuando llegamos, porque sabía que la gente estaba cerca, pero no tan tan cerca. Así que la experiencia está siendo muy intensa.

T.M .- Y os habéis atrevido con la puesta en escena de uno de los triángulos amorosos más polémicos de la historia. Dicen que, en la actualidad, no se podría o sería más complicado hacer películas como La ley del deseo de Pedro Almodóvar. ¿Antes éramos más libres, o es que éramos más atrevidos?

J.G.- No sé si éramos más libres o más atrevidos, pero sí echo de menos un punto de inconsciencia. Creo que no es tanto una cuestión de libertad, como una cuestión de miedo. Parece que con las redes sociales la censura está más a la orden del día, hay como una censura social que, de algún modo, también afecta al ámbito económico o comercial. Es cierto que, cuanto más caro es un proyecto, más riesgo hay de no poder ser totalmente libres. Pedro Almodóvar decía que prefería mantener el presupuesto de sus películas dentro de una horquilla porque, de esa forma, al no ser tan caras, ganaba en libertad. En ese sentido creo que el teatro, en general, es un territorio más atrevido, y en el caso de Taxi Girl, te puedo decir que hemos trabajado con total libertad.

T.M.- Y, además, con valentía.

J.G.– Lo hemos intentado hacer de la manera más honesta posible. Reflexioné mucho sobre la forma de encarar este montaje. Tenía un personaje como Anaís Nin, y otro como Henry Miller, que eran personas radicalmente valientes. Tenía además un texto de María Velasco, que es una dramaturga radicalmente valiente. Y luego había un personaje silenciado, el de June Mansfield, que nunca tuvo voz pero que, a través de los escritos de los anteriores, se podía deducir que, posiblemente, era la más valiente de todos. Entonces, yo no sé hacer este montaje desde otro lugar que no sea el de la valentía, y ser honesto con estos personajes, con cómo se relacionaban y, por supuesto, con la importancia que la sexualidad tenía en sus vidas.

E.L.– ¿Te puedo hacer una pregunta? Es que esto me interesa. ¿No tuviste que rendir cuentas a nadie sobre cómo tenías que enfocar las escenas de sexo?

J.G. – No, en ese sentido, tanto Celia Freijeiro, que es coproductora, como el CDN, respetaron desde el primer momento mi visión del montaje. Estaba claro que no iba a hacer algo como Orgullo y prejuicio de Jane Austen, porque no se trataba de tres personas que se sentaban a tomar el té y a hablar de romances, sino de tres personas que se comunicaban follando. Pero dentro de esto hay también diversos grados, quiero decir, que tampoco iba a hacer lo de Jan Fabre en Mount Olympus. Lo que sí tenía claro es que la función tenía que ser tremendamente sexual, pero no podía ser ni sucia ni desagradable, entre otras cosas porque una de las protagonistas, Anaís Nin, era una mujer que pertenecía a la clase más alta parisina de la época.

T.M.- ¿Las escenas de contenido sexual son más complicadas de hacer en teatro? Lo pregunto, además, por la cercanía del público y, sobre todo, para los actores.

E.L.- ¿Sabes qué pasa? Yo es que nunca he tenido demasiadas escenas de este tipo, siempre digo lo mismo, pero es que es verdad. Yo empecé a los treinta años, quiero decir que ya voy llegando a una edad en la que parece que la mujer deja de tener sexo y entonces dejan de ofrecerme ese tipo de cosas. Han sido muy puntuales. La verdad es que nunca había hecho nada parecido y en casi todas mis apariciones, porque mi personaje es muy sexual, prácticamente en todas tengo escenas de sexo. Al principio si que tenía un poco de reparo, pero en el momento que te metes en ello y entiendes que es parte del personaje, rompes con eso rápidamente, porque es una parte más y es una parte fundamental. Es verdad que la primera vez impresiona, porque está muy cerca el público, pero en el momento en que te metes en tu burbuja y en tu cuarta pared, te olvidas de que la gente está ahí.

J.G.– Es cierto, y me gustaría apuntarlo, que es una función que no se podría llevar a cabo sin la absoluta entrega y valentía de los tres actores que forman parte de ella. La desnudez física es complicadísima para todos, pero me atrevería a decir que, en esta función en concreto, es todavía más complicada la desnudez emocional y los lugares a los que llegan. Y con respecto a tu pregunta, yo como director audiovisual soy una persona muy pudorosa y en esta función los desnudos no los he visto hasta la última semana.

E.L.– ¡No os desnudéis! ¡No os desnudéis todavía! (Risas.)

J.G.– Pero es verdad que a mí me ha costado más hacerlo en teatro que en cine, porque en cine normalmente las escenas de sexo te las quitas en veinticuatro horas, pero en esta función he estado con esas escenas de sexo durante dos meses. Creo que todos, tanto los actores como yo, hemos tenido que romper algunas barreras personales. Muchas veces yo me acercaba a ellos y me daba mucha vergüenza.

T.M.- ¿Entonces no te has desnudado para que ellos se sintieran más cómodo?

J.G.– He llegado a hacer ensayos con menos ropa o en calzoncillos. La verdad es que hemos tenido que trabajar todos una intimidad emocional y física absolutamente necesaria para esta función.

T.M.– En Estados Unidos, probablemente al calor del #MeToo ha surgido la figura del director de intimidad, encargado de hacer sentir más cómodos a los actores en este tipo de escenas.

E.L.– Sobre todo a las actrices.

T.M.- Así es, sobre todo a las actrices. ¿Creéis que es una figura necesaria o solo es fruto del momento que estamos viviendo?

J.G.– A ver, si los directores o directoras están capacitados para llevar a cabo esas escenas desde el cariño, el respeto y el apoyo, entonces a mí no me parece necesaria. Ahora, también sé y conozco a directores y directoras que no están capacitados para ello y que se dirigen a los actores como si fueran autómatas en vez de personas. Y en estos casos, bienvenida sea esa figura.

E.L.– Claro, yo es que creo que, efectivamente, nunca sabes a priori con qué tipo de director vas a trabajar. Y a mí no me ha pasado, pero sé que algunas compañeras han rodado escenas de sexo y no se han sentido cómodas cuando los técnicos, en vez de trabajar, estaban de mirones. Por esa razón, está bien que haya una persona que se ocupe de eso porque, realmente, es un tema muy delicado.

T.M.- En un momento de la función, Anaís dice “los géneros serán cosas del pasado, los sexuales y los literarios. Y no habrá más demandas por pornografía porque la pornografía, lo verdaderamente inaceptable, será el hambre”. ¿Hemos avanzado algo en temas de género desde entonces?

J.G.– Una de las cosas más impresionantes para todos fue descubrir que Anaís y June no solo eran mujeres adelantadas a su tiempo, sino también al nuestro. Es decir, que hoy en día serían juzgadas de la misma manera, cruenta y machista, con la que fueron juzgadas en su momento. Creo que, como sociedad, en todos los ámbitos hemos avanzado mucho, ahora podemos leer a Paul B. Preciado, podemos leer a Despentes, es decir, hay burbujas de aire que antes no existían, pero todavía nos queda muchísimo camino por recorrer.

E.L.– El texto de Anaís sigue emocionando muchísimo, especialmente ese monólogo final, tras el que todas las mujeres salen llorando de la sala, y los hombres especialmente sensibles con el tema de igualdad, también. Por eso, como dice Javier, todavía queda mucho por decir, hay muchas cosas que todavía no están dichas.

T.M.- ¿Por qué nos escandaliza más una escena de sexo que imágenes de personas que pierden la vida en busca de un futuro mejor?

J.G.– Pues a mí es algo que me fascina y me aterroriza a partes iguales. La verdad es que no tengo respuesta, es una pregunta que me sigo haciendo. Hay imágenes, historias, sucesos que son mucho más terroríficos que una escena de sexo y, sin embargo, por una especie de moral religiosa que nos ha sido inoculada desde el minuto cero de nuestra existencia, tenemos todavía como la impronta del pecado, y eso nos hace muy miserables. Y llegamos a unas cotas de delirio tremendo. Por ejemplo, en Instagram no se puede enseñar un pezón femenino, pero sí uno masculino, que son exactamente iguales. Parece que hay una especie de contrato social que en algún momento hemos firmado sin saberlo. De hecho, a Anaís Nin y Henry Miller les acusaron de pornógrafos en su época.

T.M.- En tu opinión ¿qué sería lo más pornográfico de la sociedad actual?

J.G.– Para mí, lo más pornográfico de la sociedad actual es la violencia contra las mujeres. Esa es la aberración máxima, el sello de nuestro fracaso absoluto como sociedad. Anaís dice que lo verdaderamente pornográfico, en el sentido de lo verdaderamente malo o aquello con lo que hay que acabar es el hambre. Para mí, hoy en día, la mayor lacra y lo que habría que erradicar, es la violencia contra las mujeres.

Telón lento… y final

Juan Mairena / @Mairena_Juan

Fotos marcosGpunto

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José Antonio Alba
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