Kulunka Teatro es una compañía que ha encontrado un lenguaje propio. Distintivo. Único. Ellos empezaron haciendo teatro sin palabras, con máscaras expresivas, en 2010. El rigor, la calidad y la calidez de sus historias han hecho que los espectadores que asisten a una de sus obras quiera repetir. Por eso la llegada a Madrid de Forever, su último espectáculo, es emocionante. Estarán en el Teatro María Guerrero del 29 de noviembre al 30 de diciembre.
Esta compañía ha encontrado un lenguaje propio. Un lenguaje en el que no hay palabras. Sin embargo, uno de sus actores y fundadores, José Dault, se presta a hablar con nosotros, a elegir palabras para contarnos cómo trabaja Kulunka y cómo es este espectáculo.
¿Cómo estás?
José Dault: ¡Muy bien! Estamos encantados de poder estar en un teatro como el María Guerrero, que es un lujazo. Es el Ferrari de los teatros. Así que estamos muy agradecidos por el hecho de que el CDN haya apostado por programar la compañía en este espacio.
Con vuestra trayectoria también es lógico que estéis en este teatro.
Puede ser, pero también somos conscientes de que muchas compañías merecerían estar aquí. Hoy en día, son muchos los profesionales que hacen cosas increíbles, e imagino lo difícil que debe ser para los gestores culturales decidir quién va a ocupar ese hueco en la programación. El actual equipo de CDN, así como nuestros coproductores Teatro Arriaga de Bilbao y Teatro Victoria Eugenia de Donosti, nos han apoyado desde el principio: se sumaron a este proyecto cuando era solo un germen. Y eso hace que nos sintamos muy agradecidos pero muy responsables, también.
¿Responsables?
Sí, de estar a la altura de una expectativa. Por suerte, ya hemos tenido contacto con el público: desde su estreno en enero en el Arriaga, hemos tenido la oportunidad de hacer una pequeña gira por España. La acogida ha sido excelente, pero la respuesta de los espectadores siempre es una incógnita. Creo que una de las cosas que hace que nuestro trabajo sea tan riguroso es el nivel de exigencia, de autoexigencia. Nosotros nos ponemos constantemente en duda. Y aunque a veces es agotador, yo creo que es la manera de llegar a algo que realmente nos llene. Así que sentimos la expectativa, y queremos estar a la altura de la apuesta que han hecho por nosotros… Por supuesto, tenemos mucha ilusión por compartir nuestro trabajo con el público madrileño.
¿Cómo nació el espectáculo?
Teníamos la clara intención de seguir en la trayectoria del código de máscaras que tanto nos ha dado, aunque no sea lo único que trabaja la compañía, porque también hacemos espectáculos de texto. Queríamos hacer un nuevo espectáculo de máscaras y que volviera a moverse en el universo de la familia. Porque, tal como dijo Iñaki Rikarte, el director, ese es un universo que encierra todo. Todo nace y muere ahí. Y desde esas premisas empezamos a explorar y encontrar esta historia, que nació como creación colectiva del equipo, entre Eduardo Cárcamo, Garbiñe Insausti, Iñaki Rikarte y yo.
¿Y cómo empezáis a trabajar? Porque no hay un texto que sirva como punto de partida.
No, pero siempre decimos que para crear espectáculos de máscaras tenemos que hablar mucho. Hablamos mucho.
Qué paradoja, ¿no?
Totalmente. Hablamos para encontrar la historia. Esa que nos conmueva, nos mueva y nos interese a los cuatro. Y generalmente planteamos una situación, o sea, lo que nos gustaría que pasase. Seguimos con la búsqueda de la partitura de acciones cotidianas que, de algún modo, serán como nuestro texto. Esas acciones, pulidas, ejecutadas en el tempo preciso harán que el espectador entienda la situación y qué les ocurre a los personajes. Al no tener palabras, el uso de objetos y cómo los personajes se relacionan con ellos se convierte en algo crucial.
¿Pero habláis al ir creando el espectáculo, en los ensayos? ¿Os lo permitís?
Nos permitimos recurrir a un texto activo, movilizador. Buscamos palabras motoras que apoyan la acción. Por ejemplo, cuando «abrimos a público», que es esta mirada que el actor dirige al público rompiendo la cuarta pared, compartiendo generalmente la emoción del personaje, esa mirada jamás puede estar vacía. Por eso, nos preguntamos a menudo: «¿Qué comparte aquí el personaje?». Y ser capaces de verbalizarlo, de concretarlo, nos ayuda a ser más precisos en el gesto. En realidad, todo tiene un texto, una intención, una emoción interna que tratamos de compartir.
Una curiosidad: ¿ensayáis con las máscaras puestas desde el principio?
Bueno, depende un poco del momento. Trabajar con máscara implica la dificultad de que tus sentidos se ven limitados, tu campo de visión es muy pequeño, en ocasiones ni siquiera ves del todo al compañero con el que estás tratando de sacar una escena adelante, pero desde fuera no tiene que notarse esa limitación. A veces, preferimos tener clara la partitura de acciones que vamos a ejecutar antes de ponernos la máscara; otras, preferimos empezar a trabajar ya desde la limitación, o nos sentimos desnudos sin máscara. En cualquier caso, la máscara sí está presente desde el principio, aunque andemos poniéndonosla y quintándonosla.
¿Y esto se escribe, de alguna manera? ¿Tenéis libretos con indicaciones de movimientos, por ejemplo?
No, se graba. El vídeo es nuestra gran herramienta. No lo fue tanto con André y Dorine, nuestra primera obra, pero desde Solitudes, la segunda de máscaras, nuestra herramienta de trabajo principal es el vídeo. Revisamos lo que hacemos y limpiamos gestos, movimientos… para intentar transmitir la historia lo mejor posible. No tenemos libreto, pero hay un texto que queda grabado en la memoria de los espectadores. Hay una anécdota que cuento mucho, y es que una vez, una chica nos dijo que había visto hacía años André y Dorine, pero que ella recordaba que tenía texto. Yo le aseguré que no, que es un espectáculo sin palabras. Ella insistía en que lo recordaba con voces. Y le dije: «Lo que pasa es que tú lo recuerdas con texto porque tú le pusiste las palabras». Las máscaras son fijas, no se mueven, pero muchos espectadores nos dicen que parece que sí, que se expresan, que lloran… Y en el fondo es el espectador el que, decidiendo creer en lo que ve, crea. Y esta es un poco la magia de las máscaras.
Qué bonito. Y qué exigente. Antes hablabas de que Forever vuelve al universo de la familia. Pero esta es una familia rejuvenecida, porque los otros dos espectáculos tienen como protagonistas a ancianos, y aquí hay una madre, un padre y un hijo.
Sí. Yo creo que era inevitable hablar de esto, porque nosotros mismos vamos teniendo hijos, y eso nos atraviesa. No es baladí que la paternidad y la maternidad aparezcan dentro de nuestro universo creativo. Porque, en el fondo, en Kulunka estamos muy pegados a la vida, a lo que nos pasa.
¿Qué significa la palabra «kulunka»?
Es una palabra en euskera que significa ‘mecer, acunar’. Garbiñe la propuso cuando empezamos.
Tiene sentido, además, porque mecer… se mece sin palabras. ¿Por qué empezasteis a trabajar este formato teatral?
El proyecto era explorar un código que no conocíamos. Como espectadores, nos interesaba ese tipo de teatro de máscaras y sin palabras, y decidimos investigar sobre ello. De ahí nació André y Dorine, y después llegó todo lo demás. Nació sin expectativas: jugando, investigando, probando.
Hasta llegar al reconocimiento internacional que tenéis hoy.
Es una cosa que… en ese momento si nos lo llegan a decir… Que íbamos a tener seis producciones en reparto, que íbamos a viajar por tantos países… Por suerte, hemos tenido un recorrido que ya es un sueño cumplido.
De esas seis producciones, tres son, como decías antes, teatro de texto, más convencional, sin máscaras y con palabras: Quitamiedos, Edith Piaf y Hegoak. ¿Sientes que son dos líneas de trabajo paralelas o crees que hay puntos de conexión?
Para mí es todo lo mismo. Yo entiendo que nuestro recorrido de máscaras es el que nos ha dado la fama internacional, un poco la originalidad. Pero abordamos de la misma manera el trabajo de texto que el trabajo de máscara: con el mismo compromiso. Tenemos la suerte de que Kulunka sea una infraestructura desde la que probar los temas que nos interesan, en los lenguajes que nos apetece explorar. A mí me gustaría que, más allá de máscaras o texto, Kulunka acabe siendo, con el tiempo, un sello de trabajo hecho con compromiso y con mucho rigor.
En ese sentido, ¿qué te gustaría que sintiera el público al ver Forever?
Pues Forever es una historia en la que creo que es muy fácil que mucha gente se pueda sentir identificada, se vaya a reconocer. Si no en los tres personajes principales, en alguno de los tres. Es un espectáculo en el que la incomunicación es el eje que atraviesa todo. Y, sin embargo, creo que nuestras obras, en general, siempre tienen un atisbo de esperanza. Porque… porque al final, está en nuestras manos hacer las cosas de otra manera. Es verdad que a veces la vida te pasa por encima, como a los personajes de Forever (no quiero hacer spoiler), pero… siempre hay una opción. Una esperanza.
Y mucha ternura. Al menos, es lo que se percibe en vuestras obras: mucha ternura.
La máscara ayuda a crear esa ternura. Como te decía antes, lo que pasa es que la máscara permite que el espectador sea partícipe: le abrimos una puerta a un universo en el que tiene que creer. El público pone de su parte para seguir la historia y emocionarse con ella. Quien viene a vernos, en general, digo, hace un ejercicio de empatía con la situación, con los personajes. Se despierta esa… esa ternura, sí. Se abre un canal a las emociones libre de… de ruido. Puro. Porque con la máscara es muy difícil mentir.
Hay una pregunta que hago siempre a las compañías, que es que elijan con qué frase se quedan de la obra. Pero, claro, ¡aquí no hay palabras!
No, pero mira, yo me quedo con la música. La música que ha creado Luis Miguel Cobo es un universo que para un actor es un regalo. Siempre se lo digo: «Es que sensorialmente ya me aportas todo lo que necesito para estar en la situación o el estado del personaje». Además, en este caso concreto la música se vincula con el espacio escénico, porque hay una plataforma giratoria sobre la que nos movemos. Eso crea un lenguaje que relaciona lo teatral con lo cinematográfico: al girar, parece que estás viendo un plano secuencia. Y eso acompañado de la música, pues es… es una maravilla.
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