Gerardo: No sé si lo he entendido. Entran dos y eligen esa mesa, donde lo oscuro. Sacan dados. Usted aguanta hasta que ve dinero. «Háganme el favor de guardar esos dados». Él va a contestar, pero ella dice: «Tendríamos que haber ido donde los yugoslavos. Allí juegan en serio».
Martín: «Allí se juega de verdad. Mientras las mujeres bailan».
Gerardo: «Donde los yugoslavos». ¿Un local cuyos dueños son de la antigua Yugoslavia? ¿Un sitio donde se reúne gente de allí? Los yugoslavos, ¿qué le sugiere a usted?

Juan Mayorga escribe y dirige ‘Los yugoslavos’ en el Teatro de La Abadía.
Los yugoslavos es la última obra del dramaturgo madrileño y director artístico del Teatro de La Abadía, Juan Mayorga, que reflexiona sobre la tristeza, el amor, la esperanza y el poder de las palabras y el silencio. Un espectáculo, protagonizado Luis Bermejo, Javier Gutiérrez, Natalia Hernández y Alba Planas, que nos acerca el misterio de cuatro seres humanos que intercambian palabras, silencios y mapas.
Desde Teatro Madrid conversamos con Juan Mayorga sobre el viaje a los diferentes lugares físicos y humanos que han dado vida a este montaje.
En la obra existe un lugar misterioso y totalmente significativo que es mencionado como «donde los yugoslavos». No se sabe si realmente es un bar, pero sí que es «un sitio donde se reúnen personas que nacieron en un país que ya no existe». ¿Por qué Yugoslavia?
No es seguro que los yugoslavos se reúnan en un bar. No se menciona siquiera que es un bar; puede ser un parque, un paraje. Y esa imagen me interesó inmediatamente porque pensé en una ciudad como esta, Madrid. En mi ciudad, ¿cuál sería el lugar donde los yugoslavos? Es decir, el lugar donde se reuniría gente, personas que lo único que tienen en común es que nacieron en un país que ya no existe. Y me parece, que de algún modo, ese es un lugar de gente que ha perdido algo y que sabe que no lo recuperará, pero que, sin embargo, necesita de algún modo reencontrarse y volver allí.
Yugoslavia es un lugar que ya no existe, pero que, en cierta manera, sigue arrojando sombra y luz. Tiene una paradójica existencia, una existencia si quieres fantasmal, pero firme, acaso sea afín a lugares que hay en la vida de cualquier ser humano, de cualquier espectador. De alguna manera, Yugoslavia, si se quiere, es una metonimia de todos esos sitios. Los yugoslavos es una obra sobre la pérdida, sobre algo que tuviste y que buscas.

«Si eres bueno con las palabras puedes hacer de otro cualquier cosa». Javier Gutiérrez es Martín.
Por otro lado, reconozco que tengo una vinculación íntima con Yugoslavia, sin ser en absoluto un especialista en ese país. Recuerdo de niño haber visto por televisión una derrota del Real Madrid contra el Estrella Roja de Belgrado o la inauguración de los Juegos del Mediterráneo, que se celebraron en Belgrado. Sucede que, por fin, en el año 85, siendo un veinteañero, yo pasé por Yugoslavia porque con dos amigos viajé en un interrail que atravesó Yugoslavia cuando íbamos camino de Grecia y pasamos al menos una noche en Belgrado y recuerdo muchas imágenes de felicidad.
«¿De dónde son las personas de los países que ya no existen?» Es una de las grandes preguntas que lanza la obra. ¿Por qué crees que para el ser humano sigue siendo determinante asociar su identidad a un territorio: país, ciudad, barrio…?
Si bien con la digitalización y la globalización fue un tópico extendido el hecho de que se había producido una suerte de deslocalización de la experiencia, y se hablaba de que íbamos a ser de cualquier parte y de ninguna, al contrario, creo que es un hecho que hoy hay seres humanos peleando, hay gentes y grupos que pelean precisamente por un territorio en el que quieren vivir. La vida humana la hacemos en un tiempo y un espacio; miramos a nuestro alrededor y sentimos que hay espacios que nos acogen, que amamos, que apreciamos, por los que sentimos afectos y otros que nos son ajenos, que nos son extraños.
Los yugoslavos es también una obra sobre lugares, sobre el hecho de tener un lugar, buscarlo o anhelarlo. Si pensamos en los cuatro personajes de la obra, hay uno que tiene un lugar, un sitio que le da sentido a su vida. En ese bar, como dice Martín, el camarero tiene un sitio en el mundo y, en cambio, su esposa, Ángela, no lo tiene. Por eso, ella está buscando un lugar distinto a aquel en que se halla y lo está buscando desesperadamente. Y hay otro personaje, un tercero, Gerardo, que manifiesta en cierto momento que está deseando irse de esta ciudad a cualquier sitio, lo importante es no estar aquí. Y hay un cuarto, que es Cris, que de algún modo no tiene lugar, que es esa observadora, narradora, testigo.
El poder de la palabra y el poder de los silencios también son fundamentales y están muy bien representados por dos hombres, Gerardo y Martín. Si bien los dos son conversadores elocuentes, su vida personal está muy marcada también por el silencio y la incomunicación. ¿Qué nos dejan inferir sus palabras y sus silencios sobre ellos dos?
El poder de la palabra o la esperanza en hallar la palabra que transforme es un asunto permanente en mi teatro. Puedo reconocer en muchas piezas mías ese asunto: el que un personaje se sienta menesteroso de palabra y anhelante de palabra o que confíe en alcanzar su palabra o confía en que otro la alcance.
Aquí tenemos a dos personajes, uno que dice haber visto a un segundo, a Gerardo, levantar el ánimo de otro con palabras, y entonces él pone su esperanza en la palabra del otro. Claro, quizá uno puede pensar que, en realidad, Martín lo que está buscando es a otro que diga lo que él no puede decir, porque precisamente otro puede decir a su esposa palabras que en su boca no serían escuchadas, porque luego descubrimos que siendo elocuente y siendo hábil, siendo una persona inteligente, en cambio el propio Gerardo tiene dificultades también para hablar con su propia hija.

«Los padres tienen más poder muertos que vivos». Luis Bermejo es Gerardo.
Somos seres, fundamentalmente animales, que hablamos y eso es extraordinario, pero al mismo tiempo las palabras están llenas de trampas, están llenas de límites. ¿Cómo hablar con el otro sin invadirlo, sin ocuparlo? ¿Cómo hablar con el otro siendo hospitalario a su misterio? Creo que las palabras de ambos, las palabras de Martín y Gerardo, y sus silencios dan cuenta de una confianza o de una esperanza más bien que ellos depositan en la palabra, en el poder de la palabra, y al mismo tiempo expresan paradójicamente el que una y otra vez ellos reconocen los límites de ese poder y su dificultad.
La tristeza también es otro de los temas principales. Todos los personajes la sufren de una u otra forma. ¿Qué es lo que tú más temes o te inquieta de la tristeza, tanto de la tuya propia como de la ajena?
Recuerdo que, cuando hace años estaba en un taller teatral como alumno en Londres, la docente nos pidió que trabajásemos con el miedo. Y nos preguntó a cada uno: «¿qué es lo que más temes?». Recuerdo que yo dije, y no creo haber tenido ninguna experiencia en ese momento al respecto, luego sí he conocido algunas, que nada temía tanto como que un ser querido mío entrase en depresión, o sea, entrase en una tristeza honda.
Temía no ser capaz de ayudarle, no ser capaz de acompañarle, de asistirle. ¿Cómo acompañar a alguien que cae en la tristeza, en la experiencia del vacío? Uno puede decir, pues, estando ahí, preguntando en qué puedes ayudarle, pero en ocasiones la tristeza puede ser poderosísima, hondísima y arrastrarte. Ese es uno de los peligros que se perciben en la obra, que la tristeza de Ángela se lleve a otros.
Sí, o incluso que a veces la tristeza sea tan honda que la persona no pueda regresar. Un proceso de tristeza muy profundo te cambia para siempre. Para mí, uno de los grandes miedos es que la persona no pueda volver de ese estado, no encuentre luz y que se llegue a convertir en algo irreversible. La tristeza te puede consumir literalmente.
Me interesa mucho este modo en que estás hablando, porque de algún modo estás indicando que la propia tristeza es un lugar. Estás hablando, de alguna manera, sobre la tristeza en un sentido topológico. Es como si has viajado hacia allí, quizás sea un lugar sin retorno. La tristeza puede ser tan honda que no puedas subir, que no puedas volver. Y como de lugares estamos hablando, creo que hay un lugar que es la tristeza misma.
Toda la obra está atravesada por la esperanza, el gran motor humano que nos mantiene vivos. ¿Qué esperanza arrojan estos cuatro misteriosos personajes al espectador?
Creo que hay algo muy importante que es el amor mismo. Es una obra de amor, sentimiento que algunos tienen por anacrónico. Martín ama tanto a su esposa que se arriesga, en cierto modo, a perderla; a que ella haga un viaje, acaso haga otra vida, quizá con otro hombre más elocuente que él. Él ama a su mujer y lo que ocurre es que él también ama a su bar.

«¿Qué te ha traído aquí? Solo eso importa». Natalia Hernández es Ángela.
Y ahí puede que exista un conflicto en el corazón de Martín, entre el amor que él siente por su mujer y el amor que siente por ese lugar donde él se siente seguro, donde él se siente en el mundo. Y yo creo que todos los personajes tienen amor dentro o deseo de amar. También he descubierto hasta qué punto Cris cuida a su padre, acaso más que él a ella. Y cómo Ángela tiene un afecto hacia Martín. Y cómo también Gerardo tiene un afecto hacia Martín, y desde luego un amor hacia su hija, cómo la va reencontrando.
Tenemos a dos mujeres que intercambian mapas. El mapa como esa representación de la búsqueda de un lugar que se sienta como propio. Cris le dice a Ángela: «Mucho tiempo llegando a lugares equivocados». A lo largo de tu vida, ¿has estado en muchos lugares equivocados?
Esta es una obra en la que hay dos hombres, donde uno podría pensar que son dos hombres que intentan resolver la vida de una mujer y luego no lo hacen. Es decir, a la hora de la verdad, las acciones decisivas las realizan las mujeres, más allá de los planes que para ellas tienen esos hombres. Y esta es una obra sobre mapas, y quien conozca mi trabajo sabe que los mapas son muy importantes; aparecen una y otra vez como motivos en mi obra.
El mapa da cuenta del deseo de encontrar un lugar, del deseo de ir a un sitio, de estar en otro sitio distinto de aquel en que estoy ahora. El deseo de romper con este sitio y explorar otros. Y, desde luego, en mi vida hay mapas marcados como lugares de felicidad y otros lugares donde ojalá no hubiera estado. Hay lugares, por qué no decirlo, que aborrezco. Lugares en los que ojalá no hubiera estado. Y en los que ojalá no hubiera llevado a otros, ni hubiera estado con otros.
Teniendo en cuenta todos los temas que componen la obra de los que hemos ido hablando, ¿cuáles han sido los mayores desafíos tanto desde la dramaturgia como desde la dirección escénica?
Siempre tengo un interés por todos mis personajes, pero comparto contigo que yo siento un afecto muy especial por Martín, Gerardo, Ángela y Cris hasta el punto que siento que podría encontrarme con ellos por la calle, y eso no quiere decir que estén muy bien escritos; me siento poseído por ellos, me siento concernido por ellos, me siento responsable, me emocionan, siento afecto por ellos, de forma que se trata de personajes que no han dejado de visitarme, de inquietarme. Nunca doy un texto por acabado y me digo que siempre estoy dispuesto a dar otra oportunidad a un personaje. Y no he dejado durante todos estos años de indagar sobre estos personajes, y lo he hecho de forma conflictiva, es decir, en este sentido, esa ha sido mi mayor pelea: acercarme a esos personajes, mirarlos cada vez más de cerca.

«Mucho tiempo llegando a lugares equivocados». Alba Planas es Cris.
Luego en el montaje he tenido la suerte de compartir sala de ensayo con cuatro actores maravillosos, Javier Gutiérrez Luis Bermejo, Natalia Hernández y Alba Planas, que me están ayudando a descubrir también esos personajes y la tensión entre ellos. Además, he tenido la fortuna de que en mi conversación con Elisa Sanz ha aparecido un espacio que me da muchas posibilidades de juego teatral y que creo que va a ser completada de forma muy poderosa por la iluminación de Juan Gómez-Cornejo y por el sonido de Jaume Manresa. Nuestro mayor desafío ahora es que el espectador diga: «Yo podría haber estado en ese bar, reconozco a esta gente, me reconozco en ellos». Pero estoy realmente contento.
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