La Compañía Nacional de Teatro Clásico afronta el arranque de la programación con un hecho insólito: Calderón de la Barca convertirá por primera vez el Teatro de la Comedia en El gran teatro del mundo. Lluís Homar dirige el auto calderoniano en la que será su última producción como director artístico de la institución.
El espectáculo, protagonizado por Carlota Gaviño, Pilar Gómez, Yolanda de la Hoz, Aisa Pérez, Antonio Comas, Pablo Chaves, Jorge Merino, Clara Altarriba, Chupi Llorente, Pablo Sánchez y Malena Casado, se verá del 3 de octubre al 24 de noviembre en la Sala Principal.
Calderón de la Barca y los autos sacramentales
Sermones,
puestos en verso, en idea
representables cuestiones
de la Sacra Teología,
que no alcanzan mis razones
a explicar ni a comprender.
Así define los autos sacramentales el propio Calderón de la Barca. Son composiciones lírico dramáticas en un acto, de carácter alegórico, que se refieren, directa o indirectamente, a la Eucaristía y que normalmente se representaban por la fiesta del Corpus. Hay que destacar, además, su carácter litúrgico y didáctico, esto es, instructivo en cuestiones teológicas: a través del símbolo y la alegoría se presentan personajes que son abstractos y universales.
Calderón de la Barca está considerado el máximo exponente de este género teatral, con alrededor de 80 autos sacramentales. Varios acontecimientos históricos y personales explican su excelente técnica y riquísima producción. Durante la década de 1640, la creación dramática de Calderón decae debido al cierre de los teatros acaecido consecutivamente por las muertes de la reina (1644) y el príncipe Baltasar Carlos (1646). A esto se suman los avatares de su vida personal, en la que se mezclan diversos amoríos y el fallecimiento de sus hermanos José y Diego. Todo ello pudo motivar que Calderón se ordenase sacerdote en 1651 y, desde entonces, limitara su producción teatral a las fiestas de Corte y a los autos sacramentales de la festividad del Corpus Christi.
‘El gran teatro del mundo’: el auto más paradigmático de Calderón
El gran teatro del mundo es un auto filosófico-moral o ético. El texto se caracteriza por un contenido teológico profundo, un argumento interno de exquisita sencillez y un equilibrio perfecto entre los distintos niveles narrativos. «Esta obra de Calderón es especialmente interesante porque alcanza una altura metafísica manteniendo un propósito catequizante. Puede pensarse, por supuesto, que en lo catequizante está lo metafísico y que el auto simplemente cumplía su función religiosa con una excelente forma artística. Sin embargo, la obra es lúdica y humorística también, cruel y misteriosa y, en un sentido, laica, en tanto que es genuinamente teatral», explica la dramaturga Brenda Escobedo, que ha realizado la adaptación del texto calderoniano para la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
«El mensaje que ofrece es transversal, y cualquier persona de cualquier época se puede ver reflejada si no en todos, en casi todos los personajes», Yolanda de la Hoz.
En referencia al contenido religioso del texto, la actriz Pilar Gómez, quien da vida al personaje del Labrador, considera fundamental hacer una matización: «Calderón consigue ir más allá de la pura doctrina católica planteando una cosa que es universal y que no solo atañe a las religiones: el gran misterio de la vida. El misterio insondable de qué hacemos aquí y si esto tiene algún sentido. Y cómo es esto de vivir esta vida que te toca vivir».
Una de las principales razones por las cuales el auto mantiene su vigencia e interés en nuestros días es precisamente por apelar a lo puramente humano. «El mensaje que ofrece es transversal, y cualquier persona de cualquier época y de cualquier lugar se puede ver reflejada si no en todos, en casi todos los personajes», declara la actriz Yolanda de la Hoz, que interpreta al personaje de la Hermosura. «Sí, sin duda, esta obra nos hace ver el mundo desde un lugar especial y, como suele ocurrir con el teatro, nos hace mejores», puntualiza Antonio Comas, actor que afronta el complejo y decisivo papel del Autor en esta versión de la obra calderoniana.
Pese a que varios estudiosos sitúan la fecha de composición del auto entre 1633 y 1635, se tiene constancia de que El gran teatro del mundo no fue representado por primera vez hasta 1649.
La obra comienza con la aparición del Autor, quien conversa con el Mundo para proponerle una comedia humana donde aparecerán distintos personajes a los que se les asignará un papel que han de representar de la manera más virtuosa posible. Les recuerda que no es posible el ensayo, puesto que la ocasión de vivir es única y sin remedio, y, por lo tanto, el acierto o el desacierto en ella. Al término de su representación llegará la esperada cena que el Autor promete para quienes hayan representado bien sus papeles. Este será el verdadero momento eucarístico del auto.
‘El gran teatro del mundo’: un título cargado de significados
En la actualidad existen dos interpretaciones potenciales de la obra extraídas del propio análisis del sintagma nominal «el gran teatro del mundo». Por un lado, puede entenderse como una hipérbole que definiría el mundo como un gran teatro, y que respondería al tópico literario conocido como Theatrum mundi. Derivado de esto, en las obras en las que se utiliza este tópico, los intérpretes eligen los papeles que quieren representar, convirtiéndose así en autores-actores, lo que sucede de forma análoga en la vida real, donde constantemente se pretende ser algo que no se es para relacionarse en una sociedad que se entiende a la vez como espectáculo y espectador.
No obstante, existe otra forma de interpretar el sintagma que da título a la obra: una lectura metafórica. Así, el mundo se identifica de manera simbólica con un teatro donde se representa la vida humana. Este planteamiento no admite equívocos entre ficción y realidad; es decir, entre la actuación y la vida, ya que lo que se representa en la obra es lo real.
«En la cena final, el Autor “va a perdonar” a cada personaje según su rol, esto es, aquello que podían hacer actuando desde su lugar social», Antonio Comas.
Aunque no existe consenso entre los distintos estudiosos, resulta bastante posible que Calderón decidiera jugar con las diferentes interpretaciones que ofrece no solo el nombre que lleva el auto, sino también el de la norma que se repite y se representa: «Obrar bien, que Dios es Dios». A este respecto, el actor Antonio Comas explica que, «este concepto va unido al de “ama a tu prójimo”. Así que es suficiente actuar con una idea de comunidad. El “orden social” es otra idea calderoniana, y quien se sale de este orden no actúa correctamente. Así, en la cena final, el Autor “va a perdonar” a cada personaje según su rol, esto es, aquello que podían hacer actuando desde su lugar social».
De este modo, no es lo mismo el obrar del Labrador que el del Pobre, el Rey, el Rico, la Hermosura o la Discreción ni mucho menos que el de un Niño. Ni tampoco la interpretación que hará cada uno de la premisa. «Para la Discreción su máxima es acercarse a Dios y a la iluminación; por lo tanto, hará todo lo que le sea posible para llevarla a cabo», afirma la actriz Aisa Pérez, quien la interpreta en la obra.
«Para el Labrador su obrar bien y su “lo que le ha tocado” no le gusta. Y aunque el mensaje lo entiende, le gustaría poder cambiarlo. Por eso alza la voz y se queja, y creo que esa es la clave», Pilar Gómez.
Por su parte, dos personajes que, de partida, pueden compartir planteamientos derivados de su condición encuentran también sus matices diferenciadores. Mientras que el Pobre es uno de los que mejor aplica la norma porque, como señala Clara Altarriba, la actriz que interpreta a este personaje, «cada vez que se pronuncia esta frase, le sirve de consuelo y le calma, y también quiere dar la oportunidad a los otros personajes para que también obren bien»; para el Labrador la frase es, cuanto menos, enigmática. «Su obrar bien y su “lo que le ha tocado” no le gusta. Y aunque el mensaje lo entiende, le gustaría poder cambiarlo. Por eso alza la voz y se queja, y creo que esa es la clave. El Labrador preferiría tener que obrar menos; obrar bien, vale, pero trabajar menos sí le gustaría», declara Gómez.
La enseñanza moral del auto está enmarcada dentro de la doctrina católica de las Postrimerías y de la conclusión tridentina de que para salvarse se necesitan juntamente la fe y las obras. Las cuatro Postrimerías son, según el Catecismo católico: muerte, juicio, infierno y gloria. Algunos sustituyen en esta enumeración el juicio por el Purgatorio, término surgido en el siglo XII. En cualquier caso, son etapas que debe pasar cualquier ser humano tras terminar su vida.
‘El gran teatro del mundo’, por primera vez en la Compañía Nacional de Teatro Clásico
«Es una suerte de sueño hecho realidad. Es una de las obras del repertorio español que siempre he querido ver montada», confiesa Escobedo sobre lo que ha supuesto para ella abordar la primera dramaturgia que la Compañía Nacional de Teatro Clásico realiza sobre este texto. Son muchos los títulos calderonianos que la Compañía Nacional de Teatro Clásico ha representado a lo largo de su historia, y algunos en numerosas ocasiones, pero el auto por antonomasia todavía se resistía.
Por su parte, las actrices Pilar Gómez y Yolanda de la Hoz coinciden en definir esta oportunidad en sus carreras como un honor y un privilegio, ya que en el teatro áureo resulta difícil abordar textos nuevos en los que se tenga algo nuevo que aportar desde la escena.
«Me resisto, sobre todo, a pensar que “sobran” versos o temas o detalles y que tengo que cortarlos para aligerar el espectáculo», Brenda Escobedo.
A nivel de dramaturgia, El gran teatro del mundo es un texto bastante sencillo en cuanto a las formas métricas, la versificación y la propia concepción estructural. «Conocía bien la obra y había trabajado mucho la estructura del auto. Lo más complicado ha sido trasladar el conocimiento de las alegorías bíblicas a los actores. No hicimos un proceso de adaptación en tanto que no modificamos prácticamente ningún verso. Ni reordenamos ni actualizamos, la dirección y la dramaturgia se dedicó a dar vida a la estructura original de Calderón», explica Escobedo.
En cuanto al contenido, por el contrario, sí resulta un texto un tanto extraño; por ejemplo, tiene un prólogo que avisa de lo que sucederá en la obra, pero eso luego no sucede. Y además destaca su sorprendente velocidad, la cual es más apreciable para los intérpretes que para el público. «Es magnífica en este sentido, los actores sufren verdaderamente lo que sufren los personajes. Apenas se están metiendo en el papel cuando ya tienen que salir de escena. Es realmente un juego de Theatrum mundi», afirma Escobedo, quien, en su meticulosa labor de dramaturgia, tiene muy claras sus ideas respecto a la adaptación de obras clásicas. «Quizás me resisto, sobre todo, a pensar que “sobran” versos o temas o detalles y que tengo que cortarlos para aligerar el espectáculo. Siempre hay un alto riesgo de mutilar musicalmente las obras o dejar una línea argumental cojeando. Yo no conozco a ningún director de orquesta viéndose en la tesitura de tener que aligerar una sinfonía de Beethoven».
El estudio riguroso de la estructura métrica de un texto en verso es clave para saber, en caso necesario, cuál es la forma adecuada de recortar o actualizar parte del contenido. «A partir de esa decisión trabajo en reelaboraciones para que en ese brocado de seda y oro que es una obra del teatro clásico español se logre un zurcido invisible y no un parche», explica Escobedo.
El elenco ha tenido que afrontar el reto de interpretar personajes profundamente marcados por su carácter alegórico. «El desafío ha sido despojar al personaje, el Autor (Dios) de la grandilocuencia que su posición le podría dar. Y al mismo tiempo transmitir, especialmente, la idea calderoniana de la “justicia compasiva”; todos los personajes son susceptibles de ser “salvados”, basta un gesto, o una voluntad de cambio», confiesa Comas.
En algunos casos, el primer paso ha sido comprender y asimilar un personaje que en la actualidad presenta, más que nunca, connotaciones muy peyorativas: «Entender y creer que la condición del Pobre, siendo el personaje más bondadoso y sencillo, no era ni negativa ni triste, sino al contrario, es la más luminosa y afortunada», declara Altarriba.
Siendo la Discreción el personaje que simboliza la religión, Aisa Pérez tenía desde el principio muy claro su objetivo: «Construirlo intentando no caer en tópicos ni centrarse en ninguna religión en concreto, jugar con la ambigüedad que la alegoría permite, resaltando el carácter universal del valor espiritual».
«Ha sido imprescindible encontrar el código de actuación y un grado de estilización que permitiera aplicar toda la verdad y honestidad posible a los personajes», Clara Altarriba.
Lograr que el verso tenga vida y una acción dramática interna que conmueva al público de hoy era un propósito primordial. «Conseguir que el espectador conecte con esa alma de este Labrador que al final es el alma de la clase trabajadora, porque creo que, traducido al 2024, la refleja ampliamente. Es alguien que se queja y que lo hace con unas razones y un peso que es fácil reconocer y entender profundamente desde nuestro hoy», declara Gómez.
En definitiva, por las características propias del auto sacramental, todo el reparto ha afrontado la dificultad que entraña la construcción dramática de sus personajes a partir de un objetivo común muy concreto: «Salir de “lo cotidiano” porque los personajes son alegóricos; no son realistas, y por tanto no podemos ni hablar ni movernos como lo haríamos en la vida. Ha sido imprescindible encontrar el código de actuación y un grado de estilización que permitiera aplicar toda la verdad y honestidad posible a los personajes», concluye Altarriba.
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