Lucía Miranda: «La obra habla de la vivienda, pero también de para qué sirve la ficción»

Bea López

¿Alguna vez te has detenido a pensar qué es casa para ti? ¿Qué significado adquiere esta palabra a lo largo de nuestra vida?

Lucía Miranda y su compañía Cross Border presentan en el Teatro de la Abadía, Casa, un relato intergeneracional e intercultural que reflexiona, a partir del artículo 47 de la Constitución española que establece el derecho de todo ciudadano a tener una vivienda digna, sobre qué es y qué significado representa para la sociedad la palabra casa.

Cinco son los protagonistas de esta pieza de teatro documental verbatim con la que la compañía apuesta una vez más por el teatro comunitario y aplicado que aborda conflictos sociales. Un arquitecto que construyó más de 500 viviendas, un chico que lleva media vida en una residencia de menores, una joven refugiada venezolana, un hombre con diversidad funcional, una activista de la PAH y un hombre de la NASA. Con una puesta en escena impregnada de referencias cinematográficas, Pilar Bergés, Ángel Perabá, Efraín Rodríguez, César Sánchez y Macarena Sanz dan vida a más de una treintena de personajes, acompañados de fondo de la película E.T., el entrañable marciano de Steven Spielberg cuyo mayor anhelo era volver a su casa.

En Teatro Madrid hemos hablado con la dramaturga y directora vallisoletana sobre el proceso de creación de Casa, su significado y sobre la trayectoria de la compañía Cross Border que ha celebrado el año pasado su décimo aniversario sobre las tablas.

¿Cómo nació en ti la idea de hablar de identidad a través de uno de los conceptos universales más importantes del ser humano: ¿el hogar, la casa?

Lucía Miranda: Cuando yo pedí la ayuda de la BBVA – el texto está escrito gracias a la beca de Creadores Leonardo de la Fundación BBVA– yo estaba intentando quedarme embarazada. Justo me quedé embarazada cuando me concedieron la beca. Vino una cosa de la mano de la otra. Y en todo ese proceso yo me estaba preguntado qué casa quería construir para el ser que viniera. Qué era «casa» para mí, y qué quería que fuera «casa» para esa persona que iba a llegar. Y a raíz de ahí, además, yo estaba rodeada de un montón de gente que tenía problemas con la vivienda. Con la llegada de la pandemia el concepto de la vivienda cambió. La casa ya no fue solo el problema de la vivienda, sino que empezó a ser la identidad y el tipo de espacio en el que quieres vivir. Y he ido escuchando lo que pasaba a mi alrededor.

Cogiste tu grabadora y te sumergiste en el proceso fascinante de descubrir qué significado tiene para más de 40 personas la palabra casa. ¿Cómo viviste ese proceso, cuánto tiempo te llevó la recopilación de historias y cuándo supiste que ya disponías de material suficiente?

L.M.: Nunca sabes que tienes material suficiente y nunca te parece que sea suficiente. Hay una cosa que es que tú tienes un «deadline», una fecha de entrega de un texto, porque te has comprometido con un teatro o con un equipo y ya está. Si por mí fuera seguiría haciendo entrevistas. Siempre me faltan entrevistas, siempre hay perfiles que echas de menos, porque no consigues a acceder a ellos, no porque no estén en tu imaginario, sino porque a veces es muy difícil acceder a ciertos perfiles. Creo que para mí este tipo de procesos nunca acaba. Siempre te va a faltar algo. En este caso no fue como en «Fiesta, fiesta, fiesta» que fue un trabajo intensivo que en un mes hicimos todas las entrevistas. Aquí fue muy extensivo: pude estar entrevistando a lo largo de un año, porque la pandemia no ha favorecido a que se hagan entrevistas. Durante mucho tiempo yo ni podía entrar con alguien en una casa de un desconocido a estar cerca con una grabadora porque no me lo permitía la ley. Y luego porque daba miedo. En ese sentido el proceso de entrevistas ha sido mucho más difícil que los procesos anteriores. La pandemia no ha favorecido. Y hacer las entrevistas con mascarilla no favorece tampoco. De repente ves que hay un relato que es bueno pero que podría ser mejor si hubiéramos podido estar viéndonos la cara.

Finalmente son cinco los protagonistas del espectáculo, aunque en el montaje aparecen 35 personajes en total. ¿Cómo realizaste esta selección? ¿Por qué elegiste a estos cinco en concreto?

L.M.: Diría que algunos me eligieron a mí. Había una cosa con esta función y es que algunos de los personajes eran muy cercanos a mí. A otros los descubrí de la nada como sucedió en «Fiesta, fiesta, fiesta». Pero otros eran muy cercanos y entonces me han hecho dudar de si me emocionaban a mí porque eran cercanos o porque iban a emocionar al mundo. Y entonces la selección, en el momento en que te tienes que poner lo sabes. Y te diría que según sales de la entrevista lo sabes. Creo que hay algo muy intuitivo. A mí no me resulta tan difícil seleccionar los personajes, a mí me resulta difícil seleccionar el material dentro de los personajes. Pero creo que los personajes los ves enseguida, porque como es verbatim tiene también que ver con una manera de hablar, de estar, que te pueda dar teatralidad.

La propuesta escénica es una pieza de teatro documental verbatim, cuya técnica consiste en transcribir y llevar a escena las palabras exactas de los entrevistados, para mantener la mayor fidelidad posible a sus testimonios. Teniendo esta idea de fuerza de partida, ¿qué papel juega la ficción en la construcción dramática de los personajes?

L.M.: La ficción que yo apoyo es más una teatralidad donde se generan situaciones que ellos me han contado. Entonces yo doy voz a personajes de los que ellos han hablado, de personas de las que ellos han hablado. Pero en la pieza yo no he creado ninguna escena que sea mentira excepto una que para mí tiene que ver con otra cosa de la que habla la obra: para qué sirve la ficción. La obra habla de la vivienda, pero también de para qué sirve la ficción, para qué hacemos ficción. La escena final habla de eso. Pero no he inventado ninguna historia. Lo único que he hecho ha sido generar la teatralidad de cómo hilas que esos personajes se vayan encontrando cuando no tienen nada en común porque no se conocen. Pero a nivel textual es todo tal cual, es todo documental verbatim.

La puesta en escena está impregnada del género musical y también presenta claras referencias cinematográficas. ¿Cómo ha influido esta suma de lenguajes en la dirección escénica del espectáculo?

L.M.: Uno trabaja imagino con los códigos que tiene y es verdad que cuando me he puesto a analizar, me he dado cuenta de que en muchas de mis funciones ha habido lenguaje de marionetas. Aquí hay dos muppets que a modo de musical nos explican las hipotecas. En cuanto a lo musical siempre lo he trabajado mucho. Trabajo con Nacho Bilbao y trabajamos mucho la creación del espacio sonoro, no solo la música, sino cómo se trabaja el espacio sonoro. Yo creo que, para mí, todos los aderezos que vienen de sonido, de lo visual vienen con el propio texto. La mayoría de las canciones como ocurría en «Fiesta, fiesta, fiesta» son canciones que las personas entrevistadas han nombrado, es una selección musical muy de la mano con las personas y todo el trabajo de escenografía y vestuario también. Las sillas que aparecen en la función son como las sillas que esas personas tienen en su casa. Hay un trabajo muy de la mano de ser muy fieles a lo documental, al tiempo, que le imprime mucha teatralidad a la función.

¿Qué significa Casa para ti a nivel personal y también en tu carrera profesional como dramaturga y directora escénica?

L.M.: Para mí «casa» lo dice un personaje de la obra: «Casa será donde yo esté; para mí casa somos nosotras», dice. Y creo que he tenido la suerte maravillosa de tener muchísimas casas. Y de sentirme en casa porque no es solo tener muchas casas, ya que puedes tener muchas casas y no sentirte en casa. He tenido la suerte de sentirme en casa en Nueva York, en Miami, en Valladolid, en Medina de Rioseco, en Madrid o en Dakar. Y yo creo que para mí «casa», aparte de la necesidad de un espacio donde estar, que también la obra habla de eso, del derecho a la vivienda, y que si no hay vivienda no hay construcción de la identidad, para mí «casa» es una cosa que va conmigo y ahora casa es donde están mi chico y mi hija, pero podemos estar en Bolivia y estamos en casa.

La compañía Cross Border cumplió el año pasado diez años. ¿Cómo ha sido este viaje para ti y para la compañía?

L.M.: Ha sido un viaje intensísimo. Creo que es bastante prodigioso que nos hayamos mantenido juntos tantos años. Hablamos de que es un equipo muy estable, que hay gente que lleva en el Cross desde el primer espectáculo. Efraín Rodríguez, Angel Perabá, Belén de Santiago, Nacho Bilbao son personas que llevan en el equipo muy desde el principio. Es muy prodigioso que no nos hayamos matado porque la profesión es precaria, es difícil, te enfrentas a situaciones muy complicadas y creo que hemos tenido un viaje muy bonito porque hacemos algo bastante particular en el sector: el trabajar para, desde y con comunidades, y creo que esa ha sido nuestra gran fortaleza en estos años y lo que nos ha hecho crecer. Y la gente con la que hemos trabajado. Hemos trabajado con mucha gente muy diferente. Y somos un equipo particular en el que tener que adaptarnos juntos a situaciones nuevas ha permitido que podamos crecer juntos. Eso no quita que el camino sea difícil. Cuando empezamos era muy raro lo que hacíamos. Queríamos hacer teatro con comunidades, pero estar en espacios como los que estamos ahora como el Teatre Lliure, el LAVA (Laboratorio de las Artes de Valladolid) o La Abadía. Ha habido un camino de convencer y de convencernos a nosotros mismos de que era posible.

Además de la compañía, para ti es fundamental la formación, el acercamiento y la integración del teatro en la vida cotidiana como un gran transformador social. Así creaste la Escuela Cross que es una escuela de Teatro Aplicado que ha ido creciendo al tiempo que la compañía. ¿Qué importancia escénica a todos los niveles ha tenido la escuela en la creación de los espectáculos de los Cross?

L.M.: Muchísima importancia, nuestros espectáculos no serían lo mismo si no tuviéramos la escuela. Nuestra escuela no es un espacio físico y esto tiene que ver mucho con «Casa». Nuestra escuela es un concepto: nosotros vamos con una maleta a Gijón, a Palma de Mallorca, a Tenerife, a donde nos llamen; a hacer un proyecto o a enseñar una técnica determinada. Para nosotros el estar en contacto con la vida todo el rato, el entrar en el aula, el entrar en las cocinas de las casas hace que nuestros espectáculos sean muy tierra, porque estamos en contacto con la gente todo el rato, con gente muy diferente. Y eso nos ayuda mucho a ver qué pasa, qué pasa en la vida más allá de la familia y de nuestra vida. La compañía es lo que se ve, porque es lo que sale en prensa, es el espectáculo que el público va a ver, pero la escuela es la cocina, la trastienda, es el verdadero fogón del Cross.

Defiendes una forma de concebir y crear el hecho escénico propia y pionera en España que ha recibido el merecido reconocimiento y aplauso del público y de la crítica. Habiendo recorrido todo este camino ¿qué sueña Lucía Miranda para los próximos diez años?

L.M.: Resistir. Seguir resistiendo. Creo que esta carrera es una carrera de resistencia, que, si dentro de diez años el Cross sigue existiendo, y hay más gente haciendo cosas como las que hacemos, porque nosotros también nos hacemos mayores, que podamos continuar haciendo lo que hacemos. Tienes unos años que te puede ir muy bien como nos va ahora y después puedes tener unos años que te vaya fatal. El sueño es seguir, es resistir, es poder continuar.

Beatriz López / @HoneyDarkAngel

Escrito por
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Periodista y filóloga hispánica que ha hecho de su pasión por la cultura y las artes escénicas su forma de vida. Creadora de contenidos editoriales de TeatroMadrid y redactora de la Revista TM.

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