Con más de sesenta años de carrera a sus espaldas el actor Manuel Galiana no dice que no a ningún reto. Galiana es un artista todoterreno, que combina su trabajo como actor de televisión, cine y teatro. Además, ha dirigido Bernarda y Poncia (Silencio, nadie diga nada), una suerte de spin-off del clásico de Federico García Lorca La Casa de Bernarda Alba escrito por Pilar Ávila. La pieza se puede disfrutar por segunda temporada consecutiva en la Sala Membrives del Teatro Lara. El equipo de Teatro Madrid pudo charlar con el actor ante el estreno de esta obra sobre su carrera y sobre esta pieza que está cosechando buenísimas críticas allá donde va.
Tras más de 50 años de profesión, no sé si ha encontrado la respuesta a la pregunta: ¿Qué es el teatro?
Manuel Galiana. El teatro es absolutamente necesario para la sociedad. Desde el origen de la humanidad la sociedad ha tenido la necesidad de verse reflejada. Y así va a seguir por los siglos de los siglos hasta que nos extingamos. Siempre necesitamos que nos cuenten cuentos. Las sociedades que no aman el teatro están enfermas. Si uno no siente la emoción que hace sentir un espectáculo teatral, tiene que hacérselo mirar porque no está bien.
¿Cómo llegó el teatro a su vida?
M.G. Yo era un niño con mucha imaginación, en mi casa había muchos libros, íbamos al cine… Me fascinaba eso de que un actor pudiera vivir tantas vidas. Poder ser un día una cosa y otro día otra. En el Instituto de San Isidro se creó un Aula de Teatro, me matriculé y allí descubrí lo que era el teatro y lo que quería ser en la vida. No lo que quería ser, lo que yo era. Yo nací actor y me di cuenta en aquel momento. Desde los 14 años hasta hoy.
Echando la vista atrás, ¿cuál es su mayor orgullo?
M.G. Sobre todo me siento agradecido. Esta es una profesión difícil y yo he tenido mucha suerte. La profesión ha sido muy generosa conmigo y me ha dado muchos éxitos. Desde el año 64 hasta hoy no he parado. También he cuidado mucho mi carrera, he procurado que tuviera los menos baches posibles en cuanto a la calidad de los proyectos en los que he participado.
¿Se arrepiente de algo a nivel profesional? ¿Habría hecho algo de forma distinta?
M.G. Si me arrepiento, como ya no hay vuelta atrás… Quizás me hubiera gustado aprender idiomas y pasar temporadas trabajando en otros países. Grabé una película en Alemania y otra en Cuba, pero me habría gustado conocer más países y formas de trabajar.
Hay quien dice que un actor nunca se retira. ¿Cree en la jubilación dentro de la profesión?
M.G. Yo creo que los actores, mientras podemos, como nos gusta esto… No paramos. Es lo que te digo, cuando eres una cosa no puedes dejar de serla. Eres así. Dejas de trabajar cuando tus facultades han quedado tan mermadas que no conviene exhibirse sobre un escenario. El escenario es un agujero inmenso que un actor tiene que llenar con energía y si ya no hay esa energía, no tiene mucho sentido. Hay que saber cuándo dejarlo también, pero mientras la cabeza, la atención y la memoria funcionen, se puede seguir.
¿Cómo se enfrenta un actor a la dirección? ¿Cómo se vive el proceso desde el otro lado?
M.G. Yo lo he perseguido desde siempre. Cuando estudiaba teatro nos dieron una ficha en la que nos preguntaban «¿Qué quieres ser?». Y yo, con 14 años, ya respondí que quería ser actor y director. Por suerte, la vida ha sido generosa conmigo y he podido hacer las dos cosas.
También me siento muy satisfecho del trabajo que hacemos en Estudio 2, una labor que espero que algún día sea reconocida. Estamos en el Barrio de Embajadores, una zona que se está convirtiendo en el Off Broadway. No sabes la ilusión que me hace cuando yo llego a este barrio, el barrio en el que he nacido, en el que he vivido siempre, en el que yo empecé a contar mis historias a los chavales de la calle. Salíamos allí y contábamos películas que nos inventábamos sobre la marcha. Estas calles, donde yo he hecho mis primeros pinitos como cuentacuentos, se están convirtiendo en una zona importante para el teatro.
Lleva tiempo compartiendo su experiencia con nuevos actores. ¿Cómo vienen las nuevas generaciones?
M.G. Los que vienen a estudiar conmigo son maravillosos (risas). Prueba de ello son Pilar Ávila y Pilar Civera, actrices de Bernarda y Poncia. La verdad es que hay una juventud muy preparada. Actores que cantan, baila, recitan. Tenemos mucho talento y me siento muy contento y orgulloso de formar para de este sector.
¿Qué consejo les daría a los jóvenes que se inician ahora en la interpretación?
M.G. Que tengan mucha paciencia y que no dejen de practicar el teatro todos los días. Mientras tú estás en tu casa, siempre puedes hacer tu práctica teatral, coges tu texto, lees en voz alta… Que no se desconecten nunca del teatro. Yo siempre procuro enseñar a partir de mi experiencia. Yo desde que descubrí el teatro no he estado ni un solo día de mi vida desconectado. Hay que estar siempre preparado, como un deportista de élite. El teléfono puede soñar en cualquier momento. Imagínate la obra que siempre has soñado, te pueden llamar en cualquier momento.
Usted ha vivido muchas crisis, tras (casi) superar una pandemia mundial. ¿Cuál le parece que es el mayor reto que ha superado el teatro en lo últimos tiempos?
M.G. Esto ha sido terrible. Ha sido terrible para todos los que formamos el mundo del espectáculo. Da igual que fueras electricista, tramoyista, acomodador, actor… todo se cerró y ha sido tremendo. Afortunadamente la gente ha ido resistiendo como ha podido. Fue muy curioso porque cuando se abrieron los teatros la gente pasó de cierta prevención a abarrotar los patios de butacas. La gente tenía hambre de teatro. No solo en Madrid, yo estoy de gira con Eduardo II y también llenamos en otras ciudades de España. Esta profesión es efervescente, siempre bulle y hay mucha gente haciendo teatro.
¿Cómo es su relación con el Teatro Lara?
M.G. El Teatro Lara ha sido fundamental en mi vida. Debuté en su escenario con La Casa de los siete Balcones de Alejandro Casona. Se acabó la función y entre aplausos y «bravos» la gente empezó a interesarse por mí. La primera estrella que vino a mi camerino fue Arturo Fernández. Aquello fue un éxito y ahora es el lugar donde exhibimos Bernarda y Poncia, mi gran satisfacción como director.
¿Cómo llegó a sus manos Bernarda y Poncia?
Pilar Ávila, la dramaturga, era alumna mía y me enseñó el texto y me pareció una maravilla. Así llegó (risas). Los artistas a veces tenemos destellos de inspiración y aquí Pilar tuvo un momento de iluminación y salió esta joya.
¿Cómo es ponerse a a hablar después de que Federico García Lorca escriba uno de los ¡Silencio! más célebres de nuestro teatro?
No me dio ningún vértigo, me dio un cosquilleo, un gusto, como cuando conoces a una mujer hermosa y te dice «estoy aquí para ti». El texto es muy bonito, poder entrar en el alma de Bernarda y Poncia, un alma que no aparece en La casa de Bernarda Alba pero sin perder la esencia lorquiana.
¿Qué parte de Bernada y Poncia vamos a descubrir con esta obra que no conociéramos de La Casa de Bernarda Alba?
Estas dos mujeres son dos grandes personajes del teatro español, pero se nos queda por saber algo más de ellas. En esta obra veremos los antecedentes y el desenlace de las relaciones entre Bernarda y Poncia. Sin perder su carácter, de pronto, Pilar Ávila ha tenido la habilidad de hacer más humanos a estos dos personajes. Las personas no somos de una pieza, tenemos algo ahí escondido en el alma. Ella ha podido imaginar el alma de estos dos personajes y acercarlos a nosotros, dotarlos de humanidad. Vamos a sentir empatía, nos sentiremos más próximos a ellas.
No me extraña que la gente llore, se emocione y aplauda. Voy a hacer más cosas todavía, pero aunque este fuera el final, habría sido un punto final brillante en mi carrera en el teatro.
¿Por qué el público no puede perderse Bernarda y Poncia?
Van a escuchar uno de los textos más bellos del teatro español contemporáneo. Van a disfrutar del trabajo de dos magníficas actrices. Es un texto que va a quedar ahí para la cultura española, va a ir unido, para siempre, a La Casa de Bernarda Alba. Es realmente hermoso.
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