Cielos, una pieza dirigida por Sergio Peris-Mencheta vuelve al Teatro de La Abadía del 11 al 29 de septiembre y la venta de entradas ya está disponible. Antes, se sucedieron Incendios, cuya versión en castellano se estrenó en el mismo espacio, Litoral y Bosques.
Todas ellas abrazan un tema común: la tragedia que arrastra la humanidad. En esta ocasión, el escenario se encuentra en un lugar encriptado, apartado de la sociedad, en la que un grupo de criptógrafos, traductores e investigadores tratan de impedir un ataque terrorista a escala mundial. Serán interpretados por Marta Belmonte, Jorge Kent, Álvaro Monje, Pedro Rubio y Javier Tolosa.
Cielos se sumerge en el mundo online. Pone el foco en una voz que llama la atención sobre las guerras del siglo XX y culpabiliza a las generaciones anteriores de toda la sangre derramada. A su vez, esa misma voz se despliega en forma de amenaza con una venganza devastadora: un atentado terrorista de insólitas dimensiones.
TeatroMadrid habló con Sergio Peris-Mencheta antes del estreno el año pasado para tratar de desentrañar algunos detalles de esta puesta en escena y producción de Barco Pirata. Al principio de la charla, cuenta que descubrió esta obra en 2014 y que, al día siguiente de verla en la Biblioteca de Catalunya, con dirección de Oriol Broggi, se puso a traducirla. La guardó en un cajón y “la dejé para barbecho pensando si algún día…”. Ese día llegó tras una función de Ladies football club, tras la que se le acercó Mayorga invitándole a dirigir algo en La Abadía.
¿Cómo fue elegido el elenco?
En general, cuando ensayo en un teatro público con dinero público, trato de hacer castin y no tirar de actores con los que trabajo habitualmente en producciones privadas o de amigos. Considero que es lo que hay que hacer. Para esta obra, aunque la producción sea de Barco Pirata, por el hecho de que el impulsor y quien nos ha dado este hueco es un teatro público, me parecía importante hacer pruebas. Estuvieron llenas de amigos, la mayor parte de los cuales no está en este elenco. Todos son actores con los que no había trabajado nunca, menos Javier Tolosa. Me he dado cuenta de que esto es lo justo, y lo he hecho como una declaración de principios hacia lo que veo y no me gusta. Fueron cinco días de trabajo, con sesiones con grupos de 20 actores y unas 2/3 horas con ellos para tener tiempo de quitarse miedos y nervios y mostrar lo mejor de cada uno. Me gusta buscar gente que sepa trabajar en equipo.
¿Desde dónde empezasteis a trabajar?
Esta obra habla de una célula antiterrorista que tiene que evitar, por todos los medios, un atentado a nivel mundial. Para eso, necesitan responder a una serie de preguntas: quién, cómo, cuándo, dónde y por qué. Y todo está en manos de uno de sus cinco miembros, el criptoanalista. La pieza comienza con el suicidio de esta persona y con la llegada de su relevo. En este planteamiento, se empieza a intuir que esta muerte tiene que ver con lo que estaba, probablemente, a punto de descubrir. Por tanto, es un thriller en toda regla, dada la complejidad del texto y que es casi un código, una cripta. Así que, la primera directriz que les dije fue que teníamos que descifrar los códigos de Mouawad. Es una obra que había que desencriptar entre todos, sin yo traer las soluciones porque las respuestas las iríamos encontrando por el camino, desde las propias audiciones, descubriendo las posibilidades.
Alessio Meloni se ocupa de la escenografía. ¿Qué puedes contar de esto?
Comenzamos a trabajar juntos el año pasado y le di carta blanca. Nunca lo he hecho y es algo muy raro porque siempre tengo claro lo que necesito encima del escenario, una serie de componentes que imagino y que obligo, de alguna manera, al escenógrafo a resolver. El planteamiento de Mouawad es horizontal, con tres localizaciones: sala de operaciones, donde tratan de desentrañar todos los códigos y avanzar en la investigación; el jardín, donde salen a fumar y a confesarse lo imposible a ellos mismos y a los otros; y las habitaciones. Pero yo me lo imaginaba en vertical, como un búnker, donde el jardín está en contacto con el exterior, con el cielo, y lo demás está bajo tierra. Y este es el concepto que yo transmití a Alessio y le pareció muy interesante. Nos entendimos muy bien enseguida y notamos mucha conexión y sincronía.
Siendo una obra que cierra una tetralogía, ¿mira mucho hacia las piezas anteriores o intenta marcar una separación?
Cielos es una rara avis. Para empezar, el telón de fondo de esta tetralogía ha sido el mundo árabe; y, en este caso, es simplemente un elemento más, y casi que va a la contra. Es una obra, además, especialmente tecnológica, característica que no tienen las anteriores. El hecho de que haya que ir desentrañando cosas es algo en común, como algo que te sorprende al final y te da un vuelco al corazón, aunque aquí es más una investigación. Es una obra moderna, que está ubicada en Occidente. Y Cielos tiene la particularidad de que no tiene flashbacks. Está exenta del pasado, aunque se hable de él. Sucede, prácticamente, a tiempo real.
Criptógrafos, traductores e investigadores, una voz decodificada, los idiomas… ¿Hay esperanza entonces para la palabra y el diálogo en el futuro?
Sí, yo creo que Mouawad es el gran exponente de esto. Sus obras siempre son tragedias, es el Sófocles del siglo XXI. Pero precisamente el regusto que te dejan al salir del teatro es de esperanza. Te ha escupido a la cara, es desencarnado. En sus obras no tienes alivios porque no hay momentos de respiro y, desde el minuto uno, el espectador está siempre exigido. No es un autor fácil, ni para leer, ni para poner en escena ni como espectador. Cuando vas a ver sus piezas, sabes a lo que vas. Esto pasa con ciertos autores o directores; como cuando te sientas a ver Valle-Inclán, Shakespeare, Lorca, Miguel del Arco, Sanzol…
Intuyo que es una obra que también habla de las culpas de generaciones anteriores. ¿Qué herencia cargan?
Eso es un clásico en Mouawad porque arrastra el pasado y lo trae al presente. Coloca la tragedia griega en los tiempos modernos y, en lugar de dioses, es el propio hombre quien provoca la tragedia, quien se ve abocado a ese final trágico que él mismo ha provocado. Mouawad siempre bebe del árbol genealógico de generación en generación y los grandes temas de los que habla son de las culpas que se arrastran, las herencias no elegidas, el linaje, la sangre, la raza o el exilio. Y los pone sobre la mesa de una manera cotidiana. En este caso, se entremezcla lo cotidiano y la poesía en estado puro, trascendida.
¿Qué herencias crees que tiene nuestro teatro español actual?
Creo que la herencia siempre es buena y hace poco he estado hablando de que Bódalo y Rodero son los grandes referentes masculinos. Y en femenino, serían Berta Riaza, Alicia Hermida y Julieta Serrano, como las grandes. Todos los de mi generación hemos oído hablar de ellos y de ellas. Creo que el teatro está en permanente evolución y que es la más moderna de las artes porque es la única, a nivel de actuación, que puede beber casi en tiempo real de lo que está sucediendo. Se podría decir que es el Twitter de las artes, por su rapidez de emisión. Siempre he dicho que es el bufón del rey, el que tiene el permiso para hacer las cosas porque no depende del mercado. En relación al mundo en el que vivimos, en permanente evolución tecnológica, donde ya las inteligencias artificiales están tomando el poder y se están empezando a implantar y podrían sustituir a actores en cines y televisión, se podría dar el caso de que el teatro se va a convertir, lejos de lo que se podía imaginar, en un artículo de lujo.
¿Qué tragedia actual crees que arrastra la humanidad?
Lo primero que me viene a la cabeza son las guerras. Creo que la tragedia principal es que no nos hemos enterado de que todo sería mucho más fácil si nos enseñaran a amar, en lugar de enseñar integrales y derivadas. Pero no el amor como esas cuatro letras tan manoseadas, sino el amor como fuerza energética, como algo que puede, no solo movilizarnos, sino mover montañas. Y en su polo opuesto, está el miedo y no el odio. Allá donde hay miedo, no puede haber amor y viceversa; el miedo no aparece cuando uno ama. La gran tragedia, por tanto, está en la educación, porque nos domestican, no nos enseñan a vivir, sino a seguir unos dictados. ¿Por qué no me han enseñado a hacer las paces con el hecho de que me voy a morir o con que me voy a enfermar, a acompañar a alguien, a mirar aquello que no queremos mirar? Se nos debería enseñar estas cosas en el colegio.
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