Blast es el encuentro improbable entre 7 jóvenes elegidos tras una convocatoria abierta en la que se pretendía encontrar a “artistas, activistas y visionarios menores de 26 años con la arrogancia, la esperanza y el humor suficientes como para creer que es posible cambiar el mundo desde un escenario”. Andrea Jiménez y Noemí Rodríguez son Teatro En Vilo, las responsables de esta propuesta que se podrá disfrutar en el Teatro María Guerrero hasta el 19 de junio.
Hablamos con las creadoras sobre los retos de componer esta pieza que definen como ensayo en movimiento, fiesta, tertulia, consultorio político-emocional, musical, gabinete de crisis, misa, mitin, manifiesto desordenado, golpe en la mesa, exorcismo, canto a la divergencia, proyectil hacia el futuro. Lo imposible hecho materia.
Entrevista a Andrea Jiménez y Noemi Rodríguez
¿Por qué Blast? ¿De dónde viene este nombre? ¿Qué significa?
Andrea Jiménez: La búsqueda de títulos es un momento vital. Básicamente yo empecé a buscar cómo se podría decir explosión. ‘Blast’ es explosión en inglés, para nosotros es la explosión creadora, pero también la explosión de un sistema que ya no funciona y que tiene que explotar, tiene que colapsar para que nazca lo nuevo. Va a suceder porque es insostenible. Otra cosa es cómo se geste ese colapso y a dónde nos lleve.
¿Y por qué habéis elegido esa generación para hablar del colapso?
Noemí Rodríguez: Supongo que por distintas razones, pero como elles mismes han dicho, el futuro no será de nuestros padres, serán nuestro, estaremos ahí y es normal que a vosotros no os importe, pero a nosotres sí.
A.J. Es fuerte la conciencia que tiene esta generación de esa posibilidad de colapso. Pero es que luego un día que vinieron al ensayo niñes que estaban trabajando en el Laboratorio del Dramático y los actores les preguntaron que cómo imaginaban el futuro, qué les daba miedo y tenían tanta conciencia del cambio climático, de la extinción y del colapso. Era lo que ellos traían como verdad integrada, mucho más que esta generación que todavía está en la bisagra. Y era como «guau, claro» es que ellos no pueden soñar un mundo ideal como nosotras soñamos. Yo sólo soñaba que iba a entrar en un mercado laboral en el que se iban a retirar los baby boomers, que teóricamente iba a haber muchísimo empleo y que sólo avanzaba un progreso tecnológico. Para mí todo solo podía ir a mejor. Y para ellos es «no, esto se va a la puta mierda». Realidad dada. Circunstancias dadas. Se va a la mierda. A ver qué os inventáis. Entonces, claro, son los que tienen algo que decir.
Abristeis una convocatoria buscando artistas ¿Cómo ha sido el proceso de selección?
N.R. Fue un proceso largo. Nosotras esperábamos recibir muchas candidaturas, pero no tantas. Fueron 970 y pedíamos un montón de cosas. Parecía que era una beca eso y se presentó muchísima gente y la verdad que nos sentimos desbordadas. Después hicimos unos talleres y desde ahí fuimos haciendo la selección paulatinamente y fue muy complicada.
A.J. Porque había gente muy talentosa, con mucho que decir y nosotras estábamos entendiendo qué espectáculo hacer. Como nuestros espectáculos dependen tanto de quien los hace, el espectáculo es quien está en el espectáculo. Había que realmente tomarse el tiempo de conocer a las personas y de entender, no sólo quienes son a nivel perfil, sino si están en un momento vital en el que poder ponerse en el contexto de hacer un espectáculo como éste, que requiere mucha apertura, mucha vulnerabilidad, muchísimo nivel de trabajo. Es muy cansado trabajar con nosotros, la verdad (se ríen).
Hay un momento en el que dicen los intérpretes que son una especie de «macedonia» ¿Cómo habéis medido para que no quede como un muestrario de diversidades?
A.J. Eso es lo más loco. Lo más difícil absolutamente de nuestros procesos es, después de investigar, sacar material y conocer a las personas generar el hilo dramatúrgico. Básicamente una tortura.
N.R. Claro, las personas no nos definimos por una sola cosa, sino por muchas. Es increíble los colores y la diversidad que hay en la vivencia de una persona. Dentro de uno de esos colores o temáticas que trae la actriz o el actor buscamos que para nosotras resuene en el momento o dialogue particularmente dentro del grupo. O, de repente, en esa persona hay un tema en específico que necesita tratar o es urgente y, si para nosotros también lo es, es un tema al que le damos prioridad. De repente hay alguien que trae un tema muy interesante, pero no es el momento para tratarlo, o porque es muy sensible, o porque no habla de una pregunta mayor. Nosotras siempre buscamos atender a cuestiones que laten, que para nosotros sean importantes en el mundo.
«Buscamos esa alquimia posible donde se vayan a combinar las energías de una manera equilibrada»
A.J. Buscamos que converja la historia personal con algo que toca la vivencia del mundo en el momento. Pero es verdad que luego los sistemas humanos se compensan. Entonces, si en un grupo hay alguien que está expresando la rabia, aunque tú también tengas la misma rabia, vas a buscar una manera de colocarte para expresar otra cosa. Y así sucede en los grupos, si lo escuchas y lo puedes guiar se equilibran solos a la hora de qué expresa cada uno.
N.R. Totalmente. De ahí una de las cosas de la dificultad de nuestra selección, porque no solo buscamos buenos artistas, actores o actrices, buscamos esa alquimia posible donde se vayan a combinar las energías de una manera equilibrada.
«Esta generación como que explota en mil colores, en mil identidades»
Hay algo de mensaje generacional en esta obra que también planteáis, por ejemplo en Generación Why, ¿cómo dialoga con esa obra?
A.J. Bueno, esta no es nuestra generación. Nosotras como generación teníamos mucha menos conciencia identitaria porque habíamos crecido rodeadas de personas blancas, de clase media, en su mayoría heterosexuales, nosotras no lo éramos, y eso era como un poco la visual que teníamos. Nuestros amigos eran eso. Entonces Generación Why habla desde ese lugar con la conciencia de serlo y entonces son deseos que tienen que ver con el amor, la pareja, el trabajo, la familia, el arte… Está acotado a esa espera, al final burguesa también. Y era esa humildad de decir somos esto y queríamos unas cosas y no nos las han dado.
De repente, esta generación como que explota en mil colores, en mil identidades, como que creo que ese es el principal salto, el lugar desde el que hablan. De alguna manera, todos pertenecen a una élite, si no, no habrían llegado a presentarse a este casting. También son una gama de gente de izquierdas y es un sesgo de la representación, igual que lo era nuestro sesgo. Podríamos haber incluido a alguien de las juventudes de Vox y lo pensamos, pero no se presentó nadie. Entonces, pues resulta que quienes se presentaban era una juventud LGTBI, queer y disidente, ecologista, racializada. Los que aceptaron la llamada son los que han podido hablar.
¿Cómo es vuestra dinámica de trabajo cuando estáis las dos fuera del escenario?
N.R. Es una experiencia muy diferente porque nosotras siempre hemos creado desde el cuerpo. El hecho de no tener ninguna presencia, pues sí, al menos para mí es un reto, es otra cosa. Es un lugar más de de observación, de análisis, de empatía, es diferente. Te lleva a lugares diferentes y te pone en un lugar diferente en relación al espectáculo y a la obra artística.
«Al final, lo que elles dicen, aunque está mediado por nuestro deseo, responde a los suyos»
A.J. Para mí no es tanto por no actuar sino por no ocupar un lugar como voz en la obra. En Man up era nuestra voz en relación a la de ellos, de forma directa, confrontándose. Y en este espectáculo es, literalmente «os damos el espacio que hemos ganado en estos años para que lo ocupéis vosotres». Y eso es un acto curioso, curioso porque creo que hemos trasladado o vertido nuestro espíritu, nuestro entusiasmo, nuestra idea de la fe, el lugar que le damos al teatro, la idea de encuentro, la fantasía, el lenguaje escénico de que parezca improvisado, la manera de obtener y ordenar el material, pero, al final, lo que elles dicen, aunque está mediado por nuestro deseo, responde a los suyos. Entonces ahí hay una diálogo interesante y curioso y todavía estamos como colocándonos ante eso.
La gran pregunta: ¿se puede cambiar el mundo desde el escenario?
A.J. Poquito a poquito. Creo que la expresión cambiar el mundo está colonizada por tantas connotaciones… Una de ellas es imposible, otra es naif, otra es macro megalómana. Entonces es una expresión incómoda abocada al fracaso. Yo creo que es posible cambiar y creo que es posible ver más del mundo. Esas dos cosas sí que se pueden hacer desde un escenario.
N.R. Sí, para mí hay una cosa que yo creo que es indiscutible. El teatro, entre otras cosas, es representación y hay gente que no está representada. Entonces, como no estás en determinados lugares o no existen historias como tú, gente que habla como tú, vive como tú o desea como tú, nunca crees que puedes pertenecer a ese espacio e incluso te corta las alas. Ellen DeGeneres hace 25 años, cuando salió del armario en una serie de televisión cambió la vida de mucha gente que vio que no estaba sola y no era la única. Y eso cambia, claro que cambia, cambia las posibilidades que existen en tu cabeza. De repente hay cosas que son posibles y antes no lo eran, simplemente porque se hablan o se dicen o alguien se atreve a hacer algo. Así que sí, yo creo que sí, que puede cambiar cosas.
En la obra hacéis algo bastante valiente y «osado» que es darle forma a esa utopía.
A.J. Es aterrador. Es el intento. Hay algo que lo amaga, siempre querrías más, que durara más, que se probarán más cosas en la utopía. Creo que eso es lo que yo quiero hacer ahora: más de la utopía. Pero la hemos tocado, la hemos tocado en el proceso y se toca en el show.
Atreverse a poner en palabras lo que realmente deseamos es difícil.
A.J. Eso es aterrador. Es la cosa más aterradora que hay. Estás todo el día quejándote de lo que no y cuando te preguntan «Pero entonces, ¿qué es lo que si quieres?». Si te fijas Generación Why hablaba de lo mismo: ¿qué quieres para tu futuro? No es que no quieres, es que sí quieres. Y generaba tres crisis de ansiedad. Qué fuerte pensar que llevas haciendo el mismo show toda tu puta vida… (se ríe).
Hay un momento en la función en la que decís eso de «A veces basta…». ¿Por qué pensáis que da tanta paz está esta idea?
A.J. La insatisfacción constante es el mal de nuestro y que pueda bastar es una idea que hay que ser muy valiente para estar preparado a aceptarla. A mí me cuesta.
¿Y penséis que es generacional o que realmente todo el mundo está un poco en eso?
A.J. Espero que tenga un poco que ver con la edad, aunque a mí no se me ha pasado. Y yo también creo que depende no solo de la generación sino del contexto. Los artistas, la gente de la cultura, creo que estamos más en contacto con ese vacío.
N.R. E incluso la urbe, la ciudad, las ciudades. Yo voy a Galicia y a la gente le basta más. Allí basta más todo. No estás con tanta paranoia. Yo veo a mis amigas y pienso que no son como mis amigas de Madrid, ¡son normales! Y amo, amo a la persona que no tiene suficiente, amo a la persona que tienes más que suficiente.
«Ser parte de cualquier disidencia y sentir que no eres suficiente y tener que demostrarlo»
Hay un personaje en un momento dado que se queja de la falta de tiempo ¿por qué tenemos esta sensación? ¿Es la ciudad?
A.J. Es la ciudad, es la precariedad, son las profesiones vocacionales, es la mujer también. Hay una cosa de género, esa tensión de demostrar, de probar, de estar en el deber, ser mejor que nadie. Es ser parte de cualquier disidencia y sentir que no eres suficiente y tener que demostrarlo. Que te han hecho bullying, todo suma como capas y quitárselas es un trabajo.
De alguna forma habláis también de la profesión ¿cómo la reciben los espectadores que nos se dedican a esto?
N.R. Quizás este es nuestro show más polarizado. Hay gente a la que le encanta y gente que no le guste nada. Veo a gente saliendo eufórica y a gente enfadada. Nosotras siempre hemos buscado de alguna manera el «Todos los públicos» y ya intuíamos que por el formato y los contenidos puede que este…
«Se está llenando el teatro de gente joven y yo creo que eso es algo a lo que debería aspirar cualquier programador»
A.J. Al final las chicas guapas, jóvenes y los hombres les gustan a todo el mundo. Pero cuando empiezas a poner a gente que reta, que incomoda a la persona que está sentada sólo por existir, solo por hablar. Solo por decir ‘todes’ te puedes llevar a 30 personas del público que ya te van a odiar, solo por mostrar enfado a otros 30. Y eso que está hecho con amor, con mucho cariño y con mucho cuidado. Creo que para los menores de 30 está siendo como una euforia radical, para los millenials creo que es más como un interés alegre y entre los mayores de 60 creo que hay gente que sí, pero otra gente que no.
N.R. Lo bueno es que se está llenando el teatro de gente joven y yo creo que eso es algo a lo que debería aspirar cualquier programador. Eso ponlo en negrita.
A.J. Es que esto es un teatro público y debería ser una exigencia que en un teatro público esté representada toda la población. Desde los creadores y los creadores, no las cabezas de cartel que llenan teatros porque es teatro público, no es teatro privado que funcione con otras reglas. Aquí tienen que estar todos incluides.
Hay un momento de la función en el que uno de los intérpretes dice «Sentimos no ser lo que esperabais» ¿Qué esperan ellos de nosotros? ¿Y nosotros de ellos?
A.J. No sé, es que yo creo que no piensan en nosotros así a diario pensamos mucho más nosotros en ellos. Ellos están en su futuro, no están en nosotros. Tenemos un nivel de expectativa… que nos salven, que nos inspiren, que nos enseñen el camino, que además aprendan de nosotres, que recojan el legado. Pero ellos de nosotros… ¿Yo qué esperaba de la Generación X? Que me dejaran trabajar, que me acogieran, que me escucharan. Que te escuchen es lo que todo el mundo quiere.
¿Es lo que habéis hecho vosotras?
N.R. Sí, sin duda, sí.
A.J. Hemos escuchado y es un ejercicio que requiere mucho más esfuerzo del que parece. Escuchar es un trabajo de dejarte cortocircuitar a diario porque para que alguien quiera seguir contando tiene que sentir que lo sigues escuchando.
«Sigamos imaginando hacia el sí»
Vais a hacer diez años como compañía, ¿qué les diríais a los que empiezan ahora?
A.J. Yo diría que nunca el teatro gane a la vida, que la vida siempre esté en el centro de todo, de cualquier aspiración, incluso de cualquier sueño, a veces nosotros hemos sido la generación de los sueños. Creo que ellos son mucho más conscientes de la vida. No sé si necesitan el consejo o es más un consejo hacia mí, hacia el futuro.
N.R. Yo diría que se dejen guiar por la pasión y por el corazón. Yo creo en la pasión, en el corazón, en la intuición, en la fe, y en la vocación, en creer que las cosas son posibles. No, eso no se me ha borrado. Pero atenta a cuidar esa pasión y ese fuego, porque hay que alimentarlo de muchas maneras. No sólo con el trabajo. También con el autocuidado y el amor a otras cosas. Diversificar, seguir estando en la vida, porque si no es imposible también hablar de nada o seguir aprendiendo.
A.J. Y también, algo que creo que para mí es interesante. Sí que le diría a esta generación, que para mí es una generación que se ha propuesto escuchar dolores que no han escuchado otras, que escuchar el dolor no te cristalice en el dolor. Igual que creo que otras generaciones han metido el dolor debajo de la mesa y de la alfombra, esta no quiere hacer eso y se puede conviertir en espiral de dolor o de desidia. Y de hecho, esa es nuestra invocación en este espectáculo. Sigamos imaginando hacia el sí.