PRIMER ESTRENO DE TEMPORADA EN ABADÍA

Tolcachir: «No hay quien se suba al escenario sin miedo. Estar en el escenario ya es un riesgo»

El Teatro de La Abadía acoge 'Rabia', obra protagonizada por el actor, dramaturgo y director de teatro argentino

Amanda H C

Lautaro Perotti y Claudio Tolcachir, dos de los creadores de la obra ‘Rabia’. Fotografía cedida por Timbre4.

Rabia es el título de una de las novelas de Sergio Bizzio y una de las apuestas de la nueva temporada del Teatro de La Abadía. La adaptación al escenario, que se podrá ver desde el 14 de septiembre, llega a cargo de un equipo formado por Lautaro Perotti, María García de Oteyza, Mónica Acevedo y Claudio Tolcachir.

Esta es la historia de José María – o María a secas, como le llama todo el mundo –, un tipo bastante cotidiano que un día se ve obligado a esconderse en la mansión en la que vive y trabaja su novia. Desde el desván, tendrá que acomodarse sin ser visto y aprender a sobrevivir. Así es como, hasta el 8 de octubre, podremos descubrir el escondite de María en la Sala Juan de la Cruz.

La obra homónima de Bizzio llega a Madrid en forma de monólogo y también de libro recién editado que estará disponible en el mismo espacio durante el periodo de funciones. TeatroMadrid ha estado charlando con su protagonista y con el director para descubrir las claves que les empujaron a levantar este proyecto escénico cargado de violencia, claustrofobia y supervivencia.

¿Qué es lo que más os gusta de la novela?

Claudio Tolcachir: Creo que es de esas novelas a la que, durante su lectura, te abandonás y solo querés volver a leerla. Destacaría el placer que sentí acompañando todo el periplo del personaje y la situación. Creo que también la cantidad de imágenes, muy poderosas, que me quedaron para siempre. Además, una de las cosas que más nos impulsó a pensar qué voz podía ser dentro del teatro es desde el lugar en el que lo cuenta, ya que describe sin tomar partido, con mucho humor y precisión. Es alguien que te está soplando al oído algo, no se pone en un lugar condescendiente, ni filosófico ni intelectual, sino de igual a igual, te va llevando y te hace sentir que algo de esta historia ya la conocés y la estás recordando.

Lautaro Perotti: Para mí fue muy atrapante, me metí enseguida en el mundo propuesto. Me parecía muy interesante cómo te hace acompañar a una persona que, en principio, hizo cosas que uno no aprueba. Hasta terminás celebrando la evolución que tiene, como un esfuerzo, un arco en su crecimiento muy grande.

Imagen de 'Rabia' de Claudio Tolcachir y Lautaro Perotti

Lautaro Perotti dirige la adaptación al teatro de la novela homónima. Fotografía de Lucía Romero.

Adaptación a cuatro manos, ¿cómo surgió esto?

L. P.: A partir de una idea de Claudio y de armar equipo para trabajar. Fue un desafío para todos. Nunca habíamos hecho la adaptación de una novela al teatro. Había que respetar desde qué lugar contar la novela, la historia, pasarla al teatro. Fue un trabajo muy minucioso e hicimos varias versiones.

C.T.: Nos lanzamos a hacerla y es uno de esos proyectos que, de vez en cuando, hay que hacer porque te llevan la vida. Llevamos más de un año sumergidos. Nunca se probó, nunca se había hecho en teatro. La probamos en primera persona y no funcionaba. La pasamos a relato y, según la iba leyendo, nos dimos cuenta de que iba funcionando y tenía sentido. El juego de un relato arma una especie de muchos planos entre lo que sentís, escuchás y, sobre todo, imaginás, que se vuelve muy interesante. No teníamos muchas certezas, primero, sobre si funcionaría y, segundo, sobre cómo hacerlo. Teníamos todas las decisiones del mundo y trabajar en equipo es inspirador y protector.

¿Desde dónde partís cuando llega el momento de ponerse a ensayar?

L. P.: Hay algo que fuimos descubriendo al hacer la versión que era encontrar el lugar de alguien que cuenta la historia, lo que le está pasando o le pasó, y algo que nos gustaba como lectores, donde cada uno terminábamos de completar las imágenes, sin explicación ni opinión, para que el espectador hiciera mismo ejercicio al ver el monólogo.

C.T.: Hay varios pliegues que son interesantes para mí sin estar subrayados porque es algo que no nos gusta. Por un lado, yo estoy relatando algo que le pasó a otro y nunca digo “yo”. Sin embargo, hay cosas que me van sucediendo en relación a lo que estoy contando o a lo que él está viendo, como una tercera persona sembrada de pequeñas primeras personas. Por otro lado, es un relato que está en pasado y el ejercicio que buscábamos es generar cada día el hilo de pensamiento de cada una de las decisiones que va tomando el personaje, de la acción que va acometiendo. Por lo tanto, hay una tercera persona atravesada por la primera y hay un relato atravesado por el presente. También hay algo muy sensorial en la pieza, de lo que se ve y se oye, porque son puntos de vista todo el tiempo. Y esto fue parte de las primeras directrices.

¿Cómo es la escenografía?

C.T.: Veníamos trabajando con el equipo artístico desde el comienzo y apareció la idea de caja mágica que tenía que ver mucho con la iluminación para ayudar a crear perspectivas. En general, abonamos la idea de que, en el teatro, lo que se cuenta no hace falta mostrarlo y lo que se dice que se hace no hace falta hacerlo. Por eso, aquí no hace falta que esté la casa. Apareció la idea de la escalera como concepto, con todos sus recovecos y sus muchas dualidades.

L. P.: El ideal para mí en dirección es que haya un solo objeto que sirva para contar todos los ángulos de una obra, amplificar y recogerlos todos.

Creo que esta historia tiene mucho de dualidad; el rico y el pobre, la acción y la no acción, la vida y la muerte, el que está dentro y el que está fuera de las fronteras… ¿Te pasa, qué sensaciones te provoca protagonizar algo así?

C.T.: Esas dualidades son muy interesantes y una de las más fuertes aquí es estar y no estar, accionar y desaparecer, ser el protagonista sin ser visto y también la rabia y el amor juntos, chocándose. Además, sabiendo lo que ha hecho el personaje, el hecho de que haya puntos en los que quieras que se salve o empatices con él se agradecen porque para eso está el teatro. No está para salvar a nadie sino para tratar de hacer algún agujero en la cabeza y recordar que las cosas no son tan simples, que todo es más complejo, que se puede empatizar con algo incómodo y que las personas son muy fáciles de encasillar y de cuadrar en algún lugar. Esas fuerzas de tensión las tuvimos muy presentes y la mirada de la dirección hace que haya más planos entre la palabra y lo que sucede en un espacio, con una voz, una imaginación, el sonido…

Imagen de 'Rabia' de Claudio Tolcachir y Lautaro Perotti

‘Rabia’ es el primer estreno de la nueva temporada del Teatro de La Abadía. Fotografía de Lucía Romero.

Siempre oigo decir a Pablo Messiez que ir a ver una obra de teatro debería implicar estar en peligro constante y no acomodarnos en la butaca. Y creo que esto también debería aplicarse a quienes estáis en escena. Así que os pregunto, ¿habéis tomado algún riesgo?

L. P.: Sí, varios. Primero, partir de algo que no sabíamos cómo se hacía y que no habíamos hecho nunca. Por otro lado, nos obligaba a cambiar los roles. Desde el principio, con mucho deseo y disfrute, este trabajo nos instaló en un lugar que no conocíamos y que nos desafiaba. El hecho de tener tiempo para experimentar y jugar fue otro riesgo de ponerte en un lugar vulnerable.

C.T.: No había marco de referencia. A veces, con las obras, tenés una intuición. Con esta, siento que llegamos a algo de lo que me siento muy orgulloso, por todas las decisiones que tomamos. Creo que no hay quien se suba al escenario sin miedo. Estar en el escenario ya es un riesgo, emprenderte en un proyecto también porque cada uno hace lo que tiene ganas de hacer y eso está bien, sin medirlo sin otra cosa que no sea la honestidad.

¿Qué significa estar ahora estrenando esta pieza aquí?

L. P.: Muchas cosas, pero, sobre todo siento que estoy en el lugar y con las personas con las que quiero estar, con la libertad que nos dieron y con el compromiso que nos implica. Esto parece sencillo, pero es un lujo. Sentir esto es el lugar en el que me encuentro.

C.T.: Siento una continuidad, un poco absurda, con Lautaro que es hacer cosas desde los 18; obras, Timbre 4, la escuela, viajes… Me siento un poco igual, pero es algo diferente en cuanto a lo profesional porque quiero hacer obras de las que tenga ganas, que me entusiasmen. Poder juntarse con todo el equipo es algo de lo que sentirse muy agradecido porque, estando yo habituado a estar del otro lado, me han ayudado mucho a estudiar, a dar fe y a mirarme. Y que esto suceda acá en España, en Madrid, siendo yo argentino, que de pronto un teatro como este nos dé la oportunidad de hacer algo que está absolutamente atado a mi deseo es de un nivel de magia y de generosidad muy grande.

 ¿Cuál sería vuestro sitio perfecto para esconderos en estas situaciones?

 Te conviertes en un influencer superfamoso al que persiguen los paparazzis.

L. P.: Me iría a un rinconcito de alguna isla de por acá que tienen ustedes.

C.T.: En un cuarto de uno de los túneles del terror y ahí no te reconocen.

Un día haciendo una función, os quedáis en blanco.

C. T.: ¡Ay, no! Me tiro al foso. Me hago el muerto.

L. P.: Pido un oscuro, un apagón.

Otra pandemia.

C.T.: Haría comunidad. Elegiría a un grupo de personas para pasarla en un teatro haciendo cosas. Prohibido el zoom. ¿30? 20, 20 seleccionados dentro. Comida y ensayos.

Una tarde de manta y peli.

L. P.: En Riaza.

C.T.: En un avión, yendo a otro lado. Aprovechando el tiempo. Tendrían que hacer aviones con zona de manta y peli.

L. P.: Los hicieron. Esos son primera clase.

Llegan los extraterrestres a la Tierra.

C.T.: ¡Ay, me encantaría! Ni los fantasmas ni los extraterrestres me dan miedo. No me quiero perder nada. Me subo a verlos enseguida, ¿tú no?

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Me siento más a gusto en el teatro que en mi casa.

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