Después de un exitoso paso por diversos escenarios lationamericanos y españoles, regresa a Madrid la obra de teatro Próximo, en esta ocasión a la Sala Mirador. Una producción de Timbre 4 escrita y dirigida por el argentino Claudio Tolcachir (La Omisión de la Familia Coleman, Emilia o Cabaret), que reunió por primera vez sobre el escenario a Lautaro Perotti y a Santi Marín para hablar de cómo el amor puede con cualquier tipo de barrera.
TeatroMadrid recupera la conversación que mantuvo durante la presentación de este montaje en el Teatro Abadía hace tres temporadas con este trío que derrocha complicidad, risas, buen humor y admiración. Todo esto fluyó a lo largo de la charla, en la que se habló de cómo fue el proceso de creación de Próximo, de cómo valoran internet, las relaciones a distancia, e incluso el estado actual del teatro español y argentino.
Teatro Madrid.- ¿Cómo definiríais Próximo?
Lautaro Perotti.- Es el deseo de dos personas por conocerse, atravesar todas las dificultades que existen, que son muchas, y tener una fe ciega de que esto va a ser posible, de que va a existir. Tiene que ver con la esperanza más allá de cualquier cosa racional. De que esto tiene que funcionar porque hay una necesidad muy grande del otro a pesar de la distancia.
Santi Marín.- Yo utilizaría una palabra que Claudio usa mucho que es: Resistencia. Cómo hacen estos dos personajes por insistir en algo, dándose todo el rato contra la pared. Uno tiene una forma de vida, otro otra. Uno está en un país; el otro, en otro. Pero hay algo de esa esperanza por construir algo juntos, un futuro, y de cómo se inventan las formas para que esta construcción sea posible.
Claudio Tolcachir.- Creo que hay algo interesante en que ellos mismos van descubriendo cuánto se necesitan, incluso a medida que peor les va en la vida. No es una obra donde ellos al comienzo tengan un objetivo, lo van descubriendo en esta relación insólita. Cómo iba a pensar Elian, el personaje de Santi, que está en Madrid, que le va bárbaro, que tiene un futuro por delante, que la persona que más le va a cuidar, que más le va a entender, que más le iba a sostener, iba a ser un argentino que está solo en Australia sin papeles. Y qué iba a pensar Pablo que iba a tener un vínculo con un actor que está como en un mundo inalcanzable. La vida casi nunca es lo que uno imagina y uno termina pudiendo sentirse identificado con quien no se sentía identificado al principio. Creo que es una hermosa lección de la vida. Creo que es interesante ver cómo te redescubrís a partir de las cosas que te pasan. Tal vez la mano que te sostiene no estaba en el círculo que te imaginabas y tu destino no estaba en el lugar que te imaginabas. A mí me gusta pensar que es así, que la vida está abierta.
TM.- Es curioso cómo uno se abre diferente, incluso más honestamente, ante un desconocido que ante los que te rodean. Y si hay una pantalla de por medio, todavía más.
SM.- En el caso de mi personaje, que tiene una vida un tanto castrada, por su familia, por no asumir muy bien su sexualidad, por su soledad, que se contrapone con lo que le pasa en su vida pública, por así decirlo, le permite ser más él con Pablo que cualquier otra persona de su entorno. Por esto, porque hay una pantalla y enseguida puedes dar al botón de colgar y se acabó. No tienes que justificarte.
LP.- Sí, te da como impunidad. Al tener tan poca expectativa, a priori, de lo que puede pasar. Es tan improbable, que te da la impunidad de mostrarte, de mostrar los secretos. Si uno pensase en las posibilidades de que esta historia fuera real, concreta y demás, trataría de ocultar y mostrarse de otra manera. Hay algo ahí que creo que es la clave de este encuentro que, quizá por las pocas expectativas que tiene, se muestran sinceros.
TM.- En esta relación tienen poco que perder, ¿no?
LP.- Sí, hay tan poco que perder, cada uno desde su realidad, desde su forma, que no hay necesidad de mentir. Total, todo está perdido, todo lo que queda está por descubrir.
TM.- Normalmente, cuando internet o la redes sociales asoman en escena, suelen venir con una mirada negativa, sin embargo en Próximo no es así.
CT.- Creo que esta es cada vez más la función del teatro: Tratar de otorgar otro punto de vista sobre las cosas. Es lo que uno agradece a cualquier persona con la que hablas, que te permita ver el mundo de otra manera. Partiendo inclusive de esa base, todos tenemos una mirada crítica sobre esto, es verdad, y te podría decir un montón de cosas sobre la impunidad, sobre el anonimato, la violencia, la enfermedad que genera internet, pero también es interesante poder pensar que puede ser la salvación para mucha gente.
En Buenos Aires fui a una charla con espectadoras, generalmente mujeres grandes que van al teatro, y les dije “¿Ustedes usan Skype?” Y me dijeron, «No, no, ahora usamos…» y me nombraron un montón de otras cosas nuevas que yo no conozco, y ahí me di cuenta que era de todos. A ellos también les ha salvado la vida para estar en contacto con sus afectos a la distancia. Yo creo que eso pasó con la obra. Fue más lejos de lo que pensábamos porque genera una emoción en otras edades o en otras circunstancias muy particulares, por sus hijos, por ellos mismos, por una comprensión más amplia de lo que nosotros imaginábamos.
TM.- Cuando surgió Próximo, cada uno de vosotros estabais en países diferentes. Claudio en Italia, Santi en España y Lautaro en Argentina…
CT.- Sí, comenzamos improvisando por Skype.
TM.- ¿Y cómo se pone en pie algo así?
CT.- Teníamos un criterio común, el tema era cómo contar algo que para mí también era nuevo. En muchos momentos pensé que íbamos a hacer aguas, que esto era una linda idea. Pero, ¿cómo se hace de una linda idea una obra? Pasamos muchos momentos así. Recuerdo una de las primeras veces, ya en Buenos Aires, que dijimos “Dios mío, no tenemos nada”, y ahí, como director, tienes que decir: “¡Vamos, bien chicos, vamos bien!” (Risas). Es ir encontrando un criterio común de cómo contar. No es lo mismo contar una obra en la que están en un comedor charlando. ¿Cómo cuentas la evolución de estos dos personajes de esta manera?
TM.- ¿A qué te refieres?
CT.- El teatro normalmente te obliga a una dirección de mirada, desde el otro o desde lo que ves. Sin embargo, acá eso se rompe. Porque la dirección de mirada está donde esté el aparato y eso empieza a generar como muchas líneas de fuerza.
TM.- Claro, la obra cuenta con esa particularidad que, aunque compartís escenario, en ningún momento os miráis. Se supone que estáis a miles de kilómetros
LP.- No nos vemos en el escenario y nos sorprendemos, a veces paramos y nos mostramos lo que hacemos. Nos sirve mucho compartir siempre un mismo camarín para poder estar sincronizados; porque después es un viaje que arranca y ya no para.
SM.- Es muy divertido. En la obra no ves si camina bien o camina mal o tiene un tic en el brazo. Entonces, son estas cosas que de repente me van sorprendiendo. A veces le pregunto “¿Pero has hecho esto todo el rato?” Y él me dice: “Sí, claro”.
LP.- Son dos personas que están a kilómetros de distancia, pero nuestros cuerpos están todo el tiempo acompañándose, en la proximidad o la distancia del escenario. Están casi danzando juntos, hay como una comunicación muy loca; los cuerpos están unidos y están trabajando juntos a pesar de estar en la distancia.
TM.- Estos dos personajes los creaste inspirándote en Santi y Lautaro. ¿Qué es lo que poseen de cada uno de ellos?
CT.- A mí me encanta observar a los actores cuando no están actuando. Trato de aprovechar los momentos que estamos en el camarín, cuando los actores no están tratando de actuar bien, si no que ves esencias de su humanidad. Me resultan muy inspiradores y me gusta, cuando creo un personaje para un actor que quiero, tratar de aprovechar al máximo lo mejor que tiene y tal vez lo que nadie vio.
En el caso de Santi, es un actor con una frescura muy particular, muy poco común, que puede transitar estados y pensamientos y emociones a flor de piel como pocos actores y cambiar en un instante su estado y su energía de una manera muy mágica. Le puedo pedir hacer cosas muy difíciles. Me parece muy inspirador. Al mismo tiempo que tiene un humor y una ternura que lo hacen muy querible.
En el caso de Lautaro, que es mi compañero de toda la vida y fundador y co-cómplice de todas las cosas importantes que yo fui haciendo, es un actor nada convencional, puede construir seres que no son catalogables. Él puede meter en su cuerpo una herida muy profunda sin autocompadecerse y transformarse en un ser complejo. Conozco pocos actores que tengan esa capacidad de construir seres que son. Creo que eso es una cualidad muy grande de Lautaro.
Después, es nutrirse de las cosas que me divierten. Parte es imaginármelos haciendo determinadas cosas. Siempre me ha divertido ponerle a Lautaro a hablar inglés; es algo que hemos hecho toda la vida para reírnos un rato.
LP.- No hablo inglés, que se sepa. (Risas)
CT.- ¡O poner a Santi a cantar! (Vuelven las risas) Serían ejemplos de decir: «Me voy a divertir con lo que yo solo sé y que ellos muy valientemente se atreven a compartir en el escenario».
TM.- ¿Y estos «regalos» como los recibís vosotros?
SM.- No era como que de repente te llega un texto y lees “Santi canta” y piensas “¡Qué hijo de puta!” (Risas). Todo surge de impros y de ideas. Fue una locura muy bonita, la verdad. Él nos iba pidiendo cosas, no sabíamos muy bien qué cosas iban a quedar, pero él iba jugando con nosotros, iba proponiéndonos improvisaciones, luego escribía.
LP.- Con Claudio voy ciego, no me importa nada. Es una entrega total porque sé que vamos a llegar a algún lado. Hay mucha confianza, mucho placer y también mucha admiración por el trabajo.
TM.- ¿Y ese momento de compartir escenario al fin entre Santi y Lautaro?
SM.- Pues bien, es una pasada trabajar con él porque es un gran actor, la verdad. Lo que pasa que como no nos vemos… ¡A lo mejor en la siguiente te respondo! (Risas)
LP.- Con Santiago me divierto mucho, me da placer escucharlo. Puede sonar tonto, porque puedes decir que esto es una profesión, un trabajo, hay muchísima responsabilidad y también muchísimo compromiso, pero me divierto. Hay algo que me pasa con las funciones y es que, si no me divierto, hay algo que no está funcionado bien, desde el lugar mas profesional. Y yo me divertí en cada uno de los ensayos y me divierto en cada una de las funciones.
TM.- Santi, esta es tu primera vez trabajando a las órdenes de Claudio.
SM.- Es muy bonito ver cómo todo fluye y que estás muy cuidado como actor. Es muy importante porque sabes que no vas a estar expuesto y eso no pasa con todos los directores. Es un poco construir con tus armas de actor, y Claudio todas esas cosas te las derrumba para construir cosas nuevas. Es un aprendizaje y es sentirte cuidado en escena, que estés lo mejor posible, es como que sabes que te va a querer.
TM.- Claudio, ¿has tenido que «derribar» muchas cosas?
CT.- Es la tarea del director y es lo que yo le pediría a un director que haga conmigo. El actor está muy desnudo, muy vulnerable, no tiene conciencia completa de lo que hace. Realmente confiar en la mirada del otro no es solo una cuestión afectiva, también de criterio.
Yo nunca pienso como el director que lo sabe todo y le va diciendo verdades a los actores, nunca lo sentí así. Primero porque creo que el director no sabe y si sabe, sabe de otras experiencias, no de esta. El teatro no es una repetición de técnicas que siempre funcionan. A Lautaro lo conozco de muchas obras, pero es Lautaro con este personaje, en otro momento de la vida, es otro actor. Santi con este personaje es otro actor. Entonces, la tarea fundamental de un director es saber ver lo que hay, asumir lo que hay, y tener la intuición de crear estrategias para generar un buen matrimonio entre ese actor y ese personaje.
LP.- Eso es lindo porque uno lo siente con Claudio trabajando, siente que está descubriendo en el ensayo. No es algo que está armado y que viene a decir cómo es. También te pone en un lugar en el que estar permeable y abierto para descubrir un momento sagrado del ensayo.
SM.- Nos reímos mucho durante los ensayos.
CT.- Y no siempre es así.
TM.- Vosotros sois claro ejemplo de la situación cultural actual, la mezcla de artistas de diferentes lugares creando en conjunto. Desde vuestra mirada, ¿qué le daríais al teatro español del teatro argentino o viceversa?
LP.- A mí me gustaría poder ver más teatro español del que veo porque las veces que estoy aquí, mayoritariamente, estoy haciendo teatro. Pero cuanta más posibilidad de mezclar o intercambiar, más se enriquece.
CT.- Trabajar con actores de aquí me hizo aprender un montón y me han dado una bienvenida que jamás soñé; y si pienso en el teatro como lo conocí cuando vine en 2005, es increíble lo que cambió en estos 14 años. En ese momento recuerdo que hablábamos mucho con la gente de teatro acá. Nos preguntaban cómo hacíamos y les decíamos que nos juntábamos en casa para ensayar y nos decían: ”Pero acá eso no se puede hacer”, y les decía: “Si tienen ganas, lo pueden hacer”, y sentía que algo estaba pasando, algo quería pasar. Como todos los años vengo, he ido asistiendo a un apropiarse del espacio del teatro, transformarlo, ganarlo. Hubo un impulso en esta libertad nacida de la fragilidad que tiene el teatro independiente argentino, que me parece que se ganó acá. Creció mucho el lenguaje, la renovación de nombres, la mezcla. Para nosotros el teatro sigue siendo un lugar de resistencia por las cíclicas crisis, pobrezas e indignidades que sufrimos, entonces, hay algo en cuanto al lenguaje que tendríamos mucho que aprender, del lenguaje parcial, del lenguaje teatral, técnico, al que nosotros no tenemos acceso. Es muy difícil para nosotros crear incluyendo determinadas herramientas.
SM.- Fue muy motivador comprobar que había compañías como, por ejemplo, Kamikaze o lugares como La casa de la portera, que nacieron de un grupo de personas que se juntaban y de su construcción. Y no de alguien que vino y puso un dinero. Cada vez son más normales estos puentes que están pasando, no solo en teatro, también gracias a plataformas como Netflix. La diversidad hace la riqueza y la mezcla de estos intercambios culturales creo que nos nutren mucho a todos.
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