El último gran amante de Lorca, en el Teatro Galileo

Andreu Rami

La piedra oscura es el título de una obra de teatro de Federico García Lorca, de la cual sólo se conocen el inicio y los personajes y dónde, parece, el poeta tenía que abordar la cuestión de la homofobia. Es también el título de la pieza de Alberto Conejero, que se podrá ver hasta el 5 de febrero en el Teatro Galileo, y que recuerda los últimos días de Rafel Rodríguez Rapún, el último gran amor de Lorca. Dirigida por Pablo Messiez e interpretada por Daniel Grao y Nacho Sánchez, llega con un buen puñado de nominaciones a los Premios Max.

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De las relaciones amorosas de Federico García Lorca se ha hablado bastamente. El hispanista irlandés Ian Gibson, que hace décadas que está sumergido en la vida del poeta, ponía luz en su libro ‘Lorca y el mundo gay’. Rafael Rodríguez Rapún aparecía como «el amor más profundo de Lorca» pero, aún así, a menudo ha sido lo grande ausente del relato de la vida del poeta granadino. Y es este el motivo que trajo al dramaturgo Alberto Conejero, que se confiesa enamorado de Lorca desde la adolescencia, a escribir e investigar quién había sido «más allá de los clichés de algunas biografías», las que relegan su historia a un joven (les separaban 14 años) que hizo sufrir Federico porque no sabía si era gay y se iba a la cama con mujeres. Y es que su relación fue mucho más que esto. Lorca y Rapún compartieron camino teatral. Se conocieron en La Barraca el 1933, cuando el Tres Erres, como lo denominaría Lorca, llegó a través de la UGT para hacerse cargo de la secretaría.

Hijo de una criada y un frutero y «comprometido con su tiempo», para Conejero Rapún es un emblema de las políticas culturales de la Segunda República, que permitieron que un joven de su procedencia accediera al corazón de la sociedad y los movimientos culturales más importantes del país.

UN ENCUENTRO PARA PONER EN ENTREDICHO LAS CERTEZAS

Conejero se ha tomado algunas licencias históricas, poéticas, para hablar de la verdad. Rapún, que luchó como teniente republicano al frente de Santander y murió en el Hospital Militar de la localidad el 18 de agosto de 1937, todavía a manso del bando republicano, aparece en la obra custodiado por los nacionales. Una decisión tomada por motivos dramáticos, pero también para evidenciar los responsables de su muerte. A menudo se ha hablado del deceso de Rafael como una muerte por el dolor de la ausencia del poeta, asesinado un año antes, el 1936; como un abandono a su suerte. Pero Conejero alerta que «es peligroso» traer su muerte a un ideal romántico porque, sea como fuere, los responsables de las heridas que pondrían fin a su vida no son otras que los golpistas.

El resultado es la ficción de un encuentro entre Rafael, condenado a muerte, con un joven soldado durante su última noche, a quien pedirá que, al acabar la guerra, salve dos obras de teatro: El público y La piedra oscura y, sobre todo, la compilación Sonetos del amor oscuro. Nacho Sánchez, que interpreta Sebastián, explica que es un soldado extremadamente joven, un amante de la música que se ha visto inmerso en una lucha de la cual no sabe como salir. A pesar de la situación, conectarán desde la vertiente humana. «Mi interés era trabajar la relación entre dos personas aparentemente antagónicas para que el público fuera testigo de un encuentro real ante el horror, que permitiera redescubrir quién es cada cual y poner en entredicho las certezas», explica el director.

LA NECESIDAD De UN RELATO COMPARTIDO

«Un dramaturgo no tiene la lealtad de un historiador, pero sí la misma responsabilidad». Conejero, que ha sido más de dos años removiendo archivos de la familia e investigando, tiene claro que la obra va más allá de Rapún y Lorca. «Es un pasado que no para de lanzar preguntas incómodas a nuestro presente y a los débiles fundamentos de esta democracia ahora asediada. La piedra oscura es un canto de amor a Federico, pero, sobre todo, una indagación sobre quienes se quedaron a los márgenes de la foto oficial de la Historia, detrás grandes fechas, detrás los grandes nombres. Quienes fueron casi devorados por el tiempo y por el olvido». Convencido que tendríamos que tener un relato común como país, unos acuerdos de memoria «que hoy por hoy son inexistentes», asegura que si este montaje contribuye, ni que sea en una pequeña parte, ya se dará por satisfecho.

Texto: Mercè Rubià

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