A.K.A. (Also Known As)

A.K.A es un conmovedor monólogo dramático escrito por Daniel J. Meyer y dirigido por Montse Rodríguez Clusella donde conocemos a Carlos, un joven de 15 años que es acusado falsamente de haber violado a Claudia, una chica a la que conoció por Tinder. En un momento donde hemos conocido desagradables casos, como el de la Manada (en el que se basó la obra teatral Jauría (2019) de Miguel del Arco) o el del artículo An unbelievable story of rape (que sirvió de inspiración para la miniserie de Netflix, Unbelievable (2019), la pieza aporta un enfoque particular a la historia de abusos sexuales que la aproximan parcialmente a la serie Liar (2017). La obra, que intercala  flashbacks que nos ayudan a entender la personalidad de Carlos, trata el tema del racismo y cómo este termina afectando a la construcción de la propia identidad. Habiendo sido galardonado en los Premios Max y los Premios Butaca quisiera destacar el trabajo de Lluis Febrer, quien encarna a ese adolescente malherido con un enorme poder de convicción, logrando que nos creamos su historia y empaticemos con él. La obra coloca al espectador frente a la problemática de lo que supone que te prejuzguen por ser extranjero (con rasgos extranjeros) y todo lo que ello implica.

«Pura magia» es como define el protagonista algunos de los episodios de su vida. Y así es A.K.A., una propuesta magnífica, honesta, auténtica y recomendable para todos (no sólo para adolescentes).

Un único actor nos hace partícipes de su día a día a los 15 años: el Instituto, terapia, la rabia y el miedo, los amigos, el amor y el deseo, la injusticia, los prejuicios, la relación con los padres … La identidad, al fin y al cabo. ¿Somos los que los demás ven? ¿ Lo que quieren ver? ¿Lo que enseñamos? ¿Lo que sale cuando estamos solos? …

Muchas obras, a menudo, queriendo tocar varios temas «profundos», hacen que todo quede en un nivel superficial. Nuevo acierto de A.K.A. que pasa por todos ellos de manera suficiente para hacernos reflexionar al salir. Y lo hace con humor, drama, intriga, baile, música y mucho movimiento, todo perfectamente ensamblado. La obra tiene muchos méritos, para mí los más impactantes fueron un final brutal -si bien creo que está pasando desapercibido- y un momento poético precioso (las manos).

En resumen: magnífico texto de Daniel J. Meyer, bien interpretado y gran diseño de sonido y luces . De aquellas propuestas que sales pensando que has conocido a una persona, más que ver un personaje.

El Teatro del Barrio siempre aprovecha su subida de telón para poner sobre la mesa temas candentes, de actualidad, que remueven los interiores, apostando así por textos densos y potentes que no dejan indiferente y que, por qué no, pueden generar un cambio. Es el caso de la obra A.K.A. (Also Known As), dirigido por Montse Rodríguez Clusella y con un texto original de Daniel J. Meyer, el mérito indiscutible sin embargo es de su único protagonista, Lluís Febrer, que ininterrumpidamente durante casi una hora y media, mantiene la tensión de un monólogo duro, conectado con el lenguaje de la edad adolescente y que destapa esa verdad de quiebre truncado por una xenofobia engorrosa y disfrazada, que abraza prejuicios y destruye vidas.

El lenguaje y, su mínima expresión, la palabra, se encuentran cada día más devaluados y es ese mismo desprecio el que acentúa aún más su inconmensurable poder. El laureado montaje A.K.A (Also Known As), nacido de la escena del off catalana, ha llegado por fin a la capital y lo ha hecho sin duda por la puerta grande. El espectáculo es una brillante pieza escénica convertida en un alegato a la defensa de la identidad que se vertebra a partir de un magistral empleo de la palabra.

Carlos, un adolescente de quince años nos relata su vida y nos interpela a formar parte de sus inquietudes diarias. Albert Salazar encarna a un personaje auténtico, lleno de vida y de verdad. Vive despojado de prejuicios, especialmente de esos que le intentan desde fuera marginar y manchar. Su palabra firme, a veces acelerada, vívida, espontánea y sincera nos sacude en un monólogo vertiginoso que te arrastra por completo. Su energía es abrumadoramente magnética generada por un brillante actor que sobresale por su versatilidad. Él solo llena todo el espacio y es artífice de su metamorfosis.

La puesta en escena se mantiene en continua transformación gracias al inteligente juego escénico que se sirve de la dramaturgia, tanto textual como musical, así como de la calidad interpretativa para trasladar hechos y emociones directamente al espectador. Todos los elementos teatrales están perfectamente orquestados en un todo dramatúrgico a favor del suceso escénico. Proeza lograda por una mano directora de Monste Rodríguez Clusella de matrícula y un texto dramático de Daniel J. Meyer que es un inteligente y hermoso ejercicio de prosa poética.

La música forma parte de la dramaturgia y es esta una gran decisión que desmarca al montaje. La cultura del hip hop forma parte del universo de Carlos y gracias a ella no solo entramos en su realidad, sino que esta nos sacude. La música, esa disciplina excelsa que se erige en perfecta partitura artística, a partir de la cual emanan otras muchas formas de expresión encuentra en la rima, que no es si no poesía, una manifestación desnuda del ‘yo’ a través de la palabra, del verbo empleado con fuerza y con verdad.

Aparece referido el Hamlet shakesperiano en dos ocasiones con ese clásico ‘palabras, palabras, palabras’. Detrás de ellas está todo lo que somos, aunque quizás queramos parecer ser otros o empeñarnos en hacer de los otros algo que no son. Dentro de ellas radica el odio, la fobia, el dolor, el amor, el anhelo, el sueño del ser. Con ellas se crea y se destruye vida. «No pienses lo que eres. Es lo que es». Al igual que las palabras. Solo de su uso dependerá tu definición. La de A.K.A es maravilla. ¡Vívanla!

Carlos es un adolescente de 15 años y, como tal, su vida gira alrededor de asistir a clase, salir con los amigos y “soportar” la insistencia de sus padres de saber qué pasa con su vida. A todo esto, además, se le añade el hecho de que fue adoptado cuando era muy pequeño y eso, sin querer avanzar mucho de la trama, le provoca algunos inconvenientes en su día a día.

Un texto, en forma de monólogo, elaborado con mucha precisión y matices –tanto de la forma del lenguaje como de la exposición de la situación – que nos transporta a la realidad del protagonista con cada palabra que sale de la boca de Albert Salazar, el magnífico intérprete de esta obra sublime de Daniel J. Meyer. El autor consigue plasmar el lenguaje actual de los jóvenes de nuestra sociedad, al mismo tiempo que sus preocupaciones y problemas (desde el primer amor, a la relación con sus amigos, los padres o en el colegio). Consigue conectar con el público joven, pero también con el más adulto ya que no deja de ser un reflejo del día a día de cualquier joven de 15 años.

Si a todos estos elementos narrativos le sumamos la actuación de Salazar, ya tenemos una obra para enmarcar. Su entrega y mimetización con el personaje llega a tal extremo que te acabas ilusionando, como él, por cada mensaje de Whatsapp que recibe. Lo acompañas y sufres con él en los momentos más duros. Empatizas todo el rato con su historia.

Para acabarlo de redondear, tenemos un marco inmejorable donde nos enteramos de todo lo que le pasa a Carlos: su habitación. El templo de un adolescente, donde se esconde para hablar con quién quiere sin ser escuchado, donde baila hasta quedar hecho polvo en el suelo y dónde da alas a sus ilusiones y esperanzas. Cada elemento y cada momento musical está elegido también al detalle. Atención con todas las canciones escogidas, todas tienen una razón para estar en este montaje.

Para Carlos, en más de una ocasión durante la obra, hay momentos en su vida que son “pura magia”. Pues os aseguro que este espectáculo, en todo su conjunto, es, sin duda, uno de esos momentos.

"A.K.A” es uno de esos espectáculos que lo tiene todo para convertirse en el éxito rotundo que es: texto, interpretación y dirección.

El texto de Daniel J.Meyer es magnífico. Os recomiendo su lectura. ¡¡¡Magnífico!!!

La interpretación de Albert Salazar me ha dejado clavada a la butaca. Cuánta energía, qué manera de transmitir: Movimiento, coreografía, expresividad, interpretación. Un actor que realmente me ha sorprendido por su gran nivel interpretativo.

En cuanto a dirección, tengo que felicitar a Montse Rodríguez, por una puesta en escena y una dirección interpretativa y de movimiento extraordinarios.

Carlos es el protagonista de esta historia, un chico con inquietudes y sueños como el resto de sus compañeros de generación. Un chico de quince años que se enfada como cualquier chico de su edad, que hace deporte, que piensa que sus padres son unos pelmazos, que le gusta escuchar música a todo volumen dentro de su habitación. Un chico que le gusta cantar y bailar, que le aburre la escuela, que le gusta salir con sus “colegas” y que, como el resto de chavales de su edad, se mueve por las redes sociales.

Carlos es la representación de un chico entre tantos, que a pesar de que son parte de esta sociedad, se sienten rechazados. Son chicos que viven en un aparente “no pero sí”, que no entienden porqué se les pide que se integren, ("si soy de aquí de toda la vida", reza Carlos) o se que se les jugue por su aspecto físico.

Y yo me pregunto, ¿Cómo es posible que en un país donde conviven múltiples identidades, no existe la igualdad?, ¿Por qué no se intenta mirar a la persona y no aquello que se supone que representa?, ¿Por qué la gente no mira más allá del color de la piel?

El racismo y la xenofobia, de alguna manera son inherentes a la sociedad. Clasificamos el mundo y las personas según la apariencia, la nacionalidad o la religión, creando estereotipos que muchas veces no se ajustan a la realidad y que hacen mucho mal a quien las sufre. El racismo es un tema que me indigna mucho. Yo salí muy afectada de esta obra, emocionalmente me provocó muchos sentimientos. Dolor, rabia, vergüenza e impotencia.

“A.K.A” es un montaje que remueve y que hace reflexionar.

¡¡¡Totalmente imprescindible!!!

A veces el compromiso no es suficiente. Y tampoco el racismo y la búsqueda de identidad. Ni siquiera la honestidad. Mi día a día es parecido al de Carlos (Albert Salazar), el protagonista de A. K. A (Also Known As): cole, monopatín, móvil, música, cena, cole, monopatín, móvil, música, cena. ¡Y hasta se enamora! Aunque en mi caso, sustituyo el cole y el monopatín por el trabajo y las clases; una rutina absorbente que suena a normalidad. Pero yo soy una mujer española (y residente), de padres españoles y blanca. Y él, de origen árabe y adoptado por una familia de padre murciano y madre norteña, así que hay aún más distancia entre lo que es y lo que la determina la sociedad que es.

La ganadora de dos Premios Max (autoría revelación y actor protagonista) indaga en la xenofobia, la amistad, el clasismo, las redes sociales, el primer amor y los prejuicios que decimos no tener y practicamos a diario.

El monumental trabajo físico de Salazar machaca la cuarta pared desde la primera frase. A lo largo de la función baila, corre, circula en monopatín, se cambia de ropa, hace el pino, se retuerce en el suelo, ríe, llora... Su vitalidad me hace temblar, pero el recital de emociones se resbala por mi cuerpo. Las palabras de Daniel J. Meyer rebotan por la sala del Teatro de La Abadía. Nada. Ni una sola bala atraviesa mi cuerpo. Mi alma es inmune. Escucho carcajadas y llantos, pero mi gesto no se altera. Ahora yo también soy cómplice y hasta testigo.

 

Si supieran lo complicado que me resulta hablar de A.K.A. (As Known As). En primer lugar, porque se ha escrito tanto y tan bien de la pieza que parece que estuviera todo dicho. En segundo lugar, me produce un profundo respeto escribir con la presión de no estar a la altura de un montaje de esta envergadura. Por último, porque en mi caso, ha satisfecho tanto mis expectativas que no me gustaría bajárselas al futuro espectador.

A poco que me conozcas un poquito, deberías saber que uno de mis TOC más conocidos, en lo que a teatro se refiere, es mi afán por conocer todo lo que se cuece en la escena teatral catalana. Y de ahí a convertirme en una groupie hay un solo paso. Y sí, reconozco que me convertí en una groupie de esta función al poco de estrenarse en la Sala Flyhard de Barcelona. Sin tan siquiera haberla visto. De repente, el Timeline de mi Twitter empezó a llenarse de post-its cada semana recomendando esta obra. Mi interés se despertó mucho antes de que fuera galardonada con premios pero yo ya tenía la corazonada de todo lo que vendría después. Mis sospechas se confirmaron en marzo, cuando por fin emprendí viaje a Girona para verla en la Sala La Planeta. Meses antes leí el texto y, sin duda, supe que era una pieza transformadora, lo suficiente como para que te cuestiones a ti mismo de qué manera has contribuido a que la sociedad trate con tantos prejuicios a un niño de origen árabe.

A.K.A. es una función de temática social necesaria, sobre todo para aquellos intolerantes que no conciben un mundo en el que quepamos todos sino solo unos pocos privilegiados. Pero también para ti, que me estás leyendo, porque todos tenemos la responsabilidad de construir una humanidad mejor. No soy persona de repetir montajes pero esta ya la he visto dos veces y aún me queda una más antes de que se despida del Teatro La Abadía.

Si hay algo seguro, es que esta función no se entiende sin la brillante aportación de cada uno de los miembros que conforman el montaje: el texto de Dani J. Meyer, que en alguna ocasión he leído que lo han tachado de tramposo, pero qué es la vida sino una trampa. La dirección de la fantástica Montse R. Clusella, que aporta un ritmo vertiginoso en el que es imposible no quedar atrapada. Albert Salazar, hace un trabajo excepcional. Merece la pena sólo por ver su recorrido emocional, cómo lo vincula físicamente y cómo mantiene la obra solo frente a la mirada del público a sus ojos.

Decía el Sombrerero Loco en Alicia en el país de las Maravillas:

"¿Sabes cuál es el problema de este mundo?
Todos quieren una solución mágica a los problemas, pero todos rehusan creer en la magia"

Hay algo del Sombrerero Loco en Carlos, el protagonista, y es que, a pesar de tener todo en contra, no renuncia a su necesidad de seguir creyendo en la magia. Y justo eso, es lo que le (nos) salva.

La verdad que no sé ni por dónde comenzar a hablar de A.K.A. (Also Known As), por el texto de Daniel J. Meyer, un trallazo directo al estómago, tan cercano, tan certero, tan terriblemente necesario; por la dirección de Montse Rodríguez Clusella, que lo llena de ritmo, de imágenes, de luz y sentido; por el trabajo actoral de Albert Salazar, un tipo que, con solo 23 años, es capaz de llevar sobre sus hombros la carga de una propuesta tan contundente como esta, haciéndola tan identificable, tan dolorosa, tan rematadamente directa; o por el abanico de temas que aborda, desde la adolescencia y la complejidad que conlleva, pasando por las jodidas etiquetas, hasta darnos de bruces contra esa sociedad, tan llena de rabia y de ponzoña, cada vez más hostil... Bueno, realmente el conjunto es lo que resulta un sacudón que te deja temblando y con el alma encogida.

Después del exitazo que les precede, es complicado que las expectativas no estén por las nubes, y admito que con lo que estoy escribiendo, estoy alimentando eso mismo, pero aconsejo ir lo más limpio posible para dejar que la mirada de Albert (de Carlos) se clave en nuestros ojos de espectador, sin prejuicios, y ahí será cuando nos agarre por las tripas llevándonos a través de su relato; adentrándonos en su cuarto para bailar hip-hop, para whastappear y tontear con chicas, para saber de sus ilusiones, de sus temores, de sus dudas, que al fin y al cabo, son las mismas que hemos sentido nosotros; saber de sus colegas, de sus padres, sus orígenes; saber qué pasa dentro de esa cabeza escondida bajo la capucha. Hay que dejarse ir, compartir esa sonrisa entre lo rebelde y lo inocente, ese grito amargo de quien no comprende qué sucede, esas lágrimas impotentes ante “la magia” que le toca vivir.

A.K.A. (Also Known As) resulta un relato con el que empatizaremos, que nos hará sonreír, que nos va a golpear, y que hará que nos cuestionemos qué somos y dónde estamos como sociedad y como individuos. ¡Ahí es nada!

 

Lo importante no es quien tú crees que eres, sino quién eres para la sociedad. Y es esto lo que te situará y te marcará, aunque intentas caminos diferentes. Hoy eres una persona y en un momento... magia!

Un adolescente comparte su cotidianidad con nosotros. De hecho es así, la comparte, no es que nosotros la espiamos a través de la cerradura de la puerta, de cámaras o de ninguna ventana. Carlos nos tiene presentes, nos mira, nos hace bromas, nos da opinión y expone completamente con su vulnerabilidad y sus inquietudes. No esconde en absoluto sus emociones. Y así es como desde el inicio este personaje nos cautiva y nos lleva por donde quiere. El seguimos sin darnos cuenta a todos los rincones de su intimidad, nos emocionamos con él. Y eso que, aparentemente, es un adolescente como cualquier otro. Bueno, de hecho lo es, sólo que no para todas las personas de aquí.   Una obra muy necesaria para todos y todas, para una reflexión profunda en torno a la igualdad, a la xenofobia y el racismo en nuestro país.

Una obra imprescindible para conocer situaciones y realidades con las que convivimos, pero que quedan muchas veces como en un plano paralelo que no nos atraviesa. Una obra que debería llegar al máximo de público posible para que experiencias así son transformadoras a nivel individual y social, y ayudan a romper prejuicios y estereotipos desde otro lugar más profundo. Los adolescentes que estaban en aquella sala seguramente no han salido igual. Y no sólo en relación a los temas mencionados, en esta pieza podemos ver violencia institucional, el funcionamiento de "la justicia", acercarnos al mundo de las adopciones y las vivencias de estas familias, clasismo,... así como amor, amistad, relaciones con los padres...

Durante una hora y media las personas que estamos allí vivimos una experiencia única, gracias a una interpretación magistral con una energía espectacular de Albert Salazar del texto de Daniel J. Meyer bajo la dirección de Montse Rodriguez. Una combinación fantástica que consigue una joya de obra a todos los niveles. Conmovida, angustiada, berrinche, sin palabras, ... Magia!

Con AKA, Daniel Meyer firma su mejor texto hasta ahora. La historia de un chaval adoptado con un tono de piel que no coincide con el de la mayoría de aquellos que lo rodean.

Bajo la impecable dirección de Montse Rodríguez, que aporta dinamismo a la puesta en escena en forma de baile, un punto de acrobacia y mucha comunicación con el público, un magistral Albert Salazar da vida a Carlos, el protagonista. Un chico normal y corriente de quince años, alegre, divertido, un poco tímido y hacen del hip hop y del skate. Su único delito será enamorarse de la persona equivocada.

AKA combina lo mejor de las comedias adolescentes con una historia cruda y real como la vida, una obra que primero nos hace reír y después nos congela la sonrisa en el rostro. Imprescindible.

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A pesar de que el teatro joven (o para jóvenes) resulta muy difícil de definir, es importante, al menos, que existan propuestas en la cartelera que hablen el lenguaje de los adolescentes, que plasmen sus inquietudes, problemas y, en definitiva, expliquen historias donde ellos puedan sentir reflejado su universo generacional. Escrita por Daniel J. Meyer (Abans), A.K.A. es un relato magnífico, fresco y dinámico pero también muy duro sobre la identidad y la fragilidad del individuo ante una sociedad hostil. Con el racismo y la xenofobia como telón de fondo, el espectáculo hace una profunda reflexión sobre los prejuicios con gran autenticidad y huyendo de los tópicos. Esta nueva incursión en el monólogo dramático de la directora Montse Rodríguez (Ricard de 3r), sabe captar la energía propia de la edad y conducirla allá donde más lo interesa. Durante la narración, consigue momentos divertidos, acciones corporales sorprendentes y significativas, pero también construir espacios de intimidad donde el protagonista comparte con el público sus sentimientos y preocupaciones. En este sentido, hay que aplaudir la entrega absoluta de Albert Salazar (tomando un relevo simbólico de Quim Àvila) que se deja la piel, física y emocionalmente, para dar vida a su personaje. Lo más audaz de la pieza es cómo nos transporta de la inocencia y simpatía más puras hasta la oscuridad de la dura realidad en su tramo final. Magnético, crítico y comprometido, el montaje encuentra, finalmente, el equilibrio perfecto entre la palabra, la música, el silencio y el movimiento con un buen puñado de hallazgos escénicos, cosa que no era nada fácil tratándose de un texto tan discursivo.