LA COMPAÑÍA ALEMANA FAMILIE FLÖZ PRESENTA 'FESTE'

Andrés Angulo: «El teatro solamente existe porque hay un público»

El Teatro Abadía acoge un espectáculo sin palabras, de máscaras, del 30 de noviembre al 10 de diciembre.

Luna Paredes

Familie Flöz es una de esas compañías que son sinónimo de magia. Trabajan con máscaras, con música y sin palabras, y generan espectáculos en los que la emoción se une a la sorpresa. La palabra alemana flöz hace referencia, en la jerga minera, a una capa de la tierra rica en biomateriales y minerales. Y sus propuestas reflejan esa esencia: desde lo terrenal, e incluso desde lo oculto, el espectador se encuentra con sorpresivos materiales que no son sino poesía, belleza y sensibilidad. Y todo ello, sin hablar. Sin «fronteras lingüísticas», como ellos mismos se describen.

Feste es el decimotercer espectáculo de esta compañía alemana, y se puede disfrutar en el Teatro Abadía del 30 de noviembre al 10 de diciembre. Uno de los creadores y actores de esta pieza, Andrés Angulo, comparte con nosotros su paso por la compañía y nos cuenta cómo se gestó el espectáculo.

'Feste', de Familie Flöz. Foto: Simon Wachter

‘Feste’, de Familie Flöz. Foto: Simon Wachter

¿Cómo estás? 

Muy bien, muy emocionado por ir a Madrid.

Me gustaría que me contaras cómo llegaste a Familie Flöz. Cómo un actor bogotano acaba trabajando con una compañía alemana.

Pues yo cursé mis estudios de teatro en Bogotá. El 2008, allí, fui a un festival de teatro muy grande, que se llama Festival Iberoamericano, y vi a la compañía Familie Flöz con su obra Teatro delusio. Los vi y me dije: «¡Guau! ¡Me gustaría hacer ese tipo de teatro!». Cuando finalicé mis estudios me fui a París y me formé en una escuela específica de teatro físico. Allí hice un Erasmus en la universidad de Folkvang, en Essen. Y un día, de casualidad, vi que Familie Flöz hacía un encuentro con los estudiantes. En principio no iba a poder entrar, porque era un estudiante de Erasmus, pero un par de horas antes me dijeron que sí podía entrar. La compañía traía algunas máscaras y cada uno de nosotros podía improvisar durante cinco minutos. Dos semanas después, uno de los directores me llamó y me dijo que estaban haciendo una nueva obra, que no tenían ni idea de si tenían algo para mí o no, pero que querían ver si yo cuadraba con el grupo. Entonces me fui a Berlín y montamos Haydi! en 2014.

¡Pues menos mal que te dejaron entrar al taller al final!

Sí, todo fue una casualidad. Por casualidad, los vi en Bogotá. Por casualidad, acabé en Essen. Por casualidad, ellos estaban montando un espectáculo. Por casualidad, me vieron y les encajé. Y Haydi! fue su primer espectáculo en el que combinaron actores con y sin máscaras, además de vídeo. Y en el que hablábamos. Bueno, hablábamos en grumelot.

Que es un idioma inventado, ¿no?

Eso es. Un idioma inventado, pero que sonaba a francés, a inglés, a alemán… Es decir, no son esas lenguas, pero lo parecen. Por ejemplo, un francés no entiende nada de lo que decimos en francés, pero suena a ese idioma; parece ese idioma.

Qué divertido.

¡Sí! Luego, en 2016, la compañía decide montar de nuevo Teatro delusio, la obra que vi en Colombia, y contaron conmigo.

Ese sí es un espectáculo de máscaras y sin nada de lenguaje; ni real ni inventado. Y en los procesos de creación, ¿habláis para ir montando la obra?

Siempre ensayamos, al principio, sin máscara y con texto. Con la máscara puesta vemos muy poco a través de los dos agujeros de los ojos. E improvisamos texto para clarificar qué es lo qué quieren los personajes, qué nos gusta, qué no… Y cómo podemos traducir eso al cuerpo, al movimiento. Cuando ya está todo claro, cuando el personaje está definido, cómo se mueve, cómo actúa, cómo respira, qué quiere, por qué lo quiere, cuáles son sus intenciones… llega la máscara. Bueno, salvo en Haydi!, que nunca llegó la máscara.

¿Y cómo es ese encuentro con la máscara?

Tenemos a nuestro creador de máscaras, que es Hajo Schüler, que también dirige la compañía. Él viene a ver los ensayos, habla con nosotros y empieza a crear las máscaras. Entonces las máscaras llegan a la sala de ensayo. Y es un encuentro entre dos entidades distintas. Un encuentro mágico. A veces el encuentro es perfecto, la máscara y el personaje encajan; funcionan. Y a veces, no.

¿Y si no encajan qué hacéis?

Depende. A veces la máscara pide que el personaje se modifique un poco, se adapte a ella. Y a veces tenemos que probar o hacer otra máscara, porque esa no nos sirve. Y hay una historia muy bonita de la compañía: se construyó una máscara para Teatro delusio que no encajó con ningún personaje y se descartó. Volvió a probarse en el siguiente montaje, y no encajó. Y lleva buscando su hueco desde entonces. Es una máscara que se hizo y nunca ha estado en el escenario.

¿Cuántas máscaras tenéis en la compañía?

Debe de haber unas trescientas.

'Feste', de Familie Flöz. Foto: Simon Wachter

‘Feste’, de Familie Flöz. Foto: Simon Wachter

¡Qué maravilla! El teatro con máscaras me parece bonito porque puede entenderse en todas las partes del mundo. ¿Eso hace que vuestro trabajo sea más fácil?

No, no creo. Incluso es más complicado, porque con la palabra podemos transmitir muchas más ideas o conceptos que a veces son un poco complicados. La máscara dificulta, por ejemplo, que hablemos de cosas del pasado. Pero creo que lo que sí nos permite es un contacto más directo, más humano. Nos identificamos mucho más fácil con la máscara que con alguna persona en particular.

Muchos de vuestros espectáculos abordan temas sociales, como Haydi!, que hablaba de los refugiados. ¿Trabajar con la máscara ayuda a que el espectáculo sea más humano, como dices?

Creo que sí, que con la máscara se establece una conexión más interna con el público.

He visto que en la Abadía vas a impartir un curso, y lo llamas «La gramática de la máscara». ¿Crees que la máscara tiene una gramática propia? 

Absolutamente. Sí, es casi como una nueva lengua. Aprender a hablar un nuevo idioma. Tienes que tener unos tiempos, tienes que tener unos ritmos, tienes que saber cómo se utiliza.

Vamos a hablar un poco de Feste. Cuéntame cómo nace el espectáculo.

El espectáculo nace en trenes. Johannes Stubenvoll, Thomas van Ouwerkerk y yo estábamos girando con Teatro delusio. Pero ninguno de los tres estuvimos en el elenco original. Y quisimos juntarnos esta vez para crear algo desde cero. Nosotros tres. Se lo propusimos a la compañía y Michael Vogel quiso dirigirnos. Y fue un desastre. [Risas].

¿Un desastre?

Sí, al principio no salía nada. Probamos muchas cosas. Hablamos mucho. Organizamos muchas ideas. Para mí, crear Feste fue como entrar en un cuarto a oscuras: cierras la puerta y tienes que buscar dónde está la luz. Y entonces al principio te tropiezas con todo, no sabes qué hay, y luego dices: «Ah bueno, esto puede ser una mesa, esto es una mesa, ok, aquí voy encontrando algo, ah, es otro mueble». Y en algún momento, puede que en la función número cincuenta, llega la luz y dices: «¡Ahora veo todo!».

¿En la función número cincuenta?

Sí, puede ser. Las obras nunca se terminan en el estreno, porque ese es el primer encuentro que de verdad tenemos con el público y es a partir de ese momento donde la obra empieza a crecer. O donde verdaderamente nace. La máscara solamente vive porque hay alguien que la ve; como el teatro. El teatro solamente existe porque hay un público, si no hay nadie que vea, es un ritual de gente que se encuentra para hacer cosas… raras. La dramaturgia de Feste creo que estuvo completa en la función cuarenta o en la función cuarenta y cinco. Siempre estuvimos cambiando cosas para que la historia fuera más comprensible. Y han sucedido accidentes que han sido como joyas, que no hubiéramos podido nunca crear.

¿Por ejemplo?

Por ejemplo, en el prestreno de Feste yo cometí un error fatal. La idea es que siempre haya alguien en escena, mientras uno de los otros, o los otros dos, se cambian de vestuario y de máscara. Y tenemos treinta segundos para cambiarnos. El tiempo está cronometrado. Bueno. Pues yo, en un cambio, me equivoqué de vestuario. Y tuve que volver a cambiarme. ¡Y no había nadie en escena! ¡No pasaba nada en el escenario! Un error enorme. Y resultó que este error contaba mucho más, porque en el momento en el que sucedió tenía una relación muy importante con lo que pasaba. Ese silencio, esa ausencia de personajes, contaba mucho. Y se quedó así. Lo dejamos así. Porque en ese momento el público tampoco es partícipe de lo que está ocurriendo. Es una fiesta…

'Feste', de Familie Flöz. Foto: Simon Wachter

‘Feste’, de Familie Flöz. Foto: Simon Wachter

Eso, volvamos a Feste. Cuéntame de qué trata.

Lo que sucede en escena básicamente son los preparativos de una boda. Al principio vemos que alguien le pide la mano a otra persona de una manera muy tradicional y se quieren casar. Y lo que vemos a lo largo de la obra son los preparativos. Y la obra termina con la fiesta. Pero debajo de todo ello lo que queremos es hablar de las diferencias sociales y el abismo que hay entre los más ricos y los más pobres. Y cómo los más ricos disfrutan de esa riqueza que, en realidad, han conseguido a través de los pobres. Nos inspiró un poco una frase que dijo Greta Thunberg, que decía algo así como: «Nuestra casa está ardiendo. Y nosotros estamos fuera haciendo una barbacoa, sin ver que se está quemando». En Feste quisimos situar todo en un «no lugar»: la parte trasera de esa casa de ricos, en la que los trabajadores entran y salen. Se va a celebrar una boda, pero nosotros solo vemos ese espacio feo, sucio. Y es ahí donde se desarrolla todo…

…Y hasta ahí vamos a contar. [Risas]. ¿Y cuándo llega el espacio sonoro, la música, al espectáculo? 

En la compañía tenemos músicos, que también son actores. En este caso le propusimos a Maraike Brüning y a Benjamin Reber que nos acompañaran. Y fueron creando la música junto a nosotros, en los ensayos.

Es un trabajo realmente colectivo, por todo lo que me estás contando. 

Sí. Y muy personal, también. Los personajes que yo creo son parte de mi historia. Lo que hizo Thomas y lo que hizo Johannes también son parte de la historia personal de ellos. Es un trabajo muy íntimo. Creo que nuestras creaciones son un poco así como que cada uno trae algo; como si hiciéramos una sopa todos juntos y alguien trae unas patatas, y alguien trae una verdura, y alguien trae el agua, y alguien trae… y se va cocinando una sopa que no es ninguna receta ya hecha: se cocina con lo que hay. Los personajes que creamos parten de nosotros mismos, de nuestras experiencias y de nuestras personalidades. La música no sería esa si fueran otros músicos. Con todo lo que tenemos probamos, improvisamos, investigamos. Hasta que tenemos el espectáculo.

Hay una pregunta con la que me gusta acabar, que es pedir a las compañías que me digan con qué frase de la obra se quedan. Pero aquí no hay palabras.

Yo creo que me quedaría con los silencios. Porque hay escenas que las trabajamos muchísimo y al final descubrimos que no había texto. Que ese momento era simplemente un encuentro de dos personas que no se dicen nada. Dos personas diferentes, de clases sociales distintas, que no tienen nada que decirse, pero se sientan juntas. O ese silencio que nació como un error y que deja la escena vacía.Y la fiesta no se ve. El público sabe lo que está pasando, pero no está invitado. La fiesta es para los más ricos. Y esos no son ustedes.

¡Qué duro! Y qué intriga, y qué ganas de ver la obra.

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Escrito por
Luna Paredes

Hablo de teatro porque conozco bien sus tripas. Creadora de contenidos editoriales y redactora de la Revista Teatro Madrid.

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