Antonio C. Guijosa: “La escucha y el respeto es la mejor manera de entender a los demás”

José Antonio Alba

Tras el éxito de Iphigenia en Vallecas -obra galardonada con dos Premios Max el pasado año-, la compañía Serena Producciones, dirigida por Antonio C. Guijosa, llega a la Sala Cuarta Pared con Solo un metro de distancia, una obra que cuenta la historia de una mujer víctima de abuso sexual por parte de su padre cuando era una niña.

Solo un metro de distancia es el primer texto de Antonio C. Guijosa, una historia sobre el daño, sobre lo que significa y cómo se vive con él, pero también “es una obra sobre la incomprensión, sobre la distancia abismal que existe entre lo que creemos que somos y lo que nuestros actos dicen que somos, sobre nuestra incapacidad para entendernos a nosotros mismos y sobre la imposibilidad de entender a los demás”.

En esta ocasión, el director ha contado con Ana Mayo, Beatriz Grimaldos, Muriel Sánchez y Camila Viyuela, cuatro actrices que ponen voz a un solo personaje, la víctima, además de interpretar a médicos, amigos, parejas, familiares, psicólogos y otros personajes que no entienden la verdadera dimensión de lo que está pasando, testigos que presencian el daño y, muchas veces, son incapaces de gestionarlo.

Teatro Madrid.- Esta es la tercera producción de la compañía después Liturgia de un asesinato e Iphigenia en Vallecas. Pero, entremedias, habéis hecho muchas cosas, incluso colaborar con otras compañías y participar en grandes proyectos como Tito Andrónico, estrenada en el Festival de Mérida el año pasado. ¿Cómo se compagina todo esto?

Antonio C. Guijosa.- Bueno, como compañía tuvimos una pequeña participación en Mármol, que fue un proyecto de El vodevil, la compañía de Pepe Viyuela, Elena González y Susana Hernández; y también colaboramos en la obra Contra la democracia, de Teatro del Noctámbulo. Pero, en realidad, no hemos estado tan saturados de trabajo. Es cierto que, en los últimos años, ha habido compañías que han confiado en mí, y además han repetido, así que parece que han salido contentos. También es verdad que después de Tito Andrónico llegué un poquito apurado a los ensayos de Un metro de distancia, pero luego sí que hemos tenido tiempo y, bueno, lo compaginamos bien.

T.M.- ¿Por qué “un metro de distancia”?

A.C.G.– Un metro de distancia hace referencia a la distancia que nos separa de nosotros mismos, de nuestros cuerpos, cuando tenemos una experiencia disociativa y nos vemos desde fuera. Es esa sensación de verse y tomar perspectiva de uno mismo. Una de las características de las personas que han sufrido abusos en la infancia es, precisamente, la disociación. Pero también hace alusión a esa parte que nos separa de los demás, es decir, por mucho que yo quiera entender como es tu vida, qué pasa de verdad por tu cabeza, hay una distancia que no voy a conseguir salvar nunca.

T.M.- ¿Esta es la primera vez que te enfrentas como director a un texto propio?

A.C.G.– Sí, es mi primer texto.

T.M.- ¿Habéis partido de un texto previo? ¿Cómo ha sido el proceso de creación?

A.C.G.– Bueno, yo he tenido contacto con gente que ha pasado por esta experiencia, pero en realidad partimos de una idea de hace tiempo, y que tiene que ver precisamente con una convocatoria de laboratorio de esta sala, Cuarta Pared, en la que presenté una propuesta de investigación de varios intérpretes y un solo personaje. La idea era basarla en Blackbird de David Harrower, precisamente por esa idea de la disociación, de la despersonalización. Me parecía muy interesante el recurso formal de tener el personaje escindido y ver las coherencias e incoherencias que se pudieran tener durante el desarrollo de la pieza.

T.M.- Los temas centrales de la pieza son el daño y la incomprensión en torno a la víctima. ¿En algún momento os habéis puesto en la piel del agresor?

A.C.G. – Bueno, este proyecto ha tenido varias versiones y, en un principio, yo tenía mucho interés en entender al agresor, en este caso, el padre, aunque puede ser cualquiera. Quería entenderlo, saber todo lo que podía pasar por su mente. Pero hubo un momento en el que me di cuenta de que no lo iba a entender. Y cuando renuncié a entenderlo, apareció otra perspectiva, que es la de la gente que está alrededor. Antes estaba muy centrado en agresor y víctima, y luego desplacé el foco a la gente que se cruza con una persona que haya podido tener esa experiencia.

T.M.- ¿Habéis contado con el apoyo de alguna ONG especializada en estos temas?

A.C.G.– Hemos estado en contacto con oenegés como Plataforma para la infancia, El Instituto de la Mujer o Save the children y hemos plateado algunas acciones, incluso alguna charla. Yo creo que en esta etapa en Cuarta Pared no vamos a llegar a tiempo, igual podemos hacer algo pequeñito, pero sí está en nuestra agenda hacer algo y parece que en la de ellos también.

T.M.- En España se estima que el 24% de las mujeres y el 10% de los hombres ha sufrido abusos sexuales en la infancia. Esto es sorprendente, pero ¿el contexto también importa? ¿Se resuelve de distinta forma si el abuso tiene lugar dentro o fuera de la familia?

A.C.G.– Bueno, no soy un experto, pero creo que no es lo mismo que se produzca dentro o fuera de la familia. Si el abuso se produce fuera, para la familia es mucho más fácil apoyar a la víctima. Pero si se produce dentro de la familia es mucho más complicado, porque ya intervienen factores como la culpa, la vergüenza, la incredulidad, y otros condicionantes que provocan que el hecho se silencie. Y ese es el gran problema, que muchas veces se oculta o se da a conocer veinte años después.

T.M.- ¿Cómo entender una vivencia que no se ha tenido?

A.C.G.- Bueno, al final la única manera de entender es escuchando y observando. Escuchar a personas que han pasado por esa experiencia, pero también a terapeutas y especialistas que tienen una perspectiva distinta y conocen el tema. Creo que la escucha y el respeto es la mejor manera de entender a los demás.

T.M.- ¿El teatro ayuda a entender?

A.C.G.- Sí, porque el teatro tiene la capacidad de que los temas y las historias que se cuentan pasen por el cuerpo y las sientas. Y cuando alguien conecta con lo que está sucediendo en el escenario, la huella es un poco más duradera. No es lo mismo oír hablar de un asunto que convivir con él durante una hora y media, aunque esto suceda en el ámbito de la ficción.

T.M.- A pesar de todo, de repente, leemos titulares como: “Un juez no aprecia violencia en el abuso sexual a una niña de 5 años porque no opuso resistencia” ¿Cómo se entiende un titular así?

A.C.G.– Esto es totalmente incomprensible desde dos puntos de vista. Simplemente el hecho de ponerte en lugar de esa cría y establecer que tiene la obligación de reaccionar para que el sistema judicial la proteja, es una cosa marciana. Y luego porque da la sensación de que el juez, en este caso, no se ha molestado en hablar con nadie que haya tenido una experiencia cercana, ni se le ha ocurrido consultar al Instituto de la Mujer o a un montón de instituciones que abordan estos temas y pueden documentarle y decirle de qué va esto.

T.M.- Uno de los mensajes que intentáis transmitir con esta obra es que las personas que han sufrido abuso en la infancia pueden superarlo.

A.C.G.– Sí, la función tiene ese mensaje optimista de que, al final, y pese a que se han perdido cosas por el camino, se puede salir de esto. Siempre hay un precio que pagar, porque la gente no entiende ciertas cosas y, en este caso, el precio es alto. Pero no solo hay salida, sino que, la supervivencia, que es uno de los términos que se usan a nivel terapéutico, marca y genera un montón de cosas buenas.

T.M.- ¿En qué medida puede ayudar la visibilización de este tema?

A.C.G.– Bueno, una persona que había pasado por esta experiencia vino a un work in progress que hicimos y nos agradeció mucho la visibilización. Por otro lado, psicólogas y gente del Instituto de la Mujer en quien me he apoyado, nos han comentado que las mujeres que han vivido este tipo de experiencias en silencio se van a sentir liberadas al saber que no están solas. Entonces, entiendo que sí ayuda

Telón lento… y final.

Juan Mairena / @Mairena_Juan

Escrito por
José Antonio Alba
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