El 7 de febrero se estrena en Cuarta Pared Catástrofe, el nuevo espectáculo de Antonio Rojano, dirigido por Íñigo Rodríguez-Claro e interpretado por Ion Iraizoz, Irene Ruiz, José Juan Rodríguez y Mikele Urroz.
Tras el éxito de Furiosa Escandinavia, traducida ahora al italiano, Antonio Rojano vuelve a la Sala Cuarta Pared -donde ya estuvo en 2010 con Fair play-, y lo hace con una propuesta, fruto de un proceso de investigación y creación colectiva impulsado por la compañía La Caja Flotante y Exlímite.
Catástrofe está inspirada en desastres naturales y tecnológicos, pero también en una colección de desastres personales que forman parte de los recuerdos, anhelos y sueños incumplidos de los cuatro actores.
Aunque el autor ya participó de experiencias similares, escritas a pie de escena, como Fair Play o La ciudad oscura, es esta la primera vez que se enfrenta a un proyecto sin un texto o unas ideas previas. Tan solo una palabra, «Catástrofe», y una forma, las estructuras abismadas, en donde una historia contiene otra historia y otra, hasta el infinito. Para saber más sobre este proyecto, Teatro Madrid ha hablado con Antonio Rojano e Irene Ruiz.
Teatro Madrid.- ¿Depender de otros, facilita o complica el proceso creativo?
Antonio Rojano.- Para un dramaturgo acostumbrado a trabajar en el escritorio y con sus propias ideas, como es mi caso, y siendo además el juez último de todo, depender de los demás puede dar cierto miedo, pero al mismo tiempo te da una gran tranquilidad saber que cuentas con unos compañeros que van a proponer ideas desde otros lugares que, seguramente, a mí no se me ocurrirían. De hecho, casi todas las escenas de la obra han surgido de alguna frase, idea o improvisación de mis compañeros. En cualquier caso, para bien o para mal, es una responsabilidad compartida.
T.M.- ¿Desde qué premisas empezáis a trabajar?
Irene Ruiz.- Por un lado queríamos trabajar una forma, que es a lo que llamamos estructuras abismadas, queríamos hablar de ficciones dentro de las ficciones, un poco al estilo Lynchiano. Esa era una premisa que nos dio Antonio, la otra era la de la catástrofe. Y, a partir de ahí, empezamos a trabajar.
T.M.- ¿Y la autoficción?
I.R.- El tema de la autoficción surgió cuando empezamos a trabajar en los talleres. Una de las primeras preguntas que nos hizo Antonio fue cuáles eran las ficciones de nuestra vida, las ficciones de nuestra infancia, y era inevitable irse a lo autobiográfico y, por tanto, a la autoficción. Sobre todo, cuando hablamos de personajes o vidas que no son otra cosa que múltiples posibilidades de nosotros mismos.
TM.- ¿Por qué Catástrofe? Ítalo Calvino decía que «toda historia no es otra cosa que una infinita catástrofe de la cual intentamos salir lo mejor posible».
AM.- La idea de catástrofe siempre me ha interesado personalmente, entre otras cosas porque siento que, de algún modo, mi generación empieza en 2001, a partir de la caída de las Torres Gemelas, una catástrofe que no solo inaugura un nuevo siglo, un nuevo milenio, sino también una nueva forma de entender el mundo. Por esa razón quería investigar sobre esa idea de la catástrofe, cómo condiciona nuestra vida un hecho tan lejano como la caída de las Torres Gemelas, y cómo confrontar esa macro catástrofe con esas otras catástrofes de lo cotidiano, desde la historia de amor que fracasa, los sueños incumplidos, y en este caso, me interesaba explorar con los actores la catástrofe de una vida, la de sus propias vidas, cómo podrían haber sido en otras circunstancias, planteando diversos juegos de posibilidades y utilizando la ficción como herramienta para seguir avanzando. Y todo eso extrapolado a la propia forma, cómo sería la propia catástrofe de la historia, intentando construir un sentido e incluso llegar a ese final para sobrevivir o salir de la mejor manera posible, como dice Calvino.
TM.- La caída de las Torres Gemelas fue la primera catástrofe de la historia a la que asistimos en directo, un acontecimiento que, en aquel momento, no solo planteaba dudas sobre su verosimilitud, sino que parecía más cercano a la ficción que a la realidad.
AR.- Así es, en un principio parecía que estábamos viendo una película de Hollywood, pero aquello seguía sucediendo y, aún sin saber si era realidad o ficción, aquello nos mantenía atónitos frente a la pantalla, y no solo eso, sino que, de alguna forma, aquel suceso nos contaminó, del mismo modo que nuestras vidas también están contaminadas por lo real y lo ficticio. En mis obras siempre ha estado esa reflexión sobre la realidad y la ficción, el uso de diferentes géneros, historias de detectives o de ciencia ficción que luego se transforman en un drama familiar o en la búsqueda del padre, como ocurre en Supernova, la mezcla de comedia y tragedia, y también la mezcla de lenguajes. Siempre me ha interesado jugar con la ficción y con todas las herramientas posibles.
TM.- ¿La catástrofe nos hace más iguales?
AR.- Yo creo que nos iguala absolutamente. La catástrofe, la enfermedad y el dolor nos lleva al mismo lugar, a un lugar más humano. A pesar del progreso y de todos los avances tecnológicos, no somos dioses, por mucho que queramos no podemos controlar todo, ni siquiera nuestras vidas. Hay un momento en la propia obra donde también se habla de la catástrofe como castigo, no en sentido religioso, pero sí como un modo de equilibrar, de ponernos en nuestro sitio y de alguna manera, hacernos más humanos, con lo bueno y con lo malo.
TM.- ¿Qué papel juega el azar en un proceso de creación colectiva?
A.R.- Es muy interesante, porque este tipo de procesos está abierto a cualquier cosa que pueda suceder durante los ensayos y nos obliga a estar atentos para atrapar aquello que más nos interesa. En ese sentido hemos venido todos muy virginales a los ensayos y al propio laboratorio, confiando en todo aquello que pudiera ocurrir a través de las improvisaciones y del azar. Pero también ha habido un azar que hemos entrenado, un azar dirigido por nuestra propia intuición, que era la que nos decía por dónde teníamos que ir, y por otro lado, un azar que viene de la propia experiencia personal que, de algún modo, actúa también como filtro.
TM.- En Catástrofe aparece el tema de la maternidad y el miedo a la pérdida, que ya aparecía también en Furiosa Escandinavia.
I.R.- En la obra ficcionamos en base a lo que pudo haber sido y la verdad es que ese tema no deja de ser otra de las ficciones de mi vida. En este caso, nos planteamos ir más allá, ir a la pesadilla, a qué pasaría en caso de pérdida o muerte de un hijo, es decir, cómo abordar la maternidad desde el deseo, pero también desde el miedo, que es igual de grande. No sé, creo que mucha gente de nuestra generación está en esta situación.
A.R.- Es algo muy generacional, esa reflexión sobre el futuro, sobre qué sentido tiene ser padre, y en este caso, esa posibilidad de ser madre, como ocurre en la ficción de Irene, en un mundo catastrófico y lleno de peligros. En mis últimas obras está muy presente ese deseo, esa preocupación sobre el futuro, sobre ser padre.
T.M.- En la obra hay una madre que busca a un niño que ha desaparecido por un conducto, una sorprendente coincidencia con una de las últimas catástrofes que hemos vivido recientemente.
I.R.- Eso lo hemos pensado hoy. De repente, viendo las noticias, hemos recordado eso y ha sido como… ¡Dios!
A.R.- Sí, hay algo como de anticipación mágica de la escritura, aunque en este caso el conducto tiene un sentido metafórico, referido a los conductos de la ficción, de un elemento que está en un lugar, atraviesa un conducto y aparece en otro lugar, en otro relato. Es una conexión totalmente azarosa pero que tiene mucho que ver con lo que ocurre en la obra, la catástrofe de la pérdida del hijo, la de la propia madre enfrentándose a esa pérdida, la reflexión mediática, el personaje de la experta en catástrofes, pero, en cualquier caso, nada comparable a la realidad, porque nosotros solo jugamos a que nos roce la catástrofe, y lo hacemos además desde la seguridad del teatro.
T.M.- ¿La vida es ficción?
I.R.- Yo creo que la ficción nos salva de la vida. Yo no podría vivir sin la ficción, sería demasiado difícil.
A.R.- El gran reto es encontrar un equilibrio entre lo que ocurre dentro de nuestra cabeza y lo que ocurre fuera. No creo que una vida en la ficción sea posible o sana, pero tampoco una vida totalmente anclada a la realidad, cuando es posible vivir muchas otras vidas.
Telón lento y final.
Texto Juan Mairena