José K, torturado, de Javier Órtiz, es un montaje que reabre el debate sobre si la tortura es lícita en según qué situaciones. En este caso nos encontraremos cara a cara con un terrorista al que apremia arrancarle una confesión; ha puesto una bomba que está a punto de estallar y solo sabemos que está ubicada en una plaza donde hay una multitud congregada por un mitin político, no pueden desalojarla porque el pánico podría cobrarse más víctimas que el propio artefacto, pero no se sabe dónde está ni a qué hora está programada su detonación. Si se diera esta situación, ¿se permitiría la tortura como método de confesión? ¡El debate está servido!
Esta es la propuesta que Moma Teatre, compañía valenciana capitaneada por Carles Alfaro, pone sobre el escenario con Iván Hermes dando vida a este terrorista. Con él hemos querido conversar para que nos presentara esta inquietante propuesta que promete impactarnos visualmente y meter el dedo en la llaga.
Teatro Madrid.- Iván, esta función primero fue interpretada por Pedro Casablanc en el 2011 y ahora, pasado el tiempo, la retomas tú, ¿cómo llegó a tus manos?
Iván Hermes.- Estaba en otro proyecto teatral en el que no estaba muy contento, estaba un poco frustrado. Un día que Carles Alfaro estaba en casa, es amigo de Vicenta Ndongo, mi pareja, me vio tan desesperado y tan frustrado y tal, que me dijo “Pues yo tengo un monólogo que está en un almacén y que no estoy haciendo nada con él, podríamos trabajarlo” Imagínate, fue un regalo espectacular. Trabajar con él es un privilegio. Así que accedí al momento y nos pusimos manos a la obra.
TM.- La historia nos habla de un terrorista que se encuentra en una celda de aislamiento, inmovilizado. Ha sido arrestado porque ha puesto una bomba en una plaza donde se ha congregado mucha gente y no quiere desvelar su ubicación. Está siendo sometido a tortura para que confiese. Lo que la función nos plantea como espectadores es una cuestión tan delicada como es si la tortura es lícita, si el fin justifica los medios, ¿no?
IH.- Efectivamente. Ver si la tortura es lícita y, si en el caso de que fuera lícita, dónde nos coloca a nosotros. Dónde coloca a la democracia o quién se encargaría de aplicar esa tortura. Y una vez que empiezas a torturar, ¿dónde está el límite? Hay muchas cuestiones que se plantean y ninguna se responde. Es el público el que tiene que responder, nosotros plateamos el conflicto y dejamos a la conciencia del espectador que sea la que busque una solución.
TM.- Un tema tremendamente espinoso, tanto para tratar de cara al exterior como para plantearnos a nosotros mismos.
IH.- De alguna manera es rescatar ese debate. La tortura está prohibida en la mayoría de los países del mundo, pero se practica en todos. Está en las películas desde siempre, hay un poli malo y un poli bueno y si caen dos o tres hostias en un interrogatorio nos parece como normal, ¿no? Hay una especie de vacío del que nadie quiere saber y del que nadie quiere darse cuenta. Ese es el debate que, de alguna manera, plantea la función. Creemos que es necesario plantearlo porque, desde los atentados del 2001, desde las torres gemelas, desde que la potencia económica mundial liberalizó de alguna manera el uso de la tortura con Guantánamo, se ha recorrido mucho camino hacia atrás en este tema, no hacia delante. Se ha abierto un vacío legal y moral y la tortura está más aceptada ahora que nunca en todo el mundo.
TM.- Si pensamos en terroristas, nuestra cabeza efectivamente piensa en el fanatismo musulmán o en ETA, pero ¿quién es realmente José K?
IH.- Es un tipo que tiene un conflicto interno enorme, asistiremos a su confesión más íntima: Se ha quedado sin ideales por los que luchar. Se siente un fracasado y esa frustración es la que le mueve para llevar a cabo el atentado por el que le tienen ahí encerrado. No existe un discurso político en su causa, tan solo le mueve la frustración.
TM.- Imagino que tras la función los debates tienen que ser bastante encendidos. No es un tema que deje impasible a nadie.
IH.- La gente sale removida y sí que surgen debates muy ricos en los encuentros con el público. En la Abadía lo haremos, habrá un encuentro con el público y la gente podrá compartir sus impresiones. Además estamos cerrando un coloquio con Amnistía Internacional como hicimos en Valencia y en Barcelona.
TM.- Entrando en el terreno actoral, me gustaría que me hablaras sobre lo que significa hacer una función como José K, torturado. Las sensaciones que tienes al enfrentarte tú solo en escena al público, confinado en esa urna, inmovilizado y con una cámara haciéndote primerísimos planos todo el tiempo.
IH.- Da un poco de vértigo, la verdad. Pero cuento con Carles Alfaro, que es un maestro con letras grandes, todo está perfectamente marcado. Además, estoy de espaldas al público toda la función y al estar en ese cubículo pierdo un poco la conexión. Durante la función no tengo contacto con el público en ningún momento, no sé si hago la función para cien personas, para dos o para tres. La urna poco a poco se va empañando con el vaho y se deja de ver al actor desde fuera y solo se ve a través del circuito cerrado de televisión, luego empiezo a sudar… bueno, es muy claustrofóbico todo, está dirigido para que ese ambiente de claustrofobia se viva desde fuera.
TM.- ¿Qué te exige ese confinamiento?
IH.- Es un reto importante para mí. Requiere mucha preparación antes de la función y que esté yo muy concentrado porque si no aquello se me va de las manos. El cubículo tiene las medidas exactas de una celda de aislamiento, no te puedes poner de pie, está hecho precisamente para que el detenido no pueda dormir y no pueda estirarse. Eso me ayuda mucho.
TM.- La situación genera un doble juego en el espectador bastante interesante. Por un lado no podemos mirarte directamente a la cara, solo te vemos las expresiones a través de la pantalla, algo que ayuda a “cosificarte”, crea cierta distancia, pero por otro lado, el primer plano constante es una exposición enorme que impacta constantemente contra el espectador.
IH.- Sí, es una mezcla de la emotividad de lo que está ocurriendo con la frialdad de la puesta en escena. Es un conflicto complicado porque estás viendo algo emotivo, pero con varias capas que te impiden estar en contacto con esa persona, algo que posiblemente sea como sucede en la realidad. A parte de las palizas está la soledad del personaje. Esa soledad y el desamparo de no saber a quién está hablando. El personaje se dirige a ratos a cámara, porque se imagina que detrás hay un interlocutor; a través de su desvarío y su paranoia, empieza a crear un interlocutor y empieza hablarle, pero puede que nadie esté escuchando su discurso, entonces, hay algo ahí de desamparo, con ese ambiente de aislamiento que se crea, que llega al público.
TM.- ¿Qué teclas has tenido que tocar para encontrar ese lugar de entendimiento con tu personaje?
IH.- Ha habido bastante parte de documentación y estudio sobre métodos de tortura, pero sobre todo ha sido un trabajo de dramaturgia, de trabajar desde dónde digo las cosas, hacia dónde las digo, confiar mucho en la palabra y el trabajo que hemos hecho de mesa. A partir de ahí han surgido cosas internas. He confiado en el trabajo con Carles y la verdad es que salen cosas de mí que ni siquiera sabía que estaban ahí. No he trabajado cosas específicas para estar ahí, más que el trabajo que hemos hecho del texto que ha sido impecable, nunca había trabajado la palabra como la estoy trabajando con Carles.
TM.- ¿Se podría decir que hay un Iván previo a José K, torturado y un Iván posterior?
IH.- Sin lugar a dudas, como persona y como actor. El hecho de estar una hora y diez ahí, es una gimnasia maravillosa como actor y como persona. Ahora ya no enfrento los textos de igual manera porque he aprendido muchísimo bajo la batuta de Carles. Realmente soy otra persona y otro actor desde que comencé a hacer este montaje. Es transformador, no solo para los espectadores, sino para el propio artista. Estoy realmente encantado del punto al que me ha llevado este trabajo.
José A. Alba / @joseaalba
Fotos Jordi Pla