Los santos inocentes, la obra cumbre del escritor vallisoletano Miguel Delibes, es ya una realidad escénica con esta primera versión que mantiene la vigencia del relato original y conserva toda su potencia. Javier Hernández-Simón dirige y firma junto a Fernando Marías −quien lamentablemente falleció unas semanas antes de comenzar los ensayos de la producción− una adaptación que muestra el reflejo vivo de nuestro retrato social a través de un fresco sombrío y estremecedor.
Un espectáculo impregnado de crudeza, belleza y una profunda humanidad que llega a la cartelera madrileña un año después de su estreno en Valladolid y tras una amplia gira por toda la geografía nacional. Un gran elenco de actores, formado por Javier Gutiérrez, Luis Bermejo, Jacobo Dicenta, Pepa Pedroche, Yune Nogueiras, José Fernández Valencia, Marta Gómez, Raquel Varela y Fernando Huesca, da vida a este drama rural, galardonado como Mejor Espectáculo de Teatro en la primera edición de los Premios Talía. El montaje estará en cartel del 11 de mayo al 11 de junio en la Sala Fernando Arrabal de las Naves del Español.
Una de las mejores novelas del siglo XX
La novela Los santos inocentes de Miguel Delibes se publicó en 1981, si bien la obra presenta una realidad social que acontece en los años 60, como lo demuestran diversas alusiones a sucesos históricos que aparecen en el relato.
Los santos inocentes es una novela corta, casi un cuento largo, que se va dibujando a lo largo de tres ejes: realismo, poesía y tragedia. Compuesta por seis largos párrafos a los que el autor denomina ‘libros’, que funcionan como unidades poemáticas autónomas, la obra cuenta sólo con seis puntos en todo el relato, uno por cada final de capítulo. El resto del texto viene puntuado únicamente por comas. Esta decisión de puntuación busca crear y transmitir una sensación de tiempo cíclico, de una realidad frustrante y dolorosa de la que los personajes no pueden escapar. La novela es una alegoría sobre la relación de miseria y desamparo existente entre amos y sirvientes que denuncia también la violación de los pactos entre el hombre y la naturaleza.
Pese a los 42 años transcurridos desde su publicación y las seis décadas del momento histórico en el que se sitúa la historia, volver a ella en el siglo XXI muestra a Delibes, aparte de como un gran escritor, como todo un visionario. «El texto me pareció magnético. Lo primero que recuerdo fue una identificación. Sentir que me estaban interrogando y apelando a mí, de una forma no sólo poética, sino también documental. Delibes hablando de los años 60 hace un pronóstico clavado de lo que está sucediendo hoy», confiesa el actor Luis Bermejo.
¿Quiénes son los santos inocentes?
Los santos inocentes es una obra que, ya desde el título, muestra toda una declaración de intenciones sobre la historia que va a contar. De convicciones cristianas públicamente declaradas, Delibes escoge un nombre con clara alusión evangélica: la matanza de los niños menores de dos años ordenada por Herodes, según relata Mateo (II, 16-18). Así, los santos inocentes son aquí Azarías, Paco el Bajo y los suyos que, en lugar de ser asesinados, son muertos en vida cada día mediante la degradación a la que los someten sus opresores. La obra es por tanto, desde el propio título, un acto de justicia, un desagravio.
Azarías, Paco y los suyos son “santos”, esto es, en sentido estricto, “apartados para Dios”, porque así lo establece el autor. Si bien en el Evangelio los inocentes mueren para que la redención tenga lugar, en su novela, Delibes decide que matan porque ya no hay redención posible. En esta historia, el mismo Herodes se ha vuelto cristiano, y encarnado en el señorito Iván, continúa sacrificando inocentes.
Paco el Bajo, Azarías y el señorito Iván forman sin duda el trío de acción dramática que, especialmente en esta primera versión teatral de la obra, sostiene el peso trágico.
Azarías, hermano de Régula y cuñado de Paco, es un amante de los animales, con una asombrosa empatía hacia ellos. Un hombre de buen corazón, tierno, y enamorado de su milana bonita, que, en palabras de Luis Bermejo, intérprete ganador del Premio Talía a Mejor Actor de Reparto por este personaje, es «alguien revolucionario, como la bomba atómica. Es un gran payaso, entendiendo payaso como poeta, profeta. Es un hombre que está cargado de profecías y es capaz de señalar cuándo hay algo que está mal. En ese sentido, él es una golondrina azul de primavera, un vivir apasionado».
Si hay una palabra que define con exactitud quién es Paco el Bajo, ésta es bondadoso. Cuenta el actor Javier Gutiérrez que, mientras se preparaba el personaje, vio unas declaraciones del actor Alfredo Landa (que interpretó al inolvidable Paco el Bajo de la versión cinematográfica de Mario Camus en 1984) en las que señalaba que más que servil y bondadoso, que por supuesto lo es, Paco es un santo y un inocente, tal y como reza el título. «Él es un ser bondadoso dispuesto a ayudar a los demás y a hacer todo lo posible por ponerse en el lugar del otro», concluye Javier Gutiérrez.
Las cualidades humanas de Paco, Azarías y los demás personajes brillan aún más al contraponerse con la oscuridad mezquina, autoritaria y sin escrúpulos del señorito Iván, un terrateniente apasionado por la caza, de naturaleza egoísta y egocéntrica. «Es un depredador de vida. A un hombre no hace falta asesinarlo físicamente para acabar con él, y es lo que él hace con todo ser humano que tiene a su alrededor. Lo deshumaniza y anula completamente. Él no respeta a nada ni a nadie; no tiene ninguna empatía con los que tiene a su alrededor», explica Jacobo Dicenta, su encarnación en esta versión teatral.
‘Los santos inocentes’: A mandar, que para eso estamos
«Lo principal es la escuela, instruirse».
Con esta frase decidió comenzar la novela Miguel Delibes, y con ella también arranca la propuesta escénica. Si bien son varios los temas que plantea la obra, como la confrontación entre siervos y amos, o la injusticia social, el montaje ha incidido con especial profundidad en la importancia de la educación.
A través de la novela, Delibes escribe un tratado sobre el poder de la educación para construir una sociedad moderna e igualitaria. Paco el Bajo y la Régula son un matrimonio que llevan toda la vida sirviendo a los señoritos y que apenas saben leer y escribir. «Ya que ellos no han podido acceder a esa educación y tener un mínimo de cultura para ser libres, y poco menos que han nacido para ser esclavos y así morirán, sí ansían un futuro mejor para sus hijos y creen que la educación va a hacer de ellos seres libres. Es una versión muy esperanzadora, en el sentido de que se cree mucho en la juventud. En este espectáculo ellos son el futuro», explica Javier Gutiérrez.
Este deseo de que sus hijos escapen de esa dura realidad se verá pronto frustrado por los caprichos de los señoritos. «La educación es lo que nos puede salvar, pero una educación libre. De hecho, en la actualidad, me sigo preguntando, dónde está esa educación más libre. Ahora mismo los poderosos también fagocitan toda posibilidad de crecimiento vital», declara Luis Bermejo.
La acción, situada en un cortijo, enfrenta dos realidades: la de los señoritos y la de sus sirvientes. Los primeros oprimen a los segundos, sometiéndolos a sus caprichos y tratándolos sin ninguna consideración. Los segundos, sumisos y resignados, llevan una vida que apenas merece ser vivida. Así los describe Delibes, con un lenguaje crudo, soez y campestre, que transmite, de forma descarnada y directa, la trágica realidad.
Aunque han pasado muchos años y hasta hemos cambiado de siglo, la injusticia y el miedo a las consecuencias de la desigualdad social siguen estando muy presentes en nuestro día a día. «A pesar de los avances y luchas que ha habido, sigue existiendo una gran diferencia social. Los políticos dicen que no ven la pobreza en las calles y que no son conscientes de esa desigualdad, pero sigue habiendo colas del hambre, ciudadanos que llegan como pueden a fin del mes gracias al ingreso mínimo vital al que algunos políticos lo llaman paguita», afirma Javier Gutiérrez.
Régula y Paco quieren un cambio para sus hijos, y en la obra vemos cómo el poder destruye esa posibilidad. «Los poderosos lo que modifican es nuestra capacidad para desear un cambio. Y es algo que sigue sucediendo. Nuestra forma de relacionarnos se está acercando otra vez muy a los años 60, con esa percepción y esa sensibilidad. Hoy en día tenemos miedo a perder el trabajo y casi uno mismo prefiere somatizar antes que perder el trabajo», confiesa Luis Bermejo. Jacobo Dicenta añade que, debido a que todavía a día de hoy el poder sigue sometiendo a la gente humilde, «todos somos un poco Paco el Bajo, todos acatamos ese: a mandar, señorito, que para eso estamos. Y esto es lo que más emociona y conmueve al público. Y lo hace por su absoluta vigencia».
‘Los santos inocentes’: un montaje teatral con personalidad propia
La llegada de Los santos inocentes al teatro se ha hecho esperar debido a un triple reto: la envergadura de la propia novela, la inolvidable y premiada versión cinematográfica de Mario Camus en 1984 y la sombra muy alargada de las interpretaciones de la cinta. La empresa de llevar el libro a la escena, manteniendo el brillo del original y de la película, pero creando una propuesta con personalidad propia, ha sido el verdadero desafío.
Resulta innegable afirmar que la adaptación al cine, con las interpretaciones de Terele Pávez, Alfredo Landa, Paco Rabal o Juan Diego, pesa mucho en la memoria colectiva. «La película dejó una huella muy grande. Ya la novela lo es, pero lo que ocurrió en aquella película es enorme, y más con ese reparto. No podemos olvidarnos de ninguno de ellos, porque es un honor poder representar estos santos inocentes en el teatro y coger el testigo de estos grandes referentes de nuestro cine y asumir esos personajes. Hemos tenido mucha fortuna de poder ser partícipes de este espectáculo», confiesa Jacobo Dicenta. «El mayor reto era huir de esos trabajos ya conocidos y que el espectador se olvidase por completo de la película para adentrarse en nuestros santos inocentes. El espectáculo es muy honesto y tiende a sumar, y no a competir», añade Javier Gutiérrez.
Para lograr ese objetivo, era imprescindible crear una adaptación cuya dramaturgia mantuviera la vigencia del original y que sobre todo pudiera interpelar hoy al espectador desde el código escénico. «Cuando leí por primera vez la novela en el instituto, me pareció un texto un tanto críptico, y en ese sentido tanto Javier como Fernando han hecho un trabajo brillantísimo dotándolo de la misma intensidad y poesía, pero haciéndolo más inteligible», confiesa Javier Gutiérrez.
Una versión que se mantiene muy fiel a la novela e invita a reflexionar. «Es una joya porque no juzga; va de lo general a lo particular. Queríamos hacer una obra de teatro que fuera una ofrenda, y la respuesta del público en todos los teatros donde hemos ido ha sido apabullante. El reto era que este espectáculo tuviera hoy un sentido y se ha demostrado que esta propuesta trasciende lo artístico», afirma Luis Bermejo. Para Javier Gutiérrez, esta conmoción es real y se produce porque «no tienes que irte a ese cortijo para hacer una mirada reflexiva, basta con mirar a tu alrededor para darte cuenta de que el cuento no ha cambiado tanto».