La fortaleza forma parte del proyecto «Diálogos contemporáneos», de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que consiste en que un dramaturgo pueda crear una obra original a partir de un texto clásico que está programado también aquí. En este caso, El castillo de Lindabridis, de Calderón de la Barca, que cuenta la historia de una princesa que hereda el reino de Tartaria, pero al que no puede acceder porque vive encerrada en un castillo volador.
A partir de esta premisa, Lucía Carballal se plantea qué podemos hacer con esas cosas que heredamos, y escribe y dirige una pieza que vincula esa idea de herencia con su propia biografía, marcada por la figura de su padre ausente. Un padre arquitecto que no estuvo durante la infancia de ella, pero que dejó para siempre sus edificios.
Pero La fortaleza no se queda ahí: Carballal también habla de nuestro pasado, y concretamente, de nuestro teatro pasado. Del teatro del Siglo de Oro, que la Compañía Nacional de Teatro Clásico se esfuerza por preservar y mantener vivo. Qué hacemos con ese patrimonio cultural que también heredamos y cómo podemos lograr que no nos resulte ajeno. Para ello, cuenta con tres actrices que han trabajado en el Clásico en distintos momentos: Mamen Camacho, Natalia Huarte y Eva Rufo.
Hablamos con Mamen Camacho y Lucía Carballal en el escenario de la sala Tirso de Molina, el espacio que habitará La fortaleza de nuevo del 4 al 20 de octubre en el Teatro de la Comedia. Y en este lugar, que recuerda a una instalación de arte contemporáneo, las dos sonríen y se disponen a mantener una conversación que llenan de honestidad, de entrega y de cercanía.
¿Cómo estáis?
Mamen Camacho: Estoy un poco nerviosa ante el estreno incipiente. Y con muchas ganas de mostrar esto que estamos cuidando con tanto mimo; de saber qué es lo que piensa el público. Estoy en un momento muy feliz por muchos reencuentros que se unen en esta función y, a la vez, muy vulnerable por adentrarme en lugares desconocidos. Se mezclan muchas emociones en este proyecto.
Lucía Carballal: Yo me siento muy feliz, la verdad. Llena de energía y de alegría. También es verdad que son unos días muy intensos, porque hemos entrado en sala hace poco. Entonces empiezas a doblar jornada, entras en un modo un poco deporte de élite, en el que tampoco dejas tanto espacio a saber cómo te estás sintiendo, porque hay mucho que resolver. Pero estoy ilusionada.
¿Cómo ha sido recibir este encargo?
L. C.: Esto empezó como un encargo y no esperaba (no al principio, aunque enseguida lo intuí) que fuese a ser un proyecto tan grande y tan importante para mí. A lo mejor es lo más personal que he hecho en toda mi vida, y no lo esperaba al principio. Al ser un encargo, tenía un punto de partida muy concreto, una premisa muy clara. Y lo que intenté fue pensar de qué manera podía convertir el proyecto en algo que fuera verdaderamente personal, y que pudiese considerar como un proyecto igual de original y de genuino que los que he hecho hasta este momento.
¿Y cómo ha sido este viaje? Porque de la historia de Calderón tú te quedas, sobre todo, con la idea del castillo.
L. C.: Sí, bueno, hay varios enganches. Lo primero que pensé fue que no había que disimular que tenía una sensación de distancia con el material original. Es decir, que esa sensación de distancia y de dificultad de acceso a una fábula de este tipo era precisamente el material de la obra. Me planteé adentrarme en la pregunta de qué distancia tenemos hacia las cosas del pasado y cómo las miramos desde nuestros días y desde quienes somos ahora. No solo el teatro del Siglo de Oro, sino lo clásico en general: lo tradicional, el canon. A partir de ahí surgió la relación con mi padre, que es el segundo enganche. Y, por último, quería trabajar con actrices a las que admiro mucho y que han trabajado aquí, en la Compañía Nacional, porque eso es una capa más de la función.
¿Cómo encajas la experiencia de ellas tres dentro de la función?
L. C.: Las cuatro hemos compartido nuestras experiencias de cómo nos hemos relacionado en nuestra vida con la idea de canon. Con la idea de hacer las cosas de una manera «correcta» para encajar en una disciplina tan compleja como es, por ejemplo, el verso. Y, de alguna manera, cómo esa experiencia se mezcla con el sentido de exigencia, de cumplir las expectativas, de estar a la altura de lo que las generaciones anteriores nos han ido pidiendo. Ellas han sido pieza clave del proceso de creación, y creo que se ha generado un vínculo íntimo e intenso.
«Quería afrontar una misma historia desde distintas perspectivas. No quería hacer un monólogo. Creo que a medida que te haces mayor, revisitas una misma cosa pasada de maneras distintas»
Ahora que hablamos tanto del concepto de «autoficción», te pregunto: ¿La fortaleza es una obra autoficcional?
L. C.: Sí. Además, pasa una cosa con esa palabra que me llama muchísimo la atención, y es que genera mucho recelo. Yo creo que hay tantas obras literarias y cinematográficas autoficcionales que nos encantan… Toda la escritura de Annie Ernaux, que ganó el Premio Nobel en 2022, es autoficcional. Y, sin embargo, en el teatro parece que tendemos a…
A rechazar este concepto, sí.
L. C.: Sí. Y eso me genera una sensación extraña. Es verdad que, a lo mejor, en comparación con otros proyectos, la vinculación con mi biografía es más clara o más explícita, pero no siento que eso me haya hecho plantear el trabajo de una manera radicalmente distinta. He trabajado con las herramientas de la escritura, de la puesta en escena, de la interpretación y de la ficción. Hay vivencias personales en esta obra, sí, pero no siento que esa sea la base del trabajo. De hecho, creo que toda creación tiene una parte autoficcional: una obra de ciencia ficción puede partir de un pensamiento o una vivencia muy íntima de su autor. En La fortaleza yo vinculo un cuento de un rey y una princesa con un padre ausente. Eso no es exactamente hablar de mi biografía. Pero sí puede ser que el material sea más íntimo.
Mamen, ¿cómo está siendo este proceso íntimo?
M. C.: Pues está siendo muy especial y bastante diferente a lo que estamos acostumbradas. Porque Lucía nos plantea con esta obra, entre otras cosas, un viaje hacia el pasado, hacia el momento en el que nosotras mismas nos adentramos en el Clásico. Uno de los primeros días, nos propuso un ejercicio que era parte de la prueba de vestuario, y que fue volver a probarnos los vestidos que nos pusimos aquí hace quince años.
Y tú llevarás en escena el mismo vestido que llevaste en 2010 en La moza de cántaro, tu primer montaje con la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico, ¿verdad?
M. C.: Eso es. Y ese día nos miramos al espejo y dejamos que vinieran todos esos recuerdos. Y nos planteamos cómo conecta aquello con lo que somos ahora. Aquel momento, para nosotras, lo consideramos una fortaleza en muchos sentidos: nos abrió puertas, nos permitió aprender un idioma nuevo, nos hizo tener una disciplina… Y todo ese pasado, gracias a esta obra, ahora nos interpela y nos hace preguntarnos qué hacer con todo lo aprendido. Y cómo nos enfrentamos a lo que viene, cómo avanzamos hacia lo nuevo.
¿La dramaturgia estaba ya hecha al empezar los ensayos o has contado con sus voces para crearla?
L. C.: Empecé a trazar un concepto previo. Hablé con ellas, y dijeron que sí enseguida, así que supe que iba a escribir específicamente para las tres. De hecho, ellas fueron bastante intrépidas en su decisión de decirme que sí a algo que no habían leído. Pero en el texto no están sus voces ni sus experiencias concretamente, sino la historia que he escrito. Al final, en escena hay tres grandes actrices haciendo un ejercicio de apertura y de comunicación muy profunda con el espectador, y todo el espectáculo está diseñado para que ellas estén ahí en ese centro.
¿Por qué querías que fueran tres actrices?
L. C.: Quería afrontar una misma historia desde distintas perspectivas. No quería hacer un monólogo. Creo que a medida que te haces mayor, revisitas una misma cosa pasada de maneras distintas. Y, por otro lado, me fascinaba mucho la idea de relevo.Es decir, ellas se fueron sucediendo en la Compañía Nacional: primero entró Eva, luego Mamen y después Natalia. Y siento que entrar en el Clásico es una especie de «gran tarea» o «gran misión», que es proteger, renovar, transmitir el patrimonio. Y parece que los mejores de cada generación son elegidos para llevar a cabo esta gran tarea, con todo lo que eso tiene de ceremonioso, de bellísimo… y de exigente.
Mamen, ¿cómo vives tú esta idea de relevo, de haber pertenecido las tres a la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico?
M. C.: Yo creo que las tres hemos vivido una misma experiencia; por supuesto, pasada por el filtro de nuestras personalidades y de la época y las circunstancias que nos ocurrieron. Pero pasamos por las mismas fases. Y, cuando entramos, sentimos esa responsabilidad, como dice Lucía, de salvaguardar algo que es muchísimo más grande que nosotras, que está lejos, y a lo que necesitamos llegar. Eso requiere muchísimo esfuerzo. Y las tres lo hemos vivido. Además, hay algo en esta idea de relevo que es interesante, y es que cuanto más tiempo pasa, más esfuerzo requiere acercarse al pasado. Van pasando los años, nos vamos distanciando de las palabras de ayer y tenemos que reinventar una manera de traerlas, de acercarnos a lo heredado. Este es uno de los temas de La fortaleza. Es complejo y, sin embargo, Lucía lo ha hecho sencillo porque ha trabajado desde la esencia de todo. Eso es de un virtuosismo impresionante.
Háblanos de tu personaje.
M. C.: Mi personaje muestra el apego, la relación con las cosas. Con las cosas materiales. Con la herencia. Con los objetos del padre. A través de los objetos, ella puede tener un diálogo con un padre con el que nunca pudo hablar, porque nunca estaba. Mi personaje se plantea qué hacemos con esas cosas que heredamos: nos las quedamos, nos deshacemos de ellas, dónde las podemos colocar en nuestra vida actual.
L. C.: Creo que a veces nos aferramos a las cosas porque nos permiten relacionarnos con lo anterior. Hay días que necesitas ponerte el anillo de tu abuela porque te va a dar suerte, ¿no? Y otras veces no quieres saber nada que tenga que ver con tus padres. Necesitas pasar página.
¿Y los personajes de Eva Rufo y de Natalia Huarte?
L. C.: En el caso de Eva, ella plantea la cuestión de que es difícil abordar una obra que tiene 350 años con el lenguaje de ahora, y cuáles son las dificultades de tratar hoy conceptos como la honra o como que una protagonista, mujer, no sea dueña de su propio destino.
Claro, porque en El castillo de Lindabridis la princesa está encerrada en un castillo volador, del que solo podrá salir si un príncipe la rescata. Y quien lo logre, se convertirá en rey de Tartaria, el reino que ella ha heredado de su padre.
L. C.: Eso es. Entonces, Eva plantea la pregunta de si a lo mejor nos sucede lo mismo a la hora de entender a un padre ausente en los años 80, cuando el concepto de crianza y de paternidad, muy en concreto la masculina, está muy alejada de la visión actual. En aquel momento había muchos padres ausentes, que no se ocupaban de sus hijos. Y Eva reflexiona sobre las consecuencias de eso. De cómo nos hubiera gustado que hubiera sido de otra forma. O de si podemos entender esa historia en su contexto, y comprender que aquellos padres tampoco tuvieron referentes distintos. Eva siembra en la obra esta cuestión de la dificultad de lectura del pasado.
Y en el caso de Natalia, ella tiene toda esta historia del padre más alejada y, por tanto, parece que todo está más procesado. Lo que plantea su personaje es que, a pesar de que algo haya sido superado y que tu vida esté ya ordenada, el hecho de haber tenido un padre ausente te define. Define tu vivencia del afecto y tu relación con los demás. Y cómo se puede salir de ahí. Cómo nos reajustamos, cómo rompemos moldes.
Qué maravilla de actrices, Lucía. Qué placer tiene que ser trabajar con ellas.
L. C.: Lo es, lo es. Y con el resto del equipo, también. Me gustaría poder nombrarlos.
Por supuesto.
L. C.: Hay un trabajo de videoescena que ha hecho Elvira Ruiz Zurita, que recoge el proceso documental del propio montaje. Y eso se mezcla con una representación visual y plástica de la arquitectura, de cómo se construye un castillo hoy. Benigno Moreno ha hecho el diseño de sonido y ha trabajado la búsqueda de cierta pureza, abstracción, trabajando con tonos puros y sentidos de armonía muy esenciales. Intentando buscar la esencia. Pilar Valdevira se ha encargado del diseño de iluminación, y presenta una propuesta de lo narrativo mezclado con la recreación de algunos episodios del pasado. Ella ha generado un código muy teatral. La escenografía la ha creado Pablo Chaves, que ha hecho una revisión de la idea de castillo, de canon, de arquitectura. En escena hay una especie de recreación de un castillo desde la visión de planos arquitectónicos, y que se sitúa sobre unas ruinas. Este castillo está colgado, arriba, sobrevuela siempre todo lo que ocurre. Simboliza la presencia de los ausentes. A veces, los que ya no están son los que más huella dejan, precisamente por no haber estado. Y Aitana Sar, la ayudante de dirección, que es mi mano derecha y de ella solo puedo decir cosas bonitas. De verdad. Es para casarse con ella.
En este punto del proceso en el que estáis, ¿me podríais responder qué creéis que podemos hacer con la herencia que recibimos?
L. C.: Yo creo que esa pregunta siempre debe mantenerse abierta. No puedo cerrarla. Creo que la relación con la herencia es una manera de seguir creciendo. Cuando veo a gente con la misión familiar de salvaguardar su herencia, o gente que no quiere saber nada del pasado… esas posturas radicales me parece que son pérdidas de oportunidades.
M. C.: Creo que cuanto más conoces lo de atrás y más comprendes los hechos en su contexto, más te permites hacer las paces con lo ocurrido. Y seguir avanzando.
¿Cómo os gustaría que saliera el público tras ver la función?
M. C.: Me gustaría que saliera tocado, reflexionando y, por supuesto, feliz.
L. C.: Creo que nuestra generación va a entender bien el retrato de ese padre ausente. Y me pregunto si los hombres y las mujeres de la generación anterior que vengan a ver la obra van a identificarse con algo de esto. Pero, al margen de esa figura paterna, siento que todos hemos necesitado dejar cosas atrás y nos hemos preguntado qué hacer con los límites que nos han puesto en el pasado. Si dejamos en ruinas ese pasado o si lo reconstruimos.
¿Con qué frase de la obra os quedáis?
M. C.: «Mi padre decía Arquitectura como yo digo Teatro. Decía que servimos a algo que nos precede: algo que es más grande que nosotros. En esa referencia de humildad, uno crece». Esto lo dice Eva y me encanta. Porque yo misma digo teatro como… como quien dice una palabra inmensa.Y creo que es hermoso sentirnos de esa manera en relación con algo tan grande.
Lucía, después de esta experiencia, ¿te vas a lanzar a trabajar con un texto puramente en verso?
L. C.: Si es con ellas y con este equipo, sí. Sin duda.
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