Ron Lalá está de vuelta y lo hace por todo lo alto. La compañía del limón alado estrena en el Fernán Gómez 4×4, un montaje que son cuatro espectáculos en uno. La propuesta es una ruta teatral y musical que da cuenta de la evolución creativa y escénica de los ronlaleros, a lo largo de sus ya casi tres décadas de carrera profesional. Un regreso a sus comienzos desde una mirada actual, que sigue apostando por un lenguaje escénico consolidado: un humor inteligente y musical propios, un ritmo trepidante y una poética teatral, que engloba todas las partes del suceso teatral: la dramaturgia, la interpretación, la dirección y la música.
Con 4×4, Ron Lalá invita al público a vivir una fiesta del humor crítico y cítrico. La obra estará en cartel desde el 14 de diciembre hasta el 14 de enero.
Desde Teatro Madrid hemos hablado con la compañía madrileña sobre este espectáculo, la vigencia y transformación del humor a lo largo de los años y la visión de su trayectoria dentro del sector teatral.
Considerando vuestro recorrido en las artes escénicas y dónde estáis hoy, ¿qué significa 4×4, un espectáculo que ofrece una retrospectiva a los comienzos ronlaleros y a la esencia de la compañía en estado puro?
Álvaro Tato: Nosotros en 4×4 intentamos evitar la palabra o el concepto de antología, porque en esta revisión del material de aquellos años la pregunta de fondo que nos hemos intentado plantear es: ¿cuánto queda de este humor y de la evolución de este humor ronlalero desde aquellos tiempos? ¿Qué significa reírte cuando eres joven en aquella sociedad y en esta? ¿Cuánto se conserva del humor de cuando eres joven? ¿Qué significa crecer? 4×4 es una gran pregunta sobre la risa.
Diego Morales: Sí, además, lo vivimos como un ejercicio de nostalgia para nuestros seguidores de siempre y de descubrimiento para esos nuevos espectadores que podrán conocer nuestra evolución creativa.
Daniel Rovalher: Un autohomenaje, un bonito recuerdo hacia el cómo y el dónde empezó todo.
Juan Cañas: Sí porque, aunque ya entonces nos seguía mucha gente, estamos seguros de que otra gran cantidad de espectadores nos ha conocido después, sobre todo a partir de las coproducciones con la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Nos apetecía ofrecer a todo ese público una muestra de lo que hacíamos entonces. Tenemos toda la ilusión de que el experimento va a funcionar de maravilla.
¿Qué habéis redescubierto de estos cuatro espectáculos al volver a ellos con este montaje bastantes años después?
D.R.: Sobre todo que la juventud nos hacía movernos muy rápido (risas).
J.C.: Que muchas de las cosas que formaban parte de aquellas obras siguen vigentes, y otras no han envejecido tan bien y ha sido inevitable hacer algunos retoques y adaptaciones.
Álvaro, en tu caso, además, lo haces como espectador. ¿Cómo lo estás viviendo? ¿Cambiar de perspectiva lo cambia todo?
Á. T.: Cambia todo, literalmente. Cuando sales del espectáculo y te quedas, en mi caso, como dramaturgo, de pronto lo ves todo. En el escenario la actitud de juego, de cachondeo y de compartir que tiene un actor, y sobre todo de comedia, te impide ver las líneas dramatúrgicas, lo que está pasando. Para mí es un descubrimiento total. Y sobre todo es un descubrimiento también dramatúrgico.
¿Este descubrimiento se ha traducido en una nueva mirada de estos espectáculos?
Á. T.: Sí, tenemos a un personaje nuevo que es el que intenta alejarnos de la sensación de autohomenaje, de la sensación de antología, y el que más va a conectar con el público. Es el personaje del novato, que interpreta Luis Retana, quien me sustituye en escena. Es un actor joven, recién salido de la escuela de arte dramático. Y eso nos da pie a hacer un montón de bromas muy metateatrales. No nos deja de separar un abismo que son 20 años de profesión. Su personaje nos da la perspectiva, la mirada nueva, la que refresca al espectador. Verlo desde fuera es revisitar el humor que hacías cuando tú tenías su edad, y también de jugar con el espectador y decirle: mira cómo mira Ron Lalá a alguien de la generación Z. Él se convierte en el personaje secreto del espectáculo. A través de sus ojos nos muestra cómo ve un novato un espectáculo de Ron Lalá.
¿Cómo habéis abordado la preparación actoral para preparar un espectáculo como 4×4, que realmente contiene cuatro montajes en su interior?
Luis Retana: La preparación de este montaje sobre todo ha sido una carrera de fondo. Si ya, a veces, es todo un reto memorizar una sola obra, cuatro se convierten en un verdadero hándicap, pero a la vez en un inmenso gusto, cuando se trata de cuatro obras que te encantaría hacer enteras. Paciencia, constancia y repetición.
D. R.: La clave ha sido conectar con la locura de entonces, jugar sin límite.
J.C.: Sí, y, sobre todo, tratando de no replicar lo que concretamente hacíamos con cada uno de los personajes años atrás y de hacerlos crecer con lo aprendido en todo este tiempo.
Mi misterio del interior presenta una cadena de sketches con mucho ritmo para hablar del tema de la identidad bajo el yugo capitalista desde un tratamiento surrealista. Durante ya casi 30 años de carrera escénica, ¿qué balance hacéis de la identidad de la compañía dentro de la evolución que ha ido sufriendo el sector teatral?
Á. T.: Del balance provisional de 20 años de dedicación profesional al teatro, la palabra que me surge del corazón decirte es resistencia. Es una labor de resistencia. De nuestra generación, a día de hoy, hay muy pocas compañías con ese modelo que siempre llama Peri (Miguel Magdalena), en broma, comando checheno: un comando aventurero de paracaidistas que todavía intentan mantener una horizontalidad, que siempre es relativa: económica, empresarial y la apuesta por un equipo fijo, un equipo estable. Es un modelo que cada vez existe menos en el teatro, y que ha sido sustituido por grandes conglomerados dentro de un sector teatral mucho más tendente a una sociedad capitalista. Y creemos que la supervivencia de estos modelos es un pequeño foco de resistencia intelectual y espiritual.
D. R.: Nuestro mayor logro es que hemos hecho perdurar y madurar nuestro propio sello, nuestra manera de contar y hacer teatro.
J.C.: Sí, eso es, hemos logrado una forma personal de hacer, un sello a la hora de crear y de representar que creo que nos hace reconocibles para los aficionados al teatro.
Mundo y final es una autocrítica a nuestro planeta en vías de destrucción. Quince años después del estreno de este montaje, ¿creéis que el ser humano ha mejorado su conciencia hacia el cuidado del planeta para poder evitar o al menos retrasar su deterioro?
Á. T.: No solo ha mejorado, sino que es evidente que ha empeorado. Somos la especie más maravillosa y más estúpida de toda la historia de este globo que gira. Y de eso trata Mundo y final. Ha resistido muy bien el tiempo ese humor negro y también un poco desencantado de una realidad que cada vez es más palpable. Nos dirigimos al fin y nos reímos por no llorar; es un poco la quintaesencia del espectáculo. El público se va a reír, pero seguramente también le recorra un escalofrío de lo que está pasando.
D. R.: Gracias a que el avance tecnológico sufre una curva exponencial, el progreso en los medios para evitar un deterioro mayor nos da esperanza en un próspero futuro.
D. M.: Lo realmente aterrador es que frente a esa evidencia siga existiendo inconsciencia o negación.
J. C.: También está claro que esa conciencia todavía no se ha traducido lo suficiente en las políticas climáticas de los países, en especial de los más contaminantes, y la carrera desenfrenada por el crecimiento económico va en dirección contraria a esa desaceleración que necesita el planeta. Falta muchísimo trabajo por hacer y los próximos años serán cruciales.
Time al tiempo nos muestra al tiempo como el gran trilero y timador que engaña al hombre a lo largo de su existencia. ¿Cómo ha afectado el paso del tiempo a la compañía?
Á. T.: Este espectáculo de los cuatro es ahora el más autobiográfico, el más personal. Cuando nosotros lo hacíamos éramos veinteañeros, y ahora de pronto a todos nos ha pasado el rodillo del tiempo. Hemos crecido con todo lo que significa, para bien y para mal. La tranquilidad y la calma que te da el no tener que demostrar, la falta de necesidad de demostrar nada. Trabajamos duro para dar lo mejor de nosotros, pero no estamos preocupados por lo que piensen de nosotros. Hacemos lo que podemos y estaremos aquí mientras el público nos quiera. Y por la parte mala, porque cada vez hay menos tiempo y el tiempo nos distancia también.
J. C.: Empezamos siendo unos chavales universitarios y hoy llevamos media vida con este proyecto, así que es evidente que las relaciones, las ilusiones, la forma de afrontar el trabajo, etc., se hayan ido modificando con el tiempo. Pero lo más importante es que la apuesta por seguir dándole alas al limón sigue viva y cuando nos juntamos para crear algo nuevo la chispa siempre se prende.
Siglo de Oro, siglo de ahora (Folía) ha marcado un antes y un después en la historia escénica de Ron Lalá. Viéndolo ahora con distancia, ¿cómo vivisteis esta experiencia de introducción en el mundo clásico y el impacto que ha tenido en vuestra trayectoria?
D. R.: Efectivamente fue un punto cero en nuestra relación con el clásico y con el verso; un inicio de algo que duró mucho tiempo y que nos otorgó una bandera de “revolucionarios del Clásico”. La prueba de cómo se puede hacer teatro clásico sin aburrir a nadie.
J. C.: El impacto fue sin duda determinante y supuso un enorme crecimiento para la compañía desde el punto de vista artístico. Personalmente fue muy emocionante ser partícipe de ese despegue, que significó un antes y un después en la trayectoria profesional de cualquiera de nosotros.
Á. T.: La palabra necesaria para describir cómo lo vivimos es vértigo. Recuerdo una experiencia muy vertiginosa, nos estábamos jugando muchísimo. No sabíamos qué respuesta iba a tener. Estábamos instalados en un concepto para un público muy determinado, a muchísima gente le gustaba Ron Lalá, pero estaba apellidado como gamberro. Era underground, era actual. De ponto dijimos: vamos a echar todas las cartas a nuestra interpretación de los clásicos. Teníamos la seguridad de nuestro amor por los clásicos y de nuestros años de estudio en la universidad.
Sí, de hecho, el germen de este espectáculo fue Folla a Calderón, que nace en el año 2000 en la facultad de filología de la Complutense con el apoyo e impulso del catedrático Javier Huerta Calvo.
Á. T.: Un espectáculo de números de Calderón fue el germen que trenzamos en un congreso calderoniano en mis años de filología. Y entonces ya sabíamos que podía funcionar. Intuimos que si mirábamos para atrás íbamos a ser más modernos que seguir avanzado. Esto pasa mucho en el teatro. Cuanto más esencial eres hay más teatro. Es algo que recalca mucho Yayo Cáceres. Y esta fue la gran apuesta del montaje.
Una apuesta que llegó a significar un Premio Max a Mejor Producción Privada, un espectáculo que sin duda os llevó a ocupar otro lugar dentro del sector.
Á. T.: Sí, a partir de esta obra sentimos que sí estamos en el mundo cultural. Nos codeamos con todos nuestros compañeros en igualdad y somos una más. Dejamos de sentirnos con esa pequeña pátina que te da el underground. Desde entonces nos hemos atrevido a todo. Por eso, teníamos claro que 4×4 tenía que acabar aquí: este fue el principio de otra etapa. El viaje que establece este espectáculo es hacia un humor más humanista. De un humor más quevediano a un humor más cervantino. Salvando las distancias, de un humor más tosco de mirar a los personajes desde arriba y reírnos de ellos, a mirarlos a los ojos y hablar de lo que le pasa al ser humano.
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