Pablo Remón: Los Mariachis

La sátira plaga a Los Mariachis de Pablo Remón, que estos días cuentan sus andanzas en el Teatro Abadía. Después del éxito de Escenario 0 en HBO, se resucita un trabajo atravesado por las consecuencias de la corrupción política, de los sueños alcanzados a base de trampas, de un tortuoso camino que te acaba devolviendo al punto de partida, ese pueblo de la España Vacía o Vaciada, dónde sólo quedan ecos recónditos del recuerdo, y encuentros comunes con algunos rostros que decidieron quedarse. Y, en ese viaje, entre el que se queda y decide salir de sus fronteras claustrofóbicas, unos brillantes Luis Bermejo, Francisco Reyes y Emilio Tomé; junto a un malhumorado Israel Elejalde, nos sueltan esa carcajada infame desde el humor negro que trae la tragedia.

Germán (Israel Elejalde) es un político corrupto que vuelve a su pueblo y se reencuentra con unos primos (Luis Bermejo, Francisco Reyes y Emilio Tomé). ¿Por qué regresa? ¿Cuánto dinero robó? ¿Por qué lo hizo? ¿Está arrepentido? Son algunas preguntas que uno se puede hacer mientras avanza esta historia que entremezcla tragedia y comedia sobre el escenario.

No pretendo remitirme al contenido de la obra (lo pueden buscar en la web) sino a lo que me provocó a nivel de sensaciones. Las miserias personales de los personajes se reflejan en la sociedad actual. Y eso hace que funcione. Hay una intención crítica.

La actuación de Elejalde y Bermejo se aplaude de pie: cada expresión tiene una inmensa credibilidad. Reyes tiene un don especial de complicidad con los espectadores, mientras que Tomé es muy versátil. El guión está estructurado de forma clara y permite que la aparición de cada uno de los intérpretes sea formidable.

La trama tragicómica sacude al público cada cinco minutos. Hay vueltas de tuerca que generan la necesidad de permanecer atentos, de buscar respuestas. Las risas se adueñan del espacio, así como las caras de espanto o desconcierto. Es un carrusel de emociones. Y el final: brillante. 

 

 

Sin haber leído antes una sinopsis, fui al ensayo general de una obra que pensaba estaría ambientada en una fiesta mexicana…nada más lejos de la realidad. El término “mariachi” también se utiliza para denominar a “un hombre de paja que se usa para crear una SICAV, una vía de inversión colectiva con la que se puede tributar menos.” Sentado en mi butaca, después de leer esto pensé: “Ay, madre, con lo poco que me va la política”. Bueno, pues salí con una sonrisa en los labios y con la satisfacción de haber pasado una fugaz hora y media.

Cuatro maravillosos y camaleónicos actores, a cada cual mejor, nos llevan de la mano por un camino en el que vamos conociendo qué pasa por la cabeza de un político amigo de lo ajeno, qué le llevó a hacer lo que hizo y cómo se responsabiliza de ello (sí, hay políticos que se responsabilizan aunque suene a ciencia-ficción…). Junto a nuestro político, tres variopintos primos hermanos residentes en un pueblo manchego ponen el contrapunto cómico a una situación trágica.

El autor y director de la obra, Pablo Remón, comentó en la presentación que esta pieza era una tragicomedia en que no le quedaba claro qué proporciones tenía de cada. Yo sí tengo clara mi opinión: ojalá todas las tragedias fueran así.