Señora de rojo sobre fondo gris

Hay una lista de cosas que dicen que cada persona debería hacer una vez en la vida. Ya saben aquello de tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Bien, pues yo añadiría una cuarta y no es ni más ni menos que ver a José Sacristán sobre las tablas de un escenario. Ahí, en directo, donde su potente y característica voz es capaz de envolverlo todo, de atravesarte por dentro, de erizarte el vello.

Señora de Rojo sobre fondo gris es una verdadera carta de amor que Miguel Delibes escribió a su fallecida esposa disfrazada de personaje de una de sus obras. Un personaje ausente, pero totalmente presente en el recuerdo de Nicolás, el protagonista de esta bella historia, al que pone voz, cuerpo y corazón Sacristán. No creo que haya actor más acertado para transitar por este espectáculo. El texto es sencillamente una obra de arte, donde Sacristán controla el tempo, la acción y la emoción de una manera magnífica. Como plan para estas navidades o como plan para la vida hay que dejarse caer por el estudio de este pintor viudo que a través de su duelo realiza un retrato lleno de amor sobre su esposa, pero en lugar del pincel, usa la palabra.

Eso sí, procura ir con la garganta hidratada porque José Sacristán no lleva muy bien las toses.

Señora de rojo sobre fondo gris es una adaptación de la novela homónima de Miguel Delibes. De la mano de la dirección de José Sámano, la representación dramatiza una de las novelas con más carácter autobiográfico de Miguel Delibes en la que la muerte, su concepción y la pérdida de un ser querido toman protagonismo como temáticas centrales.

Se trata de una adaptación de un texto narrativo, con un estilo denso, con una narrativa muy poética, densa y existencial. Pese a ello, la propia adaptación aprovecha esa densidad para proponer un monólogo profundo por parte de un gran actor como es José Sacristán. No solamente se trata de un gran actor, sino que su voz encaja con la gravedad del texto y sus reflexiones. El texto, denso y con una poética muy cuidada, favorece una recitación bella, pausada y que Sacristán realiza con gran éxito.

Escénicamente, la representación propone un decorado muy simple, una habitación oscura y desolada donde la reflexión acerca de la muerte encaja perfectamente. Es importante destacar también la importancia de los recursos de iluminación, que ayudan a dar escenas de ámbito nostálgico, oscuro o incluso cómico, según el texto lo requiera. Una escena con un solo personaje, Sacristán, consigue mediante luces, objetos y voces en off que se evoque la presencia (o incluso ausencia) que provoca tales reflexiones.

La representación es escénicamente viable y José Sacristán domina un texto profundo y bello a la perfección, para poder así dar voz a un texto trágico a la vez que comedido, sobrio, metafísico, trascendental. Pese a ello, la adaptación no puede evitar su naturaleza narrativa. La obra, en ocasiones, puede pecar de densa, excesivamente reflexiva y poco teatral. A mi parecer, en cambio, la belleza de la prosa de Delibes es llevada con mucho éxito al teatro de la mano de un actor consagrado como Sacristán, que gracias a una exitosa dirección y unos recursos escénicos acertados. Consigue, finalmente, representar un monólogo reflexivo, trágico, comedido, con el que fácilmente se empatiza y del cual se desprende una expresión comedida del dolor y la pérdida.

Miguel Delibes era un novelista de raza, de los mejores que dio la lengua española en la segunda mitad del siglo XX. Desde que ganó el premio Nadal con su primera novela (La sombra del ciprés se alargada) no paró de dejar textos grandiosos, con historias de interés social y personajes con los que era fácil identificarse. Quizás por eso sus escritos volaron a menudo de las páginas de los libros para transformarse en películas esenciales (Los santos inocentes, sin ir más lejos) o monólogos teatrales que han hecho historia, como el famoso Cinco horas cono Mario. La obra que nos reúne hoy es la otra cara de aquel monólogo. A pesar de estar narrada por un hombre, el personaje principal es la mujer muerta, retrato confeso de la mujer de Delibes y antítesis de aquella Carmen Sotillo que tantas veces interpretó Lola Herrera. Aquí, la protagonista ausente es una mujer decidida, emprendedora y vital que empuja a la familia a salir de situaciones complicadas hasta que empieza a sentir los primeros síntomas de una grave dolencia.

El montaje que ha dirigido José Sámano es simplemente funcional, a la medida de un gran actor y de un texto notable. Sacristán aprovecha la ocasión y brinda un personaje de una sola pieza, fascinante en su sencillez y en su recorrido emocional. Se ha dicho que esta es quizás su despedida de los escenarios, y bien es verdad que será una gran pérdida. Su experiencia, la voz inconfundible y la facilidad para humanizar cualquier personaje son ya patrimonio de todos. Si no habéis visto nunca a este gran actor en un escenario, aprovechad la ocasión. No saldréis decepcionados.

José Sacristán se sube una vez más a los escenarios encabezando Señora de rojo sobre fondo gris,  una adaptación de la novela con el mismo título de Miguel Delibes. Sabre Producciones y Presentación Espectáculos presentan una adaptación teatral producida y dirigida por José Sámano.

La adaptación realizada es espléndida y elevada, sin duda, por la gran actuación de Sacristán. Eso si, no hay que olvidar que el texto de referencia no es teatral, cosa que se puede apreciar en el léxico y las expresiones. Aunque se haya teatralizado un monólogo novelesco y, como consecuencia sea más estático, este no se hace pesado ni largo. De modo que la producción ha sabido solucionar excelentemente dos posibles handicaps iniciales: el texto proveniente de una novela y el hecho de que se trate de un monólogo. Sacristán, con su potente voz, consigue disuadir estos dos inconvenientes, en el caso que realmente lo sean.

Aunque Sacristán se encuentre físicamente solo en el escenario, este se ve acompañado de los precisos y geniales juegos de luces, los cuales consiguen llenar el escenario. En este caso, el attrezzo no es monumental, pero porque tampoco se necesita. Aun así, el texto encaja perfectamente con este y el actor lo utiliza de forma sutil.

Como conclusión, cabe destacar que es una obra totalmente recomendable, pese a los prejuicios que pueda desprender inicialmente como consecuencia de ser una adaptación de una novela y, concretamente, tratarse de un monólogo. Ambos quedan totalmente olvidados con la voz y la actuación de Sacristán, así como con los juegos de luces y el permanente attrezzo.

Originalmente, Señora de rojo sobre fondo gris es una novela que escribió Miguel Delibes en 1991 en recuerdo a su mujer. El texto es toda una joya literaria a medio camino entre el homenaje y el exorcismo emocional, donde el autor comparte con gran ternura su dolor por la enfermedad y muerte de un ser por él tan querido. El principal valor de este montaje es, de esta manera, su capacidad de transmitir, en formato de monólogo teatral, la enorme calidad y delicadeza que contiene cada frase de este libro. Protagonizado por un magnífico José Sacristán, el espectáculo tiene todas las virtudes y defectos de cualquier puesta en escena de un material que tiene como origen la prosa narrativa. A pesar de la magnética prosodia de Sacristán (un auténtico maestro de la interpretación), la obra no consigue superar, en algunos momentos, una cierta densidad. A pesar de eso, en general, tiene un buen ritmo, una energía adecuada y una intimidad escénica similar a la de Cinco horas cono Mario, también de Delibes y también un texto impresionante.

En medio de la actual dictadura de la felicidad, donde la sonrisa es ley y el pensamiento positivo un mandato, Señora de rojo sobre fondo gris resulta un bálsamo para atender una realidad que, aunque intentemos darle esquinazo, asoma y acecha: la enfermedad y la muerte. Y se atiende además con desnudez, sin accesorios ni trucos sorpresivos, sosteniéndose la obra meramente en la calidad del texto y en el repertorio. ¡Pero qué texto y qué actor! Belleza literaria de Delibes, adaptada como anillo al guante a la dramaturgia, e interpretada exquisitamente con palabras de José Sacristán. Palabras sin contención pero sin aspaviento. Palabras circunscritas en escenas que avanzan al compás del cambio de luz. Palabras profundas sin empalago. Palabras escritas para la expresión y no para la purga ni la catarsis. Palabras que han sabido despojar la paja del grano para cuajar de sentido los detalles y anécdotas que hilan una vida y un matrimonio. De un matrimonio de ya solo uno, sí, pero avivado por el legado de años en común. Y testimoniado por el retrato de una señora de rojo, obviamente.