Un escenario prácticamente vacío, que desvela los entresijos de un teatro desnudo con una iluminación sutil y elegante. Un mito griego, un público expectante y cuatro actores.
Y qué actores.
La Electra de Fernanda Orazi huye estrepitosamente de lo que se espera de un clásico griego manoseado hasta la saciedad. Huye del dramón, huye de la absurdidad de la no-comunicación en los conflictos, huye de todo lo que convierte en solemnes muchos clásicos ya caducos.
Desde la cotidianidad más absoluta, el cuestionamiento constante de las razones que llevan a los personajes a sufrir lo que sufren y cómo lo sufren… deja en evidencia que Electra es ya una historia que actualmente genera más risa que llanto. Y qué bien lo hace.
Vale la pena, vayan.